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Re: Repositorio de SieteMares
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Re: Repositorio de SieteMares
La bocana del Puerto esa fresca pero luminosa mañana de primeros de Marzo se frotaba los ojos, uno verde, otro rojo, para ver pasar a un SieteMares tan repintado y lustroso como pudiera haberse visto nunca.
En efecto, tras la primera inspeccion y toma de contacto, Esteban se habia querido reunir con Manuel para poner ideas en comun. La escena era curiosa, Esteban descansando el pie herido sobre la litera de su camarote y Manuel sacando de los arcones finisima ropa de cama para que Boe la grumetilla le fuera vistiendo el relimpiado aposento a tan buen capitan como habia comprobado haber tenido la suerte de enrolar. - dejate de tonterias, Manuel,.. seamos serios y dejemos todo esto para luego o.. mejor nunca....hablemos antes de tus planes de navegacion para el barco...- A Manuel esa salida de Esteban le pillo con el pie cambiao, pues enmudecio largo rato sin saber bien por donde arrancarse. - Bueno. ..Esteban...pues...claro...veras...sabes...oye...¿ a ti que se te ocurriria hacer con un barco asi?_ -¡¡ Acabaramos!!- penso Esteban- esto si que no me lo esperaba..- y le largo de vuelta una andanada burlona -... menos hacer charter para ver la Copa America...lo que quieras... ya tenemos a toda la Flota del Levante pensando en lo mismo...demasiadas bocas para tan poco pastel...- Esa contestacion medio en broma, pero medio en serio tambien, volvio a enmudecer todavia mas al pobre Manuel, pues ese era un de sus mejores planes.....ese y el de abrir en el barco un minusculo restaurante/chiringuito flotante en pleno Puerto Deportivo, pero se lo habian quitado rapidamente de la cabeza las nuevas y restrictivas normativas sanitarias. Un tanque de aguas negras para el previsible aforo de 30 comensales, le superaba logisticamente. |
Re: Repositorio de SieteMares
Un frio y desalentador silencio se iba adueñando del ambiente de la reunion, la grumetilla parecia querer echarse a llorar en cualquier momento, mientras su gracil cuerpo de adolescente tardia parecia querer fundirse bajo el ala protectora de la voluminosa humanidad de Manuel que extrañamente asemejaba tambien encoger bajo el peso de la verdad recien puesta al descubierto...no sabian hacia donde tirar ni que hacer con sus vidas ni su barco....todas sus esperanzas residian en ese hombre recostado ante ellos y que se mantenia ensimismado en sus pensanientos, menton sobre pecho, vista perdida en la oscuridad de las sombras de la tarde incipiente
- ...y menos todavia.. traer "pasaje" de Mauritania a Canarias...conmigo no cuentes para esos negocios..- se oyo de repente decir a Esteban, su voz rasgando la pesada atmosfera como un viaje de navaja cabritera. -No, eso si que no, Esteban...no te confundas- profirio Manuel sacudiendose por fin de su aparente indolencia y recuperando aplomo por instantes. En fin de cuentas, el armador seguia siendo él. Y le fue informando a su nuevo patron de los pormenores de como el Sietemares habia acabado en su poder, de su intencion de mantenerlo a flote y navegando los mares el mayor tiempo posible en memoria de aquella dama que tanto habia terminado queriendo al final...de que disponia de dinero como para no verse obligado a obtner una rentabilidad de todo el asunto....simplemente encontrar algo en que ocuparse para ayudar a que los dias no parecieran tan vacios y tristes como se temia empezaran a parecersele. Esteban le escucho atentamente hasta el final, le miro a la cara algun tiempo como para cerciorarse de todo el asunto y contesto como era su costumbre...directo y al menton.. _ Si tienes dinero, el barco mañana mismo se saca, se carena y se revisa entero...luego ya será cuestion de pensar en el rumbo a tomar, pero con fundamento..._ sentencio, muy aliviado por no tener que rehacer el petate y perder el empleo...tan pronto. |
Re: Repositorio de SieteMares
Para fijar ideas, un barco gemelo al SieteMares
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Re: Repositorio de SieteMares
Borrador capítulo III
Mientras escuchaba a Manuel, Embat orzó unos grados a estribor, lo que atrajo la atención de Esteban, una vez en cubierta comprobó que necesitaban ceñir algo más so pena de volver dando bordos, y no es que no confiara en la tropa, pero no era el momento de asumir riesgos y con un tiempo tan cambiante prefirió ayudarse del viejo motor y ganar algunos grados en la ceñida, así, pensó, comprobaría si era de fiar. Esteban, empujó pausadamente la maneta del gas al tercio de potencia, esperando escuchar el suave ronroneo de un motor perfectamente ajustado, en su lugar, sus oídos recibieron un bramido asmático acelerado que dio paso a un silencio sepulcral y segundos después la visión esperpéntica de un Panxut humeante se apoderó de la puerta del cuartucho de máquinas. Sus exclamaciones alocadas le recordaron las calles de La Habana. - La tupasión...la tupasión !! – repetía sin cesar. -En los depósitos de gasoil hay mierda de la guerra de Cuba y tanto meneíto la ha puesto en circulación cegando los filtros y la bomba, lo siento jefe. Detrás venia Manuel, despachando ágilmente su abultada humanidad por entre todavía el nada arranchado espacio de la timonera. - ¿ Qué hacemos, patrón, colgar el ancla más grande de la cadena más larga esperando a que clave y nos frene o..? – se calló desafiante. -Entrar a vela, por supuesto - contestó Esteban sin dudar, -es lo mas seguro.- su mandíbula había adquirido mayor dureza y sus ojos expresaban el placer del desafío. -A cubierta !-ordenó seco y decidido,-viramos de bordo, a ver que sabéis hacer. El viento entraba por la amura de babor, era noble y establecido en los 15 nudos, las escotas tensas, las velas hinchadas, el agua se deslizaba por el casco saliendo limpiamente por la popa. Ligeramente escorado enfilaba la bocana con un rumbo estable como marcaba una estela lineal, la tripulación tensa y presta para la maniobra, Manuel no quitaba ojo a Esteban, pero no eran esos ojos los que le inquietaban. Recorrieron la bocana deslizándose por el centro de la misma, las velas tersas y potentes le daban seguridad, el barco respondía a las mil maravillas El ketch penetró en la dársena en toda su elegante majestuosidad. Esteban mandó amollar las escotas al punto del desvente, el Siete Mares reaccionó rápido perdiendo arrancada, al tiempo que Esteban buscaba un atraque que mantuviera el viento paralelo al muelle. Lo encontró en el de acogida, unos buenos 35 metros libres de embarcaciones adosadas, con el viento justo de proa y paralelo al pantalán. Cuando se supo eslora y media por delante del lugar propicio, mando abrir las botavaras de mayor y mesana a la contra y sujetas a brazo a barlovento, frenando al velero como por medio de dos grandes alas de mariposa. Cuando la vía empezó a cambiar atrás, mandó la mayor a crujía y la popa fue pivotando lentamente y acercándose al muelle, adonde prevenido, saltó ágil Embat portando un amarre de spring que hizo rápidamente firme a una bita. Como por arte de magia el grueso velero se fue cerrando al muelle llamado por el cabo de spring y empujado por la mesana mantenida contra viento, hasta que quedó inmóvil entre defensas y muelle como un sudoroso caballo oliendo su cuadra. Manuel mientras miraba fijo a Esteban, entre asombrado e incrédulo, no era el único, todos los ojos se posaban sobre él, había ganado una tripulación. Un par de horas después estaban todos sentados en la Taberna del Puerto, era su primer salida juntos y se debía invitar a unas rondas a la tripulación., entre ron y ron los tripulantes empezaron a contar sus historias, algunas ciertas otras no tanto, el turno le llegó a Embat, se mesó los cabellos en la evocación, confiando que el poco tinte que le quedaba en su rala cabellera aguantase y contribuyese a esa apariencia algo menor, de edad indefinida de hombre curtido. Empapado como siempre en olor a salitre y madera y mecido por la suave evocación del ron añejo, recordó su primera vez. Nunca jamás volvería a ser como entonces, entre otras cosas, porque él embarcó en el último buque pirata del mediterráneo. Con apenas doce, !dios estamos hablando de 1938!, y en un carguero de madera matriculado en Malta. Hablaba de Otto Skrienger, valiente hijo de puta! Cuando lo conoció fue tras una aparición fantasmal. Una niebla en noche de mayo, en canal, entre Denia e Ibiza. El buque, el carguero maltes, parecía sacado de una novela de R.L. Stenvenson, y la tripulación, sin duda salía de los peores lupanares de un Mediterráneo de entreguerras. Eso lo sabía con certeza, estuvo presente en el enrolamiento, y su corta edad, y su avispado ingenio, a capones se aprende, le permitían entrar y salir de todos sitios con impunidad. Y sus rizos infantiles enamoraban a las lumis, soñando el hijo que podían haber tenido o que tenían y jamás veían. Duros tiempos para la infancia. La tripulación borracha dormía abotargada, excepto en el camarote del capitán que se oían las risas de Nicola, un joven de 16 años que huyendo de la mancebía cayó, bien por aventura, bien por falsas promesas en barragana del capitán. Él estaba solo en cubierta, aguantando el relente con un capote de lona que le venía grande por todos lados, pero que ni le quitaba el frío ni el miedo. En el barco, ahora pecio frente de la batería de Gibraltar se llamaba DaybyDay, todo crujía y hacía ruido, y corría en cubierta y cámaras aparejos desordenados, rollos de cabos, tal era el desastre de tripulación. Apenas por popa, y dando tan sólo 45 grados, un panal declaraba la existencia de algo. Y por allí tenía que mirar. Y miró. Hasta que de pronto el agua empezó a hervir por popa al tiempo que se le heló la sangre. Sin duda, y a sus justos doce años, venía la muerte en ese monstruo marino, negro, brillante, inmenso, que empezaba a salir a flote. El influjo magnético de pavor hizo todo. Se quedó quieto, mientras un calor en húmedo se apoderaba de su entrepierna. El monstruo no paraba de salir. Era gigantesco y negro, con brillos, y dos ojos vacíos, dos cuencas de ojos vacíos sin vida. Pensó que iba a morir, recordó todas las historias fantasmagóricas que le habían contado para asustarle y... que sin duda eran ciertas. Retrocedió y cayó, no recordaba cuanto tiempo estuvo tirado sobre la cubierta, de la que tan sólo se levantó cuando el monstruo inició un lamento agudo, profundo, interminable, horrible. Desde la cabina, el capitón salió chillando alegremente, y tras unos instantes, se encendieron los focos de popa. Frente a ellos estaba uno de los primero U-Boats, ondeando la insignia nazi. Y sobre su castillo, los ojos azules de su capitán, Ottro Skirenger, valiente hijo de puta, repitió un par de veces entre dientes. Todo se tornó actividad, y los borrachos se despejaron como sólo lo hacen los piratas. Ya habían arriado la chalupa, una monstruosa chalupa de 35 pies. Al timón en ella, su tío, el capitán, - la única maldita herencia de sus padres-, que hacía alegres aspavientos al submarino. Sobre su hombro notó la mano de Nicola, que le miraba con lo que hoy había aprendido que era lascivia, mientras jugaba con la lengua y sus labios, y se apretujaba contra mi capote. Y yo pensaba que buscaba calor. La tripulación del submarino hablaba a gritos que parecían ladridos, - era la primera vez que oía la lengua alemana-, y se movían, frenéticos, pero sin caos. De una escotilla de proa, y halando con un cabestrante que momentos antes hubiera jurado que no estaba, iban subiendo unos tubos enormes y gruesos que trasladaban con exquisito cuidado. No lo sabía, pero estaba viendo los primeros torpedos autopropulsados con variador de profundidad.Sui tío estaba radiante, se le veía dar palmetazos al capitán del submarino, que ponía gesto adusto. La tripulación del DaybyDay, reía a grandes carcajadas. Iban a transportar los torpedos para las tropas del general Franco, o eso creían los alemanes. Su tío, iba a venderlos al mejor postor Así era Embat, nunca sabías si lo que decía era verdad o una más de sus delirantes historias, lo que si era cierto, como llegaría a comprobar sobradamente Esteban, es que tenía la enorme capacidad de encandilar a todos los que sentasen a escucharle, Esteban, le miraba intrigado, se sentía atraído por aquel hombre de edad indefinida, cargado de años y de historias. |
Re: Repositorio de SieteMares
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Re: Repositorio de SieteMares
Capítulo II
El sol casi estaba en su cenit, mientras la tripulación se apremiaba con las labores de ajuste del velero, Panxut revisaba el motor con paciencia infinita y Embat adujaba los cabos con esmero. Le causó buena impresión la ordenada maniobra, de la embarcación, y así se lo hizo saber a Manuel que sonrió satisfecho, al tiempo que le indicaba con un simple gesto que diera un vistazo al sudoeste, donde unos oscuros y tenebrosos nubarrones se estaban estableciendo. - Parece una tormenta tropical, explicó Manuel, pero debemos controlar que no se convierta en un huracán. Voy a bajar al tambucho a mirar el parte y si viene para acá, zarparemos inmediatamente para poner agua de por medio. - Esta bien, por si acaso, comprobaré el fondeo- dijo Esteban El barco parecía bien arraigado y el mar tranquilo poco más necesitaba, aunque desde luego no era un buen fondeo si se levantaba viento duro, era poco profundo y sin abrigo, pero de momento no necesitaba más atención. Por uno minutos quedó a solas esto le daba la ocasión para escudriñar con más detenimiento el barco, aunque su avezado ojo ya le hablaba vida y milagros de su nuevo pupilo los barcos pasaban a ser casi personas para él, si decidía hacerse cargo de alguno, buen barco, según le había explicado Manuel, un Baltic Trader ketch, construido en Dinamarca para alguna pesquería en principio, tan robusto como para pelearse con los hielos de Islandia en invierno o los calamentos de redes cerca de las rocas aflorantes de los fiordos noruegos persiguiendo bacaladas. Luego seria adecentado, comprado en subasta por un particular y usado de morada flotante en algún canal de Amsterdam. Lo que ignoraba era como había terminado en el Mediterráneo y en manos de Manuel, cocinero de buque de línea, como llegaría a saber mas tarde. Tras esta primera toma de contacto decidió mirar hacia el puerto, quizás para ver lo que iba a dejar atrás tras tomar la decisión más arriesgada en lo que llevaba de año. Su rostro, extraña mezcla de melancolía y cierto aire de seguridad y satisfacción por haberse embarcado en lo que podría ser una aventura sin precedentes, experimentó un brusco cambio seguido de la segregación de sudor frío mientras observaba cómo la grúa se llevaba el viejo coche que dejó mal aparcado por las prisas. La rabia se apoderó momentáneamente de su estado de ánimo y no paró de gritar improperios referidos al conductor y su familia durante tres largos minutos. Con el sentimiento de impotencia, característico de estos casos; cogió el móvil, escaso de batería quiso hacer una última llamada digital a tierra. Es evidente que su ex mujer cuando escuchó esa petición de recoger el coche y pagar la pertinente multa, no prolongó la conversación más de lo necesario, permitiendo que la batería de nuestro protagonista mantuviera un nivel de carga suficiente como para hacer, en el futuro, una llamada más, la cual se convertiría en la más importante de su vida. Manuel salió decidido del tambucho arreó unos fuertes mamporrazos a una campana de bronce. - Preparados para zarpar!- gritó con todo el aliento que tenía. - Todo el mundo a cubierta! Y al momento Panxut, Embat y Comodoro se reunieron con ellos. Esteban disimulaba su cojera aunque a cada paso que daba con el pie malo, notaba como si lo hundiera en el fango, por causa de la sangre empapada en los vendajes. - Tenemos una tormenta tropical que se acerca; viene directa hacia aquí. No creo que se convierta en huracán, pero zarpamos inmediatamente porque dudo que el fondeo aguante unos vientos de Beaufort 8 y más allá. En el mar estaremos mas seguros, bueno, por lo menos Siete Mares estará más seguro. - Pero yo no venía con vosotros, yo solo estaba repasando el motor- argumentó Comodoro. - Por el momento no hay elección, el motor del auxiliar no funciona y a remo dudo que alcanzaras la costa. Además nos harán falta todos los brazos que podamos disponer- concluyó Manuel, sin admitir respuesta. - ... y piernas!- pensó Esteban. - Levad el ancla! - Izad la Mayor con un rizo, zarpamos! Sólo se oyó el sordo ruido de la cadena sobre el barbotén y el de la driza de la mayor bajo las poleas. La pesada ancla quedó a pique casi al momento, pendulando bajo la amura. Un último esfuerzo para estibarla junto al bauprés y todo listo para cortar el agua. Esteban ordenó izar el foque. -Dónde está el enrrollador? Preguntó inocente Panxut. -En mi barco,- repuso el armador- mariconadas las justas!. El tono disgustó a todos, pero poco a poco iban a conocer el verdadero carácter del armador. Esteban ordenó la maniobra con precisión milimétrica, izaron el foque y mayor y tomaron rumbo SW. Mientras la tripulación cumplía sus ordenes a la perfección, Esteban aprovechó para bajar a su cabina y ponerse el traje de aguas, la cabina era más bien estrecha y repleta de enseres inservibles, más parecía un cajón de sastre que el camarote del capitán, mientras se cambiaba de ropa para ponerse más cómodo, se observó en un viejo espejo atornillado a la pared, a sus casi cincuenta años aun se conservaba bien, era espigado y de hombros anchos, su cara alargada rematada con un mentón recto y duro, sus ojos grandes color avellana y una profunda cicatriz que nacía en la ceja izquierda y resbalaba por su mejilla hasta perderse entre una barba de varios días, le daban un aspecto entre descuidado e inquietante, se quedó pensativo por unos segundos recordando el porqué de la cicatriz, el sonido de una baliza retumbó en sus oídos devolviéndole a la realidad se embutió rápidamente en su traje de aguas y subió a cubierta cuando el Siete Mares se deslizaba raudo, al través, el arrecife sur. Tan pronto como rebasaron el atolón, bordaron hacia el oeste. Esteban cogió la imponente rueda de madera de roble y sintió la potencia que le transmitía el barco. El mar estaba formándose con una rapidez inusual y el viento aumentaba mientras las nubes negras se desplazaban a gran velocidad unas millas por delante de la proa descargando grandes y oscuras virgas cerca de la costa, Esteban arribó 30º a babor y mandó ajustar las velas recibiendo el viento por la aleta descargando la jarcia de presión, después de todo, parecía que no iba a ser para tanto. El barco se deslizaba por las aguas azules salpicadas de espuma con gran potencia y estabilidad, apenas acusaba el oleaje y se impulsaba a diez nudos con suma facilidad, esas eran las sensaciones que necesitaba, si no fuera porque sudaba, primero pensó que era a causa de recomponer el rumbo con la rueda para acompasar el barco al paso de la ola, después pensó que era a causa del calor y el bochorno provocado por la humedad en el ambiente, hasta que cayó en la cuenta que sudaba, temía, por causa de la fiebre que le producía la herida que se había hecho en el pie, lamentó no haber seguido los consejos de la linda enfermera, pero como iba a descansar pudiendo embarcar en el Siete Mares. Apenas media hora más tarde lo que parecía una tormenta tropical se quedó en un simple chubasco pasajero y Panxut decidió bajar a la sala de máquinas para continuar con los ajustes del motor. Manuel despareció bajo la cubierta para volver a aparecer al cabo de unos minutos, portaba una gran bandeja y sobre ella un precioso atún, tres caracolas y una Langosta, y sonriendo le indicó que ya que todo estaba más calmado se retiraba a sus verdadero dominios: la gran cocina-bodega de a bordo, donde casi con habilidad musical, limpiaría prepararía el rancho del mediodía con lo que durante la noche habían pescado, junto a la bocana. Pronto el gran caldero bulliría al fuego de una antigua estufa. A Manuel, cocinero de buena formación académica, escuela sindical de hostelería en su juventud, no le había resultado difícil entrar a trabajar para una Compañía de Navegación extranjera y embarcar como cocinero en los buques que le fueran asignando cada sucesiva temporada, Liners, Ferrys, Bulk carriers, Roll-Ons ... bien se podía sentir satisfecho de historia culinaria, al fin y a la postre por sus habilidades entre fogones le había llegado el Siete Mares, sonrío, volcándose en el delicioso suquet que estaba preparando. Esteban dio ordenes de virar de nuevo buscando el puerto, el barco aun necesitaba ciertos retoques y avituallarlo para el viaje, el viento había bajado hasta unos perezosos seis nudos y el mar se calmaba por momentos, cedió la rueda a Embat y se dispuso a bajar a la cocina para intercambiar impresiones con Manuel. Bajando la escala topó de frente con una preciosa muchacha que subía veloz hacía cubierta, se quedó mirándola sorprendido, no tendría más de 20 años, era delgada, pero bien formada, iba descalza, vestía unos pantalones ajustados, por debajo de la rodilla, y una camiseta blanca de tirantes que marcaban su sugerente silueta, se giró nerviosa y pudo verle la cara, unos hermosos ojos azules le observaron curiosos y por unos instantes le pareció ver que le sonreía, hasta que dándole la espalda se fue hasta el bauprés donde se sentó observando el horizonte. Manuel que se había asomado hasta la puerta de la cocina, le sonrió, diciéndole. -Es la grumete del barco, se llama Boemia, la conocí hace años, estaba sola y abandonada y desde entonces no se ha separado de mí, aunque nació tierra adentro lleva el mar en la sangre, de pequeña le quitaron la fantasía, la sonrisa, aunque te parezca un poco arisca, sólo necesita un poco de cariño y su parte de océano y brisa. A todo el mundo le fantasea con que es hija de un verdadero pirata- sonrió Manuel- se siente feliz a bordo del Siete Mares y sueña con filibusteros, contrabandistas, bucaneros, pero de momento deberá conformarse con este viejo pirata y con el Siete Mares como Manuel. Le gustaría vivir mil aventuras de tesoros, cañones, banderas y hasta sirenas, disfrutar en secreto de aventuras fantásticas, aunque desde luego no se puede quejar, a su edad ya ha navegado desde Ámsterdam, hasta Italia. Sueña con su particular Ítaca, navegando a solas con hombre guapo, apasionado, pero eso sí- rió a carcajadas- que sepa resolver problemas cotidianos sobre mástiles, molinetes, tormentas...., como verás nada de mediocridades, ni ignorantes, vamos un auténtico pirata de los de antes. Disculpa que no te hubiera hablado de ella antes, pero apenas tuve tiempo. Ah! Aprovecho para decirte que no te sorprendas si ves un viejo loro volar por la cubierta, es suyo, lo que le faltaba, parece la herencia de un viejo bucanero. Mientras escuchaba a Manuel, Embat orzó unos grados a estribor. Un par de horas después estaban todos sentados en la Taberna del Puerto, era su primer viaje y debía invitar a unas rondas a la tripulación., entre ron y ron los tripulantes empezaron a contar sus historias, algunas ciertas otras no tanto, el turno le llegó a Embat, se mesó los cabellos en la evocación, confiando que el poco tinte que le quedaba en su rala cabellera aguantase y contribuyese a esa apariencia algo menor, de edad indefinida de hombre curtido. |
Re: Repositorio de SieteMares
capítulo III
Mientras escuchaba a Manuel, Embat orzó unos grados a estribor, lo que atrajo la atención de Esteban, una vez en cubierta comprobó que necesitaban ceñir algo más so pena de volver dando bordos, y no es que no confiara en la tropa, pero no era el momento de asumir riesgos y con un tiempo tan cambiante prefirió ayudarse del viejo motor y ganar algunos grados en la ceñida, así, pensó, comprobaría si era de fiar. Esteban, empujó pausadamente la maneta del gas al tercio de potencia, esperando escuchar el suave ronroneo de un motor perfectamente ajustado, en su lugar, sus oídos recibieron un bramido asmático acelerado que dio paso a un silencio sepulcral y segundos después la visión esperpéntica de un Panxut humeante se apoderó de la puerta del cuartucho de máquinas. Sus exclamaciones alocadas le recordaron las calles de La Habana. - La tupasión...la tupasión !! – repetía sin cesar. -En los depósitos de gasoil hay mierda de la guerra de Cuba y tanto meneíto la ha puesto en circulación cegando los filtros y la bomba, lo siento jefe. Detrás venia Manuel, despachando ágilmente su abultada humanidad por entre todavía el nada arranchado espacio de la timonera. - ¿ Qué hacemos, patrón, colgar el ancla más grande de la cadena más larga esperando a que clave y nos frene o..? – se calló desafiante. -Entrar a vela, por supuesto - contestó Esteban sin dudar, -es lo mas seguro.- su mandíbula había adquirido mayor dureza y sus ojos expresaban el placer del desafío. -A cubierta !-ordenó seco y decidido,-viramos de bordo, a ver que sabéis hacer. El viento entraba por la amura de babor, era noble y establecido en los 15 nudos, las escotas tensas, las velas hinchadas, el agua se deslizaba por el casco saliendo limpiamente por la popa. Ligeramente escorado enfilaba la bocana con un rumbo estable como marcaba una estela lineal, la tripulación tensa y presta para la maniobra, Manuel no quitaba ojo a Esteban, pero no eran esos ojos los que le inquietaban. Recorrieron la bocana deslizándose por el centro de la misma, las velas tersas y potentes le daban seguridad, el barco respondía a las mil maravillas El ketch penetró en la dársena con toda su elegante majestuosidad. Esteban mandó amollar las escotas al punto del desvente, el Siete Mares reaccionó rápido perdiendo arrancada, al tiempo que Esteban buscaba un atraque que mantuviera el viento paralelo al muelle. Lo encontró en el de acogida, unos buenos 35 metros libres de embarcaciones adosadas, con el viento justo de proa y paralelo al pantalán. Cuando se supo eslora y media por delante del lugar propicio, mando abrir las botavaras de mayor y mesana a la contra y sujetas a brazo a barlovento, frenando al velero como por medio de dos grandes alas de mariposa. Cuando la vía empezó a cambiar atrás, mandó la mayor a crujía y la popa fue pivotando lentamente y acercándose al muelle, adonde prevenido, saltó ágil Embat portando un amarre de spring que hizo rápidamente firme a una bita. Presto, el grueso velero se fue cerrando al muelle llamado por el cabo de spring y empujado por la mesana mantenida contra viento, hasta que quedó inmóvil entre defensas y muelle como un sudoroso caballo oliendo su cuadra. Manuel mientras miraba fijo a Esteban, entre asombrado e incrédulo, no era el único, todos los ojos se posaban sobre él, había ganado una tripulación. Un par de horas después estaban todos sentados en la Taberna del Puerto, era su primer salida juntos y se debía invitar a unas rondas a la tripulación., entre ron y ron los tripulantes empezaron a contar sus historias, algunas ciertas otras no tanto, el turno le llegó a Embat, se mesó los cabellos en la evocación, confiando que el poco tinte que le quedaba en su rala cabellera aguantase y contribuyese a esa apariencia algo menor, de edad indefinida de hombre curtido. Empapado como siempre en olor a salitre y madera y mecido por la suave evocación del ron añejo, recordó su primera vez. Nunca jamás volvería a ser como entonces, entre otras cosas, porque él embarcó en el último buque pirata del mediterráneo. Con apenas doce, !dios estamos hablando de 1938!, y en un carguero de madera matriculado en Malta. Hablaba de Otto Skrienger, valiente hijo de puta! Cuando lo conoció fue tras una aparición fantasmal. Una niebla en noche de mayo, en canal, entre Denia e Ibiza. El buque, el carguero maltes, parecía sacado de una novela de R.L. Stenvenson, y la tripulación, sin duda salía de los peores lupanares de un Mediterráneo de entreguerras. Eso lo sabía con certeza, estuvo presente en el enrolamiento, y su corta edad, y su avispado ingenio, a capones se aprende, le permitían entrar y salir de todos sitios con impunidad. Y sus rizos infantiles enamoraban a las lumis, soñando el hijo que podían haber tenido o que tenían y jamás veían. Duros tiempos para la infancia. La tripulación borracha dormía abotargada, excepto en el camarote del capitán que se oían las risas de Nicola, un joven de 16 años que huyendo de la mancebía cayó, bien por aventura, bien por falsas promesas en barragana del capitán. Él estaba solo en cubierta, aguantando el relente con un capote de lona que le venía grande por todos lados, pero que ni le quitaba el frío ni el miedo. En el barco, ahora pecio frente de la batería de Gibraltar se llamaba DaybyDay, todo crujía y hacía ruido, y corría en cubierta y cámaras aparejos desordenados, rollos de cabos, tal era el desastre de tripulación. Apenas por popa, y dando tan sólo 45 grados, un panal declaraba la existencia de algo. Y por allí tenía que mirar. Y miró. Hasta que de pronto el agua empezó a hervir por popa al tiempo que se le heló la sangre. Sin duda, y a sus justos doce años, venía la muerte en ese monstruo marino, negro, brillante, inmenso, que empezaba a salir a flote. El influjo magnético de pavor hizo todo. Se quedó quieto, mientras un calor en húmedo se apoderaba de su entrepierna. El monstruo no paraba de salir. Era gigantesco y negro, con brillos, y dos ojos vacíos, dos cuencas de ojos vacíos sin vida. Pensó que iba a morir, recordó todas las historias fantasmagóricas que le habían contado para asustarle y... que sin duda eran ciertas. Retrocedió y cayó, no recordaba cuanto tiempo estuvo tirado sobre la cubierta, de la que tan sólo se levantó cuando el monstruo inició un lamento agudo, profundo, interminable, horrible. Desde la cabina, el capitón salió chillando alegremente, y tras unos instantes, se encendieron los focos de popa. Frente a ellos estaba uno de los primero U-Boats, ondeando la insignia nazi. Y sobre su castillo, los ojos azules de su capitán, Ottro Skirenger, valiente hijo de puta, repitió un par de veces entre dientes. Todo se tornó actividad, y los borrachos se despejaron como sólo lo hacen los piratas. Ya habían arriado la chalupa, una monstruosa chalupa de 35 pies. Al timón en ella, su tío, el capitán, - la única maldita herencia de sus padres-, que hacía alegres aspavientos al submarino. Sobre su hombro notó la mano de Nicola, que le miraba con lo que hoy había aprendido que era lascivia, mientras jugaba con la lengua y sus labios, y se apretujaba contra mi capote. Y yo pensaba que buscaba calor. La tripulación del submarino hablaba a gritos que parecían ladridos, - era la primera vez que oía la lengua alemana-, y se movían, frenéticos, pero sin caos. De una escotilla de proa, y halando con un cabestrante que momentos antes hubiera jurado que no estaba, iban subiendo unos tubos enormes y gruesos que trasladaban con exquisito cuidado. No lo sabía, pero estaba viendo los primeros torpedos autopropulsados con variador de profundidad.Sui tío estaba radiante, se le veía dar palmetazos al capitán del submarino, que ponía gesto adusto. La tripulación del DaybyDay, reía a grandes carcajadas. Iban a transportar los torpedos para las tropas del general Franco, o eso creían los alemanes. Su tío, iba a venderlos al mejor postor Así era Embat, nunca sabías si lo que decía era verdad o una más de sus delirantes historias, lo que si era cierto, como llegaría a comprobar sobradamente Esteban, es que tenía la enorme capacidad de encandilar a todos los que sentasen a escucharle, Esteban, le miraba intrigado, se sentía atraído por aquel hombre de edad indefinida, cargado de años y de historias. Panxut interrumpió la escena pidiendo otra botella de ron y Emabt sonreía asintiendo con la cabeza. -Que carajo, no todos los días se atraca a vela, hacía años- remató Emabt. -Amén- añadió Manuel escanciando una nueva ronda- pero esta es la última mañana hay que reparar ese motor, Panxut, no me falles. La Taberna del Puerto, estaba atestada de marineros, humo, risotadas, palabras malsonantes e historias increíbles y en el centro de todo Bohemia, Bohemia y los ojos color avellana de Esteban. Por el callejón que llevaba a la Taberna caminaba vacilante y desgarbado, envuelto en una raída chaqueta, era extremadamente delgado, como la escualida sombra que arrastraba por la pared, al llegar junto a la Taberna, se detuvo. Acerco su cerúleo rostro al sucio cristal de la puerta y fijo sus fríos ojos en Bohemia, segundos después se retiró unos pasos apartándose de la decrepita luz de la bombilla, que vanamente se esforzaba por alumbrar el ilegible cartel de la entrada, y extrajo del bolsillo interior de la chaqueta un reloj de bolsillo. En el reverso, unas iniciales, L.B. |
Re: Repositorio de SieteMares
Capítulo II
El sol casi estaba en su cenit, mientras la tripulación se apremiaba con las labores de ajuste del velero, Panxut revisaba el motor con paciencia infinita y Embat adujaba los cabos con esmero. Le causó buena impresión la ordenada maniobra, de la embarcación, y así se lo hizo saber a Manuel que sonrió satisfecho, al tiempo que le indicaba con un simple gesto que diera un vistazo al sudoeste, donde unos oscuros y tenebrosos nubarrones se estaban estableciendo. - Parece una tormenta tropical, explicó Manuel, pero debemos controlar que no se convierta en un huracán. Voy a bajar al tambucho a mirar el parte y si viene para acá, zarparemos inmediatamente para poner agua de por medio. - Esta bien, por si acaso, comprobaré el fondeo- dijo Esteban El barco parecía bien arraigado y el mar tranquilo poco más necesitaba, aunque desde luego no era un buen fondeo si se levantaba viento duro, era poco profundo y sin abrigo, pero de momento no necesitaba más atención. Por uno minutos quedó a solas esto le daba la ocasión para escudriñar con más detenimiento el barco, aunque su avezado ojo ya le hablaba vida y milagros de su nuevo pupilo los barcos pasaban a ser casi personas para él, si decidía hacerse cargo de alguno, buen barco, según le había explicado Manuel, un Baltic Trader ketch, construido en Dinamarca para alguna pesquería en principio, tan robusto como para pelearse con los hielos de Islandia en invierno o los calamentos de redes cerca de las rocas aflorantes de los fiordos noruegos persiguiendo bacaladas. Luego seria adecentado, comprado en subasta por un particular y usado de morada flotante en algún canal de Amsterdam. Lo que ignoraba era como había terminado en el Mediterráneo y en manos de Manuel, cocinero de buque de línea, como llegaría a saber mas tarde. Tras esta primera toma de contacto decidió mirar hacia el puerto, quizás para ver lo que iba a dejar atrás tras tomar la decisión más arriesgada en lo que llevaba de año. Su rostro, extraña mezcla de melancolía y cierto aire de seguridad y satisfacción por haberse embarcado en lo que podría ser una aventura sin precedentes, experimentó un brusco cambio seguido de la segregación de sudor frío mientras observaba cómo la grúa se llevaba el viejo coche que dejó mal aparcado por las prisas. La rabia se apoderó momentáneamente de su estado de ánimo y no paró de gritar improperios referidos al conductor y su familia durante tres largos minutos. Con el sentimiento de impotencia, característico de estos casos; cogió el móvil, escaso de batería quiso hacer una última llamada digital a tierra. Es evidente que su ex mujer cuando escuchó esa petición de recoger el coche y pagar la pertinente multa, no prolongó la conversación más de lo necesario, permitiendo que la batería de nuestro protagonista mantuviera un nivel de carga suficiente como para hacer, en el futuro, una llamada más, la cual se convertiría en la más importante de su vida. Manuel salió decidido del tambucho arreó unos fuertes mamporrazos a una campana de bronce. - Preparados para zarpar!- gritó con todo el aliento que tenía. - Todo el mundo a cubierta! Y al momento Panxut, Embat y Comodoro se reunieron con ellos. Esteban disimulaba su cojera aunque a cada paso que daba con el pie malo, notaba como si lo hundiera en el fango, por causa de la sangre empapada en los vendajes. - Tenemos una tormenta tropical que se acerca; viene directa hacia aquí. No creo que se convierta en huracán, pero zarpamos inmediatamente porque dudo que el fondeo aguante unos vientos de Beaufort 8 y más allá. En el mar estaremos mas seguros, bueno, por lo menos Siete Mares estará más seguro. - Pero yo no venía con vosotros, yo solo estaba repasando el motor- argumentó Comodoro. - Por el momento no hay elección, el motor del auxiliar no funciona y a remo dudo que alcanzaras la costa. Además nos harán falta todos los brazos que podamos disponer- concluyó Manuel, sin admitir respuesta. - ... y piernas!- pensó Esteban. - Levad el ancla! - Izad la Mayor con un rizo, zarpamos! Sólo se oyó el sordo ruido de la cadena sobre el barbotén y el de la driza de la mayor bajo las poleas. La pesada ancla quedó a pique casi al momento, pendulando bajo la amura. Un último esfuerzo para estibarla junto al bauprés y todo listo para cortar el agua. Esteban ordenó izar el foque. -Dónde está el enrrollador? Preguntó inocente Panxut. -En mi barco,- repuso el armador- mariconadas las justas!. El tono disgustó a todos, pero poco a poco iban a conocer el verdadero carácter del armador. Esteban ordenó la maniobra con precisión milimétrica, izaron el foque y mayor y tomaron rumbo SW. Mientras la tripulación cumplía sus ordenes a la perfección, Esteban aprovechó para bajar a su cabina y ponerse el traje de aguas, la cabina era más bien estrecha y repleta de enseres inservibles, más parecía un cajón de sastre que el camarote del capitán, mientras se cambiaba de ropa para ponerse más cómodo, se observó en un viejo espejo atornillado a la pared, a sus casi cincuenta años aun se conservaba bien, era espigado y de hombros anchos, su cara alargada rematada con un mentón recto y duro, sus ojos grandes color avellana y una profunda cicatriz que nacía en la ceja izquierda y resbalaba por su mejilla hasta perderse entre una barba de varios días, le daban un aspecto entre descuidado e inquietante, se quedó pensativo por unos segundos recordando el porqué de la cicatriz, el sonido de una baliza retumbó en sus oídos devolviéndole a la realidad se embutió rápidamente en su traje de aguas y subió a cubierta cuando el Siete Mares se deslizaba raudo, al través, el arrecife sur. Tan pronto como rebasaron el atolón, bordaron hacia el oeste. Esteban cogió la imponente rueda de madera de roble y sintió la potencia que le transmitía el barco. El mar estaba formándose con una rapidez inusual y el viento aumentaba mientras las nubes negras se desplazaban a gran velocidad unas millas por delante de la proa descargando grandes y oscuras virgas cerca de la costa, Esteban arribó 30º a babor y mandó ajustar las velas recibiendo el viento por la aleta descargando la jarcia de presión, después de todo, parecía que no iba a ser para tanto. El barco se deslizaba por las aguas azules salpicadas de espuma con gran potencia y estabilidad, apenas acusaba el oleaje y se impulsaba a diez nudos con suma facilidad, esas eran las sensaciones que necesitaba, si no fuera porque sudaba, primero pensó que era a causa de recomponer el rumbo con la rueda para acompasar el barco al paso de la ola, después pensó que era a causa del calor y el bochorno provocado por la humedad en el ambiente, hasta que cayó en la cuenta que sudaba, temía, por causa de la fiebre que le producía la herida que se había hecho en el pie, lamentó no haber seguido los consejos de la linda enfermera, pero como iba a descansar pudiendo embarcar en el Siete Mares. Apenas media hora más tarde lo que parecía una tormenta tropical se quedó en un simple chubasco pasajero y Panxut decidió bajar a la sala de máquinas para continuar con los ajustes del motor. Manuel despareció bajo la cubierta para volver a aparecer al cabo de unos minutos, portaba una gran bandeja y sobre ella un precioso atún, tres caracolas y una Langosta, y sonriendo le indicó que ya que todo estaba más calmado se retiraba a sus verdadero dominios: la gran cocina-bodega de a bordo, donde casi con habilidad musical, limpiaría prepararía el rancho del mediodía con lo que durante la noche habían pescado, junto a la bocana. Pronto el gran caldero bulliría al fuego de una antigua estufa. A Manuel, cocinero de buena formación académica, escuela sindical de hostelería en su juventud, no le había resultado difícil entrar a trabajar para una Compañía de Navegación extranjera y embarcar como cocinero en los buques que le fueran asignando cada sucesiva temporada, Liners, Ferrys, Bulk carriers, Roll-Ons ... bien se podía sentir satisfecho de historia culinaria, al fin y a la postre por sus habilidades entre fogones le había llegado el Siete Mares, sonrío, volcándose en el delicioso suquet que estaba preparando. Esteban dio ordenes de virar de nuevo buscando el puerto, el barco aun necesitaba ciertos retoques y avituallarlo para el viaje, el viento había bajado hasta unos perezosos seis nudos y el mar se calmaba por momentos, cedió la rueda a Embat y se dispuso a bajar a la cocina para intercambiar impresiones con Manuel. Bajando la escala topó de frente con una preciosa muchacha que subía veloz hacía cubierta, se quedó mirándola sorprendido, no tendría más de 20 años, era delgada, pero bien formada, iba descalza, vestía unos pantalones ajustados, por debajo de la rodilla, y una camiseta blanca de tirantes que marcaban su sugerente silueta, se giró nerviosa y pudo verle la cara, unos hermosos ojos azules le observaron curiosos y por unos instantes le pareció ver que le sonreía, hasta que dándole la espalda se fue hasta el bauprés donde se sentó observando el horizonte. Manuel que se había asomado hasta la puerta de la cocina, le sonrió, diciéndole. -Es la grumete del barco, se llama Boemia, la conocí hace años, estaba sola y abandonada y desde entonces no se ha separado de mí, aunque nació tierra adentro lleva el mar en la sangre, de pequeña le quitaron la fantasía, la sonrisa, aunque te parezca un poco arisca, sólo necesita un poco de cariño y su parte de océano y brisa. A todo el mundo le fantasea con que es hija de un verdadero pirata- sonrió Manuel- se siente feliz a bordo del Siete Mares y sueña con filibusteros, contrabandistas, bucaneros, pero de momento deberá conformarse con este viejo pirata y con el Siete Mares como Manuel. Le gustaría vivir mil aventuras de tesoros, cañones, banderas y hasta sirenas, disfrutar en secreto de aventuras fantásticas, aunque desde luego no se puede quejar, a su edad ya ha navegado desde Ámsterdam, hasta Italia. Sueña con su particular Ítaca, navegando a solas con hombre guapo, apasionado, pero eso sí- rió a carcajadas- que sepa resolver problemas cotidianos sobre mástiles, molinetes, tormentas...., como verás nada de mediocridades, ni ignorantes, vamos un auténtico pirata de los de antes. Disculpa que no te hubiera hablado de ella antes, pero apenas tuve tiempo. Ah! Aprovecho para decirte que no te sorprendas si ves un viejo loro volar por la cubierta, es suyo, lo que le faltaba, parece la herencia de un viejo bucanero. Mientras escuchaba a Manuel, Embat orzó unos grados a estribor. Un par de horas después estaban todos sentados en la Taberna del Puerto, era su primer viaje y debía invitar a unas rondas a la tripulación., entre ron y ron los tripulantes empezaron a contar sus historias, algunas ciertas otras no tanto, el turno le llegó a Embat, se mesó los cabellos en la evocación, confiando que el poco tinte que le quedaba en su rala cabellera aguantase y contribuyese a esa apariencia algo menor, de edad indefinida de hombre curtido. |
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Cita:
Poco a poco le vamos dando forma, de aqui una película :cid5: :cid5: :brindis: |
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Capítulo IV
El sol le taladraba los ojos, la noche había sido más larga de lo debido, pensó asomando la cabeza por el tambucho. En el muelle, Panxut y Embat discutían con Manuel sobre las vitaullas a cargar. |
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:cid5: :cid5: :cid5: :cid5: :cid5: :cid5: :tequiero:
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Re: Repositorio de SieteMares
Capítulo IV
El sol le taladraba los ojos, la noche había sido más larga de lo debido, pensó asomando la cabeza por el tambucho. En el muelle, Panxut y Embat discutían con Manuel sobre las vitaullas a cargar, junto al bauprés Bohemia les observaba divertida. Debían ser las nueve de la mañana, nada que hacer sin un café bien cargado. Estaba a punto de apurar la segunda taza cuando apareció Manuel en la cocina, detrás de él se oía rezongar a Panxut quejándose sobre el estado del motor. - ¿ Qué tal esa resaca? - preguntó Manuel - ayer nos pasamos con el ron. - He tenido días mejores- respondió Esteban. - Anoche te acostaste cargadito de ron y de fiebre- aclaró Manuel sirviéndose una taza de café. - No me acuerdo de nada y de la fiebre menos- dijo Esteban recostándose. - Bohemia te dio un remedio casero y no se apartó de tí hasta que no se te bajó- asentía Manuel mientras Bohemia desde la entrada del tambucho miraba sonriente. Esteban, mirando a Bohemia le hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza y la muchacha de un saltó se escondió en el entrepuente. - Bueno Manuel creo que ya es hora de que me cuentes cuales son tus planes- inquirió Esteban. - Por supuesto patrón, por supuesto - dijo Manuel aspirando profundamente de su vieja pipa recien encendida- ¿ Has oido hablar del Santa Fé?. |
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