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Antiguo 24-11-2006, 11:28
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malamar malamar esta desconectado
PILOTO
 
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Predeterminado Re: Hilo para hacer sociales y ser agradable

Como el Tiempo lo pintan Bastos este finde para sacar el trasero al agua
aprovechare este cajon de sastre de mi ya amigo Nave para poneros un cuentito que leer,,es totalmente OT..pero muy "social"


Malamar :
este cuento no es mio, es un manuscrito ajeno escrito
por su todavia actual pareja, que no se ha publicado.
Os lo someto a lectura, a pesarde su extension, sabreis perdonarme
Ella existe y es tal cual en la realidad, y no murio en esa ocasion,
claro, es licencia literaria,
Yo la conoci en un Foro generalista peruano, alguien me insistio acercarme a

ella. nunca se lo agradeceré bastante desde entonces es mi amiga, la

adoro...todo un lujo de persona.
Dios la bendiga.

NOEMIA
No sé cuantas veces la vi morir. Y mi primer pensamiento, cada vez, era ¿y ahora

qué? Duraba hasta su primera sonrisa, hasta su nuevo despertar.
Misha, la gata negra, solía subirse a su cuerpo. Noemia, condenada casi

definitivamente a la inmovilidad, sonreía en una cama coqueta, llena de
adornos, almohadas, peluches. En mi recurrente visión de su muerte, Misha

ronroneaba, esperando una caricia que Noemia ya no podía darle. Pero no: los

gatos no trepan sobre los muertos.
Casi todas las noches, antes de entrar al dormitorio común, aparecía esa

imagen: Noemia en la misma postura, en la misma inmovilidad, pero sin esa
extraña chispa llamada vida. Esa chispa que Shakespeare llamó sonido y furia, a

la que sin embargo uno se aferra como homo ludicus que en el fondo es. Uno

vive porque es jugador y siempre cabe una apuesta más. Hasta que lo arrojan

del casino o coge un revólver.
Para entonces, la desesperación imaginada había quedado atrás: se había

instalado un horror tranquilo, casi acariciador. Atrás quedaban, con el dolor más

agudo, los paseos cerca al mar, las películas a discutir en el café, los libros, la

diversión por computadora. Con los proyectos habían muerto las decepciones; el

adiós a las risas era también el fin de las lágrimas.
La anunciada peste negra de la muerte había barrido también todas las

nostalgias, porque en nuestras conversaciones en el tibio dormitorio los

recuerdos ya no eran nuestros: pertenecían a la peste que lo inundaba todo.
Conocí a Noemia en un banco: fue motivo para posteriores carcajadas.
Hacíamos cola para cobrar sendos cheques. Inicié una conversación poco

original sobre la lentitud detrás de las ventanillas, estimulado por el cabello
largo y negro y los labios color naranja de Noemia. Ella sonreía y respondía poco,

pero me di cuenta de que comprendía hasta ciertas alusiones más bien
cultistas a las que, como siempre, me aventuré tras algunos momentos. Tras la

bella apariencia había una mente divertida y ágil que captaba alusiones
literarias que hacían sospechar una silenciosa Alejandra de Sabato tras esa

fachada de hotel cinco estrellas: ¿por qué uno siempre se sorprende de la

inteligencia de una mujer hermosa? Es parte del largo catálogo de prejuicios que

nos adorna. Esa mente divertida y ágil, sin embargo, ya estaba amenazada por

los primeros, sutiles ataques de la enfermedad.
Cuatro años de loca diversión comenzaban. Dejamos a nuestras respectivas

parejas, la mía formal, la de ella informal, no sin ciertos sentimientos de culpa

ahogados por el irrefrenable egoísmo de lo que las artes
y artesanías literarias llaman pasión. Tras quince días de hostales decidimos

convivir. Comentario de Noemia: nos ha dado fuerte. Pensamiento mío:
¿cuánto durará? Por algo yo tenía 46 años y ella 22. Afortunadamente pudimos

alquilar un minidepartamento con una cocinita en la que ella logró arruinar varias

comidas.
Estábamos cerca de la avenida Larco y las noches brillaban para nosotros, con

grasientas hamburguesas y galerías de pintura que nos permitían despotricar

contra los expositores y contra el público. Comíamos donde Luigi cafés en el

Haití, juventud dorada a deshoras, inconcientes parásitos de la
realidad nacional y de una globalización, postergadas en nuestra permanente

excitación. Nos deseábamos con sutileza pero también con violencia, armados
de una ternura obscena. La pareja de ella, un muchacho sano y simpático, tuvo

el buen gusto de desaparecer sin crear mayores problemas, aunque exhalando

algunas frases de comprensible despecho. Si habló de “ese viejo”, como

sospechoso, Noemia no me lo dijo. En cuanto a mi esposa, cierto triste pudor me

impide mencionar la batalla que aún continúa y, me imagino, no terminará tan

pronto. Por suerte, estoy en condiciones de comprar su relativo silencio. Silencio

que también desaparecerá, con todos los demás privilegios, cuando se asiente

la bruma final.
Si hasta ahora he dejado la impresión de una relación plena de solemnidad

erótica, de apasionamiento porno/rosa, debo corregirla por fidelidad a ambos, a

nuestra verdad sin futuro, como todas. Reíamos, como
cuando Noemia citaba hallazgos de Kundera: más que los hombres guapos, a

las mujeres les fascinan los hombres amados por mujeres guapas; o como esa

escena protoorgiástica en la que una mujer acepta (¡acepta!) hacer el amor con

dos hombres y, para comenzar, los tres se contemplan desnudos en un gran

espejo: ambos hombres miran el cuerpo de la mujer, pero la mujer se mira a sí
misma. Aprendí mucho de psicología femenina con Noemia, y sobre esa
perpetua, sorda competencia entre las mujeres que desespera a las feministas.
La cotidianeidad, la privacidad, el mundo de la política y el no menos
salvaje de la llamada cultura, eran objeto de un escepticismo compartido que a
menudo derivaba en el tan calumniado cinismo, último y clandestino refugio de

los románticos cuando finalmente se resignan a ver el mundo tal cual es. En
algún momento llegamos a proyectar el Movimiento Cínico Internacional (la

quinta o sexta Internacional), con claras raíces existencialistas aunque también
con múltiples aportes griegos, franceses y alemanes. Sólo nos reíamos cuando

nos dolía. “Esto”, decía Noemia, “no lo entenderán las gentes serias, de

izquierda o de derecha. Sólo los extremistas de centro como nosotros.”
En verdad, fue un amor divertido durante esos cuatro años: no sé qué puedan

decir los sexólogos acerca del humor y la sexualidad. Con nosotros funcionó:

ninguna tristeza postcoitum, doctor, introversión alguna, ninguna mirada a la

mirada, ningún delirante orgasmo que no pudiera resolverse finalmente en una

gran carcajada de mutuo reconocimiento, de pacífica aceptación, de sublevación

contra el consabido absurdo. Esa era su perfección, y no una ausencia de

peleas (que las tuvimos, y fuertes) ni una especie de solemne metafísica de los

cuerpos. La trascendencia la llevábamos dentro. El más allá, la inmortalidad,

estaban incorporadas, en el auténtico sentido de esta
palabra: el espíritu era absorbido por la materia; teníamos chispas de pura

energía deambulando de neurona en neurona.
Pero había otras fuerzas haciendo el mismo recorrido, fuerzas a las que no voy a

honrar detallándolas como si tuvieran la misma categoría moral. El mal existe,

vaya si lo descubrí entonces y ratifiqué más tarde: no, no es
solamente una ausencia de bien. El mal existe, tiene un cuerpo y tiene un alma, y

además controla buena parte del universo. Nos deja apenas un resquicio, una

mínima brecha que al fin de cuentas siempre será cerrada, pero
que tenemos que intentar franquear aunque sólo sea para decirle al

todopoderoso mal: aquí estamos, somos posibles, no eres único en ese mundo

que una y otra vez te apropias. Y: cuando quede un solo hombre vivo, una sola

flor imponiendo colores a la oscuridad, un solo bicho arrastrando su inutilidad

bajo las galaxias, mi memoria vivirá en la tuya, mal, jodiendo tu triunfo,

amargando tu victoria.
Dije que esto duró cuatro años: el tiempo que falta, que no he reseñado todavía,

no es solamente el de la enfermedad. Víctima de una niñez y de una

adolescencia retraídas y autoagresivas, Noemia desarrolló, dentro de la relativa

calma de nuestra relación y -quién sabe -dentro de los parámetros de su

enfermedad o de la terapia que ésta requería, una nueva adolescencia, un ansia

de vivir en rebeldía, de agredir al mundo, de descubrir la nada y el absurdo en

todo, salvo en su extrañamente abierta sexualidad.
__________________
..la lontananza sai
é come il vento
che fa dimenticare chi non s'ama..
spegne i fuochi piccoli,
ma accende quelli grandi


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