
El verdadero gran problema de vivir en un barco es que la enfermedad -una simple gripe- o un percance físico te confinen o limiten, aun cuando sea solo temporalmente.
No podemos olvidar que el tiempo juega en nuestra contra.
El día 17 del mes pasado, en una travesía a Mallorca, cerca de Pollensa, mientras estaba a pie de palo rizando mayor, el "timonel" confundió aproar con arribar. El barco se atravesó a la ola con el correspondiente e inesperado bandazo. Resultado, una costilla rota y los ligamentos internos de la rodilla derecha hechos polvo.
Renuncio, por vergüenza ajena, a relatar mis desventuras.
Apenas podía respirar sin sentir un vivísimo dolor y arrastraba penosamente la pierna.
Mientras regresábamos a motor a Palamós, tirado en la bañera y rezando para que no fallara el piloto automático, pensaba en lo que sería estar enfermo y confinado en los estrechos límites de un velero.
Cuesta imaginar lo que serían las dos semanas de reposo, casi absoluto, que he tenido que guardar, encerrado en un angosto camarote, ni en el infierno de subir a cubierta, ni tampoco en lo que sería mi aseo personal haciendo contorsiones en un minúsculo baño....a la pata coja y con una costilla rota.
Experiencia temporal,... ¡si!, como modo de vida permanente y como diría una buena amiga cubana -!ni muerto!-.
