Vendimiar los racimos en otoño, descorchar la botella: en el vino hay muchas manos en juego.
Las manos están como dibujadas. Dibujadas por el duro trabajo en el viñedo. En sus innumerables surcos, arrugas y pequeñas heridas provocadas por herramientas, sarmientos y raices.
Las manos son paisajes de la memoria. Revelan a las personas. Porque el lenguaje del cuerpo generalmente es más fiable que la palabra. Y las manos de los vinicultores nos dicen con asombrosa precisión qué relación tienen los hombres con sus vinos, si arriman el hombro personalmente en el viñedo y la bodega o si tienen más que ver con teléfonos, bolígrafos, copas y sacacorchos, es decir, con la dirección, filosofía y, en última instancia, si son los responsables del éxito comercial.
Sin querer presumir de nada, excepto de querer mucho a esta tierra, se valora más el vino cuando conoces el trabajo y entonces, bebes el vino con más respeto. La tierra es algo valioso que vale la pena cuidar. Manos que hablan.
Los callos se me irán en cuatro días contados, al fin y al cabo voy solo unos días para "recoger" la tradición de mi ama un año más.
