Yo tampoco quería intervenir. Las opiniones basadas en emulsionar cosas extraídas de aquí y de allá, aderezadas de prejuicios, con la predisposición a entender lo que ni siquiera se está dispuesto a cuestionar resultan cansinas, ridículas, aburridas. Hay demasiadas. Miles de millones. La empanada mental se abre paso en Internet a toda fuerza avante. Y se acaban por entender muchas cosas.
No sé qué procesos de control de calidad se siguen en astilleros de otros países. Pero puedo asegurar que aquí no se entrega un cordón de soldadura sin haber pasado antes por una inspección. De la Sociedad de Clasificación y del cliente. Y así ha sido en este caso, solo que elevado a la enésima potencia por tratarse del cliente que se trataba. En los astilleros, los clientes son implacables porque los defectos se traducen en dinero deducido del precio final. Los noruegos son despiadados en eso. Controlan, miden y exigen certificados hasta para la temperatura de la soldadura con estaño. No se entrega nada que no haya pasado satisfactoriamente las correspondientes pruebas. Y si por algún imponderable no fuese así, el defecto queda documentado y, por supuesto, deducido. Pero ni de coña se juega con parámetros tan críticos – y que dependan del astillero (si el radar o el POD casca “per se”, los trámites van por otro lado) - como la estanqueidad de espacios, cálculos estructurales, estabilidad, seguridad o imposiciones contractuales (maniobrabilidad, etc). Cuando el barco se entrega, todo eso ha sido comprobado, certificado o medido. Por partida doble.
Pero todo eso no sale en los periódicos. Son rollos que no interesan a nadie y, desde luego, no generan animosidad. No venden. No incitan al rencor, al cainismo ni alimentan traumas larvados. Es mejor sugerir sobreentendidos, sembrar mierda. Ya habrá quien la recoja.
Salud,
