Mi puerto es muy estacional, vamos, que solo tiene exceso de aforo en verano. Mes y medio a lo sumo. Los locales formamos una especie de hermandad en la que todos nos ayudamos con naturalidad. Los que aparecen en pleno estío —al menos una gran parte—, ejercen el distingo social aunque sea subiéndose a un botecito de madera. El término “pijo”, sin ofender a nadie, en todo su esplendor. Se quejan de tonterías como la clientela de las motos de agua, por poner un ejemplo, y no se preocupan del estado de las instalaciones por las que pagan. Saludar, nada o lo justo. Son sus vacaciones, su reino. Los demás formamos parte del paisaje. Vamos, que no ven nada más allá del ala de su sombrerito. A veces me arrepiento de recoger un toldo o tensar la amarra que les une a este mundo durante un temporal de invierno, pero me pierde la costumbre de hacerlo.
Respecto a si hay cortesía o no en esta Taberna, yo percibo un desgaste de los protocolos más debido al concepto en sí del foro que a una supuesta mala educación de los recién llegados. Falta profundidad en muchas intervenciones y sobran reiteraciones. Hay cofrades que no se molestan en comprobar si un hilo sobre un asunto determinado ya está abierto. Otros ni siquiera leen lo escrito antes de participar. Para qué hacerlo si su opinión es la mejor. El resultado de tanto amor propio es que la información valiosa se dispersa. Como apunta un cofrade, hay gente que contesta a todo porque sí. La sensación de que los galones son la suma de mensajes y no de la experiencia, merma el interés. En foros ingleses y franceses, la gente responde de forma concreta y nadie se va por las ramas. No hay tanta actividad en la página, pero la calidad del contenido compensa.
Muchos tenemos la sensación de que la Taberna tuvo épocas mejores. El tiempo pasa y los barcos cambian de manos y se renueva todo, pero, salvo hilos muy especializados y técnicos, la enjundia de bastantes contribuciones deja mucho que desear. Da pereza contestar a algo que ya ha sido respondido docenas de veces. Al menos es lo que me sucede a mí, probablemente porque cumplo años y el rencor generacional me puede. Ley de vida que hay que celebrar, mientras podamos, con unas birras de domingo.
