Este verano contaban por allí de uno que se largó del puerto dejando sueltos a siete y encima muerto de risa. Todavía están con las ganas de volver a verlo para darle una visión directa de cómo se pone de mariscos la quilla, a poco que la dejes sin rascar.
Es bastante habitual por allí no llevar los cabos a tierra, sino a las bitas del que llegó justo antes y luego pasa lo que pasa.
