Dicen que esa inexplicable atracción que sentimos es porque nos gusta el medio acuático al recordarnos, sin saberlo, a cuando estabamos dentro del vientre de nuestras madres. Nosotros antes de nacer flotabamos en el liquido y bañarnos en el mar es como volver a recordar cuando aun no habiamos ni nacido.
No sé si tendrá explicación lógica o certera pero yo no recuerdo desde cuando me gusta el mar. Al leer a Orinoco recuerdo como siempre he disfrutado al sentarme en la arena de la playa para contemplar el horizonte, y supongo que ahora al poder navegar, era más fácil que me sintiera aún más atraida por el mar.
Este verano me hizo mucha gracia un nene pequeñito que había en una zodiac en una de las calas de Menorca. Era un bebe casi, no tendría más de un año, poco más, aún iba con los pañales, que entre el paquete de dodotis y el chaleco salvavidas solo se le veia la cabeza al pobre. Bueno, lo que me hizo tanta gracia no fué eso, es que tenían que sujetarlo de los pañeles porque el niño se iba de cabeza a tocar el agua. Con los ojos abiertos como platos y la boca igual de sorprendida el criajo se lanzaba una y otra vez a tocar el agua, a querer cogerla, atraparla. Y la madre no cesaba de agarrarle los pañales y meterlo para adentro, hasta que lo dejaron medio colgado, bien sujeto por la borda porque el crío no paraba de querer el contacto con el agua. Supongo que esos colores del mar, tan turquesas y tan limpios, si a mi me habían hipnotizado era más que lógico que a él tambien.
Si algún día le preguntaran a ese niño, hecho ya hombre, cuando comenzó su amor por el mar espero que sus padres siempre le recuerden ese momento, porque allí nació un amor, eso lo tengo claro
