Re: Colón, la estima y esas cosas que tanto nos gustan
Con estas palabras movió los corazones de los enflaquecidos ánimos de los que allí iban, a alguna vergüenza, en especial a los tres hermanos capitanes pilotos que he dicho; e acordaron de hacer lo que les mandaba, y de navegar aquellos tres días, e no más, con determinación y acuerdo que en fin dellos darían la vuelta a España, si tierra no viesen. Y esto era lo que ellos tenían por más cierto; porque ninguno había entre ellos que pensase que en aquel paralelo e camino que hacían se había de hallar tierra alguna. E dijeron a Colom que aquellos tres días que él tomaba de término e les asignaba, le seguirían; pero no una hora más, porque creían que ninguna cosa de cuantas les decía había de ser cierta; y en una conformidad todos, rehusaban pasar adelante, diciendo que no querían morir a sabiendas, y que el bastimento y agua que tenían no podía bastar para tornarlos a España sin mucho peligro, por bien que se reglasen en el comer e beber.
Y como los corazones que temen, ninguna cosa sospechan que pueda aflojar sus fatigas, en espeçial en ejercicio de navegación y semejante, ningún momento cesaban en su murmurar, amenazando a su principal capitán e guía. Ni él tampoco reposaba ni cesaba un punto de confortar e animar a todos a la prosecución de su camino; e cuanto más turbados los vía, más alegre semblante él mostraba, esforzándolos e ayudándolos a desechar su temerosa turbación. E aquel mesmo día que el almirante Colom estas palabras dijo, conosçió realmente que estaba cerca de tierra, en semblante de los celajes de los cielos; e amonestó a los pilotos que, si por caso las carabelas se apartasen, por algún caso fortuito, la una de la otra, que pasado aquel trance corriesen hacia la parte o viento que les ordenó, para tornar a reducirse en su conserva. E como sobrevino la noche, mandó apocar las velas y que corriesen con solos los trinquetes bajos; e andando así, un marinero de los que iban en la capitana, natural de Lepe, dijo: "¡Lumbre!... ¡Tierra!..." E luego un criado de Colom, llamado Salcedo, replicó diciendo: "Eso ya lo ha dicho el Almirante, mi señor"; y encontinente Colom dijo: "Rato ha que yo lo he dicho y he visto aquella lumbre que está en tierra." Y así fué: que un jueves, a las dos horas después de medianoche, llamó el Almirante a un hidalgo dicho Escobedo, repostero de estrados del Rey Católico, y le dijo que veía lumbre. Y otro día de mañana, en esclaresciendo, y a la hora que el día antes había dicho Colom, desde la nao capitana se vido la isla que los indios llaman Guanàhaní, de la parte de la Trotamontana o Norte. Y el que vido primero la tierra, cuando ya fué de día, se llamaba Rodrigo de Triana, a once días de octubre del año ya dicho de mill e cuatrocientos y noventa y dos.
Y de haber salido tan verdadero el almirante en ver la tierra en el tiempo que había dicho, se tuvo más sospecha que él estaba certificado del piloto que se dijo que murió en su casa, segund se tocó de suso. Y también podría ser que, viendo determinados a cuantos con él iban para se tornar, dijese que si en tres días no viesen la tierra se volviesen, confiando que Dios se la enseñaría en aquel término que les daba para no perder trabajo e tiempo.
Tornando a la historia, aquella isla que se vido primero, segund he dicho, es una de las islas que dicen de los Lucayos. Y aquel marinero que dijo primero que veía lumbre en tierra, tornado después en España, porque no se le dieron las albricias, despechado de aquesto, se pasó en Africa y renegó de la fe. Este hombre, segund yo oí decir a Vicente Yáñez Pinzón y a Hernán Pérez Mateos, que se hallaron en este primero descubrimiento, era de Lepe, como he dicho.
Así como el Almirante vido la tierra, hincado de rodillas e saltándosele las lágrimas de los ojos del extremado placer que sentía, comenzó a decir con Ambrosio y Augustino: Te Deum laudamus, Te Dominum confitemur, etc.: y así, dando graçias a Nuestro Señor con todos los que con él iban, fué inextimable el gozo que los unos y los otros hacían. Tomábanle unos en brazos, otros le besaban las manos, e otros le demandaban perdón de la poca constancia que habían mostrado. Algunos le pedían mercedes e se ofrescían por suyos. En fin, era tamaña la leticia e regocijo, que, abrazándose unos con otros, no se conoscían con el placer de su buena andanza. Lo cual yo creo bien, porque, sabiendo como sabemos los que agora vienen de España, e los que de acá vuelven allá, que el viaje e camino es seguro y cierto, no tiene comparación otro placer con el que resciben los que ha días que navegan, cuando ven la tierra. Ved qué tal sería el de los que en tan dubdosa jornada se hallaron, viéndose certificados y seguros de su descanso.
Pero habéis de saber que, por el contrario dicen algunos lo que aquí se ha dicho de la constançia de Colom: que aun afirman que él se tornara de su voluntad del camino y no lo concluyese, si estos hermanos Pinzones no le hicieran ir adelante; e diré más: que por causa dellos se hizo el descubrimiento, e que Colom ya çiaba y quería dar la vuelta. Esto será mejor remitirlo a un largo proceso que hay entre el Almirante y el fiscal real, donde a pro e contra hay muchas cosas alegadas, en lo cual yo no me entremeto; porque, como sean cosas de justicia, y por ella se han de decidir, quédense para el fin que tuvieren. Pero yo he dicho en lo uno y en lo otro ambas las opiniones: el letor tome la que más le ditare su buen juicio.
Tardóse el Almirante en llegar desde las islas de Canaria hasta ver la primera tierra que he dicho, treinte e tres días; pero él llegó a estas islas, primeras que vido, en el mes de octubre del año de mill e cuatrocientos e noventa y dos años.
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Salut
Historia general y natural de las Indias: (1535)
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés
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