Durante el verano mientras navego, voy tomando notas de aquellas cosas que se podrían mejorar en el barco y de las que no me gustan por desgaste, corrosión o fallos. Cuando el invierno aprieta y estoy seguro que ya no la pasaré tan bien navegando, saco el barco del agua (por suerte dispongo de espacio en mi casa para tenerlo conmigo) y procedo a restaurar, pintar, lijar, etc según sean las prioridades. Luego, sumo lo que me ahorré en amarra y le resto a ese monto el precio del transporte tanto de ida cómo de vuelta (170 Kms hasta su puerto) Normalmente salgo beneficiado (de haber dejado el barco en puerto hubiera gastado más) y entonces,con ese sobrante imaginario, le hago un regalito al barco.
Hacerle brico en el interior, cuando la temperatura afuera marca -2º suele ser tan relajante, como navegar en él.
Poder mirar al "pequeño" (23 pies)por la ventana de la cocina mientras desayuno en invierno, sabiéndolo libre de todo mal, es un ritual imprescindible para comenzar el día con el mejor de los ánimos
Del mantenimiento de barcos que transitan por agua salada (no es el caso del mio) te hablarán con mejores fundamentos otros cofrades. Yo sólo he querido mostrarte esa suerte de simbiosis que existe entre un barco y su patrón.
Te invito con éstas
y te envío un afectuoso saludo!!