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Corsario
 
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Predeterminado El barco como complemento amatorio. (San Valentín +1)

Lucía la primavera de 2004 cuando me compré el Cap de Tro. Como es de imaginar, dada mi afición por la cocina y ya que el Cap de Tro es considerado por mi mujer como un capricho personal mío, pronto me sentí obligado a equipar al barco con cierto ajuar, por lo que me encaminé yo solo a la sección Hogar de El Norte Inglés para avituallar enseres su cocina.
Recuerdo como deambulaba por los pasillos del almacén, sosteniendo una lista en mi mano y como iba apilando los diferentes elementos de la lista a medida que seleccionaba los respectivos artículos; mientras en un rincón de la sala, dos dependientas charlaban animosamente entre ellas:

2 sartenes
1 olla
1 cazuela
1 cazo
3 cuchillos cocina
mortero
abrelatas
sacacorchos
escurridor
paella...

No veía las paellas por ninguna parte por lo que me dirigí a las dependientas para preguntarles.

-Ando buscando una paella ...?
-Para? - preguntó la mas alta de las dos con un ligero tono de descaro que me turbó por unos instantes.
-... pues para arroz, no?
-Para cuantos?- matizó con cierta socarronería, mientras cruzaba con su compañera una sonrisa cómplice.
-para cuatro.
-Sígame - y me guió con maestría por los pasillos hasta pararse en un rincón repleto de paellas de todas las medidas.
-Puedo ayudarte en algo mas? - Esto ya no era una pregunta, era una declaración de guerra. La chica había esperado a distanciarse de su compañera para usar su tono de voz más insinuante, y por si quedaba alguna duda había pasado a tutearme.

No entendía lo que estaba ocurriendo, nunca he sido del tipo que triunfa con las chicas y menos iba a serlo cumplidos los cuarenta Tal vez mi altura y mi complexión ligeramente atlética me había ayudado a ligar alguna vez, pero siempre había tenido que currármelo. Y ahora por arte de magia, la transparencia que había adquirido para con el sexo opuesto a lo largo de los últimos años se había desvanecido.
Miré absurdamente a mi alrededor buscando una cámara oculta que de estar oculta no hubiera encontrado y me dirigí a la señorita, que por cierto me parecía más y más maravillosa por momentos, con todo el aplomo que pude aunar.

-Nos conocemos?- inquirí.
Sonrió a modo de respuesta mientras negaba con la cabeza y –estoy seguro de ello- sus ojos brillaban como pudieran haber brillado los míos frente al menú degustación de Ferrán Adrià.
Aun con la paella entre nosotros, a modo de calzoncillos de castidad, pues afortunadamente disimulaba –con creces- una inesperada erección, levanté la vista lentamente. Repasándola de abajo a arriba sin pudor, como quien a punto de adquirir una obra de arte la escruta, valorándola y admirándola.
Debía rondar los treinta años, calculé. Tal vez treinta y cinco. La manga corta de la blusa del uniforme, dejaba entrever unos brazos bien contorneados probablemente por alguna de las disciplinas de un gimnasio. No me pasó desapercibido que habría aprovechado algún momento de distracción para desabrocharse otro de los botones del escote de esa blusa y que se me permitía saborear una vista exclusiva a sus sujetadores de fondo negro con flores de colores. Debo confesar que para cuando llegué a su cabeza, ya no me importaban sus rasgos. Poco me hubiera molestado que sus grandes ojos fueran pequeños o que sus carnosos labios fueran…

Se estaba mordiendo el labio inferior! Esto no era posible, estas cosas no ocurren!

No era posible que aquella mujer estuviera libre y intentando ligar en medio de los almacenes. Estaba seguro que ese portento tenía que haberse casado, probablemente tendría hijos, y en todo caso tal vez se habría separado recientemente, y yo…
Claro! me había tomado por otro separado. Por un recién separado. Quién sino acude a unos grandes almacenes a adquirir todo el equipo completo de una cocina. Solo los que de la noche a la mañana se encuentran abandonando su piso, con todos sus pertrechos, a manos de su ex y tienen que empezar de nuevo en otro piso de alquiler. Ahora comprendía la mirada de depredador de la chica.

Desengañarla no era fácil. No podía abordarla con una excusa pueril como contarle que estaba casado porque esto era adelantarme a los acontecimientos, sin duda había acertado con mi diagnóstico, pero no dejaba de ser una conjetura. Por otra parte era una pena desaprovechar una ocasión como aquella de verme rejuvenecer unos cuantos años.

Mientras fumaba uno de los pocos cigarrillos que me permito a lo largo del año, mi mujer me preguntó a que se debía tanta fogosidad y le conté la historia. La divirtió pero no se rió en absoluto. Un rato más tarde repetimos nuestras hazañas y puse la cuota de cigarrillos en números rojos, entonces hizo un comentario acerca de si me gustaría irme a vivir a mi barco y nos reímos jocosamente y cuando acabé este cigarrillo sorprendentemente volvimos a comenzar.

pim
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Siempre llevo un fino sedal, con un anzuelo y un señuelo en el bolsillo, para cuando llegue mi hora, y me halle navegando, con Caronte hacia el otro lado del río, aprovechar para hacer curri; pues no hay duda que daré mejor impresión, de presentarse ante el portero con unos buenos peces recién pescados como ofrenda.

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