Discusión: Os propongo un juego
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Predeterminado Re: Os propongo un juego

Deslizaba los pies con parsimonia por el pantalán, arrastrando tras de sí su viejo petate cargado con las pocas pertenencias que necesitaba, un traje de aguas parcheado, un par de jerseys, ropa interior, una navaja multiusos, un viejo compás de marcaciones y poco más.

Todavía faltaban dos horas para amanecer y la niebla cubría el puerto emboscando el eco de la baliza del arrecife sur.

Los barcos, perfectamente alineados, dormitaban movidos perezosamente por las aguas, empapados por la humedad, hacía frío, desde luego no parecía un buen día para enrolarse en un velero del que no conocía más que su nombre, Siete Mares.
Cuando pensaba en el Siete Mares, veía ante todo un dibujo: El barco
de....*" y, sin darse cuenta va del dibujo al orginal.
Delante del Siete Mares comprende que la realidad es como una sucesión virtual de dibujos imaginarios, una línea suelta, rápida como la esfinge de una mujer
Las sombras de la noche rodean el barco, parecen líneas inmóviles que aguardan la mano del dibujante.
Le gusta llegar sin prisas, esperar a que amanezca y tranquilamente, sin despertar sus pensamientos medio dormidos, fumar pausadamente.
Con la vista clavada en el tupido horizonte, y a la espera de ver asomar allí las velas del Siete Mares, que tenía que recalar para embarcarlo, no cayó en aquel maldito clavo, que con el vaivén de las olas se había ido soltando del pantalán.
Lleno de herrumbre por todos lados, debía medir como poco unos siete centímetros, y en su parsimonioso y meditabunto arrastrar de pies, penetró, como lo hacen las malas ideas en la imaginación de la gente perversa, en su pie desnudo dejando entrever sus huesos y tiñendo rápidamente de rojo el suelo del pantalán.

El dolor era insoportable, se volvió hacia la salida del puerto, donde dejára estacionado su viejo coche; como pudo lo puso en marcha y se dirigio rápidamente al hospital mas cercano...
" Para un viejo pellejo como tu esto va a ser poca cosa- le espeto el ATS mientras intentaba camuflar el tamaño real de la jeringuilla que se proponia administrarle como prevencion antitetanica.
El se sonrio ante la estratagema del facultativo, totamente superflua para con ese viejo cuerpo suyo, verdadera antologia de desgarros y malos tajos acumulados en mil peleas de taberna portuaria requiriendo los favores de las bellas del lugar, cuando no mas prosaicamente haciendo de escudo a la averia de aparejo, si de improviso surgia a reclamar la vida del que se arriesga a traves del mar embravecido.

Con un dolor insoportable tras el pinchazo de la joven enfermera, regresó caminado torpemente hacia su coche, maldiciendose por no haber estado pendiente de ese maldito clavo oxidado. A pesar del dolor decidió que eso no le fastidiaría sus jornadas de navegación a bordo del Siete Mares.

Ya era tarde, había quedado con Manuel, el armador del Siete Mares a las ocho de la mañana pero el incidente lo había retrasado. Eran las nueve de la mañana, debía darse prisa si no quería quedarse en tierra. Arrancó y puso rumbo al puerto, deseando con todas sus fuerzas encontrar todavía amarrado aquel barco con el que tanto tiempo había soñado.

Casi derrapando, freno el coche en el estacionamiento del puerto, corrio, con dificultad, hacia el pantalán, donde debía encontrarse con Manuel y el soñado, Siete Mares. Finalmente lo encontró meciendose suavemente con la brisa y el oleaje, a bordo el sonriente Manuel, armador del Siete Mares.

El Siete Mares era un pequeño bote de pesca de escasos cinco metros de eslora, capaz de tender un trapo en un esmirriado palo, más pensado en mantener su precaria estabilidad que en la posibilidad de navegar con él, con un viejo motor Seagull fueraborda, que arrancaba cuando quería, y que dejaba tras si una humareda tan espesa que, Manuel, su armador siempre decía que facilitaba la pesca pues los peces nunca podían imaginar que tras esa densa nube pudiera haber un bote con sus dos pescadores, sus cañas y sus volantines.

No pudo ocultar fruncir el entrecejo al observar con detenimiento al Siete Mares, alguien le había jugado una mala pasada. En la agencia le aseguraron que éste era un buen encargo, debía pilotar un viejo velero de rancio abolengo en un viaje, cuyo destino era para él todavía una incognita, pero que le alejaría de tierra varios meses.

A decir verdad, el Siete Mares bien se podía decir que era rancio, pero desde luego no afloraba por ninguna parte su tan cacareado abolengo.

Manuel se dio cuenta de su sorpresa y sonrió divertido.

El marino le vio llegar y con mirada avezada, gris como de sueño y ceniza
que no desconocía el peligro que albergaban los mares, era eso mismo que le movía a acudir a aquel barco, le dio la bienvenida con un movimiento de cabeza y continuó su tarea.
En silencio, los movimientos precisos, como de paz que tantas veces ha experimentado. La mar azul, les abraza en silencio y no se distraen y los pensamientos miran lejos, muy lejos.

No arrastraba tras de si una turbia historia que olvidar, no dejaba en puerto un amor maldito que le empujara al mar, tumba de marinos y recuerdos, no tenía un su saco ni uno solo de los ingredientes que aderezan cualquier relato, sea en prosa o en verso, sea con música o sin ella, de ambiente marinero. Pero necesitaba poner distancia de por medio con todo y, una vez más, el centro del mar le parecía el lugar más alejado.
Sabía que no era cierto. Sabía que el mar era pequeño porque siempre se acaba al llegar a tierra pero esas horas en las que la esclavitud de las guardias o la liberación de ellas le permitían estar solo pendiente del horizonte, fumando acodado en la regala o con los ojos vacíos de pensamientos era todo lo que le pedía a la vida en ese momento. Eso y que la maldita herida no le volviera a doler.

Manuel era un hombre rechoncho, de mediana edad, su piel cetrina endurecida por el sol no ocultaba una mirada serena y pícara, que contrastaba con una ristra de dientes desalineados y amarillos que sobresalían de su ancha cara.

De un brinco bajo del Siete Mares y se plantó en el pantalán, le tendió la mano y estrechándosela le dijo:
_ Bienvenido por fin, Esteban, me alegro conocerte
-se acerco Manuel dandole efusivamente la mano, algo extrañado por verle en tan peor forma de lo que hubiera pensado nunca cuando le hablaron de él en las oficinas del Puerto, treinta años de Mercante, contramaestre de nombre usted el buque y la ruta, que habra estado antes o despues, sin familia conocida, solo sabe vivir embarcado y por el sueldo no se preocupe..no necesita el dinero...tan solo algo que le ayude a vivir hasta el dia siguiente sin que la soledad le pegue un mordisco por dentro-.
_Sube el petate a la chalupa y te llevo al Siete Mares...le tengo fondeado en
la bocana por lo que pesca, y voy y vengo con este bote...veras que peso demasiado para una de esas cosas ridiculas de goma,... me pareceria andar sentado en un anillo para almorranas...-añadio mientras se abria entero en otra gran risotada, ya feliz por la llegada de su nuevo patron y quizas...compañero.

El British Seagull arrancó inesperadamente a la primera, y el bote comenzó a moverse dejando tras de si una humareda tan espesa, fruto de la mezcla al doce por ciento que gastaba, que los demás barcos que nos cruzabamos hacían sonar su bocina, no sé si para saludar o porque creían realmente que la niebla era incipiente.
El mar estaba plano como un espejo pero el bote avanzaba trabajosamente, empujado por aquel motor como si se tratara de subir una empinada cuesta con una vespino; hasta que pocas brazadas antes de abordar al Siete Mares, una taquicardia redoblada por una arritmia, paró definitivamente a aquel motor, que sin duda tanta guerra había dado, y que nunca más conseguirian arrancar.
Alcanzaron el barco con un par de remadas.

Le gustó. Le gusto mucho ya cuando lo adivinaba entre la humareda del fuera borda. Embarcaron los remos y protegieron los cascos de ambas embarcaciones con unos brazos raudos que se iban a la maniobra sin pensar;como dos automatas.
- Que ya no estoy para estos francobordos chico... le espetaba Manuel tras el esfuerzo.
Le dió todo el resguardo que pudo a su maltrecho pié y se encaramó a cubierta . Respiró tan hondo que sintió una punzada en lo mas negro de sus pulmones. Ya estaba a bordo del Siete Mares

Sudoroso alzó la vista y observó la majestuosa silueta del Siete Mares, dibujándose perfecta contra el nitido azul de la mañana.

Anticipándose a su intriga por ver gente sobre el puente
Manuel se arranco a nuevas confesiones.
_ No, no creas que tengo ya la tripulacion completa...ojalá pero no..
de momento estoy arreglando lo mas gordo, son del varadero del Nautico que se han ofrecido a trabajar por su cuenta antes de empezar el tajo para el Comodoro...buena gente...el de arriba en las crucetas es un tal Embat, y revisando el motor un tal Panxut, a ese hay que dejarle que haga lo que se le emperejile..va a su aire..pero nunca le terminan sobrando piezas...las usa todas, aunque quizas para otra cosa distinta a la original...

Esteban sonrió y con una ligereza asombrosa trepó por la escala saltando a la cubierta, estaba deseoso de revisar su nuevo barco y discutir con el armador el destino de la singladura, todo parecía perfecto, aunque no se quitaba de la cabeza la advertencia que Manuel le había hecho sobre el tal Panxut, le intrigaba lo que hacía con las herramientas y si debía temerle por ello.

Una ligereza impropia de un hombre que andaba cojo, porque el pie le dolía un huevo. Le dolía y palpitaba como si su corazón se hubiese desplazado hasta esa extremidad.

Sin embargo Esteban estaba acostumbrado a soportar el dolor, y solo una mueca le delataba cuando involuntariamente daba con su pie en el suelo, pero curtido como estaba en mil batallas, no se iba a arredrar por un pequeño corte en su pie, aun recordaba aquel ataque de un tiburón tigre que había arponeado en Thaiti y que aun moribundo casi le arranca su brazo derecho.

La cubierta limpia y despejada dejaba ver el lustre de las maderas nobles utilizadas para construir el velero.

El sol casi tocaba el mar, mientras la tripulación terminaba sus tareas del dia, Manuel saco una red del agua, dentro, un precioso atun, tres caracolas y una Langosta. Con una habilidad musical, limpio el pescado y lo bajo a la cocina. Un gran caldero bullia al fuego de una antigua estufa.

Sin embargo, y a pesar del reluciente Sol, Manuel de un gesto le indicó que diera un vistazo al sudoeste, donde unos oscuros y tenebrosos nubarrones se estaban estableciendo.
-És una tormenta tropical, explicó Manuel, pero debemos controlar que no se convierta en un huracán. Voy a bajar al tambucho a mirar el parte y si viene para acá, zarparemos inmediatamente para poner agua de por medio.
-Está bien -contestó Esteban, mientras disimulaba su cojera- yo mientras voy a proa a asegurar el fondeo.

Eso le daria ocasion para mirar algo el barco, aunque su avezado ojo ya le hablaba vida y milagros de su nuevo pupilo..los barcos pasaban a ser casi personas para el, si decidia hacerse cargo de alguno. Un Baltic Trader ketch, construido en Dinamarca para alguna pesqueria en principio, tan robusto como para pelearse con los hielos de Islandia en invierno o los calamentos de redes cerca de las rocas aflorantes de los fiordos noruegos persiguiendo bacaladas. Luego seria adecentado, comprado en subasta por un particular y usado de morada flotante en algun canal de Amsterdam. Como hubiera terminado en el Mediterraneo y en manos de Manuel...cocinero de buque de linea, como llegaria a saber mas tarde, formaba parte de una historia todavia desconocida pero que terminaria conociendo al detalle, se temio..encogiendose finalmente de hombros.

Tras una primera toma de contacto decidió mirar hacia el puerto, quizás para ver lo que dejaba atrás tras tomar la decisión más arriesgada de lo que llevaba de año. Su rostro, inicialmente malancólico, no sin aire de seguridad y satisfacción por haberse embarcado en lo que podría ser una aventura sin precedentes, experimentó un brusco cambio seguido de la segregación de sudor frío mientras observaba cómo la grúa se llevaba el viejo coche que dejó mal aparcado por las prisas. La rabia se apoderó momentáneamente de su estado de ánimo y no paró de gritar improperios referidos a la familia del conductor de la grúa durante tres largos minutos. Con el sentimiento de impotencia característico de estos casos cogió el móvil, escaso de batería, y quiso hacer una última llamada digital a tierra. Es evidente que su exmujer cuando escuchó que le hiciera el favor de recoger el coche y pagar la pertinente multa no prolongó la conversación permitiendo que la batería de nuestro protagonista le permitiera hacer en el futuro una llamada más la cual se convertiría en la llamada más importante de su vida.

Manuel salió decidido del tambucho arreó unos fuertes mamporrazos a una campana de bronze.
- Preparados para zarpar!- gritó con todo el aliento que tenía.
- Todo el mundo a cubierta!
Y al momento Panxut, Embat y Comodoro se reunieron con ellos.
Esteban seguia cojeando sigilosamente, y a cada paso que daba con el pie malo, notaba como si lo hundiera en el fango, por causa de la sangre empapada en los vendajes.
- Tenemos una tormenta tropical que se acerca; viene directa hacia aquí. No creo que se convierta en huracán, pero zarpamos inmediatamente porque dudo que el fondeo aguante unos vientos de Beaufort 8 y más allá. En el mar estaremos mas seguros, bueno, por lo menos Siete Mares estará más seguro.
- Pero yo no venía con vosotros, yo solo estaba repasando el motor- argumentó Comodoro.
- Por el momento no hay elección, el motor del auxiliar no funciona y a remos dudo que alcanzaras la costa. Además nos harán falta todos los brazos que podamos disponer.
- ... y piernas!- pensó Esteban.
- Levad el áncla!
- Izad la Mayor con un rizo, zarpamos!
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Siempre llevo un fino sedal, con un anzuelo y un señuelo en el bolsillo, para cuando llegue mi hora, y me halle navegando, con Caronte hacia el otro lado del río, aprovechar para hacer curri; pues no hay duda que daré mejor impresión, de presentarse ante el portero con unos buenos peces recién pescados como ofrenda.


Editado por pim en 28-02-2007 a las 01:14.
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