Re: Os propongo un juego
[quote=buzon;49037]Y como siempre que volvía a embarcar, al notar el olor a salitre y madera y al percibir el suave balanceo del barco amarrado, recordó su primera vez.
Nunca jamás volvería a ser como entonces, entre otras cosas, porque él embarcó en el último buque pirata del mediterraneo.
Con apenas ocho, !dios estamos hablando de 1938!, y en un carguero de madera matriculado en Malta.
Se mesó los cabellos en la evocación, confiando que el poco tinte que le quedaba en su rala cabellera aguantese y contribuyese a esa apariencia algo menor, de edad indefinida de hombre curtido.
Otto Skrienger, valiente hijo de puta! Cuando lo conoció fue tras una aparición fantasmal.
Una niebla en noche de mayo, en en canal, entre Denia e Ibiza. El buque, el carguero maltes, parecía sacado de una novela de R.L. Stenvenson, y la tripulación, sin duda salía de los peores lupanares de un Mediterráneo de entreguerras. Eso lo sabía con certeza, estuvo presente en el enrolamiento, y su corta edad, y su avispado ingenio, a capones se aprende, le permitían entrar y salir de todos sitios con impunidad. Y sus rizos infantiles enamoraban a las lumis, soñando el hijo que podían haber tenido o que tenían y jamás veían. Duros tiempos para la infancia.
La tripulación borracha dormía abotargada, excepto en el camarote del capitán que se oían las risas de Nicola, un joven de 16 años que huyendo de la mancebía cayó, bien por aventura, bien por falsas promesas en barragana del capitán.
El estaba solo en cubierta, aguantando el relente con un capote de lona que le venía grande por todos lados, pero que ni le quitaba el frío ni el miedo. En el barco, ya es hora que digamos su nombre, pues hace años que es pecio enfrente de la batería de Gibraltar, ( pero eso es otra historia), se llama DaybyDay, todo crujía y hacía ruido, y corría en cubierta y cámaras aparejos desordenados, rollos de cabos, tal era el desastre de tripulación.
Apenas por popa, y dando tan sólo 45 grados, un panal declaraba la existencia de algo.
Y por allí tenía que mirar.
Y miraba. Hasta que de pronto el agua empezó a hervir por popa, y a la vez, se me heló la sangre. Sin duda, y desde mis justos ocho años, venía la muerte en ese monstruo marino, negro, brillante, inmenso, que empezaba a salir a flote.
En influjo magnetico de pavor hizo todo. Me quedé quieto, mientras notaba calor en mi entrepierna. El monstruo no paraba de salir. Era gigantesco y negro, con brillos, y dos ojos vacíos, dos cuencas de ojos vacíos sin vida. Pensé que iba a morir, recordé todas las historias fanstamagóricas que me habían contado para asustarme y... que sin duda eran ciertas.
Retrocedí y caí, no se cuanto tiempo estuve tirado sobre la cubierta, y tan sólo me levanté cuando el monstruo inició un lamento agudo, profundo, interminable, horrible.
Desde la cabina, el capitan salió chillando alegremente, y tras unos instantes, se encendieron los focos de popa.
Frente a mí estaba uno de los primero U-Boats, ondeando la insignia nazi.
Y sobre su castillo, los ojos azules de su capitán, Ottro Skirenger, valiente hijo de puta.
Todo se tornó actividad, y los borrachos se despejaron como sólo lo hacen los piratas. Ya habían arriado la chalupa, nuestra monstruosa chalupa de 35 pies. Al timón en ella, mi tío, el capitán, ( la única maldita herencia de mis padres), que hacía alegres aspavientos al submarino.
Sobre mi hombro note la mano de Nicola, que me miraba con lo que hoy se que es lascivia, mientras jugaba con la lengua y sus labios, y se apretujaba contra mi capote. Y yo pensaba que buscaba calor.
La tripulación del submarino hablaba a gritos que parecían ladridos, ( era la primera vez que oía la lengua alemana), y se movían, frenéticos, pero sin caos. De una escotilla de proa, y halando con un cabrestante que momentos antes hubiera jurado que no estaba, iban subiendo unos tubos enormes y gruesos que trasladaban con exquisito cuidado.
No lo sabía, pero estaba viendo los primeros torpedos autopropulsados con variador de profundidad. Mi tío estaba radiante, se le veía dar palmetazos al capitan del submarino, que ponía gesto adusto. La tripulación del DaybyDay, reía a grandes carcajadas.
Ibamos a transportar los torpedos para las tropas del general Franco, o eso creían los alemanes. Mi tío, iba a venderlos al mejor postor.
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