y esto es lo que he encontrado como siempre enredando por ahi
Los faros nos evocan, historias y fantasías
La certeza de que han sido lugar de tragedias, de esperanzas y
la evidencia de su soledad, les otorga ese halo de misterio
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Mayo 2008
El Balcón de Cantabria
Leonardo Rucabado, 13-bajo Castro Urdiales
Tel.
620 596 575 C/ Padre Ignacio Ellacuría, 10-1ºdcha.
Laredo,
646 727 963
La historia marítima del Cantábrico se escribe con faros emblemáticos,
desde Castro Urdiales hasta Cabo Mayor, o aun más lejos, Suances
Los faros sin fareros
El nombre de faro podría venir
de la palabra griega “luz” o “brillo”.
Pero hay indicios de creer
que los libios y kutitas ya habían
construido torres de fuego a lo
largo del bajo Egipto.
Una explicación plausible es la
divulgación del nombre de la isla
de “Pharos” en Alejandría,
donde se erigió el faro más representativo
de todos los tiempos.
Otra teoría apunta a la palabra
helénica “Pharah”, nombre egipcio
del Sol. El faro más antiguo
del que se conserva referencia
escrita es el de Sigea (650 a.C.).
El legado de Isabel II
La reina Isabel II fundó en 1851
el legendario Cuerpo Oficial de
Torreros de Faros. Seis años
antes, su gobierno había desarrollado
el primer Plan de
Alumbrado Marítimo, responsable
de la construcción de un centenar
de torres en el litoral
español, apenas alumbrado hasta
entonces por 54 lámparas. La
mayoría de estas nuevas construcciones
permanecen todavía
en activo y sus lentes sólo dejaron
de funcionar durante la
Guerra Civil. En el caso del faro
del Pescador, en Santoña, otra
catástrofe, en este caso no humana,
causó también su apagado en
la madrugada del 23 de febrero
de 1915: un ciclón que arrasó el
litoral y hundió a muchos barcos.
El 23 de febrero es, ateniéndose a
la historia, un mal día para los
faros. Relatan Marian Serén y
Jesús de Castro en ‘Puertos de
Cantabria’ que tal fecha de 1982,
un rayo reventó los cristales de la
linterna de Cabo Mayor y destrozó
su maquinaria. Durante
toda la madrugada, los torreros
tuvieron que girar manualmente
la lámpara y cronometrar con sus
relojes la frecuencia de los destellos.
Todavía hoy bajan los relámpagos
por este edificio, pero no
causan tantos estragos.
«El trabajo de nuestros predecesores
era más presencial, de
esfuerzo físico, de vigilancia activa,
mientras que el nuestro es
más parecido al de un técnico de
mantenimiento de sistemas
electrónicos», matiza Carlos
Calvo, farero de la red portuaria
cántabra que descubrió su vocación
por «la afinidad de las condiciones
tradicionalmente asociadas
a este empleo».
Una recomendación, el libro
'Puertos de Cantabria. Cofradías
y faros', coordinado por Marian
Serén Argerey con textos suyos y
de Jesús de Castro (Editorial
Puerto Chico. Publicado por el
Gobierno de Cantabria).
Los naufragios
La historia de los faros no puede
separarse de los náufragos. La
dramática siembra que el mar ha
practicado en las costas durante
siglos ha dado lugar a decenas de
leyendas. Una de ellas afirma que
las sirenas de los faros son el
grito de todos los ahogados en su
afán de alejar a los barcos de la
costa durante las noches de niebla.
El de Ajo se edificó tras una
serie de náufragios. Cabo Mayor,
el más antiguo de Cantabria, cuajado
de referencias masónicas, se
levantó sobre las cenizas de las
hogueras que los santanderinos
encendían en 1776 para señalizar
la entrada al puerto. Su edificación
costó 460.000 reales, cuenta
Marian Serén, que fueron sufragados
con un impuesto a los barcos
que recalaban en los muelles.
Entró en marcha en 1839 y fueron
necesarios más de un siglo y
varias tragedias en días de niebla
para instalar la sirena. Quizá la
leyenda sea cierta.
También hay faros que Dios y el
Cantábrico parecen haber situado
con cierto capricho, como si
los hubieran soltado de entre los
dedos para dejarlos en manos del
viento del noroeste . El de Castro
Urdiales se posó sobre una de las
cuatro torres del castillo de Santa
Ana –una imponente fortaleza de
origen presumiblemente templario–
y su maquinaria quedó anclada
en la capilla para que los ángeles
no dejaran de hacerla girar.
Luego están los de El Caballo
(Santoña) y la isla de Mouro
(Santander), que cayeron sobre
esos territorios agrestes de los
mares que son los acantilados y
los islotes. Sus condiciones eran
tan duras que los inquilinos quedaban
aislados durante semanas
en invierno. Para llegar al primero
era preciso descender casi 700
peldaños, irregularmente esculpidos
en un farallón. El segundo se
automatizó hace bastantes décadas,
a raíz de que uno de sus responsables
fuera arrastrado por el
oleaje en medio de un temporal.
y ya que hablamos de Cantabria un enlace interesante
http://www.portalcantabria.es/faros.php