Originalmente publicado por Capitán Barceló
Cofrades.
Este domingo fuimos invitados a pasar el día a bordo de un tractor, un Altair 8, fabricado en unos astilleros de Vigo, según me contó el orgulloso propietario.
Acostumbrado a la vela, y tras haber sido asediado por lanchas gobernadas por violentos domingueros pocas semanas atrás, no las tenía todas conmigo. Sin embargo...
La cabina mide cerca de dos metros de alto, dispone de un cómodo puesto de gobierno con una mesa a babor para cuatro personas, cocinita y fregadero, un estupendo w.c., y un camarote para dos personas alojadas ampliamente. Dotada del instrumental necesario para navegar con garantías y con dos Yanmar de primera que desarrollan 320 C.V., y una velocidad crucero superior a 20 nudos, esa lancha es todo un apartamento flotante. A veces he sopesado la idea de irme a vivir a mi velerito, pero tras probar este fin de semana, creo que llegado el caso, es mucho mejor instalarse en una lancha de esas características. El balanceo es mínimo, y pasa rápido, y la habitabilidad es muy superior a un velero de esa eslora (ocho metros).
Nos plantamos en la playa de Es Trenc en una hora y poco (está a 24 millas del puerto base). Fondeamos cerca de unas rocas donde los veleros no podemos llegar (cala 60 cm) El molinete eléctrico es una maravilla y el patrón desde la cabina con un botón filó cadena con la tranquilidad de quien enciende un cigarrillo. Tras tres horas bañándonos en esas deliciosas aguas mallorquinas, nos duchamos en la amplia plataforma de popa con una manguera a presión. Comimos cuatro personas sentadas en los bancos abatibles, y la sobremesa fue tranquila y apacible. Veía a mis congéneres en sus veleros (un Galápagos 29, un biquilla aparejado como junco...) balanceándose como locos mientras nosotros apenas nos movíamos. En fin, un descubrimiento.
Al poco tiempo levamos anclas (el patrón pulsó el botón mágico y nadie movió una pestaña) y nos plantamos en los acantilados del Hotel Delta, un lugar cuyas aguas son de una claridad y limpieza propias de una piscina olímpica, en media hora. Otro chapuzón maravilloso junto a las obladas que se acercaban curiosas...
Total, que salimos a eso de las once de la mañana, y tras recorrer cerca de cincuenta millas, comer, charlar y bañarnos en lugares de difícil acceso para los veleros, volvimos a puerto a eso de las cinco y media, lo que me permitió meter mano a mi barquichuelo que esta a punto de caramelo para la ITB.
En definitiva, una fantástica jornada playera a bordo de un tractor. Nunca lo hubiera imaginado... Una lancha ofrece muchísimas posibilidades.
Ahora tengo claro que sólo hay una cosa mejor que tener un velero. Tener un velero, y además una motora..
Por eso, y a todos los tractoristas de la Taberna,
Mis respetos.
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