Re: Rincón literario
Pelea con la Xelma
Y de parte de tarde descubrimos un bajel al parecer grandísimo, como lo era; tomámosle por la juga por no perderle; y así nos encontramos a medianoche, y con el artillería lista le preguntamos «¿Qué bajel?». Respondió «Bajel que va por la mar». Y como él venía listo también, porque de un bajel no se le daba nada, a causa que traía más de cuatrocientos turcos dentro y bien artillado, dionos una carga que de ella nos llevó al otro mundo diecisiete hombres, sin algunos heridos. Nosotros le dimos la nuestra, que no fue menos. Abordámonos y fue reñida la pelea, porque nos tuvieron ganado el castillo de proa y fue trabajoso el rechazarlos a su bajel. Quedámonos esta noche hasta el día con lo dicho, y amaneciendo nos fuimos para él, que no huyó, pero nuestro capitán usó de un ardid que importó, dejando en cubierta no más de la gente necesaria y cerrados todos los escotillones, de suerte que era menester pelear o saltar a la mar. Fue reñida batalla, que les tuvimos ganado el castillo de proa muy gran rato, y nos echaron de él, con que nos desarrizamos y le combatíamos con el artillería, que éramos mejores veleros y mejor artillería.
Aquí vi dos milagros este día que son para dichos: y es que un artillero holandés se puso a cargar una pieza descubierto y le tiraron con otra de manera que le dio en medio de la cabeza, que se la hizo añicos, y roció con los sesos a los de cerca, y con un hueso de la cabeza dio a un marinero en las narices, que de nacimiento las tenía tuertas. Y después de curado, quedaron las narices tan derechas como las mías, con una señal de la herida. Otro soldado estaba lleno de dolores que no dejaba dormir en los ranchos a nadie, echando por vidas y reniegos. Y aquel día le dieron un cañonazo o bala de artillería raspándole las dos nalgas, con lo cual jamás se quejó de dolores en todo el viaje, y decía que no había visto mejores sudores que el aire de una bala.
Pasamos adelante con nuestra pelea aquel día a la larga, y viniendo la noche trató el enemigo de hacer fuerza para embestir en tierra, que estaba cerca, y siguiéndole nos hallamos todos dos muy cerca de tierra, con una calma, al amanecer, día de Nuestra Señora de la Concepción, y el capitán mandó que todos los heridos subiesen arriba a morir, porque dijo «Señores, o a cenar con Cristo o a Constantinopla». Subieron todos, y yo entre ellos, que tenía un muslo pasado de un mosquetazo y en la cabeza una grande herida que me dieron al subir en el navío del enemigo, con una partesana, el día antes cuando ganamos el castillo de proa. Llevábamos un fraile carmelita calzado por capellán y díjole el capitán «Padre, échenos una bendición, porque es el día postrero». El buen fraile lo hizo, y acabado mandó el capitán a la fragata que nos remolease hasta llegar al otro bajel, que estaba muy cerca; y abordándonos fue tan grande la escaramuza que se trabó que, aunque quisiéramos apartarnos, era imposible, porque había echado un áncora grande, con una cadena, dentro del otro bajel, porque no nos desasiéramos. Duró más de tres horas y al cabo de ellas se conoció la victoria por nosotros, porque los turcos, viéndose cerca de tierra, se comenzaron a echar a la mar, y no veían que nuestra fragata los iba pescando. Acabóse de ganar, con que después de haber aprisionado los esclavos se dio a saquear, que había mucho y rico. Y eran tantos los muertos que había dentro que pasaban doscientos cincuenta, y no los habían querido echar a la mar porque nosotros no lo viéramos. Echámoslos nosotros y vi aquel día cosa que para que se vea lo que es ser cristiano; digo que entre los muchos que se echaron a la mar muertos, hubo uno que quedó boca arriba, cosa muy contrario a los moros y turcos, que en echándolos muertos a la mar, al punto meten la cara y cuerpo hacia abajo y los cristianos hacia arriba. Preguntamos a los turcos que teníamos esclavos que como aquél estaba boca arriba, y dijeron que siempre lo habían tenido en sospecha de cristiano y que era renegado bautizado, y cuando renegó era ya hombre, de nación francesa.
Discurso de mi vida desde que salí a servir al rey, de edad de catorce años . . . - Alonso de Contreras -
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Quiero vivir la vida aventurera
de los errantes pájaros marinos;
no tener, para ir a otra ribera,
la prosaica visión de los caminos.
Poder volar cuando la tarde muera ...
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