Pues efectivamente es un barco que inspira.
Recuerda a Salgari y a Twain y a otras lecturas de juventud, y huele a barniz, sándalo y patchouli, a los inolvidables bizcochos de Enid Blyton y a té y limonada.
Todo ello en una atmósfera cargada por la humedad y acentuada por el vapor de ese hervidor que no para de burbujear mientras silba; aunque el silbido se funde con el ruido de las olas al chocar con el casco, y entre los demás silbidos de obenques y drizas y el silbar feliz de su patrón feliz que despreocupadamente aduja unos cabos o sujeta la caña mientras el viento empuja.
Evoca a Las Mil y Una Noches, a ermitaño, a independencia, a confort, a libertad y a muchisimos problemas; casi tantos como alegrías.
