Querida varech, ¿cómo podría agradecértelo?
He superado mi complejo.
Mi mujer está feliz. Dice que le encanta cómo se lo hago.
Se lo ha comentado a mis vecinas y ahora todas quieren que se lo haga a ellas. Dicen que, cuando se lo hacen sus maridos, ya no les gusta nada, que lo mío es diferente.
En particular, una vecina mayor me ha confesado que llevaba muchos años sin probar algo tan rico. Me ha rogado que se lo haga a su hija. Eso me va a obligar a una mayor dedicación, porque sé que es muy exigente y no se va a conformar con cualquier cosa.
Mi suegra vino el otro día y su hija la obligó a probarlo. ¡Y de qué manera lo hizo! No paró hasta que tenía la cara descompuesta, pero ella seguía insistiendo en que quería más... y más.
Vino el de los congelados por casa y también le hice probarlo. Le gustó tanto que quiso repetir. A mí me pareció un poco descarado pero, el pobre, gemía de tal manera pidiendo otro poco que tuve que ceder. Dijo que le había provocado tal crisis existencial, que se estaba planteando dejarlo todo, incluyendo su trabajo, para venirse a vivir con nosotros. Espero que se le pase, porque ¿qué hago yo con un señor de bigote en casa, teniendo que satisfacer sus gustos todos los días? Al menos, que se afeite el bigote.
En definitiva, te confieso que me supone un esfuerzo cada vez pero, viendo la felicidad que produce, me estoy haciendo un verdadero experto. Voy perfeccionando la técnica y ya los despacho como churros. Lo mejor es que al principio me costaba cuando se acababa, pero ahora ya no me encariño y me cuesta menos compartir mi tiempo y esfuerzo.
Gracias, varech
