Bueno, se ve mucha música y poca charla, intentaré resolverlo.

Contaré una bonita historia de amor, una historia que Girija Prasad, guardia del mausoleo me contaba un atardecer hace ya algunos años.
Al caer la tarde cuando los turistas faltan en el decorado y las piedras de arenisca roja bajo el enorme portal de treinta metros que flanquea el Taj Mahal están frescas, es el momento preferido para contar historias antiguas. Sentados allí Girija mantiene el alto grado de hospitalidad de su pueblo y pese a que él es musulmán siempre tiene una copa de su petaca de alpaca para ofrecer, la ginebra seca corre por mi garganta dando primero calor y luego frío a la respiración.
-¿Sabes Sir (me molesta mucho este tratamiento, pero hay que aceptarlo así) este monumento cambia de color cada rato del día? Al caer la tarde se vuelve carmesí, es porque se avergüenza por dejar la noche para los amantes difuntos.
Cada minuto que el sol se esconde la piedra de mármol blanco va siendo más y más roja, Girija toma té frio de esa botella de plástico y no para de hablar mientras insiste en que beba ginebra de su petaca.
No recuerdo nunca si cayó la noche antes o después de vaciar la petaca, me dormí apoyado a la columna roja del arco de la entrada, lo que si recuerdo es que una pareja se acercó y cubrió mis hombros fríos con un shari azafrán, les oí reír a lo lejos y sus nombres están grabados en ese shari que desde entonces guardo en mi casa, Shah Jahan y Mumtaz Mahal.