Re: Os dedico un relato
Ya me parecía a mí que empezabas muy fuerte y con muchas varas de camisa...
Te echo un capote, a ver si desatascamos el camino:
Al mismo tiempo, en uno de esos barcos, alguien escribía un poema...O tal vez tan sólo lo recitase, pensó Martín. Quizás en aquella pequeña flota de luces hubiese alguien que conservara cierta sobriedad ante la ebria tentación del verano ibicenco. Tal vez, a bordo de uno de aquellos veleros, quedara aún quien mantuviese el equilibrio mental en el carrusel mareante del desenfreno obligado. Quien guardase un pedacito de alma sin quemar en la hoguera de la desesperanza de amor.
Alzó su copa de vino rojo, un Aloxe-Corton de Borgoña procedente de su propia sentina (la mejor bodega para conservar un vino delicado), para mirar a su través la luz de las antorchas que iluminaban el sendero de entrada. Tres figuras se introdujeron de pronto en el rubí mágico que ardía en la copa: dos mujeres idénticas y un efebo nórdico, idéntico también a otros muchos de los que pueblan Ibiza durante los veranos, avanzaban por el caminito hacia la fiesta.
Una de las mujeres asía del brazo al efebo con una cierta tensión en el gesto, como de madre que teme que se le pierda el niño en una feria de fiesta mayor, donde miles de atracciones y atractivos desorientan las consciencias infantiles. La otra mujer caminaba junto a la primera, en el lado opuesto al hombre, e iba ostensiblemente separada del estrecho convoy que formaban sus acompañantes.
El involuntario instinto observador de Martín tomó rápida nota de las incongruencias con la misma falta de pasión con la que un anciano hubiese buscado las siete diferencias en los pasatiempos de un diario. No eran hermanas. No se llevaban bien. El rubio se dejaba querer, pero no sentía gran aprecio por ninguna de ellas. La que agarraba al nórdico tenía una expresión glacial en la mirada, ese toque helado de quienes echan rápidamente cuentas de ingresos, patrimonios y proyecciones de futuro con profesionalidad y precisión de internista observando una placa radiológica. La otra, en cambio, traslucía dos o tres sensaciones simultáneas: Le encantaba el ambiente que acababa de descubrir, aunque no conocía a nadie; no entendía cómo había llegado hasta allí en compañía de los otros dos y necesitaba urgentemente tontear con alguien para llamar la atención del rubio.
Consciente de su relativo aislamiento en la fiesta, de su incorregible aspecto de buena persona y del magnetismo que sus hombros parecían poseer atrayendo lágrimas ajenas, suspiró resignadamente y llenó con parsimonia otra copa de Aloxe que depositó con cuidado sobre el murete en el que se apoyaba.
El rubio y su tutora se introdujeron con ansia en la masa de gente, mientras que la otra mujer miró a su alrededor con expresión entre soñadora y desconcertada hasta que su mirada se cruzó con la de Martín y se detuvo en sus ojos. Sonrió a modo de saludo y él le correspondió señalando la copa de vino que la esperaba sobre el murete.
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