Re: Based in actual events
El niño, mi hijo, tampoco fue una ayuda. Para él yo era una especie de ser mítico y una promesa de futuro. Si estudiaba y se esforzaba, algún día llegaría a ser tan respetado y amado como yo. Se arrimó todo lo que pudo a mis padres, que lo querían con locura, como intuyendo que mi camino se había iniciado precisamente entre ellos, y adoptó el idioma francés como si fuese un claro símbolo de unión conmigo. Llegó un momento en que también se dirigía en francés a su madre. Sin que ello fuera un obstáculo real, puesto que ella lo hablaba perfectamente, la lengua se convirtió en un límite claro, como los hitos que señalan la propiedad de los campos; líneas invisibles que marcan la frontera entre lo que es tu casa y lo que es la casa de otro aunque, formalmente, el campo no tenga puertas. La quería, eso sí. Y mucho. Pero estaba claro que también él tenía puestos los ojos del alma en algún lugar lejano que, salido como una emanación de las páginas de Verne, Salgari, Stevenson, London o el propio Conrad –es decir, de mis libros de juventud- lo habían embrujado.
A veces pienso que si mi madre hubiese vivido algunos años más la situación hubiera sido distinta, pero su hora llegó cuando llegó, inapelable como lo es siempre la muerte, y nos dejó a todos sumidos en una especie de estupor dolorido que se llevó toda la alegría de la última de mis apariciones. Supongo que mi tristeza se produjo en un momento estratégico, coincidiendo con el sufrimiento moral y las dudas existenciales de mi esposa, permitiendo que en su corazón se abriese un camino por el que, como una vía de agua en un casco agujereado, se introdujo el pianista con su música apasionada. Inundándola.
A esas alturas de la conversación ya me sentía agotado. Tenía demasiadas cosas en qué pensar. Demasiados planteamientos pendientes de replanteo y, sobre todo, comenzaba a sentir una sombra amenazante cerniéndose sobre el concepto que, hasta entonces, había tenido de mi propia vida. Interrumpí con suavidad el discurso de Elisa -¡qué linda, con su carita de niña seria!- y le pedí, le rogué, que continuase al día siguiente con su narración.
Mencionar el día siguiente nos condujo a comentar cuáles podían ser nuestros planes, y ahí me di cuenta de que la visita a mi barco era una de las cosas que ella se había planteado como objetivos prioritarios de su viaje. Quería ver, dijo, cómo era mi mundo. Qué aspecto tenía aquello por lo que había dejado perder tantas cosas. Yo repuse que una simple visita, en puerto, a un pequeño velero no iba a darle demasiados elementos de juicio.
¿No piensas llevar el barco a España un día de estos, como me dijo mi hermano? Pues me voy contigo.
Y lo dijo dándome un par de palmaditas en el antebrazo. Sin esperar respuesta alguna. Tal y como solía hacer su madre cuando tomaba decisiones inobjetables que, sabía, iban a hacerme feliz.
|