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Predeterminado Chapuzas (2ª parte)

Escenario de la tragedia: tras proyectar un plano de la época sobre otro actual, he podido trasladar la línea de costa y los muelles de 1893
(en amarillo) sobre una fotografía de 2007, “atracando” un “Cabo Machichaco” a escala en el muelle correspondiente.
La mitad del buque que voló (la de proa) está a la derecha, apreciándose perfectamente la explanada (entonces atravesada por una vía férrea)
donde se concentró la multitud de curiosos y, a su izquierda, el monumento levantado en recuerdo de las víctimas.
El moderno avance de la costa no debe achacarse a ningún “enfriamiento global”, sino a la “tectónica urbana”
(Composición y rotulación propias sobre un mosaico fotográfico de “Google Earth”)
Como casi todos los muelles de Santander entonces, el asignado al “Machichaco” era una especie de pantalán de madera que se proyectaba hacia la canal, en este caso hasta los 22 pies de calado; el buque había atracado Er al muelle, donde apoyaba únicamente el tercio central de su eslora y, de modo característico, había fondeado el ancla de fuera (“el remolcador de los pobres”) para facilitar la maniobra de salida. A Santander venían consignados 298 bultos con un peso total de 40.167 kg (¡342,59 pesetas de flete!), y hacia las 0800 se inició la descarga. Debieron empezar con 29 toneladas de papel de la bodega nº 2, la partida que urgía transbordar, pero tras el recuento faltaban dos bobinas que las “autoridades” del barco y el consignatario del “Navarro” localizaron en la bodega nº 3. Da idea de la prisa con que debió descargarse esta partida que las dos bobinas “perdidas” hubieron de arriarse a la lancha del práctico y viajar en ella hasta el “Navarro”, en plena maniobra de salida porque la marea no esperaba: no consta la hora, pero métodos “paleo-astronómicos” me indican que la pleamar fue a las 1123 (HcL). En algún momento se descargaron las famosas 20 cajas de dinamita, que iniciaron un peregrinaje en carro por media ciudad escoltadas por un guardia municipal, y hacia mediodía finalizaron las operaciones en la bodega nº 2, que se cerró con cuarteles continuándose la descarga de la nº 3. Debían estar terminando cuando, algo antes de las 1400, se echaron en falta cinco sacos de otra partida (¡vaya mañanita!) y el 1er. oficial envió dos marineros a buscarlos a la bodega nº 2. Consta que al levantar los cuarteles (no habría bocas de hombre) “...notaron que salía humo por la sentina, humo que al parecer, procedía de popa, es decir, de la parte de la maquinaria”; también consta que, tras dar la alarma, cuando intentaron volver a colocarlos el fuego lo impidió.
El simple hecho de levantar un par de cuarteles debió convertir una combustión incompleta en todo un incendio, que pronto se garantizó el aporte de oxígeno merendándose el resto. En la época de los hechos la prensa apuntó como causa más probable la más verosímil: los currantes que acababan de trabajar en la bodega y una colilla, a lo que yo añadiría la hipotética fractura de algún recipiente de “droguería” susceptible de originar un incendio espontáneo en contacto con viruta, paja o papel de embalar. En 1900 el Tribunal Supremo determinaría que el incendio se inició “...sin que haya podido averiguarse la causa”, pero pasado siglo y pico es habitual achacar su origen a la rotura de uno de los cascos de ácido sulfúrico estibados contra las escotillas y subsiguiente caída de ácido a la bodega. No puede descartarse que la cubierta del “Machichaco” fuera de madera, pero las cubiertas se diseñan para desembarazarse de los líquidos y, por añadidura, entre la cubierta y el plan donde se originó el incendio había un entrepuente y su carga. Además, aunque el ácido hubiera conseguido llegar al plan salpicando a través de las dos escotillas (la de cubierta y la del entrepuente), el fuego debería haberse originado en su vertical, mientras que el humo parecía venir de la parte de popa. Finalmente, ya que esta parte era también “...la parte de la maquinaria”, cabe apuntar que tras el mamparo de máquinas y contiguas a la bodega estarían la caldereta (en servicio) y dos carboneras.
Localización del foco del incendio a bordo del "Cabo Machichaco" y distribución general de los espacios contiguos
(Composición propia a partir del plano que encabeza este artículo)
Buena parte de los 35 tripulantes del “Cabo” (incluyendo su capitán, Don Facundo Léniz) eran vizcaínos pero, en el siglo XIX, un incendio con el foco inaccesible solía ser demasiado hasta para alguien del mismo Bilbao. En este caso, aún suponiendo (que es mucho suponer) que pudieran inyectar vapor a la bodega para intentar sofocarlo, el cierre de la escotilla se había convertido en humo; además estaba el detalle de que, en 1893, el único buque con equipos autónomos y visores térmicos para atacar un incendio de raíz era el “Nautilus”, de Julio Verne. Pragmáticamente, la tripulación conectó la bomba a la caldereta y se puso a arrojar chorritos de agua por la escotilla: como entre las mangueras y el foco del incendio estaba el entrepuente (atiborrado de viguería), se trataba de una medida ineficiente que la presencia de dinamita en el plan convertía en un error garrafal pero, sinceramente, ¿quién no lo habría intentado? Aunque soplaba una brisa moderada del E, el día era soleado y el espectáculo pronto llamó la atención de los paseantes; el buque estaba atracado en lo que hoy es un relleno junto al muelle, inmediatamente a la derecha de la Estación Marítima vista desde tierra (ver gráfico). Entre el buque y la costa había unos 50 metros de pantalán y, más allá, una explanada (la actual Plaza de las Cachavas) de unos 100 metros de fondo hasta los edificios de la calle Calderón de la Barca. José Mª Pereda, testigo del suceso, escribió que “Así resultó aquel sitio como el fondo de una sima que se fue tragando poco a poco toda la gente desocupada de la ciudad”.
Desocupados o no también se fueron acercando diversas autoridades, empezando por el comandante de Marina que, como tal, era capitán de puerto y responsable de lidiar con el desaguisado. Ocupaba el cargo el CF Domenge, que había obtenido un ascenso por méritos de guerra en el combate del Callao y otro más (acompañado de un balazo) en la insurrección de Ferrol de 1872; obviamente, no debía ser un individuo propenso a asustarse. Parece que hacia las 1430 hubo conciliábulo entre comandante, capitán y consignatario sobre la conveniencia de alejar el buque del muelle y fondearlo en la bahía, y que el comandante se opuso arguyendo que el fuego podría combatirse mejor con los medios de tierra. Alguien describió estos medios como “no muy rumbosos” y es posible que el comandante se equivocara, pero también lo es que, como se afirma en el libro publicado por Ibarra, el ancla fondeada dificultara la maniobra. En todo caso, el capitán informaría al comandante del “asuntillo” de las 1.700 cajas de dinamita “invisibles” (¿cómo iba a poder ocultarlas al día siguiente?), dinamita que, por supuesto, jamás podía explotar sin detonadores y bla, bla, bla, y el comandante debió creerle porque, hasta donde ambos sabrían, esa era la verdad. Si no lo fuera, un héroe de guerra y un tipo de Bilbao podían enfrentarse perfectamente a un cargamento de explosivos en llamas, pero quiero pensar que nada, ni siquiera la autonegación de haber metido la pata hasta los corvejones atracando aquella ruina en pleno centro urbano, les habría impedido despejar la explanada de curiosos.

DE SANTANDER AL CIELO
En 1893 se sabía que, en efecto, la dinamita del tipo que nos ocupa “...arde sin explosión y lentamente .../... una mecha sin fulminante no produce ningún efecto sobre la dinamita” y, normalmente, “...ni el choque ni la trepidación pueden hacerla estallar”. Pero también se sabía que “Aunque la nitroglicerina es insoluble en el agua, y por tanto también debe serlo la dinamita .../... un cartucho sumergido en el agua acaba por disolverse o desparramarse en pequeñas gotas de nitroglicerina, mientras el absorbente pierde completamente el explosivo para empaparse de agua. Esta, cuando lleva en suspensión gotas de nitroglicerina, puede estallar al menor choque o vibración.” Debía ser información “Top Secret”, porque durante casi tres horas la tripulación del “Machichaco”, los bomberos municipales, dos buques aljibe y dos trozos de auxilio se afanaron en arrojar agua al fuego ante las mismas narices de las autoridades. Da idea de los medios de la época que, con semejante despliegue, la bodega no resultara inundada y el fuego ganara la carrera al agua: sobre plano la bodega nº 2 cubicaría poco más de 400 m3 hasta el entrepuente, pero su mamparo de proa no era estanco y por él debió pasar a la nº 1 el agua… y el fuego. Hacia las 1445 se incorporaron a los trabajos siete tripulantes del vapor “Vizcaya” con su capitán al frente, pero a las 1500 las dos bodegas ardían en pompa. Estaba claro que el incendio no iba a poder controlarse con medios ordinarios y el comandante decidió inundar directamente las bodegas con agua del mar, lo que implicaba hundir al menos la parte de proa.
Según una publicación de la época, esta foto estaría sacada a las 1600 horas.
Se aprecia la aleta de Br del “Cabo Machichaco” con su nombre y matrícula visibles, así como el viento del E
y la ausencia de los dos botes de la toldilla, arriados para salvarlos de la quema.
En la zona incendiada están abarloados y bombeando agua el aljibe de la Junta y el del tren de dragado,
acompañados probablemente de la lancha de vapor “Julieta”.
Más a popa (en la zona de máquinas) se han dispuesto defensas de costado,
posiblemente ante la inminente llegada del vapor auxiliar de Trasatlántica que transporta un trozo de auxilio
(Foto de autor desconocido)
Cuando un accidente se lleva por delante a testigos y protagonistas es difícil describirlo honradamente sin que los “al parecer” desborden el relato, y al parecer el método inicialmente elegido para inundar las dos bodegas de proa fue comunicarlas con la mar mediante un trabajillo de fontanería en máquinas, presumiblemente a través de sus raquíticas líneas de sentinas. Era previsible que el agua penetrara en estas bodegas con cierta parsimonia, aunque quizá no tanto que, de paso, se inundara la máquina (y en menor medida la bodega de popa), obligando a apagar la caldereta y dejando al buque sin bomba de contraincendios, chigres ni molinete. Hasta entonces se había intentado poner a salvo parte de la carga descargándola pero, ya sin plumas y por si acaso, la tripulación empezó a poner a salvo del fuego botes salvavidas y otros equipos. No era para menos: las llamas que salían por las escotillas llegaban a media altura del palo, y a popa amenazaban el puente. En determinado momento se corrió por el muelle la voz de que el buque transportaba dinamita y centenares de mirones pusieron pies en polvorosa, pero enseguida volvieron tras comprobar que las autoridades seguían a pie de obra porque, de haber peligro, ¿quién iba a estar mejor informado que los mandamases?. No les faltaba razón, ya que además del comandante de Marina y su segundo, a bordo o al costado del buque estaban el gobernador civil, el alcalde, varios concejales, el jefe de la guardia municipal, el ingeniero de obras del puerto, el gobernador militar, el coronel del regimiento de Burgos, el marqués de Pombo, jueces, fiscales, oficiales del Ejército y de la Armada, prácticos, vistas de Aduanas y una pléyade de secretarios y ayudantes.
El día anterior había llegado de La Habana el correo “Alfonso XIII”, de la Cía. Trasatlántica, que tras desembarcar el pasaje continuaba amarrado a su boya en la canal; hoy sería difícil explicar el “caché” que tenían esta compañía, sus barcos y sus capitanes, así que no lo intentaré. Baste decir que hacia las 1600 se presentaron al costado del “Machichaco” con su propio vapor auxiliar (el “Santander”) y un impresionante trozo de auxilio de cuarenta personas que incluía al capitán sub-inspector de la naviera en Santander, el capitán del correo, oficiales de cubierta y máquinas, médico, practicante, un grupo de subalternos y los siete tripulantes del “Santander”. Dice la leyenda y recogió esta Revista (Abril de 1944) que, a su llegada, el capitán del “Alfonso” (Don Francisco Jaureguízar, TN de 1ª Clase de la Reserva Naval) preguntó a su colega del “Cabo” “¿Hay dinamita a bordo, Léniz?” y que este le respondió “La que traía para acá ya está desembarcada”, pero siendo como eran buenos amigos y “de familia conocida”, no creo que a Don Facundo le interesara que le rompieran la cara al día siguiente. Además, en el “Cabo” no estaban para sutilezas y, dando el barco por perdido, se apresuraban a salvar lo salvable: un testigo que pudo contarlo escribió que: “...tiznados, calados de agua, con prisas de locos, salían y entraban por las escotillas los tripulantes y los demás hombres que se ocupaban en salvar efectos y mercancías. Quién sacaba un lío de ropa, quién un baúl, quién un mueble, quién estuches de aparatos y útiles de los navegantes...”. La sobrecarga de autoridades tampoco ayudaba: “...la gente respetable, los que ejercían allí alguna autoridad, voceaban órdenes que nadie oía. Todos eran a mandar los unos, todos eran a trabajar sin sumisión a órdenes los otros”. Para mí que, en la mejor tradición mercante, la tripulación del “Machichaco” ya había detectado que el principal peligro lo representaban las autoridades de tierra.
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Los siguientes cofrades agradecieron este mensaje a albacora
Choquero (22-06-2010)
 

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