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#201
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![]() Quierela, te ve por dentro ![]() ¿Pueden ser tan fáciles ![]() ? ¿qué pasa después? ![]() ![]()
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#202
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Chupitos de Citadelle para todos.
Yo, ya estuve enganchado ya me desenganché, pero esto sigue……. Tiene un cierto parecido a……… “Navegar en mares revueltos” jejjejejejee, de novela…… |
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#203
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Sobraba tiempo, así que entré a pasar la noche en un puerto con nombre de resonancias gaditanas, La Caletta, que abre su bocana unas treinta y pico millas al sur de Olbia. Fui a cenar a tierra, tomé un par de copas en un bar, donde un cuarteto tocaba un jazz muy aceptable y, volviendo a pie hacia el puerto, encendí un ‘toscanelli’ que, por nostalgia, había comprado esa tarde en una tienda de Tabacchi e Sali. Nunca fui fumador, pero un colega español, al que conocí hace mucho tiempo en Huelva, me enseñó las virtudes del tabaco toscano como repelente contra los mosquitos. El pestazo acre de ese tabaco, emparentado de algún modo con la brea, se fijó en mis costumbres y en mis recuerdos como compañero inseparable de paisajes pantanosos, ríos tropicales, maniobras difíciles y noches de alcohol solitario. Al llegar a bordo hice sonar en el equipo de música uno de los discos de mi hijo, uno que él nunca escuchaba en mi presencia: nocturnos de Chopin.
Se supone que esos solos de piano debían traerme malas vibraciones y pésimos recuerdos, pero ambas cosas se habían desvanecido por ensalmo. Aprecié la música, el humo del toscano y el aroma de una copita de Courvoisier procedente de una botella del fondo del armario, olvidada a pesar de que en su etiqueta afirmaba ser el cognac de Napoleón. Me invadía una paz inusitada. Tal vez, pensé, era una paz hija de la media botella de vino de la cena, más los dos gin-tonics del bar y la intervención final del Emperador de Francia. Todos mis problemas y mis temas de reflexión circularon con brevedad por mi mente, pero habían perdido una dimensión y aparecían planos, como vistos desde un avión que volase muy alto. Sólo sentí una punzadita cuando me traspasó un recuerdo tonto: la sensación, bajo mis pies, de las vibraciones de mis barcos durante las maniobras; la sutil escora de saludo, que me indicaba cuándo era tiempo de levantar timón aún antes de que se iniciase la caída de la proa; los silbidos del aire comprimido en la sala de máquinas y el leve estremecimiento de la cubierta cuando el motor arrancaba. Me levanté pronto, sintiéndome aún en estado de gracia. La voz de monje del servicio meteo italiano, en el canal 68, anunciaba Noroeste 4 a 5, así que enfundé la mesana antes de salir y preparé la mayor para izarla directamente con un rizo. Pensé que lo mejor sería ir a buscar viento limpio unas millas afuera y, aunque fuese de ceñida, poder navegar a vela. Con mayor y trinquetilla tiré un par de bordos impecables y me planté en la bocana de Olbia al anochecer, cubiertos el barco y yo de una buena capa de sal. Mi hijo llegó una hora después, vestido aún de londinense. Nos observó, al barco y a mí, y, con una media sonrisa de envidia, dijo que era evidente que nos habíamos pegado una buena cabalgada durante el día. Habrá que baldear bien por la mañana. Salimos de Olbia cerca ya del mediodía, con el barco reluciente, los tanques llenos, la gambuza repleta y el interior en orden. A media tarde estábamos fondeados en la Cala di Volpe a la espera de que llegase el mega-yate de los clientes de mi hijo. Tuvimos tiempo de hablar del futuro y del presente, y, entre otras cosas, me anunció que iba a sustituir el ketch por un barco más grande y de diseño más moderno que sus negocios le habían puesto a tiro. Me enseñó planos y fotografías, y me di cuenta de que estaba muy ilusionado. Pero yo no puedo llevar ese barco en solitario, le dije. ¡Claro que no! Necesitaremos tres tripulantes. Uno de ellos, cocinero y otro que pueda hacer de skipper. A ti te toca ya descansar un poco, si es que eres capaz de quedarte quieto. Esa noche me costó un poco dormir. Los italianos entraron en la cala a la mañana siguiente. Ver maniobrar un barco, aunque solo sea para fondear un ancla, es un espectáculo tan magnético como el fuego de un hogar. Supongo que estaba jugando a anticipar las órdenes de su capitán cuando noté que mi hijo me rozaba las costillas con el codo. Mira ahí, a popa, en la cubierta superior. Y ahí, a popa, en la cubierta superior, bajo una gorra de baseball roja, vi brillar la sonrisa entre pícara y feliz de Adèle, que nos saludaba dando saltitos de alegría. Aren’t you lucky, vieux pirate! Me susurró entre dientes mi hijo. |
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#204
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#205
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![]() No se si hay cofrades que no disfrutan de este hilo, ya que las primeras paginas ,se leen como algo ,demasiado personal y doloroso, aunque posts como este ultimo ,merecen deleitarnos con el cofrade.![]() ![]()
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La vida, es eso que pasa, mientras hacemos otros planes..." J.Lennon. |
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#206
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![]() ![]() Tahleb, no permitas que el hijo cambie el barco, eso de llevar cocinero y skipper es muy british, pero un coñazo, tienes gente a bordo pero no son compañía ![]() ![]()
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#207
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Es soberbio como escribes. Y eso que la carta que escribió ella en el capítulo anterior no me llegó, seguramente porque me parece demasiado evidente que estaba escrita por un hombre
![]() Me encanta y me engancha. ![]() ![]() |
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#208
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A partir de ese momento, el ambiente general tomó un tono entre festivo y pícaro, como de día de boda, con Adèle y yo en el centro de la escena. Todos, desde la tripulación del yate a los armadores del mismo, me sonreían, me guiñaban el ojo, me daban palmaditas en la espalda. Si hubiéramos sido dibujos de un cómic, se habría visto surgir un mismo globo de perfil nuboso de todas las cabezas con un texto del estilo de “tremendo polvo vas a echar hoy, compadre”.
Una parte de mí intentaba superar la sensación de estupor que me generaba aquella situación y pugnaba por reaccionar de algún modo, pero, para mi sorpresa, otra parte de mí se dejaba conducir por las circunstancias en alas de un irrefrenable deseo físico. Adèle estaba radiante. Preciosa. Ruborizada como una verdadera novia. Y aún había una tercera sección de mi consciencia que contemplaba todo aquello con consternación, pensando en Claire. En Claire, que estaría a esas horas volando hacia el bajo vientre de África. Hacia el infierno. Arriesgando su vida y su brillante futuro para ajustarle cuentas al diablo en nombre de la Humanidad. Tal vez, pensé, ya habrá llegado a Kampala. Cala di Volpe, repleta de gigantescos yates de súper lujo; la playa de Licia Ruja, al Oeste, con grupitos de mega-millonarios rusos que iban a tierra para mejor ostentar sus botellas de carísimo champagne y gozar de la vista de sus desaforados barcos; Billionaire Beach al Este y Porto Rotondo al Sur, rebosantes de lanchas rápidas y de lustrosos plutócratas, tomaron de pronto relieve en mi percepción, adquiriendo la inapelable condición de lo obsceno. Almorzamos en la toldilla del gran yate. Todo: la mesa, los platos, los vasos, nuestras ropas, todo era de un blanco impoluto, muy a propósito para resaltar el color rubí del vino, algunos pequeños detalles de los adornos de las señoras y ciertos toques de color en la comida. Todo estaba milagrosamente encajado en el mismo cuadro armónico. Como un decorado. Después de comer, el grupo se dispersó por el barco. Mi hijo y el armador fueron hacia la cubierta del puente; parte de los invitados bajaron a la plataforma de popa para tomar un baño y hubo quien se sentó con indolencia en los sillones del salón, con la cabeza a la misma altura que las rodillas. Adèle me tomó de la mano y me condujo hacia su camarote. Mientras caminaba por el pasillo me sentí como si fuera a hundirme en la absoluta abyección. Descubrí que una estrofa de la canción que Claire tanto adoraba tenía, en mi caso, una aplicación espantosamente real. Era mi propia alma la que circulaba por aquel pasillo, exenta de toda esperanza de redención. Avec mon âme qui n’ha plus La moindre chance de salut Pour éviter le purgatoire. |
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#209
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Pero, una vez más, la realidad fue menos dramática, menos brutal, de lo que había imaginado. Adèle era extraordinariamente delicada e inteligente y creo que había detectado mis reticencias desde el mismo momento en que me vio sobre la cubierta del ketch. Me besó suavemente, tomando mi cara entre sus manos, y me obligó a enfrentar la hipnótica luz de su mirada, como si me explorase la mente.
A esas alturas ya no me sorprendió que pudiera ver a través de mí, pero no pude evitar que me recorriese un pequeño escalofrío cuando me preguntó, con expresión misericorde, si echaba mucho de menos a la inglesita morena aquella que se parecía un poco a Sandra Bullock; ¿Claire, se llamaba? No perdí el tiempo preguntando cómo era posible que supiera lo que parecía saber. Simplemente cogí aire y empecé contárselo todo, sin ninguna reserva. Necesitaba una amiga y, tal vez, escuchar algún consejo, aunque Adèle tenía la experiencia suficiente como para no darlo. En cambio, expuso con brevedad y concisión lo que suponía, con acierto, que debían ser mis sentimientos y sensaciones. Me hizo ver que, en contra de lo que yo creía -o quería creer-, en mi corazón se había quedado encerrada, como dentro de una caldera, una cierta cantidad de amor y un anhelo de ternura que no tenían salida clara. Te has hecho mayor, mon ami. Ya no puedes ir por ahí buscando novia y conservar la dignidad. El amor ‘sostenible’ ya hace mucho tiempo que llamó por última vez a tu puerta. Y, una vez más, tengo la fortuna de haber encontrado quien explique lo que sigue mucho mejor que lo que yo sería capaz : http://www.youtube.com/watch?v=iLUJfeR-80I Aquella tarde fuimos sólo dos extraños concediéndose deseos, como dos enamorados. |
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#210
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Ayysss... Es todo tan emocional y tan pasional que me cautiva... No sé lo que vas a contar, pero un hombre como él, tan independiente y tan adaptado a la soledad, no se dejará atrapar por el amor que le ofrece Claire. Es un cambio de vida tan radical, para algo que quizá no funcione con el tiempo... No va a correr el riesgo
![]() ![]() Dejará que prime su egoismo por encima de todo... una pena...Enhorabuena, a mí me parece que el relato te está quedando de maravilla. Despierta en mí sentimientos tan intensos que incluso alguna vez me he enfadado con lo que he leído jajajajaja... ![]() |
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#211
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Entre los invitados que transportaba el yate figuraba un italiano muy atildado, de unos cuarenta y cinco años, que resultó ser un experto en política africana. Después de la cena me aproximé a él y conseguí entablar una conversación con el objeto de que me informase un poco sobre la situación en Uganda. Algo que me diese una idea sobre los posibles peligros que estaría afrontando Claire.
Me expuso un galimatías tan enrevesado y en un italiano tan sumamente culto que asumí que tendría que informarme por mi cuenta y que me llevaría varios días de google el llegar a formarme una opinión, pero comprendí lo suficiente como para preocuparme seriamente. Claire estaba en un avispero en el que revoloteaban toda clase de asesinos, contrabandistas, traficantes, genocidas, matones, oportunistas y gente sin entrañas. Probablemente, según deduje por lo que oí, la premura de su viaje se debía a que era urgente completar el pliego de acusaciones contra una especie de señor de la guerra, especialmente sangriento, al que, por motivos que no entendí, el gobierno de Uganda deseaba conceder una amnistía. Siendo las intenciones del T.P.I. contrarias no sólo a los intereses del guerrillero, sino también a los del gobierno, la posición de Claire y de sus compañeros podía ser bastante arriesgada. Yo no sabía prácticamente nada sobre el conflicto de los Grandes Lagos. Para mí, África era una secuencia de recuerdos desagradables por las costas del Sudán, Etiopía, Somalia y Tanzania, que me habían dejado la impresión de que aquello no tenía esperanza ni remedio ni, en el fondo, nada que ver conmigo. Después de haber visto cómo linchaban a una pobre muchacha por no sé qué crimen contra las costumbres, se me pasaron los complejos de culpabilidad que, como blanco europeo, había sentido en ocasiones. Aunque nunca pude liberarme de la amargura que me correspondía como simple ser humano. Contemplé la cúpula de la noche sin luna, cubierta de estrellas. El marino que un día fui se fijó en la calidad de su brillo y me transmitió una profecía de viento y espuma bajo el próximo sol. Tan sólo era un dato. Una información de generación automática y desapasionada. Adèle puso en mi mano una copa de champagne y alzó la suya para brindar. Supongo que sería su fino sexto sentido quien la inspiró para pronunciar un brindis de indirectas connotaciones africanas: ¡por la cándida adolescencia! Me enlazó por la cintura para contemplar la noche junto a mí. Yo esbocé el gesto de darle un beso en la mejilla, pero ella, con un experto y levísimo movimiento de la cabeza hizo que mis labios aterrizasen en algún lugar sobre sus cabellos, lejos del perfecto maquillaje que embellecía su cara. Como en un flash de fotógrafo recordé las risas de Claire mientras yo jugaba a recoger con la lengua las gotitas salinas de sudor que perlaban su cuello. En el cielo del Este descubrí que ya se veían las Pléyades. El verano empezaba su declive. Me sentí horriblemente superfluo. |
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#212
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¡Vámonos al centro de África!
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#213
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¡¡¡Vamos!!! ¡¡¡Vamos!!!
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#214
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Bob y Sunrise: Marchosillos! que os apuntáis a un bombardeo!
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#215
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¡¡Con una historia así... es imposible no apuntarse!!
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#216
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¡Qué sed, por Dios!
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#217
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Tahleb, doy por seguro que recuerdas algunas frases en el árabe argelí de tus ancestros, hay que dejar el barco bien trincado e ir a por la chica, que podemos acabar como el jardinero fiel sino nos damos prisa
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#218
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Tahleb,
Debo tener un poco de "mono", pues me descubro pasando a menudo por aquí, con la esperanza de poder continuar leyendo tu historia. Seguro que te has tomado una pausa con las vacaciones de Navidad. Disfrútalas como mereces y no te olvides de volver para contárnoslo. Felices fiestas y gracias por regalarnos estos momentos. |
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#219
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Cita:
![]() Felices fiestas a todos y aquí quedamos a la espera del siguiente capítulo ![]()
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![]() La vida es como un viaje por el mar: hay días de calma y días de borrasca. Lo importante es ser buen capitán de nuestro barco. Jacinto Benavente
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#220
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Pues ya somos tres con el "mono"... Tahleb... manifiéstate...
![]() ![]() salud!!! |
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#221
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Quedaban muy pocos días para que terminase agosto. Me hubiese gustado aprovecharlos haciendo algunas inmersiones en la zona de Porto Conte o en el suroeste de Córcega, pero las circunstancias no eran propicias. Me iba a quedar solo otra vez, y hacía tiempo que mi hijo me había obligado a jurarle que nunca haría inmersiones en solitario desde el ketch. En cambio, el juramento me permitía hacerlo desde tierra fuera de la temporada estival. Se trataba, supongo, de eliminar el posible cargo de conciencia y el veneno de los comentarios que surgirían si me pasara algo.
Mi hijo volvía a Londres con la cartera llena de trabajo y Adèle debía continuar con sus anfitriones hasta la Costa Azul, donde desembarcaría, para ir luego a pasar unos días en los Pirineos. Decía que ese período de paz antes de regresar a París era tan necesario para ella como lo es la descompresión para un buzo. Así que valoré la situación y pensé que lo mejor sería que también yo pusiera rumbo al continente. Ya me dirían a qué puerto tenía que llevar el barco para su venta. Una vez allí, tendría un par de días de trabajo para ponerlo en condiciones de ser visitado por sus posibles compradores. Luego, no tenía ningún programa. No fue fácil conseguir la intimidad necesaria para poder decirnos adiós. O hasta la vista. O lo que fuese. En nuestra segunda despedida, de nuevo con incierto futuro, Adèle se mostró extrañamente apasionada y me pregunté qué cosas estaría viendo en el porvenir que la impulsaran a exprimir tanto el presente. Sin habérselo preguntado, como de costumbre, contestó a mis pensamientos en un tono despreocupado. No estoy asustada ni desesperada. Es sólo glotonería. Levaron ancla al mismo tiempo que yo. Mi hijo, que desembarcaría del yate en Porto Cervo, me hacía gestos de despedida junto a Adèle, que, de nuevo bajo su gorra roja, depositaba besos en su mano derecha y me los lanzaba con poses de pitcher ralentizado. Ya estaban lejos cuando descubrí que tenía un papel cuidadosamente doblado en el bolsillo. Era una nota de Adèle. En ella suponía que habría extraviado la que me dio en Pantellería y, por si acaso, volvía a darme la dirección de su casa en el Pirineo. El viento iba a ser contrario durante un par de días, de modo que decidí dejar Cerdeña y Córcega por babor para ir a escalar en Capraia, cuna de memorables anchoas y lugar de aguas de transparencia increíble. http://www.panoramio.com/photo/279770 http://www.panoramio.com/photo/14376008 Y residencia, también, de un antiguo y muy extraño amigo. |
| Los siguientes cofrades agradecieron este mensaje a Tahleb | ||
Atlántida (30-12-2009) | ||
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#222
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enhorabuena tahleb
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![]() Quiero vivir la vida aventurera de los errantes pájaros marinos; no tener, para ir a otra ribera, la prosaica visión de los caminos. Poder volar cuando la tarde muera ... |
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#223
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"Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas."
Konstantinos Kavafis, (Alejandría, 1863-1933) ![]() |
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#224
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Capraia es una de las numerosas joyas del Mediterráneo. Tiene un pequeño puerto natural abierto al Nordeste y se han dispuesto en él unas cuantas boyas de amarre perfectamente alineadas. La transparencia del agua es vertiginosa, y la profundidad del fondeadero es la justa para que el color esté siempre en duda entre el turquesa y el cobalto.
Bajé a tierra, compré unas flores y caminé a ritmo de paseo hasta el recogido y umbrío cementerio que, desde una colina, domina el horizonte del Tirreno. Deposité las flores en un columbario de construcción reciente y observé el escalofrío que siempre me causaba leer mi propio nombre en una de sus placas. Allí, con buena vista, más alto que el horizonte y quién sabe si dándole verde a los pinos y amarillo a la retama de primavera, reposan las cenizas de un gran amigo: mi padre. Él recorrió este mar en su juventud y, después, cuando tuve edad suficiente para aguantarme a bordo de un velero, con mi madre y conmigo. Tuvimos, durante muchos años, un precioso sloop de diez metros en el que pasamos casi todas las vacaciones de mi infancia. En alguno de aquellos viajes recalamos en esa isla y mi padre se quedó prendado de la paz y la panorámica que se disfrutaba desde la colina del cementerio. Quiso que se depositaran allí sus cenizas. Permanecí unos minutos junto al columbario, recordando la limpieza de la mirada de aquel hombre; el cálido peso de su mano sobre mi hombro, en un contacto firme que transmitía protección y guía a un tiempo; su voz, justo en el límite entre tenor y barítono, cantando romanzas napolitanas frente a aquel mismo horizonte; su alegría contagiosa. Su sed de vivir. Descendí la colina y me encaminé a una de las casitas que hay sobre el puerto, en el acantilado del Sudoeste. Al llegar, pregunté por la Signora Elisabetta y, tras unos segundos, salió a recibirme una mujer de unos sesenta años, poseedora de las numerosas huellas que deja una belleza espléndida, que al verme pareció sufrir un sobresalto. Madonna, Tahleb! Te estás convirtiendo en tu padre! Volpetto, mío! Mi padre enviudó a los sesenta. Sufrió dos años de desconsuelo absoluto en los que llegué a temer por su salud y por su vida, pero se recuperó de repente, como si saliese de un duelo ritual de veinticuatro meses, y se puso a la labor de que recuperásemos la alegría de vivir que tanto nos recomendaba mi madre. Sé que la añoró toda su vida, pero se abrió a la belleza como quien sigue un tratamiento de salud. Al cabo de poco, conoció a una rutilante muchacha, veintiséis años más joven que él, a la que rodeó de atenciones y de ternura hasta que la enamoró perdidamente. Esa muchacha era Elisabetta. Vivieron dieciocho años en una risa continua. El suyo fue un amor hecho de travesuras, de regalos, de bromas y de pasión loca. Unos años antes de morir mi padre, compraron la casita de Capraia “para ahorrar en transporte cuando me muera”. Lisabé, cara mia, he venido a poner flores a mi padre pero, sobre todo, a hablar contigo. Tengo que contarte algunas cosas y espero que me des algún consejo. Va bene má, primero hay que comer algo! |
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#225
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En un triste y ventoso día de invierno, con la nariz roja del catarro, y justo antes de finalizar el año, era lo que necesitaba, la continuación. Eres un genio![]() ![]() ![]() ![]()
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![]() La vida es como un viaje por el mar: hay días de calma y días de borrasca. Lo importante es ser buen capitán de nuestro barco. Jacinto Benavente
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