A veces, ¡que dura es la mar! y sin embargo la queremos.

[Atarip]

Navegaba con viento de 40 nudos del Oeste me bebí dos vasos de buen Rioja, tenía un vaso de plástico metido en el bolsillo del pecho, un brazo agarrado al barco y el otro sujetando la botella. Mi mente volaba a mi casa, donde mi familia estaría sentada alrededor de una mesa acogedora. Me reservarían un pensamiento y dirían: «Esto no es lo mismo sin papá. Le deseamos buen tiempo para esta noche».

Hacia las 21 horas tuve otro mal momento que me hizo otro nudo muy apretado en el estómago. Me estaba preparando la cena cuando de una manera distraída eché un vistazo hacia proa y... allí estaba. ¡Dios mío! La sangre se me heló en las venas. Había muy poca visibilidad, pero allí estaba, blanco como un fantasma y enorme, justamente en la misma proa.

Rápidamente me encaramé a la bañera. Como dije el viento era de unos 40 nudos de la aleta de estribor –SO– y no había manera de evitarlo navegando hacia el Sur o el SE. Ocupaba toda esa zona, así que no me quedaba más remedio que trasluchar rápidamente y sin pensarlo. La Mayor se estrelló contra las crucetas, sólo la vela de proa mantenía el barco en facha. El tanque, ahora de sotavento, lleno. Era dramático. El barco tumbado era arrastrado por la fuerza de la mar y el viento contra el iceberg; grandes olas rompían contra los acantilados y rebotaban. Sin preocuparme en absoluto por el agua en el tanque, largué la contra de la Mayor, que fue a estrellarse contra la burda de estribor; entonces, también largué la burda y la escota de babor del foque.

El barco empezó a moverse despacio hacia proa a pesar de las grandes olas que barrían la cubierta. El iceberg amenazaba por encima del palo... ¡Dios, era horrible! Para entonces ya estaba virando la escota del foque como un maníaco, tesando la burda de barlovento, y me parecía que en cualquier momento una ola iba a coger el barco y a lanzarlo contra uno de los acantilados de hielo.

El barco empezó a coger velocidad hacia avante y, de ola en ola y por los pelos, pudo esquivar el último saliente del iceberg. ¡Gracias! ¡Estábamos salvados!

En eso escuche un ruido, un ruido muy familiar inundaba mi mente, ¿era real o solo estaba en el interior de mi cabeza?. Hacía mucho frío en la cubierta, entre -15º y -20º. Dentro, la temperatura máxima no pasaba de los 4º y el agua del mar estaba a 2º. La velocidad media era de doce nudos y la botavara nadaba sobre el agua continuamente. Tuve que coger el cuarto rizo para levantar la botavara; aunque dejé la driza lascada con objeto de poder dejar la vela contra la jarcia y así poder meter la botavara dentro; pero a pesar de todo cogía alguna ola, aunque sólo ocasionalmente.

Otra vez el ruido, no me dejaba concentrarme, miraba enrededor y no veía nada. Mi ropa, muy mojada; mis pies, mojados y fríos; mis manos, llenos de llagas; mi cabeza, llena de chichones y heridas dentro del gorro de lana, chorreando agua, y todavía muchas, muchas millas hasta Cabo de Hornos.

Cuando miraba el mapa y veía la marquita de mi posición al mediodía y luego miraba al Cabo de Hornos, definitivamente me parecía que nunca iba a llegar...; me parecía que estaba tan lejos, y ese ruido,...., ese ruido infernal no paraba en mi cabeza.

Abrí los ojos y ....., ví el despertador chillando y dando fogonazos. Es verano, tan temprano y que calor! Terminó el sueño y me preparé para otra aburrida jornada laboral pensando en los cofrades que ahora estarán por esos mares disfrutando de esas vacaciones que yo nunca he conocido.

Desde casa, a veces, también navegamos.


Un Saludo
Pirata

P.D. Que me perdone D. José Luis de Ugarte por haber adaptado y modificado un relato suyo para soñar con la mar, lejos de la mar.