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En el año 2003 esta tetrapléjica británica, encerrada en su casa y sin muchas ilusiones, tras averiguar la dosis de morfina que necesitaba para suicidarse, había decidido poner fin a su vida y tenía ya escritas hasta las cartas de despedida. La providencia, o el azar, hicieron que un buen día su vecino le propusiera salir a navegar con él. A regañadientes y por complacerle aceptó. Se hizo a la mar y su vida giró radicalmente: "Me envolvieron hasta el cuello en una silla de jardín, me pusieron un tablón en las piernas y otro en la espalda y empezamos a navegar en el Lago Westbere. De pronto podía sentir el movimiento del agua contra el barco y no sentía el dolor. Los pájaros cantaban, el sol brillaba y pensé: 'Ya está'. Acababa de encenderse de nuevo la luz dentro de mí. Le había vuelto a encontrar un sentido a mi vida". Desde entonces Hilary ha vivido casi sólo para la vela y ha afrontado con éxito diversos desafíos.
Esto se podría aplicar a muy pocas aficiones o actividades, ¿no?