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Predeterminado Fuí capitán en el “Villa de Pitanxo”

Fui capitán*en el Villa de Pitanxo
MANUEL QUEIMAÑO

Publicado en ”La voz de Galicia”, 20 feb 2022.

Relataré en este espacio al menos una de mis mareas en Terranova a bordo del Villa de Pitanxo.

Dos días antes de la salida, la tripulación fue informada de que el barco saldría para la mar a las 10.00 horas. Cuando a las 09.00 llegué al buque para poner los equipos en marcha y cerciorarme de que todo estaba en orden, con agradable sorpresa pude comprobar que mis compañeros ya estaban a bordo y listos para la maniobra de salida.

Arriando cabos, pusimos rumbo a los caladeros de NAFO. Para la mayoría de los hombres era un caladero nuevo y desconocido. Nunca habían pescado ni trabajado en esa franja de la plataforma continental americana, pese a que la flota pesquera española —y también la de otros países— tiene más de cien años de experiencia en la zona de los grandes bancos de Terranova. En esos tiempos los científicos aseguraban que a partir de los 200 metros de profundidad no llegaba la luz solar ni había oxígeno, y por lo tanto no se producía la fotosíntesis, lo cual significaba que prácticamente no había vida animal. Además, los barcos de pesca no tenían las maquinillas ni equipos adecuados para trabajar a profundidades de más de 1.000 metros.

Tanto yo como algunos de mis compañeros, que veníamos de aguas de Namibia, sur de África y Malvinas, nos encontramos con un caladero tradicional sobreexplotado y con la mayoría de especies, como el bacalao y la platija, en moratoria.

Cuando empezamos a hacer pruebas en aguas más profundas (prácticamente a ciegas, ya que a esas profundidades no funcionaban los equipos) descubrimos una nueva zona de pesca. Era en realidad un nuevo caladero totalmente distinto a lo conocido con anterioridad. Era emocionante y excitante, pues cada día, cada marea, era distinta a la anterior, tanto para bien como para mal.

En los cinco o seis días de ruta que tardábamos en llegar a la zona de pesca, preparábamos las malletas. Esta tarea daba mucho trabajo. En esa nueva área —la de pesca del fletán— gastábamos mucho material. Pescando fletán se rompían. Bastaba un día, cuando lo normal era que en otros mares y en otras pesquerías duraran toda la marea o varios meses. Esta era una de las primeras características de la nueva zona de pesca de fletán.

Cuando embarqué en el Villa de Pitanxo para hacer una marea en agua de NAFO iba pensando en estos recuerdos y me preguntaba si la gente que había a bordo sería competente para realizar a tiempo los trabajos necesarios para tener todo a punto. Cuando yo comencé en NAFO, la mayoría de los tripulantes ya veníamos de trabajar juntos en otros caladeros. Todos éramos conocidos y sabíamos lo que podíamos dar y con quién contar. Éramos todos de la zona del Morrazo. En los últimos años todo fue cambiando, las tripulaciones se fueron jubilando y, al no haber relevo generacional español, en muchos barcos entraron extranjeros.

Al salir de puerto, y una vez fuera, de puntas, hablo con el contramaestre y le digo que el día de salida lo dedique a trincar todos los pertrechos de pesca para que no se movieran con el balance. Le indiqué que colocase los stays y que le dijese a la tripulación que dedicara el resto del día a instalarse, que se tomasen el día libre y que a última hora realizaríamos un ejercicio para que cada uno supiese a dónde dirigirse en caso de emergencia. Al día siguiente, les informé, empezaríamos a trabajar.

Me miró con sorpresa. «Por la tarde ya pueden empezar a trabajar», me resaltó, pero insistí: el día de salida es mejor descansar y adaptarse de nuevo a la mar.

Durante la ruta, a las 07.30 comenzábamos los trabajos de cubierta; a las 12.00 parábamos para comer; a las 15.00 reanudábamos los trabajos hasta las 19.00 horas. Cenábamos y si quedaba algo pendiente seguíamos dos horas más, hasta las 23.00 horas.

Al cabo del día pude comprobar que habíamos adelantado trabajo. Ocurrió todos los días del viaje. No hizo falta prolongar la jornada. Horas antes de llegar al punto de largada —o inicio de pesca— ya estaba todo listo para lanzar la red.

Una vez en faenas de pesca, el horario de trabajo no estaba estipulado. Dependía de los lances, de la cantidad de pesca... En Namibia lo más habitual y rentable era dar cuatro lances en la singladura y, entre lance y lance, descansar; cuando había mucha pesca se hacían turnos de descanso y se trabajaba a relevos. En Malvinas, de noche no se pescaba porque lo normal es que la pesca fuese abundante de día. Hay que medir fuerzas, la gente tiene que pasar muchas horas en el parque de pesca con poco descanso.

Cuando llegamos a NAFO, a la voz de «arte al agua» se largaba la red y la maniobra se prolongaba más de una hora, tiempo en el que se extendían 3.000 metros de cable.

Una vez que la red llegaba al fondo, comenzábamos a arrastrar. Ese lance solía durar entre 6 y 8 horas. De nuevo, izamos el arte a bordo; en condiciones normales tardábamos una hora y media. En definitiva, entre la largada y la virada pasaron 8 o 9 horas y en ese momento podríamos haber pescado entre 1.500 y 2.000 kilos de fletán negro.

Pasó poco tiempo desde que empezamos a pescar fletán cuando comenzamos a poner nombre a los distintos sitios de pesca (como ocurre con los caladeros). El punto de largada cuando se viene de España es un sitio conocido por todos. El pescado es muy bueno y, aunque hay poca cantidad, tiene buen precio. Ahí damos el primer lance para probar si van bien los equipos. Los marineros más veteranos gritan: «¡Aproveitar que estamos no Campanario!». El Campanario es sinónimo de «ganar mucho con poco trabajo», o sea, poca cantidad de pescado pero de mucho valor.

La gente que faenaba en Namibia o Malvinas sabía que para rentabilizar la marea tenían que pasar muchas horas sin dormir ni descansar y realizando descargas. Por eso, el descubrimiento de la pesca del fletán fue un acontecimiento. El poder disfrutar de tanto descanso compensaba el tiempo que, entre tormentas, se pasaba en cubierta haciendo las maniobras o atando las redes rotas alrededor de hielo.

En el lance de la noche bajé al comedor de la marinería. No recordaba verlo tan concurrido desde hacía tiempo (porque cuando hay mucho trabajo la gente aprovecha el momento de la comida para descansar y estirar las piernas). Unos estaban comiendo, otros tomando café y algunos jugando una partida. Entonces dije en voz alta:
—¡Qué bien se vive en este barco!
—¡Ya las pagaremos capitán, ya las pagaremos! —respondió Jaime desde el fondo del comedor.

Naufragó el Villa de Pitanxo en el caladero de NAFO. Iba a la pesca del fletán. 21 tripulantes perdidos. Desde aquí les dedico mi pequeño y sincero homenaje y, aunque no recuerdo el nombre de todos con los que tuve el honor de navegar y que la mayoría ya no estaban en el barco en ese fatídico instante, sí que me acuerdo del contramaestre —¡como no acordarme!— Edmon Okutu. Cuando le pregunté dónde había aprendido el oficio de contramaestre, me miró con cierto desdén y me dijo: «Mi abuelo era armador en Ghana y un tío mío me enseñó a atar redes».

Mi recuerdo para ti y para todos los demás.
__________________
Sailing is better than waiting for a perfect day to ship. _/)




https://youtu.be/hJlojXdQVDQ
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