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VHF: Canal 77 |
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Navegar es necesario, vivir no
Pues parece que la frase del título fué de Pompeyo. Hoy en El MUndo hay un buen artículo que habla de la vela en España, de los éxitos que nos ha dado y el autor dice que "el mar es nuesta tradición nuestra historia". ¿Lo leerán los queridos responsables de la cosa náutica?
Un buen café para espabilar por la mañana. Navegar y vivir CARLOS TORO Cuando no había casi nada, estaba la vela. En ella podíamos confiar. Nos encomendábamos a su flamear en la confianza de que no nos defraudaría. Así fue en la mayoría de las ocasiones. Hoy es el deporte que más medallas olímpicas nos ha proporcionado desde que, en los Juegos de Los Angeles de 1932, Santiago Amat obtuviera la plata de la clase Finn. Hasta 1976 (Montreal) no volvimos a colgarnos metal alguno. Pero, a partir de ese momento, y excepto en Sydney'2000, la vela nunca falló, con una recompensa en Moscú (1980), Los Angeles (1984) y Seúl (1988). Y otra vez la vela nos sonrió en Barcelona (1992). Con cinco medallas, cuatro de ellas de oro, nos ayudó más que cualquier otro deporte a ascender al vigesimosegundo cielo, del que todavía no hemos bajado. En Atlanta (1996) conquistó dos. En Atenas (2004), tres. Y dos ahora en Pekín. La vela masculina y femenina en todas las clases nos ha proporcionado 17 medallas. A la cantidad ha unido la calidad, porque 11 de ellas han sido de oro, y seis de plata. El bronce ha sido «despreciado» por... ¿oscuro y barato? Los nombres de Santiago Amat, Antonio Gorostegui, Pedro Millet, Alejandro Abascal, Miguel Noguer, Luis Doreste, Roberto Molina, José Luis Doreste, Jorge Calafat, Francisco Sánchez Luna, José María van der Ploeg, Domingo Manrique, Fernando León, José Luis Ballester, Iker Martínez, Xabier Fernández, Rafael Trujillo, Fernando Echávarri, Antón Paz, Theresa Zabell, Patricia Guerra, Natalia y Begoña Vía Dufresne y Sandra Azón forman parte para siempre de la mejor trayectoria olímpica española. Se ha dicho a menudo que España, con más de 3.000 kilómetros de costa y una doble insularidad, vivía de espaldas al mar. No era del todo falso, tras la depresión nacional que supuso la pérdida de las últimas colonias ultramarinas en 1898. La nación se encerró intelectualmente en sus fronteras interiores y utilizó las costeras para emigrar a América. Eso no era vivir cara al mar, sino utilizarlo para escapar el dolor de la tierra firme. El mar tenía un valor instrumental más que sentimental. Pero...¿cómo vivir de espaldas al mar siendo España una península? Aunque sólo fuera por razones puramente geográficas, el mar constituye nuestra más reconocible seña de identidad. Surcándolo descubrimos mundos, a él nos asomamos, en él nos reflejamos y de él extraemos riquezas y alimentos. El mar es nuestra tradición y nuestra Historia. El mar, el agua, es también nuestra tradición y nuestra Historia olímpicas. En términos deportivos podemos decir con Pompeyo: «Navigare necesse est, vivere non est necesse». Navegar es necesario, vivir no. |
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