La Taberna del Puerto Good Wings
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Antiguo 27-08-2008, 19:05
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Predeterminado "El Raspa" Accesit Relato sobre el mar

El relato que copio a continuación fue el 2º premio del Concurso de Narraciones Breves sobre temas relacionados con el mar convocado por el Puerto de Sitges. La ganadora es una miembro de esta Taberna. Le han pedido varias veces que lo cuelgue en el foro, y ni a mi me ha hecho caso. No sé qué manía le ha cogido, pero dice que no le gusta. A mi sí. Así que aprovechando que ha salido y que estoy en su ordenador hurgando en su portátil lo he encontrado y me tomo la libertad de colgarlo, porque la quiero un montón, porque estoy orgulloso de ella y porque esto es una taberna en la que creo que se pueden contar cuentos sobre el mar.

Eso sí, me va a costar una bronca muy gorda cuando vea que lo he colgado, pero a pesar de ser una fiera se le pasará en un par de días, o varias semanas porque en el fondo es un cacho pan. Espero que os guste


EL RASPA

Un cuento para José


¿Quién puede afirmar que no ha soñado despierto alguna vez? Todos, en mayor o menor medida lo hemos hecho alguna vez. Pero ¿quién se ha atrevido a perseguir ese sueño? Carmen siempre quiso navegar. Desde que tuvo conocimiento soñó con la mar, estuvo ahí, presente desde su niñez, poblando su memoria de recuerdos.

Los veranos de su infancia transcurrieron año tras año a orillas del Mediterráneo, entre chapoteos en el agua y búsqueda de coquinas en la arena. Recordaba al tío Paco enterrar sandías en la orilla -¡Para que estén fresquitas a la tarde!- decía. Eran tardes felices que transcurrían plácidas bajo el sol, haciendo castillos de arena. Aún recuerda los primeros acercamientos a la mar junto a sus hermanos, esos que son para los niños un cara a cara con las olas que rompen en la orilla. Jugaban a que la blanca espuma que iba a romper en la arena no les diera alcance, y al retirarse la corrían persiguiéndola hasta que una ola traicionera les pillaba dándoles un buen remojón que provocaba risas y la algarabía típica de los niños que saben como nadie convertir cualquier momento en una aventura llena de magia.

Pero siempre había un instante en el que, inconscientemente, casi por embrujo, se apartaba del grupo de niños para sentarse cerca de las barcas, y embobada observaba como los pescadores afanosos recogían sus redes. Ya desde bien pequeña quedaba fascinada viéndoles hacer. Un día uno de ellos la llamó:

-¡Niña, ven aquí!-El hombre de tez morena y profundas arrugas en el cuello la escudriñó atentamente mientras se acercaba- ¿de quien eres tu?

-Soy la hija de Miguel- se giró a señalar a su padre, que estaba junto a sus hermanos en la orilla, unos pocos metros más allá.

-¡Vaya, con que la hija de Miguel! Conozco a tu padre desde que iba en pantalones cortos, ¡menudo elemento estaba hecho! más de un coscorrón le di entonces por subirse a la barca a jugar a los piratas. Veo que de tal palo tal astilla, a su hija le siguen tentando los barcos. ¿Y qué miras con tanta atención, si puede saberse? Deberías estar jugando con tus hermanos y no aquí perdiendo el tiempo.

Las mejillas de la niña, avergonzada por la reprimenda se encendieron enseguida pero Carmen, lejos de agachar la cabeza y mostrar timidez plantó cara al grupo de pescadores. Nunca se había atrevido a dirigirse a ellos, siempre estaban atareados, aún así no estaba dispuesta a amilanarse. Les miró fijamente, con los brazos en jarra y replicó descarada:

-¿Acaso la playa es vuestra? es muy grande, no os estorbo. Además- la niña se iba envalentonando según hablaba- me gusta mirar como coséis las redes, como sacáis peces de esos cestos y allá donde vais, las gaviotas os siguen. A mi no me dejan acercarme, solo quería jugar con ellas.

El pescador soltó una sonora carcajada y Carmen pudo ver que en su boca abierta faltaban algunos dientes. A la niña se le antojó que debía tener más de cien años, pues sus arrugas eran muy profundas y sus ojos oscuros y muy muy pequeños.

-Las gaviotas, niña, son pájaros tontos y tragones que no entienden de juegos, sólo piensan en zampar. Se arriman en busca de alimento, las muy pillas pretenden comer sin mojarse el pico. Y esto, entérate bien, no son cestos, se llaman nasas. Deberías saberlo, tus antepasados fueron pescadores, y llevas su sangre en las venas. –El viejo, con una sonrisa conciliadora alargó el brazo hacia ella y le dio un cubo -Anda, toma estos calamares y llévaselos a tu padre, dile que se los manda Antonio, el Raspa. ¡Y tráeme el cubo de vuelta!

Carmen tomó el cubo con la solemnidad del que recibe el más valioso de los presentes, pero pronto perdió la compostura: era demasiado pequeña y el cubo pesaba demasiado para ella. Aún así se asomó dentro y su carita se iluminó: dos enormes calamares aún vivos parecían mirarla. Presa de la emoción emprendió una penosa carrera hacia el lugar donde estaba su padre, que saludaba con el brazo al pescador. Resultaba graciosa verla, tan chica tirando a trompicones del cubo. Pero a mitad de camino frenó y volvió sobre sus pasos hacía Antonio El Raspa, que de nuevo se hallaba metido en faena. Tiró del faldón de su camisa, Carmen no le llegaba ni a la cintura. Esté giró la cabeza y levantó una ceja:

-¿Aún por aquí?

-¡Señor Raspa! ¿Podría llevarme en su barco la próxima vez que salgan a pescar? Yo quiero navegar- La de Carmen, más que petición era una súplica. El pescador miró a sus compañeros y se volvió de nuevo hacia la niña negando con la cabeza.

-¡No es posible, pequeña! un barco faenando no es lugar para ti, hoy tendremos poniente que pega duro en la bahía y te asustarías. Además, salimos cuando aún duermes, que es lo que deben hacer los niños a esas horas.

-¡Me portaré bien, lo prometo!

-He dicho que no –el pescador se revolvió incómodo, era difícil resistir a la carita lastimera de la niña- Haremos un trato: el año que viene, que serás un poco más mayor vuelve, y ya veremos ¿De acuerdo?

-¡Por favor, señor!-era un último intento desesperado, pero no logró convencerle

-No insistas. El año que viene, y ahora tira a jugar con tus hermanos y que no te vuelva a ver merodeando por aquí hasta entonces.

La chiquilla asintió resignada, no le quedaba otra. El verano estaba casi acabado y los meses fríos pronto dieron paso a la primavera. Carmen recordaba a diario la promesa de Antonio el pescador, y no veía la hora de volver a la playa. Pero con el fin del curso escolar llegó el momento tan esperado: empezaban las vacaciones estivales, lo que significaba volver a la mar.

El primer día de playa Carmen estaba presa del nerviosismo propio de quien va a iniciar una gran aventura, la noche anterior apenas pudo dormir. Nada más bajar del coche corrió hacia las barcas en busca de Antonio. Su barca estaba allí, varada en la arena, pero la encontró vieja, abandonada, el barniz cuarteado no lucía los vivos colores que guardaba su memoria. Anduvo arriba y abajo buscándole entre pescadores –quizá tenga otro barco- pensaba. Tuvo el presentimiento de que algo iba mal. Reconoció entre un grupo de hombres una cara familiar, ¡sí, le recordaba! ese muchacho estaba el año pasado ayudando al pescador. Corrió hacia él

-¡Hola! Busco al Sr. Antonio Raspa, me dijo que volviera este año para llevarme a navegar ¿sabes donde está? En su barca no hay nadie y no lo encuentro por ningún lado.

El muchacho la miró, parecía sobresaltado, como quien hubiera visto a un fantasma. Tardó unos segundos en reaccionar

-¡Ah, ya te recuerdo! La hija de Miguel, Carmencilla ¿no?- el joven acarició el rostro de la niña, sus manos eran ásperas y olían a pescado –El Raspa ya no está, nos ha dejado.

-¿Cómo que no está?- la niña apartó bruscamente la mano de su cara y se revolvió nerviosa- ¿Cuándo vuelve? Me dijo que me llevaría en su barco, no ha podido irse.

-¡Pobrecilla! No volverá Carmen- El muchacho soltó los aperos que le ocupaban, agarró a la niña y la sentó en su regazo. Con expresión compasiva, le explicó que Antonio el Raspa había enfermado y una mañana no bajó a pescar. Lo encontraron dormido en su cama, dormido para siempre. A medida que Carmen escuchaba el final del Raspa, sus ojos se anegaban produciendo un terrible escozor. Dio un violento empujón al muchacho para liberarse de sus brazos, estaba furiosa

-¡No es cierto! No se ha ido, ¡me lo prometió, me prometió que me llevaría a navegar!- salió corriendo en dirección al coche de su padre, se metió dentro y no consintió en salir de allí, pese a los vanos intentos de sus padres de hacerla entrar en razón. Carmen se sentía traicionada, el Raspa había faltado a su promesa, se marchó sin esperarla, sin llevarla a navegar. Durante mucho tiempo lloró amargamente, de rabia, sin entender por qué Antonio no se había despertado.

Fue tal el berrinche que agarró que no quiso volver a la playa durante buena parte del verano y sus padres, viendo su estado no la obligaron. Se dedicaba mirar la playa desde la ventana, por donde divisaba también la embarcación abandonada de Antonio. Tenía la sensación al mirarla que día a día la marinilla estaba devorando el casco a pequeños mordiscos, cada vez más desvencijada, con más arena alrededor.

Una tarde los padres de Carmen se llevaron un buen susto. Como era costumbre, la acostaron tras la comida a dormir la siesta, y pasadas un par de horas viendo que ésta no se levantaba fueron en su busca: la cama estaba vacía. En el hogar cundió el pánico, medio pueblo se movilizó para buscarla, pero pasaban las horas y no había ni rastro de la pequeña. Ya bien entrada la noche un lugareño la trajo en brazos, era el muchacho que le había dado la fatídica noticia que tanto la trastornó. Estaba dormida. La habían encontrado así, acurrucada dentro de la barca de Antonio. Carmen en un descuido de sus padres se escapó sigilosa en dirección a la playa, con el propósito de echarse a la mar. Se encaramó como pudo a la embarcación abandonada, valiéndose de unas cajas de pescado apiladas para alcanzar a subir a bordo. Una vez dentro fue consciente de que toda su determinación era inútil, era demasiado pequeña, ni tan siquiera sabía como hacían los barcos para entrar en el agua. La impotencia nuevamente se adueñó de ella, aunque esta vez no hubo lágrimas, pero lloró, lloró mucho, por dentro, hasta quedarse dormida.
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