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| VHF: Canal 77 |    | ![]() |
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#11
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Hoy he entregado la declaración de Hacienda y me he acordado de lo española que soy:
Pero es que ese individualismo llega a más. Los del propio bando son también, a la hora de la verdad, extraños, y no se trata, como podría ocurrir en otros países, de evitar responsabilidades. Es que de verdad cuando el español se retrae a su concha no admite hermanos ni correligionarios. Si se le enfrenta con una realidad, «en tal pueblo hicieron esto y aquello los tuyos», se encoge de hombros… Ah, bueno, serían unos locos… Son «otros», están aparte, a él no le toca nada El español vive con una sociedad, pero jamás inmerso en ella. Su personalidad está recubierta de pinchas que se erizan peligrosamente ante el intento de colaborar en cualquier empresa. En ciencia esto se llama labor de equipo y su falta ha sido muchas veces reconocida como determinante de la lentitud del progreso español (las lumbreras son geniales en el sentido de únicas y raramente proceden de una escuela determinada ). La actitud general este reflejada en una frase: « Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como.» En el español, dice América Castro, «la reacción del dinamismo vital va del objeto a la persona por ser así la realidad de su estructura». Esto es cierto hasta tal punto que el español se apropia todo lo que le toque de cerca o de lejos. El es- pañol, cuando cuenta su jornada, dice: «tomé mi desayuno, leí mi periódico, encendí mi cigarro, subí a mi autobús», pero, curiosamente, cambia al referirse a la «oficina» (véase Pereza). «Esos, los que me dirigen esa pregunta (cuál era su religión) , quieren que yo les dé un dogma, una solución en que pueda descansar el espíritu en su pereza. Y ni esto quieren, sino que buscan poder encasillarse y meterse en uno de los cuadriculados en que colocan a los espíritus ... Y yo no quiero dejarme encasillar, porque yo, Miguel de Unamuno, como cualquier otro hombre que aspire a conciencia plena, soy una especie única. "No hay enfermedades, sino enfermos", suelen decir algunos médicos, y yo digo que no hay opiniones, sino opinantes.» (Mi religión. Unamuno O. S., p. 256, Madrid 1960.) El español siente, en general, una instintiva animosidad a formar parte de asociaciones, y lo que ocurrió en la guerra civil a cuantos militaban en varias de ellas no ha contribuido precisamente a cambiar sus puntos de vista. Compárese con Inglaterra o Estados Unidos, por ejemplo, en donde es normal para un ciudadano ser miembro de cinco o seis organizaciones patrióticas, benéficas, religiosas o recreativas. Cuando el español se «apunta» a un casino, no va a colaborar con otros para resolver problemas, sino a encontrar un sitio cómodo en donde él pueda contar a los demás lo que piensa del mundo en general y de la familia de Sánchez en particular. Por ello, la organización a la que no hay más remedio que pertenecer, la del Estado, es mirada con suspicacia. El Estado es un ente aborrecible que no se considera como vínculo necesario entre el individuo y la sociedad, sino como un conglomerado de intervenciones que tratan de reglamentar la vida de Juan Español, con el único propósito de perjudicarle. Las características del Estado no tienen en este aspecto ninguna importancia y lo mismo da una República que una Monarquía una Dictadura. Siempre se trata de un fiscalizador de la vida al que hay que hacer el menor caso posible. Las leyes que el Estado promulga tienen valor mientras está la tinta fresca y lo pierden cuando pasan unos meses. Ante un proyecto he preguntado a veces: Pero ¿cómo, no hay una ley que prohíbe esto? .”Hace mucho que no hablan de ella», es la respuesta. El silencio, para nosotros, equivale a la abolición, Ya el encomendero que vivía en América conciliaba el respeto por el rey y su propio juicio contrario, poniendo el decreto real sobre su cabeza y pronunciando solemnemente -sin ironía-: «Se acata, pero no se cumple.». Todo español está autorizado a engañar al Estado procurando evadir el pago de los impuestos. Hay que subir mucho en la escala moral de los españoles para encontrar a uno que equipare la trampa hecha al fisco con el apoderarse del dinero ajeno. Muchas personas incapaces de quedarse con diez pesetas de un desconocido, no vacilarían en burlar al Estado en miles y miles. Muchos que verían con horror la primera acción, sonreirían con admiración hacia la segunda. Lo primero es robar, lo segundo ser listo. Porque al fin y al cabo “quién roba a un ladrón…” El español y los siete pecados capitales.- Fernando Díaz-Plaja. |
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