Despedida de un navegante amigo

[Cocua]

Hermanos Cofrades.
Esta vez no habrá ron, sino unas lágrimas de tristeza.
Hace unos días levaba anclas de este mundo un gran navegante y amigo, Francisco Carvajal, conocido por todos como Cato.
Hace años me lo encontré en las islas de Venezuela, navegando en su velero Gaucho en compañía de sus buenos compañeros Mario y Francisco. Durante un par de meses compartimos fondeaderos por aquellas aguas; la Blanquilla, Tortuga, Margarita, Puerto de la Cruz… momentos dichosos donde sólo guardo recuerdos de alegría y felicidad. Tiempo después volvimos a encontrarnos en el fondeadero de Papeete, Tahití, envuelto en su halo, mezcla de despiste y satisfacción.
Cato fue una de esas personas que emana paz y confianza a su alrededor, además de poseer una gran experiencia en las cosas del mar. No en vano una vez me confesó con humildad no recordar los cruces oceánicos que llevaba bajo su quilla y a pesar de haber naufragado en pleno Atlántico junto con su buen amigo Gerardo, nunca dejó de pertenecer al medio que tanto amaba; el mar.
Estos últimos años los pasó cuidando su barco, el Bilbo, un bello Carter 42, en el puerto de Alicante, mi ciudad, donde cada mañana nos encontábamos por los pantalanes, recordábamos pasadas navegaciones y tristemente lo veía degradarse víctima de una grave enfermedad.
Si, Cato dejó estos mares a los cincuenta años, pero si el afecto, la simpatía y un gran corazón tienen recompensa más allá de este mundo, Cato estará navegando a bordo de una bella goleta, surcando mares de cristal, empujado por suaves Alisios de serenidad, con rumbo hacia poniente en demanda de sus añorados Trópicos de la Eternidad.