Re: Based in actual events
Caminamos hacia el coche mientras hablábamos de cualquier gilipollez relacionada con la aeronáutica, la meteorología o la planificación urbanística de Madrid comparada con Marsella. O tal vez con El Cairo. No me acuerdo. Se trataba de impedir que el silencio se instalase entre nosotros demasiado pronto y, también, de esconder un poco el nerviosismo que nos causaba aquella situación tan rara, pero nuestro parloteo se fue extinguiendo rápidamente y muy pronto nos encontramos mirando ambos a través del parabrisas pensando en cómo comenzar a contarnos nuestras historias y a desvelar qué esperábamos o qué podíamos esperar el uno del otro.
Empezó ella. Sin preámbulo. Orientó la narración comenzando por el final, de una manera bastante literaria que me hizo pensar en que, probablemente, había ensayado antes el discurso. También pensé, lo confieso, en la posibilidad de contaros esta historia ahora, con el invierno y sus oscuras tardes cerniéndose en el calendario, y decidí que, si llegaba a hacerlo, utilizaría su mismo estilo.
Su madre estaba muy enferma. No era fácil que viviese ni seis meses más. Enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Cuando muriese, la única familia que le quedaría a Elisa sería su hermano, mi hijo. Y, como consecuencia, yo. Era una cuestión de lógica elemental: si su hermano era su familia y yo era familia de su hermano…
Se habían conocido hacía poco, a primeros de septiembre, pero había sido tiempo suficiente para que mi hijo le organizase la vida presente y futura tal como solía él hacer las cosas, de un modo bastante inapelable. Elisa seguiría en Madrid hasta el previsible desenlace de su madre. Se había matriculado en la Complutense para estudiar Derecho. El segundo y tercer curso los haría en Inglaterra, en la Universidad de Essex, y el cuarto probablemente en París, Sorbona o Nanterre. Eso la convertiría en hispano-franco-británica. Es decir, en una Tahleb más. Y, de momento al menos, le parecía un plan bastante atractivo.
Yo escuchaba y conducía en silencio, hechizado por su voz y por su presencia. En el área del corazón y en todas las tripas sentía como un calambre frío. Una angustia creciente. Miraba a la carretera, y entonces Elisa se convertía en una presencia desenfocada en mi ojo derecho, una presencia que encajaba al milímetro con las imágenes implicadas que su madre había impreso en mi cerebro, en mi alma, en mi vida, hacía tanto tiempo. Un poco asustado y muy preocupado me pregunté si podría acostumbrarme a ella, si la imagen viva de Elisa llegaría a cubrir los espectros del pasado muerto –moribundo, más bien- y si sería capaz de otorgarle la inocencia y no temer que también ella, algún día, cuando hubiese aprendido a quererla, me rompiera el corazón.
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