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Antiguo 20-10-2022, 09:40
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Predeterminado HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

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Hay HISTORIAS Marineras muchas de ellas famosas, o escritas por famosos que han hecho historia de esas historias. Se forma así una historiografía a partir de relatos que nos han querido y sabido contar otros (que no somos nosotros) los cuales formaron o ayudaron a formar nuestra conciencia del mar, nuestra cultura marinera.

Pero aún así quedan historias sin contar, no por ellas menores ni dignas de ser contadas, que sólo perduran en la memoria de quien las ha vivido que, por alguna oscura razón no ha podido encontrar el modo, el tiempo o el espacio apto para su relato.

Muchas de ellas seguramente serán sorprendentes o graciosas o emotivas como las que seguramente -eso estimo- habrán vivido muchos de los que hoy leen estas líneas.

Pensando en eso quisiera invitarlos a que cada uno que tenga una historia que contar (seguramente habrá muchos) lo haga. Sólo hace un poco de memoria, un ratito para escribir y por supuesto una historia que contar que no necesariamente debe ser tan Homérica como la de Ulises ni tan épica como la de Colón o Magallanes pues muchas historias que se nos ocurren mínimas marcaron historia en las letras como la que contó Hemingway en "El viejo y mar" o -apelando a lo terrenal- la que nos relató Juan Ramón Jiménez en "Platero y yo" y que hizo tan famoso al borrico que hasta estatua tiene.

Muchos de ustedes tendrán muchos abriles bajo su cuenta y las sienes plateadas por el tiempo por lo que un pedazo de su pasado puede ser útiles para comprender el mar de antaño que, aunque sus aguas sigan mojando como acostumbra hacerlo, no es es mismo que el de ahora.

"No es posible bañarse dos veces en el mismo río, porque nuevas aguas corren siempre sobre ti" decía Heráclito. Las aguas que navegaste antaño, no son las mismas de ahora y quisiera conocerlas. ¿Te animas a escribir? Por lo menos tendrás un seguro lector.
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Predeterminado Re: HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

He aquí algunas que quizás no conozcas:
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¡Salud y buen viento!
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Predeterminado Respuesta: HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

¡Buenísimas historias, Román!


Muchas gracias por compartirlas.


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Predeterminado HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

Román buenas tardes, gracias por rememorar nuestras historias.
Yo estuve embarcado de primer oficial de maquinas en el RUISEÑADA durante todo el año 72 del siglo pasado osease hace medio siglo.
Lo del "artista" de Larrañaga, si embarcabas tenías que soportarlo por la maldita ley Penal y Disciplinaria de la Marina Mercante. Había algunos Viejos de su misma condición y algún jefe, el bendito Ruso, Manolo Peláez. Como los "Maquis" escaseábamos directamente me negaba a embarcar si ellos estaban a bordo.
El barco era un sanatorio con una ruta divina, tenía mas comedores que ELCANO y casi el doble de tripulación de la que necesitaba.
Ya entonces comenzó el debacle que mandó a la Trasatlántica a la tumba.
saludos

Editado por TORRETA en 24-10-2022 a las 07:49.
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buen hilo!
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romanmorata (24-10-2022)
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Predeterminado Re: HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

Gracias. ¡Salud y buen viento! Román
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Gracias, ¡Salud y buen viento!
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  #8  
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Predeterminado Re: HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

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Originalmente publicado por TORRETA Ver mensaje
Yo estuve embarcado de primer oficial de maquinas en el RUISEÑADA durante todo el año 72 del siglo pasado osease hace medio siglo.
Lo del "artista" de Larrañaga, si embarcabas tenías que soportarlo por la maldita ley Penal y Disciplinaria de la Marina Mercante. Había algunos Viejos de su misma condición y algún jefe, el bendito Ruso, Manolo Peláez.
Y digo yo...
Ya que supongo tienes historias de hace 50 años... ¿Por qué no las cuentas?
La náutica ha cambiado mucho desde ese tiempo por lo que segiramente los más jóvenes se asombrarán de algunas proezas de los marineros de aquellas épocas, de esas ambientadas cuando los barcos eran de madera y los marineros tenían alma de hierro.
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Predeterminado Re: HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

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Y digo yo...
Ya que supongo tienes historias de hace 50 años... ¿Por qué no las cuentas?
La náutica ha cambiado mucho desde ese tiempo por lo que segiramente los más jóvenes se asombrarán de algunas proezas de los marineros de aquellas épocas, de esas ambientadas cuando los barcos eran de madera y los marineros tenían alma de hierro.
En aquellos tiempos los marinos mercantes hispanos navegábamos en barcos como los de ahora, relativamente cómodos, con algo menos de automatismos, mas tripulación, menos vacaciones y mas días en puerto, salvo que estuvieras en un petrolero de 150.000 TPM. También los salarios con relación a los terrícolas eran claramente superiores, y el riesgo y lo demás al mismo nivel.
Los marinos mercantes o civiles no somos propensos a contar "historias" a gente fuera de nuestro mundo porque no nos entienden, se aburren o creen que estamos contando cuentos, por lo menos en España, aquí se vive de espaldas al mar. Y así nos cunde el pelo.
Lo dijo el poeta montañés José del Rio, hay tres tipos de seres, a saber; los vivos, los muertos y los marinos.
Algunas excepciones con Román, que lo escriben, creo que sirven para confirmar la regla general. Gracias Román.
Gracias por tu interés.
Saludos.
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Predeterminado Re: HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

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Los marinos mercantes o civiles no somos propensos a contar "historias" a gente fuera de nuestro mundo porque no nos entienden, se aburren o creen que estamos contando cuentos, por lo menos en España, aquí se vive de espaldas al mar.
Hombre, creo que estará de acuerdo conmigo en que con el nombre de esta casa, los parroquianos no viven precisamente "de espaldas al mar". Aquí, desde luego, escucharíamos con interés.
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Egis (27-10-2022)
  #11  
Antiguo 26-10-2022, 22:42
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Predeterminado Re: HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

Corría el año 1974, yo contaba entonces con 18 años. Estaba embarcado en un barco pesquero dedicado a la pesca del atún con redes de cerco perteneciente a una conocida empresa de Bermeo propietaria de una flota de buques dedicados a esta actividad. La zona de pesca era en el golfo de Guinea, concretamente entre Senegal y Gabon. El sistema de detección y pesca de esta especie por esas latitudes consistía en navegar sin parar durante el día y muchas veces de noche en busca de los bancos de túnidos y para su localización, además de la utilización de los equipos electrónicos de a bordo, buscábamos las “pajareras” y también objetos a la deriva (troncos, palés de madera cuerdas etc) que podían llevar meses o años flotando y que servían de refugio y alimento a centenares de pequeños peces.
La tripulación, compuesta de españoles y senegaleses utilizábamos enormes binoculares instalados en las zona mas altas del barco para detectar los bancos de pescado, bien localizando los pájaros, los objetos y también lo que llamábamos “serguera”, espuma blanca que formaban los cientos o miles de atunes atacando en superficie a los bancos de pequeños peces de los cuales se alimentan. El relato que os quiero comentar comienza en una apacible jornada de navegación cotidiana en busca de los bancos de pescado. Disfrutábamos de mar en calma, un sol radiante y temperatura tropical. Teníamos por nuestro través a unas 10 o 12 millas de distancia la pequeña isla de Annobon, cercana a sus hermanas mayores Sto Tomé y Principe situadas a unas 150 millas al oeste de las costas de Gabón y Guinea Ecuatorial.
En un momento dado alguien desde el puesto de prismáticos grita ¡objeto por la amura de babor!. Al instante, el buque se pone a toda maquina rumbo a una especie de tronco negro y alargado y en todo el barco se prepara la maniobra para largar la red si se detecta que hay pescado comenzando una actividad frenética de todo el mundo a bordo despertando del letargo que reinaba hasta ese momento. Algo así como un zafarrancho de combate en un buque de guerra ante la presencia de un submarino enemigo.
Cual fue nuestra sorpresa cuando estábamos ya cercanos al supuesto objeto y nos percatamos que se trataba de un cayuco, un tronco de unos tres metros vaciado en su interior y afilado en sus extremos con un hombre en su interior y como único medio de propulsión tenía un frágil remo de una sola pala. No es posible pensabas….. la costa más cercana era la reseñada isla que apenas se vislumbraba su escarpada silueta en el horizonte.
El mar era un espejo y el hombre no paraba de agitar los brazos en demanda de nuestra atención. Nos abarloamos a su costado todos observando curiosos desde la altura de un moderno buque de pesca de unos 100 metros de eslora intentando entablar un dialogo con el tripulante de la minúscula embarcación. Se trataba de un hombre de edad indefinida de tez muy oscura, escuálido solamente cubierto con un taparrabos que con una enorme sonrisa que dejaba entrever la ausencia de la casi totalidad de sus dientes, intentaba canjear pescado que tenía a bordo flotando en dos palmos de agua, por comida. Siguiendo las órdenes del capitán, amarramos el cayuco por la popa y subimos al hombre a bordo y nuestra sorpresa fué en aumento cuando este hombre cuando se percató que eramos españoles, no habló con cierta fluidez en nuestro idioma y fuerte acento guineano. Al parecer este hombre era pescador y habitante de la isla de Annobón y nos dijo que llevaba tres días a la deriva y sin la mas remota posibilidad de regresar ya que las corrientes eran fuertes y lo alejaban cada vez mas, extenuado y resignado a su suerte.
Como os podréis imaginar, comió y bebió como no había comido en su vida. Acto seguido pusimos rumbo a la isla con el cayuco a remolque para devolver a este hombre a su casa. Era de un carácter muy alegre y durante el trayecto nos fué contando su vida, la de su aldea y su isla. De su etapa de colonia española conservan el idioma español que lo conocen los mas viejos, si bien las nuevas generaciones ya no lo practican tanto. Como ya he dicho, tenía un carácter jovial y, bien por que estaba alegre por su rescate y regreso a su entorno o por la alegría que desbordaba o por el sabroso marmitako con que le obsequió el cocinero, lo cierto es que hablaba hasta por los codos. Comentó que a principios de los años setenta del siglo pasado, sufrieron una epidemia de malaria o cólera en la que murió mucha gente que les dejó muy diezmados. Entre otras cosas nos dijo que en esa época dependían de Guinea Ecuatorial que les enviaba un barco con suministros y medicinas cada tres o cuatro meses y que durante esa epidemia, los habían dejado abandonados a su suerte sin recibir asistencia médica alguna.

Tras casi hora de navegación, llegamos a la isla de Annobon, una isla volcánica impresionante y paradisíaca, cubierta de una vegetación verde exuberante y salvaje, grandes cocoteros que llegaban hasta el mismo borde de la playa y un pequeño rio de aguas cristalinas desembocaba en dicha playa.
Tras fondear en la resguardada bahía en la cual estaba ubicada la aldea, el capitán hizo acopio de un buen botiquín de medicinas, sobre todo antibióticos y quinina y nos autorizó a bajar a tierra a todo el que quisiera en dos botes.
Obviamente, ante la perspectiva de salir un poco de la rutina diaria y vivir una experiencia nueva, todos excepto los que se encontraban de guardia, optamos por desembarcar. Los dos botes iban atestados.
Hace de esto mucho tiempo y la memoria ya va fallando si bien recuerdo con nitidez un anécdota curiosa. Cuando nos acercábamos en el bote y a escasos metros de la playa dispuestos al desembarco, apareció en la orilla una niña de unos 12 años que portaba una piña de plátanos sobre su cabeza. Al percatarse de nuestra presencia, soltó un tremendo grito y acto seguido tras dejar caer al suelo la piña, salió corriendo como alma que lleva el diablo perdiéndose en la espesa vegetación, como si hubiese sido testigo de una aparición fanstasmagórica. No la volvimos a ver.
Ya una vez en tierra, guiados por el rescatado (Nos dijo su nombre pero no lo recuerdo) y seguidos por varios de los habitantes de la aldea que se habían acercado curiosos nos dirigimos al poblado y, casi tal como se ve en los documentales , consistía en un grupo de chozas redondas cubiertos sus tejados de hojas de palmera en forma circular y una amplia plaza en el centro donde nos esperaba el cacique, y no digo lo de cacique de forma despectiva ni mucho menos, sino que es como ellos le llamaban, algo similar a como nosotros llamamos alcalde al regidor de un municipio.
Además de las mencionadas medicinas, les dimos ropa y comida no perecedera. El cacique (alcalde) se hizo cargo de todo y recibió con mucha atención las instrucciones de nuestro capitán, sobre todo en lo referente a los medicamentos, dosis, síntomas de enfermedades etc.
Tanto para ellos como para nosotros fue un dia de fiesta, les dimos casi toda nuestra ropa, calzado gorras tabaco etc. y ellos nos llenaron los botes de plátanos, mangos y otras deliciosas frutas tropicales.
Recuerdo que en lo alto de un colina a la cual nos llevaron, había un pequeña y humilde ermita, muy cuidada y limpia con un cristo en su altar central al que le faltaba un brazo. Nos contaron el anécdota del brazo pero esto ya no lo recuerdo, lo siento. Nos hablaron de un misionero vasco, muy anciano que venía por la aldea de vez en cuando. Quisimos visitarlo pero al parecer residía en una población mas grande al otro lado de la isla y dicho sea de paso, no existían ni carreteras asfaltadas ni vehículos, solo senderos de tierra en mejor o peor estado.
Tras un par de horas de estancia, se decidió el regreso. De los los dos botes, uno se había ido antes hacia el barco con gente y ya no regresó. Los demás que aún quedábamos en la isla embarcamos en el bote que quedaba e íbamos como en el metro en hora punta y con el agua a unos centímetros de la borda pero estable avanzando despacio ya que no había oleaje. La tripulación eramos mayoría gente joven, fogosa y con ganas de juerga. A alguien le hizo gracia zarandear el bote de lado a lado en mitad del trayecto entre la playa y el barco y el agua comenzó a entrar a pocos por un costado y otro hasta que no hubo ya vuelta atrás. El bote, que iba impulsado a remos se hundió lentamente y hubo que saltar y nadar unos 200 metros hasta el barco. Se perdieron gafas, calzado y hasta hubo uno que perdió la dentadura postiza, y el remate de esta aventura bien pudo costarnos una tragedia.
Con todos en el agua y lejos aún del barco, algún gracioso gritó entre risas ¡TIBURÓN, ME HA ROZADO UN TIBURÓN! Por supuesto era una gracia de mal gusto y así nos lo tomamos casi todos, pero uno de los compañeros le entró angustia. Asustado y con lo ojos abiertos como platos comenzó a pedir socorro mientras ya braceaba y nadaba con dificultad y totalmente descoordinado, llegando a tragar agua porque comenzaba a hundirse y salir a superficie. Suerte que nadábamos todos juntos y enseguida lo sujetamos y tranquilizamos hasta que llegó el bote del barco y lo rescató del agua. El bote hundido se rescató sin mayores problemas del fondo a unos cinco metros sin dificultad y con ayuda de globos inflados de aire en el fondo y bidones vacíos.
Bueno pues este es el relato. Si habéis llegado hasta aquí sin bostezar ya es un logro. Siento el tocho. Saludos
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Corría el año 1974, yo contaba entonces con 18 años. Estaba embarcado en un barco pesquero dedicado a la pesca...
Brillante relato.
Ha nacido un escritor.
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Te mereces el Planeta y más. Excelente narración
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Andromeda (27-10-2022)
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Antiguo 27-10-2022, 18:56
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Gracias Andromeda por tu magnifica historia.
Por el foro anda una historia de un colega que pasó la mayor parte de su vida en atuneros.
https://foro.latabernadelpuerto.com/...d.php?t=183189
Saludos
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Andromeda (27-10-2022)
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Antiguo 27-10-2022, 20:34
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Gracias Andromeda por tu magnifica historia.
Por el foro anda una historia de un colega que pasó la mayor parte de su vida en atuneros.
https://foro.latabernadelpuerto.com/...d.php?t=183189
Saludos
Gracias Torreta, en su momento ya había leído con mucha atención las andanzas del estimado cofrade con las cuales me he sentido muy identificado.
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  #16  
Antiguo 27-10-2022, 21:54
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Predeterminado Re: HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

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Originalmente publicado por Camba Ver mensaje
Te mereces el Planeta y más. Excelente narración

Pues estoy gratamente sorprendido, he pensado que aburriría a las arañas con semejante tocho. Simplemente me he metido en la máquina del tiempo, he retrocedido casi cincuenta años y he dejado fluir los recuerdos de esa época a través del teclado. Sienta bien, es como volver a revivirlo un poco.
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  #17  
Antiguo 27-10-2022, 22:16
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Predeterminado Re: HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

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Pues estoy gratamente sorprendido, he pensado que aburriría a las arañas con semejante tocho. Simplemente me he metido en la máquina del tiempo, he retrocedido casi cincuenta años y he dejado fluir los recuerdos de esa época a través del teclado. Sienta bien, es como volver a revivirlo un poco.
Hola
Sin duda, a mucha gente les parecería un tocho aburrido, pues hay gente para todo
A nosotros, bien has visto, nos apasiona, y se lee con mucho agrado pues está muy bien escrito
Gracias
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https://youtu.be/hJlojXdQVDQ
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Andromeda (27-10-2022), Egis (27-10-2022)
  #18  
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Predeterminado HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

Un relato increíble! Se lee sólo!
Muchas gracias por compartirlo

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Salud y buenos vientos!!
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Andromeda (28-10-2022)
  #19  
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Gracias a Egis por abrir este hilo y a todos los que habéis aportado historias a él. Han servido para que disfrutara un montón, saboreando, al leer a Andrómeda. Y me maldigo por haberme perdido el hilo de Txelfi y, por ello, no poderle preguntar todos los detalles que su lectura, este fin de semana, me ha suscitado.

Muchas gracias otra vez.

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Andromeda (31-10-2022), Egis (31-10-2022)
  #20  
Antiguo 21-11-2022, 19:50
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Bueno pues siguiendo el espíritu del interesante hilo que el estimado cofrade Egis ha abierto y como quiera que se ha quedado un poco en stand-by, vamos a ver si lo actualizamos.

Se trata de intentar reproducir aquí algunas anécdotas de mi etapa de navegante (unos pocos años pero muy intensos,) algunas divertidas y graciosas, otras no tanto. Teniendo en cuenta que ya ha llovido mucho desde esa época, intentaré detallar lo que mi memoria me permita con la esperanza de que os resulte amena su lectura.

Vaya por delante que hago aquí una introducción muy superficial y genérica sobre la modalidad de pesca de atún que se practicaba por esa época y por esas latitudes, siempre bajo mi punto de vista profano sobre esta actividad pesquera a la que me dediqué muy pocos años en mi juventud.
Quizás no sea la persona más indicada (tampoco es mi pretensión) puesto que solo lo viví unos cinco años con la interrupción de año y medio de servicio militar obligatorio de por medio, por tanto confío en que sabréis disculparme obviedades, errores o inexactitudes que posiblemente podréis detectar. Dicho lo cual, vamos ya con el relato.

En la década de los setenta y durante unos pocos años, los atuneros congeladores españoles que se dedicaban a la pesca de túnidos tropicales con redes de cerco en el ecuador de la costa occidental africana, disponían casi todos de uno o dos buques auxiliares de menor tamaño, similares a los boniteros del cantábrico, a los que se les denominaba “maciceros”.
Estos buques, en torno a 30 metros de eslora y 7 de manga mas o menos y con una tripulación compuesta por 8 o 10 hombres, trabajaban asociados con el atunero vamos a llamarle “nodriza” al cual estaban asignados, prestando el apoyo necesario así como aprovisionamiento de víveres, repuestos e intercambio de personal.
Estos maciceros disponían de varios tanques de agua normalmente distribuidos 3 en proa y 3 en popa a modo de viveros con recirculación constante de agua del mar donde mantenían el cebo (pequeños peces) vivo. La finalidad principal de estos barcos era utilizar el cebo vivo para juntar y retener el cardumen de atún debajo del barco mientras se lanzaba de forma constante y a puñados estos peces al agua, y facilitar así su captura por el atunero nodriza mediante el cercado del mismo con su red de unos 2000 de longitud mas o menos. A veces esta opción no siempre era posible ya que los atunes, persiguiendo grandes manchas de pequeños peces, en ocasiones nadaban veloces para atrapar su alimento que huía de ellos a toda pastilla y para su captura había que emplear otras técnicas que no voy a relatar aquí por no extenderme demasiado. Unos procurándose su comida y otros huyendo de sus depredadores. Puro instinto de supervivencia.

En esa época y durante unos meses, yo formaba parte de la tripulación de uno de esos maciceros. Txoritxu se llamaba, y el relato que os voy a narrar ocurrió durante una jornada rutinaria, con buen tiempo y mar en calma.
Ya he comentado la gran importancia del hallazgo de objetos flotando a la deriva por la posibilidad de albergar debajo o en sus inmediaciones importantes bancos de atún. Bueno pues el hecho es que nos encontramos con uno que, si bien se detectaba en la sonda cierta cantidad de pescado, la cosa no era como para tirar cohetes. Con estos objetos a la deriva a veces ocurría un curioso fenómeno. Por ejemplo, una amalgama flotante de maromas o estachas que no tenía casi nada de interés debajo excepto algas y diminutos peces y crustáceos al abrigo de su sombra y protección, en unas horas o en unos pocos días podía concentrar 50, 100 o incluso mas toneladas de atún de aleta amarilla. Bichos de entre 30 y 80 kg de peso que se concentraban en una bola inmensa que hacía saltar todas las alarmas en la sonda que los detectaba aunque en este caso concreto, desafortunadamente no era así.
En esa época y debido a la abundancia de esta especie y la permisividad de los países ribereños, faenaban por esas aguas una numerosa flota de buques tanto españoles como extranjeros dedicados a esta modalidad de pesca, y la competencia a veces era brutal y no todas las capturas se hacían debajo de los objetos flotentes ni mucho menos. La mayoría se concentraban en bancos que navegaban libres. Era todo un espectáculo observar como se abalanzaban frenéticos sobre sus presas cuando estaban en superficie y al rato cesaba toda actividad desapareciendo en las profundidades y volviendo a reaparecer minutos mas tarde a unos centenares de metros con el mismo frenesí depredador. Si en ese momento había varios barcos cerca unos de otros porque, de una forma u otra sabían o intuían que por la zona había abundante pesca, los que se ponían frenéticos e histéricos eran los capitanes que, dispuestos a hacerse con la captura antes que el otro, realizaban maniobras bastante arriesgadas. La verdad es que eran todos excelentes profesionales y con enorme experiencia y no hay duda que sabían lo que hacían, ¿? de echo no tengo constancia de ningún accidente de importancia, pero ver como un barco de unos 80 o 90 metros de eslora, calzado con un motor de 5000 o 6000 cv capaz de alcanzar 18 nudos, lanzado a toda máquina le corta la proa a otro que también iba a saco para posicionarse mejor con la intención de soltar antes la red todo esto a escasos metros uno de otro, de verdad es que era alucinante y todo un espectáculo si no te tocaba a ti en primera persona, claro. Lo divertido es que luego vendrían a grito pelado de barco a barco o por la emisora los “saludos cariñosos, felicitaciones y parabienes” entre los histéricos patrones (Obviamente estoy utilizando el sarcasmo) aunque, como se dice ahora en el futbol: Lo que ocurre en el campo se queda en el campo. Bueno, me estoy enrollando y desviando del asunto así que vamos al lio.

Antes habíamos dicho que el objeto flotante que habíamos hallado era de escaso interés porque había poca cosa pero el patrón, siguiendo instrucciones del barco nodriza que se encontraba bastante alejado, ordenó que un tripulante a bordo de un bote se quedase unas horas amarrado al objeto, entretanto el barco seguía navegando en circulo a la búsqueda de otros bancos de pescado.
Tirando un poco de chascarrillo, en lugar de barcos pesqueros, si de felinos se tratase, le habríamos echado una meada para marcar territorio. Pues utilizando el simil y por si por casualidad aparecía otro barco con la intención de apropiarse del objeto, el bote amarrado haría las veces de meada ante la posibilidad de la presencia, visita e intenciones del intruso. (aunque siempre he tenido la duda de que si hubiese llegado otro buque, no se que podría haber hecho yo para evitar que se lo apropiara, excepto informar que ya tenía dueño) Y ahora viene a colación el curioso fenómeno comentado antes.
Bien, así pues y sin pensarlo dos veces, ni tan siquiera una…... ¡Hala!, el menda lerenda se ofreció voluntario. Una supina estupidez producto de la inmadurez, afán de aventura, impetuosidad juvenil, que se yo. Lo cierto es que alguien tenía que quedarse y yo facilité las cosas con mi decisión. Salté al bote y ni tan siquiera me acordé de coger una mísera botella de agua, sólo un walki talki vhf del tamaño de un ladrillo que a los 15 minutos dejó de funcionar. Falta de cobertura, batería defectuosa, a saber. El caso es que se quedó muy pronto mudo y sordo. El mar era un espejo y el sol apretaba. A medida que el barco se alejaba y el ruido del motor poco a poco se iba apagando, me iba dando cuenta que entraba en otra dimensión desconocida hasta ese momento para mi. !Esto ya no es tan divertido, estos cabritos pretenden dejarme tirado aquí mas solo que la una¡
Durante unas horas veía la silueta del barco navegando a lo lejos en el horizonte y eso me tranquilizaba pero luego lo perdí de vista y ya me invadió una sensación de absoluta soledad y un silencio que solo era roto por el suave chapoteo del bote en la encalmada superficie. Era ese silencio total y absoluto el que en lugar de relajarme, me inquietaba. En mi vida había tenido esa sensación.
El calor del trópico me hacía sudar copiosamente. Me entró sed, hambre, sueño y no se cuantas cosas más, por momentos me vi bastante angustiado. Quería darme un baño pero……...por mi cabeza pasaron muchas sensaciones extrañas. Miedo también, por supuesto que si. Recorrer con la vista 360º y no ver nada solo agua y cielo me hizo sentir insignificante y totalmente desprotegido. La cabeza no paraba de dar vueltas hasta sacar humo por las orejas y ya te estabas imaginando a un gran depredador del averno acechándote por tu espalda o un gigantesco mastodonte de hierro levantando una montaña de espuma por la proa navegando a toda velocidad directamente hacia ti. La sensación más angustiosa y atroz es que hubo un momento que llegué a estar convencido que me habían perdido.

¡Un par de horas y te recogemos! me habían dicho. Bueno pues, estuve montando guardia amarrado al puñetero palé todo el santo día hasta que al anochecer, con las luces de navegación ya encendidas pasaron a recogerme.
Recuerdo al patrón, buena gente. Viejo y experto lobo de mar curtido en mil batallas y amante de las bromas, chistes y chascarrillos que, después de reembarcar y viendo mi cara de perro, me pasó un brazo por el hombro y esbozando una cínica sonrisa, ojillos de pícaro y con cierto recochineo me dijo: Chaval ( yo entonces tenía 19 años), hoy te has echo un hombre, hablaré con el armador para que te asignen una buena gratificación. Tenía mil reproches pero me dejó desconcertado y no muy convencido me callé sin saber que decir. A final de campaña, y para mi sorpresa me pagaron a mayores de la liquidación 25.000 pesetas de la época. Y ahora os preguntaréis ¿valió la pena? Pues no, fracaso total. Tras dos o tres días controlando el dichoso palé no se concentró mas pescado, por lo que finalmente abandonamos la zona.

Concluyendo. El relato en si no deja de ser una simple anécdota sin mas historia o interés que no sea la de transmitir las sensaciones y experiencia vividas por un impulsivo joven que permaneció solo en un bote todo el día en medio del océano luchando contra sus propios fantasmas.

Un saludo y que tengáis un buen dia
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Predeterminado Re: HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

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Originalmente publicado por Egis Ver mensaje
Brillante relato.
Ha nacido un escritor.
Gracias a Egis por traer a esta ilustre Taberna tan interesante tema, no apto para discusiones , de momento jeje, y a Andromeda por subirse al atril y deleitarnos con tan ligera pluma.

A la espera …..
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Que entretenidas historias...y que bien contadas... has puesto el listón altito altito
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Predeterminado Re: HISTORIAS Marineras (contadas por gente común)

Una ronda de ron caribeño para todos! Este es un relato que escribí hace unos años, más para que no pase inexorablemente al olvido que por otra razón. Las fotografías son actuales de la época. Espero que sea de interés.


LA CANCIÓN EN EL AGUA

La gente no me cree cuando cuento esta historia. Es por eso que no la cuento. No a los amigos en el bar, o con el café de sobremesa. No a extraños ni miembros de mi familia. Nadie conoce esta historia, aparte de aquellos que estaban conmigo en aquel momento, los pocos que fueron testigo como yo de los hechos. Nadie, hasta ahora.

No es un secreto. Simplemente no quiero ser acusado de mentiroso, o de tejedor de fábulas, simplemente para divertir a la concurrencia. Pero lo que voy a contar ocurrió de todas formas.

Ocurrió en el mar, a pocas millas al este de la isla de Fernando de Noronha. Lo cual es lo que mismo que decir que ocurrió a unas millas al este del medio de la nada, pues allí es donde se encuentra la isla, en el medio del Atlántico sur.

Fernando de Noronha es un grupo de islotes someros, en la latitud del estado de Pernambuco, en el noreste brasileño. Son en realidad afloramientos coralinos rodeando una isla principal, pero sin llegar a formar un atolón. La isla principal es el pico de una gigantesca montaña submarina que se eleva desde los fondos abisales del océano mil metros por debajo, y apenas rompe la superficie.

Hoy Fernando de Noronha es un exclusivo lugar de vacaciones y una reserva natural, pero en el tiempo de esta historia a principio de los años 80 del siglo pasado, no había en las islas absolutamente nada excepto una pequeña base de la armada brasileña, un faro, y las ruinas de una prisión.

A principios del siglo XX el gobierno brasileño construyó allí una prisión donde, siguiendo el ejemplo de los franceses en la Isla del Diablo en Guyana, enviaba a cumplir sentencia (en su mayoría, sentencias de por vida) a los condenados más peligrosos. Era una sentencia de muerte por otros medios y con otro nombre; los presos eran enviados a Fernando de Noronha a morir.

La prisión ya no existe, por supuesto, pero historias de los sucesos ocurridos allí y de las vidas de los prisioneros en la islas aún persisten en el imaginario popular y en el folklore de Natal en Brasil. Muchas historias, algunas aterradoras, todas trágicas, de soledad, privaciones, amor, desesperación, y locura aún viven por boca de abuelos y viejos pescadores.

Bien, como introducción ya basta. Era el 21 de noviembre de 1980, y yo era un estudiante de oceanografía a bordo del buque de investigación oceanográfica Almirante Saldanha de la armada brasileña. El Saldanha había sido un bergantín de cuatro palos, con casco de hierro, construido en Inglaterra en 1933, para servir de buque escuela en la armada de Brasil. Un navío hermoso, absolutamente una Gran Dama de los mares. A mediados de los años 60 dejó de ser un barco escuela y vehículo de diplomacia, y la armada brasileña recomisionó el navío como un buque de investigación.

Esto quiere decir que quitaron la arboladura a la pobre Gran Dama, reemplazaron su antigua máquina de vapor por un diésel de locomotora, y le construyeron una sobrecubierta para alojar todos los laboratorios científicos.
Todo esto significa también que el Saldanha era el buque más incómodo que haya surcado nunca los mares. Sin sus mástiles que le dieran estabilidad, el Saldanha cabeceaba, rodaba y guiñaba como un corcho en la brisa más leve. Con un casco simple de hierro sin aislamiento, era ruidoso, húmedo, e insoportablemente caluroso en los trópicos.

Agréguesele una dotación de 80 tripulantes con una dieta a base de arroz y “feijoes” (frijoles negros) y aquellos calores pegajosos, y el barco apestaba a humanidad bajo cubierta. No lo que yo llamaría un crucero placentero.

Para mí, sin embargo, todo aquello carecía en absoluto de importancia. Como parte de un convenio de cooperación entre las respectivas armadas de Uruguay y Brasil, yo había sido seleccionado, junto con otros cinco compañeros de universidad, para participar en una campaña de investigación oceanográfica de dos meses de duración. Era una fantástica oportunidad para nosotros desde el punto de vista profesional, y se presentaba a mis ojos como la aventura de una vida. ¡Dos meses navegando por el Atlántico y jugando a ser Jacques Cousteau!

En realidad, nosotros los estudiantes estábamos allí para realizar todo el trabajo pesado y aburrido de laboratorio, bajo la dirección de dos investigadores profesionales. No teníamos acceso al puente de mando, y ciertamente NO al comedor de oficiales. Estábamos allí para hacer guardias, operar los guinches, mantener el equipo, y procesar muestras de agua y de plancton durante desesperantemente aburridas e interminables horas filtrando miles de litros de agua en el laboratorio.

El Saldanha navegaba un curso recíproco desde la costa de Brasil hasta, más o menos, el medio del Atlántico, y desde el río de la Plata hasta Natal en Brasil, deteniéndose cada 40 millas para extraer muestras de agua desde una profundidad máxima de 200 metros. Dia y noche, con buen y mal tiempo, el buque se detenía en mitad del océano cada cuatro horas, y nosotros echábamos al agua 200 metros de cable de acero con botellas Nansen fijadas al cable cada 20 metros para obtener las muestras.

Una vez recuperadas las muestras del mar, nuestro trabajo era vaciar las botellas, filtrar el agua, y hacer los análisis químicos y biológicos correspondientes. En total, el crucero incluía más de cien estaciones de muestreo.

Esto trae el relato de regreso a Fernando de Noronha. La isla representaba el fin de nuestra participación en el crucero. La última estación de muestreo se encontraba a unas 15 millas de la isla principal. Una vez completado el trabajo de laboratorio ese día, el Saldanha debía navegar hasta Natal donde desembarcaríamos los estudiantes uruguayos para volver a Montevideo. El Saldanha sería entonces reaprovisionado, y un nuevo grupo de estudiantes embarcaría para la segunda etapa de la campaña que los llevaría hacia el norte hasta la desembocadura del río Amazonas.

Habiendo ya procesado las últimas muestras, escrito los últimos informes y empacado los últimos trebejos en nuestros bolsos, el capitán comunicó a la tripulación que nos quedaríamos allí un día más. Parece que el Saldanha debía también relevar algunos miembros del personal de la base de la armada en la isla, y por razones que he olvidado por completo, no pudieron embarcar de forma inmediata.

La isla no tenía (ni tiene) un puerto, y el área circundante es demasiado somera para permitir la entrada de un buque de la envergadura del Saldanha, con multitud de promontorios coralinos extendiéndose en todas direcciones. Por esta razón, el capitán decidió fondear un poco más alejado a sotavento de la isla, en unos 20 metros de agua. El tiempo estaba bueno, con alisios ligeros del este, lo que nos daría una noche tranquila de descanso a todos.
Esa noche, bajo una luna llena hermosa, fuimos invitados por primera y única vez, a cenar con los oficiales, con vino y cerveza para celebrar el final de una campaña exitosa. Consumidas las viandas y hechos todos los brindis, los estudiantes nos retiramos a nuestras literas.

Como concesión a la comodidad del personal científico civil, nuestra cabina tenía una hilera superior de literas cardánicas (equivalente a una hamaca hecha de metal), y una inferior de literas fijas al casco. Yo nunca usé las literas cardánicas. Las encontraba incómodas, y el constante chirrido del cardán sin aceitar era más enfadoso e inconducente a un buen descanso, que el movimiento del barco al que ya estábamos habituados de todas formas. Elegí por lo tanto echarme a descansar en una de las literas fijas, al otro de la cabina, y dormir con la oreja a dos pulgadas de distancia del casco de hierro.

En algún momento durante la noche desperté confuso y algo desorientado, sin saber qué había interrumpido mi sueño. Aparte de algún ronquido apagado, había absoluto silencio en la cabina. En la calurosa y sofocada oscuridad, todo parecía normal. Y sin embargo, no todo lo era. Concentrándome, podía oír un sonido inusual, viniendo de alguna parte. No era el rumor de una conversación lejana entre personas, o los gemidos y gruñidos normales de una embarcación con casco de metal, o el ronroneo de maquinaria eléctrica, tampoco el frufrú apagado de las olas golpeando contra el casco. No, este sonido tenía cadencia, como de música. Era una melodía, aunque no una melodía como yo había escuchado nunca antes.

No podía creer que hubiera a bordo un despistado cantando en mitad de la noche. ¡Esas cosas simplemente no ocurren en un buque militar! Y aún así, allí estaba ese sonido, claramente distinguible, aunque muy tenue, yendo y viniendo. Fue entonces que caí en la cuenta de que el sonido venía del casco de hierro, a sólo unos centímetros de mi cabeza. ¡En otras palabras, el sonido provenía del agua! Apreté la cabeza contra el hierro y escuché música: una canción, clara e hipnótica, cantada por voces vivas.

Completamente despierto ahora y con mucha curiosidad subí en silencio a cubierta, encontrándola desierta. La luna llena brillaba, la brisa era ligera y tíbia, y nada se movía en derredor. Bajé a la cabina y echado una vez más en mi litera apreté la oreja contra el hierro del casco. Las voces volvían a estar allí, muy, muy lejanas, ¡cantando aquella extraña melodía!

No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil en aquella posición, con la oreja sobre el hierro húmedo, escuchando. Probablemente sólo fueron algunos minutos, pero parecieron horas. Creo que me quedé dormido escuchando aquella melodía extraña, aquellas voces claras y tenues que no parecían humanas.

Al despertar el día siguiente pensé que todo había sido un sueño, una pesadilla descabellada producto del calor y la falta de aire en la cabina. Pregunté a mis compañeros si alguien había escuchado ruidos extraños, música, durante la noche. Indagué también entre la tripulación. Todos me miraron con ojos vacíos sin comprender de qué estaba hablando.
Uno de mis compañeros sugirió que lo que había escudado eran ballenas. O delfines. No, pensé. Conozco el sonido de la canción de las ballenas, y el cuchicheo de alta frecuencia de los delfines.

En fin…. ¡Quizá haya sido sólo un sueño después de todo!

Muchos, muchos años más tarde, iba de viaje desde Uruguay a Sudáfrica, cuando quedé varado en Natal. Mi vuelo de conexión a Johannesburgo había sido cancelado, y tenía que esperar en Natal por 24 horas al siguiente vuelo. Un día vacío en Natal, en la humedad y el calor del trópico, ¡sin nada qué hacer! La aerolínea me había reservado una habitación en un hotelucho sin aire acondicionado sobre la playa, cerca del puerto. La única habitación disponible en toda la ciudad, me aseguraron.

Al día siguiente, luego de haber dormido muy poco y con dos tazas de café por desayuno, salí a caminar por la playa. Ahora bien, el paseo marítimo de la ciudad Natal, y las playas de moda, están situadas al norte del puerto comercial, donde se concentran todos los grandes hoteles y complejos residenciales para los turistas. Yo estaba en la menos reputable y mucho menos turística playa al sur del puerto comercial. Era no más de un camino vecinal con casas muy modestas a la derecha, y una ancha playa de blancura deslumbrante a la izquierda, llena de pequeñas barcas de madera varadas, cientos de metros de redes de pesca colgadas sobre pilones secándose al sol, y el olor a algas, pescado, y diésel en el aire.

¡Bueno, una cerveza fría es tan apetecible y refrescante aquí como allí! Con esa imagen en la mente, entré en una taberna de pescadores que apareció entre dos casas, que podía haber sido construida con la madera que deja la resaca en la playa, techada con hoja de palma, y pintada con todos los colores del arcoíris, a sentarme en la barra y pedir una “Brahma” (una marca de cerveza brasileña).

El sitio brindaba una sombra agradecida, y a excepción de un par de marineros viejos sentados al otro extremo de la barra (evidentemente pescadores locales) bebiendo cachaça, estaba vacío. Aunque hablo portugués razonablemente bien, en cuanto abrí la boca para pedir la cerveza, todos en el recinto sabían que yo era un extranjero. Bicho raro en ese barrio de Natal.
Pero los brasileños son, en general, gente curiosa y gregaria. En el espacio de unos minutos ya tenía a uno de los viejos lobos de mar sentado junto a mí, interrogándome que de dónde venía, que qué estaba haciendo allí, y si era mi primera visita a Natal. Así comenzó la conversación.

Después de un par de cervezas para cada uno, mencioné al pescador (cuyo nombre supe alguna vez pero lamentablemente no recuerdo) que no, en realidad, no era mi primera visita a Natal, y que había estado allí mucho años antes, cuando era estudiante, en un crucero de investigación a bordo del Almirante Saldanha.

Y entonces relaté al pescador la historia que acabo de relatar aquí.

Durante el relato, el hombre me miraba con creciente incredulidad. Entonces, entornó los ojos y con una expresión indescriptible en la cara exclamó:
-¡¿Você também ouviu?! (¿tú las escuchaste también?)
-¿Cómo que escuché también? ¿A quién se refiere? respondí.
-¡Ouviu elas, as sereias! (¡escuchaste a las sirenas!)

Fue entonces mi turno de poner cara de sorpresa. No sabía si el viejo hablaba en serio o le estaba gastando una broma a este pobre y tonto turista extranjero.

El viejo se inclinó entonces, y casi en un susurro dijo: “Ellas cantaban para ti. ¡Es peligroso escucharlas! Vienen a buscar a quienes las escuchan. Muchos hombres en la antigua prisión de Fernando de Noronha perdieron la razón escuchando sus voces, y a esos hombres… ¡nunca más se los vio entre los vivos!
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aaledo (15-09-2024), Costapinto (15-09-2024), J.R. (15-09-2024), jautran (14-09-2024)
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Greatblue360

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anécdotas, historia maritima, marina, marineros, nautica


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