La Taberna del Puerto SoleDiesel
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

muy buena ,,es acojonante,que tal el brumete?habra que comprarle una caña ya ,o tienes miedo que te gane un saludo majete estamos,haber si me meto mas amenudo agurikos
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Antiguo 20-09-2010, 08:40
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?


Esta historia no estoy seguro de si debo contarla o no.Allá va:
Hace unas tres semanas más o menos me llamó por teléfono A. para decirme que su marido, mi buen amigo T.O. no daba señales de vida desde hacía una semana, algo que me preocupaba bastante ya que mi amigo había ido a Tanzania para formar a los jóvenes pescadores del Lago Victoria. La última vez que hablamos estaba enseñando las técnicas del aparejo conocido como "pedra-bola" para la pesca en ese lago, me contaba T.O. que los nativos se tenían que conformar con las espinas y las cabezas de pescado, ya que los filetes se vendían en Europa en su gran mayoría a un precio para ellos inalcanzable, me contaba que allí había encontrado la "famosa" perca del Nilo como casi único pez desde que "alguien" lo había introducido.
A. había conseguido preocuparme, llamé a Vasguen, que conoce perfectamente esa parte del mundo y preparamos el vuelo para el día siguiente, hasta Londres y a continuación a Dar es Salaam, desde donde buscaríamos a T.O. lo que no sería muy difícil ya que sabía que estaba en la desembocadura del rio Kagera.
Bueno, para abreviar esta historia, y para que sirva de enseñanza, a mi amigo le había picado una mosca (o más de una) Tse-tse, que pese a que se da por erradicada, todavía para los occidentales cabe algún peligro sobre estos parásitos.
La situación era la siguiente, T.O. estaba totalmente apático, en la habitación del hotel, la fiebre no era muy alta, pero no cesaba ni de día ni de noche, los médicos del lugar (inexistentes) eran tan solo dos muchachos que habían trabajado de ayudantes con Médicos sin fronteras, realmente estaba preocupado, hasta que Vasguen, este armenio curtido en muchas dificultades, recordó que algún medicamento con gran cantidad de arsenio, había salvado la vida de un amigo suyo hace algunos años, inmediatamente nos pusimos a buscar en la capital y encontramos Suramina, con lo que en una semana pudimos embarcar en un vuelo rumbo a Madrid.

Hoy, estoy cocinando para mis amigos un trozo de pescado seco que T.O. tenía preparado para mi, él no me lo pudo entregar, pero ya casi está repuesto, lo comeremos y brindaremos con una copa de coñac armenio por Vasguen sin el que no habría sido posible traer a mi buen amigo a España.
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Antiguo 22-09-2010, 22:10
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

Estamos en tiempo de sures, así que ojito que hace ahora, este mes, dos años de una de las suradas más duras de los últimos años. Tal vez la dureza no haya sido por su intensidad tanto como por haber cogido desprevenida a mucha gente que aún tenía las embarcaciones fondeadas en el Marítimo.
Aquí os pongo unas fotos de aquel día y la recomendación para todos de amarrar bien el barco a partir de ahora.

Editado por SAM en 08-02-2011 a las 23:43.
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

ya que el tiempo fuera no acompaña, voy a poner unos relatos literarios en los que se novelan, unos hechos historicos que de un modo u otro han tenido relacion con la villa de Getaria
este relato ( lo pondre por entregas para no cansar) empieza en las lejanas tierras Inglesas.







La muerte de Fortún de Aguirre


Por Carlos Rilova Jericó


Costas de Inglaterra. Diciembre. Año del Señor de 1395.
Mientras las últimas flechas de los arqueros ingleses se clavaban en los paveses o en el suelo, los estandartes franceses flamearon contra el viento que corría hacia el mar. Gualdrapeando un tiempo, indecisos. Como si se tratase de un instante profetizado, durante unos momentos el viento se detuvo y las banderas y gonfalones cayeron desmayados. Fue entonces cuando se elevó de cien, mil, gargantas el grito de guerra. Primero fueron palabras articuladas, reconocibles, “¡Montjoie!”, “¡Saint Denis!”, “¡Santo Oriflama, protégenos!”. Después éstas se convirtieron en un alarido informe y las líneas de Infantería se movieron a la carrera, tras el rastro de barro y estiércol dejado por la Caballería y la Infantería pesada que atronaba la tierra delante de ellos, convertida en una masa de tela de colores y destellos metálicos. Como en un sueño, el capitán Martín de Dax supo lo que vendría en unos pocos instantes, cuando chocasen las dos líneas, la suya y la de los ingleses que, una vez más, tratarían de detener aquella nueva incursión en tierras del rey Ricardo II.
Las formaciones, ya rotas por la carrera en busca del enemigo, se deshicieron aún más y los combates se fragmentaron, dividiéndose las tropas en grupos confusos. Cada cual buscó al enemigo que más le convenía: por proximidad, por altura, por apariencia de fortaleza, o de debilidad… El primer rival del capitán Dax cayó con el casco y la coraza de eslabones y cuero atravesada por un golpe de espada brutal, preciso y limpio. Fue sólo el primero de muchos. ¿Cinco?. ¿Seis?. ¿Tal vez ocho?. Era difícil saberlo, incluso distinguir a los que sólo había conmocionado o herido gravemente. Nada de lo que extrañarse. Era el resultado de una batalla. Una más como muchas otras en las que había participado desde que, con dieciséis años, saliera de su casa para enrolarse como mercenario al mejor postor. Y también una vez más había sobrevivido, cubierto de sangre, pero vivo y entero. Y ya era más rico que cuando entró al palenque. Con una sonrisa que parecía una cicatriz, se acarició la barba y soñó con más batallas, con una nueva matanza que trajera más botín…
Mientras él y los demás entraban en las calles del pueblo que había sido elegido como nueva víctima propiciatoria de la estrategia de terror francesa, oyó los primeros gritos de desesperación, los golpes sobre puertas y postigos pronto abatidos, y deseó que esos días de gloria nunca acabasen. Que nunca faltase una casa de rico burgués para ser saqueada, ni una bella mujer -como la que ahora tenía ante sus ojos irritados por el sudor- para ser forzada…

Guetaria, Tierra y Hermandad de Guipúzcoa. Tiempo de Adviento del Año del Señor de 1396. Torre y palacio de los Zarauz, en las inmediaciones de la parroquia de San Salvador.

El criado, a pesar de ir vestido con librea, calzas y zapatos de gamo fino, seguía pareciendo tan sólo un mozo bastante tosco, rubicundo y de piel rojiza. Se inclinó ante su amo con un gesto, más que airoso, humilde y acobardado.
-Mi señor… el hombre que aguardáis acaba de desembarcar en el puerto. Os doy aviso, tal y como me lo ordenasteis.
El señor de la torre de Zarauz respondió con un tajante asentimiento de cabeza y con un gesto de la mano se hizo preceder por su sirviente hasta el piso superior de la torre, hacia la parte que daba sobre los muelles. Quería contemplar bajo la luz del desmayado sol de invierno la mercancía que estaba a punto de comprar. Gruñó complacido cuando comprobó que veía sin ser visto y que la mirada de sus ojos seguía siendo fuerte y penetrante. El hombre iba convenientemente acompañado -criados, seguidores, compañeros de armas y una mujer con aires de barragana- y tenía un aspecto que le complació. Vestía de manera muy parecida a él, enteramente de negro, desde la montera hasta las calzas, salvo por unas cortas botas de gamo que le llegaban hasta un poco más arriba del tobillo y el brial de color verde cerrado con un broche rico pero discreto. Sus armas eran visibles de vez en vez, cuando el aire del mar removía el brial o él mismo procuraba dejarlas bien a la vista de los que le rodeaban, afanándose con las barricas y las pacas que el barco, recién llegado del puerto de La Rochelle, estaba descargando sobre los “cais” de la villa. Los modales no eran finos, pero se veía de lejos que aquel hombre era el adecuado para los propósitos del señor de la torre de Zarauz. Estaba claro que las armas que pendían de su cinturón, abrochado con finas hebillas esmaltadas, no eran un adorno ni una amenaza vana, destinada a espantar a salteadores de caminos o posaderos demasiado ambiciosos. Mientras lo veía marchar en dirección a la Puerta de Mar de la cerca que muraba la villa, el caballero gamboíno tomó sus disposiciones. Sin apenas volverse para mirar a su sirviente le murmuró sus deseos.
-Hazlo pasar a la sala principal un poco después de que llegue. Pero que espere durante un tiempo. Ofrécele vino. Del bueno, el traído de Ribadavia. Pero no demasiado. A los otros dales del áspero.
El criado vaciló durante un instante antes de retirarse.
-¿Ni siquiera chacolín del país?. Hay entre ellos gente que parece de alguna calidad…
Con un gesto apenas perceptible las manos del señor se crisparon. Una de ellas sobre la empuñadura de la daga que pendía de su costado izquierdo. El criado se dio cuenta de su error apenas acabó de pronunciar su pregunta. Sin necesidad de ver el rostro de su amo, supo que estaba oscurecido por la ira. Esa que, como bien sabían él y los demás sirvientes, e incluso los vecinos de la villa, los comerciantes venidos de lejos, los trovadores y juglares también llegados de tierras allende, era mejor no desafiar.
-Dales chacolín, pero no del de la cuba que se ha traído de la casería de yuso de la iglesia de San Martín.
Intuyendo a sus espaldas la inclinación sumisa y aliviada del criado, seguro ahora de haber hecho una advertencia procedente a su amo, el señor la torre de Zarauz se esforzó, cambiando de ventana, en seguir todos y cada uno de los pasos visibles de su futura adquisición desde los “cais” hasta la misma puerta de su torre.
Sintió que la agradable fiebre de la Lujuria se apoderaba de él cuando contempló de cerca el rostro de la mujer que acompañaba al mercenario. Tenía el pelo de color jengibre recogido bajo un sombrero de ala ancha de un terciopelo bastante nuevo, adornado con una joya esmaltada como las que lucía el capitán de mercenarios al que parecía pertenecer. Bajo la camisa y el ceñido jubón, sus formas parecían juveniles y apetitosas. Sobre todo sus pechos redondos y pequeños, como manzanas maduras. Al verla desde más cerca, modificó su juicio sobre ella. No tenía, como había creído al principio, el aspecto vulgar de las barraganas que acompañaban generalmente a los acotados. Pero le faltaba algo para ser una dama. Trató de imaginar qué azares de la vida y de la guerra la habían unido a aquel hombre pavoroso cuyo rostro quedaba oculto a medias bajo el ala de su sombrero de terciopelo negro, ceñido con una cinta de eslabones de plata. ¿Acaso era botín de guerra?, ¿el pago de un rescate?. ¿Estaba con él voluntariamente?.
El señor de la torre de Zarauz deseó que eso último no fuera cierto. Era lo único que no podría negociar y no era buena política entrar en discusiones con los mercenarios. Si se extendía entre esas gentes la historia de una disputa por una mujer que, probablemente, acabaría con la muerte del capitán y de varios de sus sicarios, nadie querría ponerse a su servicio. Y eso era algo que el linaje no se podía permitir. Así las cosas, la mujer se convertía en un capricho inalcanzable. Justo aquello que más disgustaba al señor de la torre de Zarauz. Poco acostumbrado a no obtener, de inmediato, o casi, aquello que deseaba.
Su lujuria comenzó a disiparse justo después de aquellas reflexiones a contrapelo. El capitán de mercenarios y su banda habían llegado ante la puerta de su torre y, justo en ese momento, se cruzaron con varios vecinos de la villa. Rió entre dientes esperando a ver su reacción.
Se estremeció con una mezcla de asco y odio cuando oyó las voces de los villanos. Y lo que se atrevían a decir:
-Ved, Fernando de Rivas, ese que se hace llamar señor de la torre de Zarauz, se atreve a traer a su basura ante nuestras propias barbas.
El aludido no dijo nada, limitándose a hacer una seña que el también aludido señor de Zarauz comprendió enseguida había estado convenida de antemano. A ella salieron del pórtico de la iglesia más vecinos armados. Varios de ellos con ballestas. El dueño de la torre, cada vez más inquieto, se preguntó si esa precaución era mera casualidad o aquellos infectos villanos se habían enterado de algún modo de la llegada de la partida de mercenarios que venía a reforzar su mesnada.
Sin haber fraguado todavía un plan concreto de represalias contra criados demasiado habladores, el de Zarauz escuchó con disimulo las palabras que empezaron a cruzarse entre los dos grupos.
Le complació ver cómo los mercenarios se contenían, esperando una señal de su capitán para hablar o para actuar. Fue éste quien se encaró con Fortún de Aguirre, aquel repugnante mercader que había hablado en primer lugar y, para variar, era el que parecía llevar la voz cantante en todo aquel asunto.
Se acercó a él con la mano izquierda apoyada sobre la cadera y la cabeza algo inclinada. Sin ver su rostro, el señor de la torre de Zarauz supo que debía de estar sonriendo calmadamente antes de dirigir palabra alguna a aquel sucio tendero. El amo del palacio casi rugió de placer al ver cómo el mercenario manejaba aquella difícil situación sin siquiera la ayuda de sus adláteres.
-¿Me hablas a mí, villano?.
El silencio fue espeso. Cargado de ese miedo que el señor de la torre de Zarauz había sido enseñado a detectar desde que apenas el bozo comenzó a apuntar en sus ingles y su cara, cuando había empezado a manejar las armas con alguna eficacia. Estaba seguro de que la basura aquella, el tal Fortún de Aguirre y los necios que habían hecho banda detrás de él, no replicarían. No se atreverían. En cualquier caso, el mercenario no le dio ocasión para ello. Sin esperar su respuesta se acercó a él algo más, pero sin rebasar en ningún momento el punto en el que podían alcanzarle una espada o una daga, esgrimida por quienes tenía frente a él. El señor de la torre de Zarauz lo admiró por el modo en el que supo ocultar su miedo -si es que acaso había llegado a sentirlo- ante las ballestas que algunos de los villanos tenían a punto de ser montadas, con el pie apoyado en el estribo del arma y las poleas accionadas.
-No te oigo villano. ¿A quién te dirigías?. ¿A quién te referías cuando hablabas de basura?.
Una risa ahogada se expandió en la garganta del señor de la torre de Zarauz, al oír las nuevas palabras de desafío que su mercenario -ahora ya lo veía así, sin dudas, sin reservas- había arrojado a la cara de aquellos repugnantes tenderos con ínfulas de hidalgos. La risa, sin embargo, se transformó en una especie de temblor, acompañado de un sudor frío, cuando el que acompañaba al tal Fortún respondió por él y, al parecer, por todos los demás que estaban agazapados como polillas a la entrada de la iglesia.
-Lo decía… lo decíamos por ti. Escoria de los caminos.
El señor de la torre de Zarauz, aún en medio de su estupor, pudo ver cómo los hombres del capitán de mercenarios se estremecían con un sordo rumor. También algunas manos nerviosas dirigirse hacia las vainas de las dagas y espadas, preparándose para sacarlas a relucir bajo aquel débil sol de invierno. El banderizo sintió que sus ojos estaban a punto de saltar de sus órbitas mientras contemplaba cómo el compañero de Fortún de Aguirre, no sólo no se arredraba ante aquel murmullo amenazante, sino que, además, se aproximaba cada vez más al capitán de mercenarios y le hablaba casi escupiendo las palabras a su cara.
-Lo decíamos por ti. Siervo. Collazo. Abarquero miserable… ¿dónde has robado esas botas?. ¿O las has conseguido honradamente?. ¿Sabes tú lo que es eso?. ¿Lo saben los que te siguen hasta esta casa?.
El señor de la torre de Zarauz, casi sin haber sido consciente de ello, se había agarrado a la tela de lana mezclada con arpillera que cerraba la ventana cuando el postigo de madera estaba abierto. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el hombre que había estado desde el principio en compañía de Fortún de Aguirre, tenía la daga desenvainada y en la mano mientras se encaraba con el mercenario. Esperó el desenlace de aquella escena comprometida y delicada conteniendo la respiración y rumiando una mezcla de miedo y de oprobio, preguntándose hasta dónde llegaría la osadía de aquella bazofia villana.
Todo acabó de un modo que no le satisfizo, pero que tampoco le disgustó. Ocurrió cuando, inesperadamente, Fortún de Aguirre levantó la voz.
-Dejadlos pasar. No ensuciéis las calles de Guetaria con esa sangre infecta. Habrá mejor ocasión y lugar para arreglar esto, Fernando de Rivas.
El capitán de mercenarios parecía pensar lo mismo que el villano, pues se retiró sin mediar palabra, siendo recogido entre sus hombres, como en el seno de una ola de colores abigarrados -pardos, ocres, rojos, amarillos, azules-, que, a su vez, fueron engullidos por las puertas de la torre y palacio de Zarauz, abiertas después de girar sobre sus goznes con un sonido oscuro y desabrido.

jarraituko du...................
continuara........
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Sachi (24-09-2010), SAM (24-09-2010)
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

Buen comienzo del relatoA ver si las entregas no se espacian mucho en el tiempo pues ya apetece la segunda y el fin de semana no viene muy bueno.
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Antiguo 24-09-2010, 21:05
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

por ahora solo puedo ponerte estas fotos recien tomadas esta tarde, 6 siglos mas tarde la que fuera el palacio de los zarautz se mantiene en pie, un edificio esta en ruinas y pertenece al pueblo, el otro es propiedad ( no podia ser de otra manera ) de una prospera familia de vinicultores ( y vidicultores) locales, hasta hace muy pocos años la planta baja albergaba la bodega familiar que tan buena fama ha dado a esta villa.







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peludita (26-09-2010), Sachi (24-09-2010), SAM (24-09-2010)
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

Supongo que en la época del relato, sin ningún edificio anexo tendría un aspecto imponente. Aún lo tiene ahora y además una excelente restauración.
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  #708  
Antiguo 25-09-2010, 15:51
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

Lo prometido es deuda.

Tierra y Hermandad de Guipúzcoa. Hora Nona -tres de la tarde- de la víspera de la Fiesta de los Reyes del año del Señor de 1397. Calzada entre las villas de Azpeitia y Guetaria.

Fortún de Aguirre sintió que su cuerpo se estremecía sobre el caballo que piafaba y espumeaba ya casi al borde del agotamiento. A punto de caer reventado. Pensó con un lamento que si alcanzaba el siguiente recodo de aquel camino de tierra batida tal vez se podría salvar, dejando atrás a sus perseguidores.
A pesar de las advertencias, de los temores de su mujer y de sus hijas, se había atrevido a salir de los muros de Guetaria, desafiando la venganza del señor de la torre de Zarauz. Había sido tajante. Tanto consigo mismo como con quienes le avisaron de lo que podría pasar en el camino mientras iba y volvía a Azpeitia.
Para empezar les había ponderado la fortaleza de su escolta. Nada menos que cinco hombres de armas, de toda confianza, contratados en San Sebastián, a los que se sumaban otros seis vecinos de Guetaria -contándose a sí mismo-, armados y dispuestos a todo.
Para continuar, les había tranquilizado señalando que el señor de la torre de Zarauz ladraba mucho, pero seguramente no se atrevería a morder. Al fin y al cabo era vecino de Guetaria, y era él el que vivía en la boca del lobo y no a la inversa. No le convenía enemistarse con todos aquellos con los que se veía obligado, a su pesar o no, a tratar en la calle, en el puerto, en la iglesia o en el concejo. Si algo le ocurría en el camino, no tendría nada que ver con la llegada de aquellos rufianes que, de eso no había duda, se habían instalado, en su mayor parte en la torre de la Calle Mayor, después de que él y Fernando de Rivas los desafiasen. Y para eso, insistió, estaban bien preparados. Incluso bromeó con su mujer diciéndole que, si todo eso fallaba, aún le quedaba su caballo. Aquel magnífico alazán que ahora, al final de sus fuerzas, trataba de llevarlo ante las puertas de Guetaria, donde podría pedir ayuda a los demás vecinos, amparándose en el nombre del rey y de la ley.
En ese momento no había siquiera imaginado que sería, en efecto, el caballo el último recurso que le iba a quedar para salvar la vida mientras el mercenario, llegado en los días de Adviento del año pasado, lo seguía a uña de su propio caballo con la más que evidente intención de cortarle el paso a la villa y con ello al favor que allí le prestarían sus vecinos.
Fortún de Aguirre apretó los dientes con rabia mientras arreaba un nuevo espolonazo al alazán. Todo había salido rematadamente mal. Incluso peor que rematadamente mal. Cuanto podía haber fallado, había fallado. El viaje de ida a Azpeitia para girar aquellas letras de cambio en la posada donde paraba aquel mercader flamenco, Gerrit Van Matysen, había ido muy bien. Tanto que, quizás, le había hecho bajar la guardia en el de vuelta. A él y a los demás. Se sentían leones al dejar atrás las puertas de Azpeitia para regresar, antes de que cayera la noche, a Guetaria, a su relativa seguridad y calor.
En medio de esa euforia mal contenida, a la que había dado alas el vino que habían tomado en la posada tras endosar las letras, los habían sorprendido en el camino, sin previo aviso, los sicarios contratados por el señor de la torre y palacio de Zarauz. A la cabeza, cómo no, estaba aquel capitán siempre vestido de negro, que pareció reservarse para el final, mientras la matanza seguía su curso entre gritos de “¡traición!”, estampidos de tiros de ballesta y gritos de los que caían de sus monturas alcanzados por los virotes o por las cuchilladas que los sicarios más avezados les habían infligido saltando sobre ellos. Fortún lo había visto en compañía de aquella mujer que le seguía a todas partes y en esos momentos sonreía malévola junto a él, a la sombra húmeda y oscura de un roble que se levantaba sobre la calzada en un pequeño remonte. Sin embargo las cosas tampoco habían salido tal y como el mercenario las había planeado.
Fortún no quedó acorralado. Con un mandoble de su espada tiró por tierra a uno de los hombres de armas de la escolta que, al final, habían resultado estar confabulados con sus atacantes. Eso le había abierto paso al camino más allá de la calzada por el que había podido huir tras comprobar que ni uno sólo de sus compañeros estaba ya en el mundo de los vivos. Así, estaba seguro, se habían defraudado las esperanzas del capitán de los acotados de desafiarle o, con más probabilidad, de darle muerte una vez que sus hombres lo hubieran reducido. Lo delataba la cara torva con la que había picado espuelas haciéndose seguir por otros tres o cuatro de los mercenarios que les habían atacado, apenas entrevista por Fortún de Aguirre mientras golpeaba con su propio caballo a uno de los mesnaderos del señor de la torre de Zarauz que trataba de cerrarle el paso blandiendo una media alabarda. Un muchacho joven, antiguo vecino de Azpeitia o de un caserío próximo a ella según le habían dicho a Fortún, que, como muchos otros, había engrosado las filas de aquella chusma tentado, quién sabe, por la paga, por venganza o por cualquier otra razón.
Así había empezado todo aquello que ahora -Fortún de Aguirre no podía, ni quería, engañarse- estaba a punto de acabar. Su alazán comenzó a perder el poco resuello que le quedaba, trotando a un paso cada vez más lento, incapaz de hacer un nuevo esfuerzo.
Quizás para darse ánimos en su tránsito al Mundo de los Muertos, Fortún habló en voz alta mientras tenía las riendas del caballo.
-Aquí se acaba el camino, viejo amigo.
Después, mientras desmontaba y afirmaba los pies en medio del paso dejando que el caballo se desplomase en la cuneta, rezó silenciosamente esperando que sirviera de algo.

Sólo consiguió parar dos o tres ataques del capitán de mercenarios que se lanzó sobre él sin apenas sofrenar su caballo. Después su cabeza cayó seccionada. Todo se volvió oscuridad cuando el jefe de acotados desmontó con una sonrisa diabólica y se acercó hasta él, levantándolo por los cabellos del suelo helado.
Fortún de Aguirre, a pesar de que sus párpados no fueron cerrados, no pudo ya contemplar el resto del viaje que le llevó, al fin, ante las murallas de Guetaria. No sintió así cómo sus despojos volaban sobre el muro de la villa, para caer con un ruido siniestro en medio de la Calle Mayor y rodar hasta casi la mitad de ella. No pudo oír el desafío del hombre que lo había matado: “soy el capitán Martín de Dax y os emplazo a que hagáis justicia conmigo y con los míos por esta muerte”.
Tampoco pudo oír los gritos de espanto y desesperación de su mujer y de sus hijas, ni ver la sonrisa malévola con la que el señor de la torre de Zarauz celebró el éxito de su encargo.
Ni siquiera le llegó un eco de las palabras de sus amigos y vecinos, reunidos, algunos ya con sus armas en la mano, en torno a su cabeza decapitada que nadie parecía atreverse a levantar del suelo. O de las de Joan Ibáñez de Picamendi, su tocayo Yánez de Asquiçu y la de Pero Pérez de Yerategui que se alzaron sobre el tumulto y fueron coreadas enseguida por muchos otros, diciendo que había que avisar al rey de aquellos desmanes, que la tierra no podía ser yermada por facinerosos que quedaban sin castigo.
Tampoco vio cómo las miradas de éstos y los demás vecinos se cruzaron con la del señor de la torre de Zarauz, desafiándolo reunidos en torno a su triste despojo.

jarraituko du................
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

muy buenas compañeros ,un dia de esta semana marchare a pescar,muchas ganas ay pero... que tal el parte para mañana y pasado...ire a hondarribia aunque sea en la bahia pescare.cuando me aconsejais que valla mañana... un saludo
__________________
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

la historia continua, la penultima entrega.................

Tierra y Hermandad de Guipúzcoa. Coro de la Iglesia de San Salvador de Guetaria, 6 de julio del año del Señor de 1397.

El señor de la torre de Zarauz tuvo que ver como ante sus ojos, ante las puertas de su casa, desfilaban los procuradores enviados por aquella basura, por aquella escoria de toda la Tierra de Guipúzcoa. Paseó airado por las salas de su casa, sin encontrar casi a nadie en el camino de sus zancadas llenas de ira. Los criados, al menos los que pudieron, habían preferido ocultarse de su vista y de su mano impaciente. Echó de menos a Martín de Dax y a sus propios hombres. Todos ellos por los caminos, a la búsqueda de botín, pues él mismo prefería que no estuvieran por allí tal día como aquél.
La rabia subió por su garganta al recordar los motivos que le habían empujado a tal decisión. La bazofia villana que ahora departía ante la iglesia de San Salvador, esperando a reunirse en su interior, había jugado fuerte, como si estuviesen apostando en ese nuevo juego de los naipes, o cartas, que tan popular se estaba haciendo en los últimos tiempos.
Cuando habían visto de lo que eran capaces sus esbirros, gente como Martín de Dax y los atreguados y mesnaderos del linaje, no habían corrido a las armas para defenderse, ni para atacarles en combates de futuro incierto. No. Muy por el contrario habían actuado con verdadera astucia. Una delegación de todos aquellos agraviados, se había puesto de acuerdo y, de algún modo, había emplazado a Gonzalo Moro, el corregidor del rey en la Tierra y Hermandad de Guipúzcoa -que así era como esa basura villana llamaba a las tierras que por derecho le pertenecían a él y a sus primos y parientes- para que apelase a su soberano señor y se dictasen leyes -la palabra quemó en la imaginación del señor de la torre de Zarauz- que acabasen con el poder y el más valer de su linaje y el de todo el bando de los Gamboa.
Y no sólo eso. Habían tenido que elegir la iglesia de Guetaria para celebrar esa reunión. Y además los habían metido, a él y a sus parientes, en el mismo saco que a los Oñaces, sus enemigos acérrimos, considerándolos a todos como gente fuera de la ley, sujetos a represalias.
Ahora se iban a reunir con el corregidor, allí dentro del templo, para discutir cuáles serían los términos de unas nuevas Ordenanzas. Desde detrás del cortinaje de la sala principal los contempló. Miró casi con envidia sus vestimentas, sus jubones de terciopelo, sus monteras adornadas con cadenas de eslabones de metal, precioso en muchas de ellas, o con piezas esmaltadas de valor considerable. Eso los que no llevaban sombreros de terciopelo de ala redonda. Sus calzas también parecían magnificas. Lo mismo que sus zapatos. Muchos de gamo fino, acorde con el día de comienzos de julio.
Su rabia aumentó al ver que, como ya venía siendo costumbre, no faltaban entre ellos dagas y espadas, reclamando, a gritos, su condición de hidalgos, de nobles que a sus ojos adquirían características monstruosas al codearse con gente plebeya y al no militar en las filas de ninguno de los grandes linajes. El señor de la torre de Zarauz concluyó ardiendo de rabia, como siempre que veía tal cosa, que prefería a un Oñaz como amigo que a cualquiera de esos tenderos con espada por enemigo.
Por un momento calculó la conveniencia de hacer valer su condición de vasallo del rey para hacerse admitir a la reunión y así poder oír lo que decían. Incluso terciar en el parlamento. Al menos eso. Después consideró la posibilidad de que Gonzalo Moro, que aparecía en esos momentos bajando con su cortejo por la calle principal -también vestía magníficamente, con una larga túnica de seda roja, calzado con calzas verdes y botas de cuero a juego con su sombrero-, no le hiciera el menor de los casos, o, sumando ultraje a ultraje, decidiera prenderlo por la muerte de aquel abacero miserable, Fortún de Aguirre, o por los que ellos consideraban salteamiento de caminos y desafíos ilegales a ferrerías del linaje enemigo o, peor aún, propiedad de toda aquella escoria que ahora se arremolinaba junto al corregidor, inclinándose ante él, con ojos llenos de confianza en su persona y en la del rey al que representaba.
La solución se le ocurrió casi al mismo tiempo que batió palmas para llamar a uno de los sirvientes más próximos. Sin detenerse a pensar por qué sólo había acudido uno -aunque ya había notado que aquel día los pasillos y las salas estaban extrañamente vacíos, con los criados pasando por ellos con la mirada más abajo de lo que era costumbre, actuando como sombras furtivas- se dirigió a él con la displicencia de costumbre.
-Tú. ¿Conoces bien la iglesia?. Bueno está. Busca la manera, alguna habrá, de colarte en esa reunión, doquiera que la vayan a celebrar. Sin ser visto, porque vé a saber qué te harían en represalia. Escucha todo cuanto digan y luego vuelves y me lo cuentas. ¿Ves este carlín de oro?. Será para ti, junto a otro más, si me sirves bien en esto.
El mozo, tosco, de cara rubicunda, asintió, mientras el señor se le quedaba mirando de hito en hito, como calculando lo que daba de sí su cabeza, al tiempo que trataba de recordar si era el mismo que tan acertadamente le había sugerido celebrar a los mercenarios del capitán Dax con chacolín, en lugar de con el vinazo reservado a acotados y demás bandidos a sueldo.
Antes de que pudiera darse cuenta de que así era, el criado salió y buscó su camino por la sacristía, valiéndose del tumulto que formaban el séquito del corregidor y los procuradores de la Hermandad reunidos junto al templo, tratando de ponerse de acuerdo sobre en qué orden debían entrar.
Buscando las sombras bajo las bóvedas de la iglesia, trató de encontrar un lugar discreto desde el que poder oír todo lo que se fuera a tratar en la reunión. Sintió miedo. No quería tener que vérselas con la guardia del corregidor, ni con los villanos allí reunidos, que podían alzar la mano contra él. Pero no pudo hacer nada. Sabía muy bien que estaba atrapado entre dos peligros. Como le ocurría a aquel famoso navegante del que le habían leído alguna vez. El que en el tiempo de los Griegos tuvo que hacer pasar su nao entre dos montes igual de peligrosos. Ambos, bajíos que podían hundir su barco con sólo rozarlo.
El coro le pareció el lugar más apropiado. Y acertó. Eso le hizo sentirse satisfecho al ver que los procuradores y el corregidor se reunían justo allí para celebrar su discusión. Lo oiría todo sin problema, y lo vería también todo desde un rincón cubierto de sombras.
Cuando la sesión se abrió, el criado tuvo aún más satisfacciones. Como una laya abriendo camino en la tierra antes de sembrarla, las palabras de los procuradores, en lengua vulgar castellana, no en latín, como había temido en principio, entraron en su cabeza como algo más que meros sonidos que debería repetir a su temible amo con tanta precisión como pudiera.
Aquellos hombres hablaban de cosas que él comprendió, y le parecieron bien. De hecho, al final, cada propuesta que lanzaba un procurador u otro de los que representaban a las distintas villas reunidas allí, le parecía mejor que la anterior.
Ellos decían que el poder de señores como el de Zarauz, su amo, debía acabar, que nadie debía valer más en la Tierra de Guipúzcoa, que no se debían tolerar robos, ni mesnadas, ni menos aún aquellos mercenarios como el tal Martín de Dax, que, a cuenta de alardear de hidalgo, volvía al palacio contando aquellas sobrecogedoras historias sobre gente destripada o con su cabeza cortada, sólo para escarmentar villanos y otros malsines, como solía repetir hasta que caía vencido del vino.
Por encima de todo pedían aquellos hombres, levantándose ordenadamente por turnos de los asientos que ocupaban en el coro de la iglesia, unos frente a otros y con el corregidor presidiéndolos en la mitad, que hubiera ley, que no se quemasen propiedades, que no se robase, que no se asesinase diciendo que aquello era cuestión de honor. Pedían, eso lo vio claro el sirviente del señor de la torre de Zarauz, que hubiera un futuro para todos, uno en el que los hombres pudieran hacer algo bueno y provechoso de su tiempo en el Mundo, más allá de valer a fuerza de armas y abusos.
Estuvo a punto de irse antes de que la sesión terminase. Sin embargo no quiso hacerlo por una especie de superstición reverente. Le parecía mal empezar su nueva vida sin ver en qué acababan aquellas discusiones, si finalmente todos se ponían de acuerdo para hacer que aquello fueran algo más que palabras elocuentes, reverberando contra las bóvedas de la iglesia.
Nunca supo cuánto tiempo transcurrió hasta que se cerró el Parlamento. Sólo que a él le pareció corto y que el acuerdo que los escribanos y el corregidor confirmaron con sus rúbricas, le complació mucho, aún en medio de las sombras en las que se agazapaba.
En el momento en el que decidió al fin escabullirse, antes de que la larga sesión terminase del todo, parecía claro, por las caras aliviadas y distendidas de los procuradores, que se había llegado a un acuerdo y que toda la Tierra de Guipúzcoa tenía al fin unas Ordenanzas que pondrían coto a la altivez de los señores. Algo que él, un criado que casi había olvidado su propio nombre, a fuerza de ser llamado “tú”, jamás creyó vivir para ver.
Desde esa misma hora, antes de que los correos llevasen la noticia a todas y cada una de las villas, antes de que llegasen ante las torres de los Parientes Mayores y sus atreguados y mercenarios y bandidos, él, Juanes de Berastegui, decidió actuar como debía actuar un hombre libre. Sólo para empezar, marchándose de la torre de Zarauz sin dar explicaciones a nadie. Y menos aún rendir cuentas a un señor al que, imitando a los procuradores de la Hermandad a los que había mirado y escuchado desde las sombras del coro de la iglesia de San Salvador, había decidido no volver a servir jamás. Sin temer las consecuencias que eso pudiera acarrearle, que, desde ese día y hora, le parecían un precio pequeño a cambio de poder vivir con la cabeza alta, sin doblar la espalda ante nadie. Y menos ante hombres indignos, como el que habitaba aquella casa frente a la iglesia.
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

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Estamos en tiempo de sures, así que ojito que hace ahora, este mes, dos años de una de las suradas más duras de los últimos años. Tal vez la dureza no haya sido por su intensidad tanto como por haber cogido desprevenida a mucha gente que aún tenía las embarcaciones fondeadas en el Marítimo.
Aquí os pongo unas fotos de aquel día y la recomendación para todos de amarrar bien el barco a partir de ahora.
y esto donde es madre mia q marejada mas brutal.parece st no
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  #712  
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

Es la bahía de Santander. A pesar de estar muy bien resguardada de los temporales el único peligro es el Sur (bueno o que te lleve el ferry por delante ), en cuanto coge un poco de fuerza se pone así, puede llegar a ser muy peligrosa y de ahora en adelante es época propicia.
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  #713  
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

En tu puerto es donde tienen su barco los Arniella, no?
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

Pues no estoy seguro Sachi, ya que no sé si ahora tienen barco. Sí te puedo asegurar que una sobrina suya atraca al lado mio y me ha hablado de su trayectoria anterior como constructores navales pero no me ha dicho nada de que tuviesen barco ahora.
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  #715  
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

Je. Pues estoy viendo en el Windguru que para el fin de semana vienen sures de hasta 30 nudos. Así que los que se acerquen por aquí, a lo mejor ven la bahía en ebullición.
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  #716  
Antiguo 28-09-2010, 14:42
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

muy buenas para mañana no dan viento sur empieza el jueves a las 5 esque no entiendo mucho,que me aconsejais los espertos,al rio a mi pueblo a por siluros que coñazo agurikos
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  #717  
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

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Es la bahía de Santander. A pesar de estar muy bien resguardada de los temporales el único peligro es el Sur (bueno o que te lleve el ferry por delante ), en cuanto coge un poco de fuerza se pone así, puede llegar a ser muy peligrosa y de ahora en adelante es época propicia.
madre mia pues si q pega bien el sur.yo alguna vez e pasado y por la bahia con el coche y me choco un dia no se q viento era la marejada tan barbara q habia y pense joder s esto hay dentro fuera....... aqui el sur hace todo lo contrario,te deja la mar plana plana.pero para ir al puerto es un incordio. t calas entero
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  #718  
Antiguo 28-09-2010, 16:07
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

muy buenas leikemar entonces me recomiendas tu zona ,esque no se que hacer necesito apollo y animos ya que tengo que ir solo y no me fio con los comentarios que os oigo
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  #719  
Antiguo 28-09-2010, 21:24
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

aqui teneis la ultima entrega:

Tierra y Hermandad de Guipúzcoa. Ante la nueva iglesia de San Salvador de Guetaria. Año del Señor de 1456.

- Don Menjón…
El todopoderoso secretario de las Juntas de la Hermandad de Guipúzcoa hizo una inclinación de cabeza al vecino de Guetaria que le había saludado y que, eso era evidente, tenía intención de abordarle. Sin arredrarse ante sus gestos evasivos, como el de ceñirse bien la espada con el cinturón y talabarte de terciopelo negro a juego con su jubón largo, del mismo material pero de color rojo, y el sombrero de copa ancha tan azul oscuro como sus calzas y botas. Resignado a detenerse unos instantes antes de entrar al templo, se dirigió al hombre que le había saludado devolviéndole la cortés inclinación de cabeza al tiempo que, con un gesto de la mano, dispersaba a sus sirvientes para que, lo que él esperaba fuera un breve intercambio de palabras, transcurriese con mayor discreción. Si bien, sospechó el secretario de Juntas, la discreción le importaba un bledo al hombre que ahora le sonreía bajo su turbante de terciopelo amarillo.
-Licenciado Rivas, ¿qué se os ofrece?.
El gesto expansivo de su interlocutor no engañó, en absoluto, a Don Menjón González de Andia. Tampoco sus palabras, sólo en apariencia banales.
-¿Qué os parece la iglesia?.
Don Menjón, el viejo y correoso zorro, vencedor en cientos de combates con las armas en la mano o con pluma y pergamino, se sintió desconcertado por aquella pregunta sólo en apariencia trivial. En una fracción de segundo, antes de que pudiera encontrar la palabra justa, el licenciado Rivas, tal y como Don Menjón esperaba, o peor, casi temía, respondió a su propia pregunta, evidentemente retórica.
-Ha quedado muy hermosa. Como el resto de la villa…
El aludido apenas pudo terminar de asentir con tanta convicción que su sombrero estuvo a punto de caer sobre su frente. Tampoco llegó esa vez a formular respuesta alguna más allá de ese gesto que, incongruentemente, le dejó mirando, casi embobado, la punta afilada de sus botas de montar, apoyadas entre dos adoquines, bajo el nuevo pórtico de la iglesia. Estaba claro que el licenciado Rivas sólo estaba dispuesto a formular preguntas retóricas aquella mañana. Don Menjón sintió deseos de que acabase pronto, para saber, al menos, a qué punto quería llegar. Aunque ya sospechaba de qué se trataba.
-Temo que hagan con ella lo que hicieron en Azcoitia en el año 46 o lo que hicieron dos años después con Mondragón
La mirada del licenciado Rivas derivó, con una tristeza algo teatral, del rostro -cada vez más cariacontecido- del implacable secretario de la Hermandad de Guipúzcoa a la entrada de la iglesia donde otros junteros y hombres de la villa se estaban reuniendo.
-No me gustaría verla arder. Y menos teniendo en cuenta que fue edificada con el situado de 3.000 maravedíes al año que nos concedió el buen rey don Enrique III…
La pausa en la disertación del licenciado Rivas fue terrible para Don Menjón, que sintió una especie de sudor frío recorriendo su espalda al descubrir el punto al que, tal y como ya había adivinado, quería llegar su interlocutor. Paciente, esperó a que éste acabase con lo que quería decir.
-Esta vez se acabará con ellos, ¿verdad, don Menjón?. ¿Esta vez no se les permitirá escapar impunes después de actos como los de Azcoitia y Mondragón, no habrá mas atreguamiento de algunas villas con ellos, con Oñaces y Gamboas?. Acabaremos con ellos. Nadie valdrá en esta tierra más que nadie y podremos prosperar con tranquilidad, ¿no es así?…
Don Menjón, sintiendo que cien pares de ojos se clavaban en él, inspiró antes de responder el aire salobre que llegaba, subiendo del puerto, calle arriba.
-Sí licenciado Rivas. Os doy mi palabra de que esta vez no habrá perdón para ellos. Si Guetaria o cualquier otra de nuestras villas arde, no será ya porque Oñaces o Gamboas tengan mano poderosa para hacer tal cosa.
Complacido, el licenciado Rivas se inclinó con cortesía ante el secretario de las Juntas de la Hermandad de Guipúzcoa, dejándole paso libre hasta el grupo que lo aguardaba ante el pórtico de la nueva iglesia de Guetaria.
Unos meses después supo, como lo supo toda la Hermandad de Guipúzcoa, que Don Menjón y otros habían sido desafiados por los Oñaces y Gamboas -por una vez juntos en el mismo bando-, burlando, de nuevo, las Ordenanzas puestas en vigor desde el año 1397.
Esta vez la batalla fue ganada antes de ser iniciada. No hubo incendio de la villa de Guetaria. Tampoco consiguieron hacer lo mismo que habían hecho con Mondragón en 1448. Las únicas casas destruidas esta vez fueron las torres banderizas. Don Menjón, acompañado con los hombres de las villas amenazadas y desafiadas por los Parientes Mayores y con otra gente al servicio de la Corona, atronó la Tierra de Guipúzcoa cabalgando de un extremo al otro de ella y, en nombre del rey, detuvo y redujo a mesnadas y bandas de facinerosos, ajusticiando a muchos al borde del camino, destruyendo así el poder de los señores de la guerra.
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Regue (30-09-2010), Sachi (29-09-2010), SAM (28-09-2010)
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

No sé si es cosa del ordenador o del narrador pero en esta ocasión lo veo con un cuerpo de letra más grande que vaya como lo agradecen mis ojos agotados vaya un agradecimiento doble en esta ocasión.
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  #721  
Antiguo 28-09-2010, 21:38
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No sé si es cosa del ordenador o del narrador pero en esta ocasión lo veo con un cuerpo de letra más grande que vaya como lo agradecen mis ojos agotados vaya un agradecimiento doble en esta ocasión.
Sabes que recibo al dia muuuuuchas sugerencias
ademas como esta vez el texto era mas corto, pues habia que inflarlo algo
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  #722  
Antiguo 28-09-2010, 21:52
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

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Originalmente publicado por trabañarru Ver mensaje
Sabes que recibo al dia muuuuuchas sugerencias
Ya sabes el dicho "De lo que no cuesta, llena la cesta" Pues a sugerir todo el mundo que es gratis

Aunque la mejor es la del que regala y el que vende, esa me encanta
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  #723  
Antiguo 14-10-2010, 01:54
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Predeterminado Re: Tertulia de pesca y una copa ¿cual?

...y nos fuimos mi amigo T.O. y el que escribe esto, él no estaba de mucho humor, yo cansado, al alejarnos miré un cristal de aquel Toyota y nos veíamos reflejados en él, parecíamos mayores de lo que éramos pero los últimos días de este viaje habían sido agotadores.

El último descanso lo hicimos en el Oasis de Farafra, se que a T.O. no le gusta este paisaje tan duro, pero tenía que llevarlo a Bahariyya, este lugar la última vez me salvo la vida.

En pleno Oasis hay un refugio de camelleros y aunque nuestro chofer había preparado camas de campo y leña para nosotros yo lo que quería era adormilarnos allí. Abduel asó un trozo de cabra y un poco de Kamut, ese pan egipcio tan nutritivo, tras la cena las dos hijas de abduel empezaron lo que yo buscaba en tan largo viaje, aquel susurro musical que desprendían sus gargantas, el sonido de las monedas mientras danzaban la raqs sharqi nos dejaban la mente en blanco. Pese a que ninguno de los dos fumamos, estar en casa de un árabe y despreciar su sisha de tabaco egipcio y aromatizado por él mismo con manzana es un desaire imperdonable, sea como sea la noche fue cayendo, T.O. se quedó dormido sobre la mesa, en posición que su cuerpo seguro recordaba de esas noches de guardia en el barco, yo salí a ver el cielo, no hay nada que me recuerde más lo minúsculo que soy que el firmamento.

A la mañana siguiente, mi buen amigo tenía mejor aspecto, ya estaba listo para la travesía, el desierto es agreste y parece largo, pero cuando vas encontrando sitios como la casa de Abduel uno se debe dejar llevar, descansar y olvidar el tiempo, la ruta será larga pero siempre que vuelvo, mi amigo Abduel tiene una sisha para mi.



PD. Puede parecer que no tiene nada que ver con el mar, puede pero puede que si
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