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  #176  
Antiguo 13-03-2009, 22:16
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Predeterminado Re: Rincón literario

Efectivamente para gustos son los colores.
Te entiendo perfectamente cuando dices que no te engancha mi amigo Leopoldo.
Yo dependiendo de mi estado de animo o estado "espiritual" hay ocasiones en que no me gusta nada, es mas lo aborrezco, pues me deja hecho polvo y abatido, en cambio en otras misteriosamente entiendo cada verso y creo entender al autor.
De cualquier manera la considero poesia "dificil" si se puede decir tal cosa de la poesia .
Mi intencion al traerlo a este rincon literario era precisamente escuchar comentarios de este autor "maldito" pero para mi genial.



Un Loco Tocado De La Maldición Del Cielo

Un loco tocado de la maldición del cielo
canta humillado en una esquina
sus canciones hablan de ángeles y cosas
que cuestan la vida al ojo humano
la vida se pudre a sus pies como una rosa
y ya cerca de la tumba, pasa junto a él
una princesa.


“Poemas del manicomio de Mondragón”


Salud y
__________________
[font="Arial Black"][color="Blue"]prefiero ser marmiton que mirar desde la orilla
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  #177  
Antiguo 14-03-2009, 20:02
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Predeterminado Re: Rincón literario

Te comprendo Urtzi, me pasa lo mismo, el estado espiritual me influye mucho tambièn.
Me fascinò lo primero que has puesto de Leopoldo, pero tambièn siento que me deprime un poquito y a veces, el espìritu no està tan fuerte como para soportar algo que llegue a ponerte en una situaciòn de bajòn total.
Me pasa con los poemas de Almafuerte, cuando estoy "guerrera" me encantan y cuando estoy "espiritual" me parecen de terror.
__________________
gracy
"El lujo es vulgaridad, dijo, y me conquistò. De esa miel no comen las hormigas"
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  #178  
Antiguo 16-03-2009, 14:32
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Predeterminado Re: Rincón literario

Hoy rindo homenaje a un escritor que cumple 103 años.


"El arte, como proceso espiritual, como actuación, consiste en desprender de la realidad una apariencia orientada por la brújula del sentido estético, no de otro modo que la máquina del fotógrafo desprende una apariencia exactísima, y, sin embargo, independiente, de los objetos colocados en su campo. El toque del arte consiste en herir a la Naturaleza en su talón de Aquiles, en ese punto vulnerable, sensible, cuyo contacto -así también en la mujer; así en la caja de caudales- basta a lograr la apertura de su entraña estética.
(...)
Nos ha tocado a nosotros sondear el fondo de lo humano y contemplar los abismos de lo inhumano, desprendernos así de engaños, de falacias ideológicas, purgar el corazón, limpiar los ojos, y mirar al mundo, con una mirada que, si no expulsa y suprime todos los habituales prestigios del mal, los pone al descubierto y, de ese modo sutil, con sólo su simple verdad, los aniquila. " ...


"Lo propio del hombre de letras es escrutar con toda libertad el mundo, preguntarse por los últimos misterios, tratar de descubrir el sentido de la vida humana, el sentido de todo lo existente y ofrecer sus intuiciones plasmadas en obra a la consideración de sus semejantes con objeto de despertar en ellos intuiciones o percepciones análogas".


Francisco Ayala.
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  #179  
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Predeterminado Re: Rincón literario

Felicidades al Sr. Ayala, eso si que es una gesta, y llegar como el lo ha hecho y felicidades a Crimi por su mensaje.
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  #180  
Antiguo 18-03-2009, 17:59
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Predeterminado Re: Rincón literario

Seguro que este mensaje también te alegra, Analema. Rindo homenaje a uno de nuestros mejores escritores: D. Miguel Delibes, que si no tiene el Nobel no es porque no se lo merezca sobradamente.

Y en éstas, se presentó en el cortijo el Azarías, y la Régula le dio los días y le tendió el saco de paja junto a la cocina como era habitual, pero el Azarías ni la miraba, se implaba y rutaba y hacía como si masticara algo sin nada en la boca y su hermana,
¿te pasa algo, Azarías, no estarás enfermo?
y el Azarías, la vacua mirada en el fuego, gruñía y juntaba las encías desdentadas, y la Régula,
ae, no te se habrá muerto la otra milana que tú dices ,¿verdad, Azarías?
Y tras mucho porfiar, el Azarías,
el señorito me ha despedido,
y la Régula,
¿el señorito?
y el Azarías,
dice que ya estoy viejo,
y la Régula,
ae eso no puede decírtelo tu señorito, si te pusiste viejo, a su lado ha sido,
y el Azarías,
yo tengo un año más que el señorito,
y rutaba y mascaba la nada. sentado en el taburete, acodado en los muslos, la cabeza entre las manos, la mirada huera, fija en el hogar, pero, inopinadamente, se oyó el alarido de la Niña Chica y los ojos del Azarías se iluminaron, y sus labios se distendieron en una sonrisa babeante, y le dijo a su hermana,
arrímame a la Niña Chica anda,
y la Régula,
ae, estará sucia
y el Azarías,
alcánzame a la Niña Chica,
y, ante su insistencia, la Régula se incorporó y regresó con la Charito cuyo cuerpo no abultaba lo que una liebre y cuyas piernecitas se doblaban como las de una muñeca de trapo, como si estuvieran deshuesadas, pero el Azarías la tomó con dedos trémulos, la acomodó en el regazo, sujetó delicadamente su cabecita desarticulada contra su brazo fornido, bajo el sobaco, y comenzó a rascarle suavemente en el entrecejo mientras musitaba,
milana bonita, milana bonita...
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ANALEMA (24-03-2009)
  #181  
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Predeterminado Re: Rincón literario

Hoy, Blas de Otero

HOMBRE

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!



BASTA


Imagine mi horror por un momento
que Dios, el solo vivo, no existiera,
o que, existiendo, sólo consistiera
en tierra, en agua, en fuego, en sombra, en viento.

Y que la muerte, oh estremecimiento,
fuese el hueco sin luz de una escalera,
un colosal vacío que se hundiera
en un silencio desolado, liento.

Entonces ¿para qué vivir, oh hijos
de madre, a qué vidrieras, crucifijos
y todo lo demás? Basta la muerte.

Basta. Termina, oh Dios, de maltratarnos.
O si no, déjanos precipitarnos
sobre Ti -ronco río que revierte.
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  #182  
Antiguo 24-03-2009, 19:23
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Crimi ,muchas gracias reina, como olvidar al Sr. Delibes, cuando la mayoria crecimos con el Mochuelo, entre nuestras manitas...Ay, que tiempos!.
Como decia en el hilo de las pelis, este poema de la Sra Emily Dickinson, me parece unico:
Haced amplia esta cama.
Hacedla con espanto,
y en ella esperareis hasta que el Juicio empieze
Justo y Magnifico.
Que el colchon sea recto
y la almohada redonda,
y que el ruido amarillo de los amaneceres no perturbe este suelo. Besos y rondas
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  #183  
Antiguo 24-03-2009, 21:57
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Predeterminado Re: Rincón literario

Vuelva usted mañana



Mariano José de Larra






Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza; nosotros, que ya en uno de nuestros artículos anteriores estuvimos más serios de lo que nunca nos habíamos propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas investigaciones acerca de la historia de este pecado, por más que conozcamos que hay pecados que pican en historia, y que la historia de los pecados sería un tanto cuanto divertida. Convengamos solamente en que esta institución ha cerrado y cerrará las puertas del cielo a más de un cristiano.
Estas reflexiones hacía yo casualmente no hace muchos días, cuando se presentó en mi casa un extranjero de estos que, en buena o en mala parte, han de tener siempre de nuestro país una idea exagerada e hiperbólica, de estos que, o creen que los hombres aquí son todavía los espléndidos, francos, generosos y caballerescos seres de hace dos siglos, o que son aún las tribus nómadas del otro lado del Atlante: en el primer caso vienen imaginando que nuestro carácter se conserva intacto como nuestra ruina; en el segundo vienen temblando por esos caminos, y pregunta si son los ladrones que los han de despojar los individuos de algún cuerpo de guardia establecido precisamente para defenderlos de los azares de un camino, comunes a todos los países.
Verdad es que nuestro país no es de aquellos que se conocen a primera ni a segunda vista, y si no temiéramos que nos llamasen atrevidos, lo compararíamos de buena gana a esos juegos de manos sorprendentes e inescrutables para el que ignora su artificio, que estribando en una grandísima bagatela, suelen después de sabidos dejar asombrado de su poca perspicacia al mismo que se devanó los sesos por buscarles causas extrañas. Muchas veces la falta de una causa determinante en las cosas nos hace creer que debe de haberlas profundas para mantenerlas al abrigo de nuestra penetración. Tal es el orgullo del hombre, que más quiere declarar en alta voz que las cosas son incomprensibles cuando no las comprende él, que confesar que el ignorarlas puede depender de su torpeza.
Esto no obstante, como quiera que entre nosotros mismos se hallen muchos en esta ignorancia de los verdaderos resortes que nos mueven, no tendremos derecho para extrañar que los extranjeros no los puedan tan fácilmente penetrar.
Un extranjero de estos fue el que se presentó en mi casa, provisto de competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de familia, reclamaciones futuras, y aun proyectos vastos concebidos en París de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual especulación industrial o mercantil, eran los motivos que a nuestra patria le conducían.
Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital. Pareciome el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto amistad con él, y lleno de lástima traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admirole la proposición, y fue preciso explicarme más claro.
-Mirad -le dije-, monsieur Sans-délai -que así se llamaba-; vos venís decidido a pasar quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos.
-Ciertamente -me contestó-. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me dé, legalizadas en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia innegable (pues sólo en este caso haré valer mis derechos), al tercer día se juzga el caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya habré presentado mis proposiciones. Serán buenas o malas, y admitidas o desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no me conviene estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los quince cinco días.
Al llegar aquí monsieur Sans-délai traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro mal de mi grado.
-Permitidme, monsieur Sans-délai -le dije entre socarrón y formal-, permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid.

-¿Cómo?
-Dentro de quince meses estáis aquí todavía.
-¿Os burláis?
-No por cierto.
-¿No me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa!
-Sabed que no estáis en vuestro país activo y trabajador.
-¡Oh!, los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de hablar mal siempre de su país por hacerse superiores a sus compatriotas.
-Os aseguro que en los quince días con que contáis, no habréis podido hablar siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis.
-¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad.
-Todos os comunicarán su inercia.
Conocí que no estaba el señor de Sans-délai muy dispuesto a dejarse convencer sino por la experiencia, y callé por entonces, bien seguro de que no tardarían mucho los hechos en hablar por mí.
Amaneció el día siguiente, y salimos entrambos a buscar un genealogista, lo cual sólo se pudo hacer preguntando de amigo en amigo y de conocido en conocido: encontrámosle por fin, y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación, declaró francamente que necesitaba tomarse algún tiempo; instósele, y por mucho favor nos dijo definitivamente que nos diéramos una vuelta por allí dentro de unos días. Sonreíme y marchámonos. Pasaron tres días; fuimos.
-Vuelva usted mañana -nos respondió la criada-, porque el señor no se ha levantado todavía.
-Vuelva usted mañana -nos dijo al siguiente día-, porque el amo acaba de salir.
-Vuelva usted mañana -nos respondió al otro-, porque el amo está durmiendo la siesta.
-Vuelva usted mañana -nos respondió el lunes siguiente-, porque hoy ha ido a los toros.
-¿Qué día, a qué hora se ve a un español? Vímosle por fin, y «Vuelva usted mañana -nos dijo-, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está en limpio».
A los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del apellido Díez, y él había entendido Díaz, y la noticia no servía. Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jamás con sus abuelos.
Es claro que faltando este principio no tuvieron lugar las reclamaciones.
Para las proposiciones que acerca de varios establecimientos y empresas utilísimas pensaba hacer, había sido preciso buscar un traductor; por los mismos pasos que el genealogista nos hizo pasar el traductor; de mañana en mañana nos llevó hasta el fin del mes. Averiguamos que necesitaba dinero diariamente para comer, con la mayor urgencia; sin embargo, nunca encontraba momento oportuno para trabajar. El escribiente hizo después otro tanto con las copias, sobre llenarlas de mentiras, porque un escribiente que sepa escribir no le hay en este país.
No paró aquí; un sastre tardó veinte días en hacerle un frac, que le había mandado llevarle en veinticuatro horas; el zapatero le obligó con su tardanza a comprar botas hechas; la planchadora necesitó quince días para plancharle una camisola; y el sombrerero a quien le había enviado su sombrero a variar el ala, le tuvo dos días con la cabeza al aire y sin salir de casa.
Sus conocidos y amigos no le asistían a una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, ni respondían a sus esquelas. ¡Qué formalidad y qué exactitud!
-¿Qué os parece de esta tierra, monsieur Sans-délai? -le dije al llegar a estas pruebas.
-Me parece que son hombres singulares...
-Pues así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca.
Presentose con todo, yendo y viniendo días, una proposición de mejoras para un ramo que no citaré, quedando recomendada eficacísimamente.
A los cuatro días volvimos a saber el éxito de nuestra pretensión.
-Vuelva usted mañana -nos dijo el portero-. El oficial de la mesa no ha venido hoy.
«Grande causa le habrá detenido», dije yo entre mí. Fuímonos a dar un paseo, y nos encontramos, ¡qué casualidad!, al oficial de la mesa en el Retiro, ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos claros de Madrid. Martes era el día siguiente, y nos dijo el portero:
-Vuelva usted mañana, porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy.
-Grandes negocios habrán cargado sobre él -dije yo.
Como soy el diablo y aun he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero de una cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al brasero, y con una charada del Correo entre manos que le debía costar trabajo el acertar.
-Es imposible verle hoy -le dije a mi compañero-; su señoría está en efecto ocupadísimo.
Dionos audiencia el miércoles inmediato, y, ¡qué fatalidad!, el expediente había pasado a informe, por desgracia, a la única persona enemiga indispensable de monsieur y de su plan, porque era quien debía salir en él perjudicado. Vivió el expediente dos meses en informe, y vino tan informado como era de esperar. Verdad es que nosotros no habíamos podido encontrar empeño para una persona muy amiga del informante. Esta persona tenía unos ojos muy hermosos, los cuales sin duda alguna le hubieran convencido en sus ratos perdidos de la justicia de nuestra causa.
Vuelto de informe se cayó en la cuenta en la sección de nuestra bendita oficina de que el tal expediente no correspondía a aquel ramo; era preciso rectificar este pequeño error; pasose al ramo, establecimiento y mesa correspondiente, y hétenos caminando después de tres meses a la cola siempre de nuestro expediente, como hurón que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto ni vivo de la huronera. Fue el caso al llegar aquí que el expediente salió del primer establecimiento y nunca llegó al otro.
-De aquí se remitió con fecha de tantos -decían en uno.
-Aquí no ha llegado nada -decían en otro.
-¡Voto va! -dije yo a monsieur Sans-délai, ¿sabéis que nuestro expediente se ha quedado en el aire como el alma de Garibay, y que debe de estar ahora posado como una paloma sobre algún tejado de esta activa población?
Hubo que hacer otro. ¡Vuelta a los empeños! ¡Vuelta a la prisa! ¡Qué delirio!
-Es indispensable -dijo el oficial con voz campanuda-, que esas cosas vayan por sus trámites regulares.
Es decir, que el toque estaba, como el toque del ejercicio militar, en llevar nuestro expediente tantos o cuantos años de servicio.
Por último, después de cerca de medio año de subir y bajar, y estar a la firma o al informe, o a la aprobación o al despacho, o debajo de la mesa, y de volver siempre mañana, salió con una notita al margen que decía:
«A pesar de la justicia y utilidad del plan del exponente, negado.»
-¡Ah, ah!, monsieur Sans-délai -exclamé riéndome a carcajadas-; éste es nuestro negocio.
Pero monsieur Sans-délai se daba a todos diablos.
-¿Para esto he echado yo mi viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: «Vuelva usted mañana», y cuando este dichoso «mañana» llega en fin, nos dicen redondamente que «no»? ¿Y vengo a darles dinero? ¿Y vengo a hacerles favor? Preciso es que la intriga más enredada se haya fraguado para oponerse a nuestras miras.
-¿Intriga, monsieur Sans-délai? No hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga. La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra; ésa es la gran causa oculta: es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.
Al llegar aquí, no quiero pasar en silencio algunas razones de las que me dieron para la anterior negativa, aunque sea una pequeña digresión.
-Ese hombre se va a perder -me decía un personaje muy grave y muy patriótico.
-Esa no es una razón -le repuse-: si él se arruina, nada, nada se habrá perdido en concederle lo que pide; él llevará el castigo de su osadía o de su ignorancia.
-¿Cómo ha de salir con su intención?
-Y suponga usted que quiere tirar su dinero y perderse, ¿no puede uno aquí morirse siquiera, sin tener un empeño para el oficial de la mesa?
-Puede perjudicar a los que hasta ahora han hecho de otra manera eso mismo que ese señor extranjero quiere.
-¿A los que lo han hecho de otra manera, es decir, peor?
-Sí, pero lo han hecho.
-Sería lástima que se acabara el modo de hacer mal las cosas. ¿Conque, porque siempre se han hecho las cosas del modo peor posible, será preciso tener consideraciones con los perpetuadores del mal? Antes se debiera mirar si podrían perjudicar los antiguos al moderno.
-Así está establecido; así se ha hecho hasta aquí; así lo seguiremos haciendo.
-Por esa razón deberían darle a usted papilla todavía como cuando nació.
-En fin, señor Fígaro, es un extranjero.
-¿Y por qué no lo hacen los naturales del país?
-Con esas socaliñas vienen a sacarnos la sangre.
-Señor mío -exclamé, sin llevar más adelante mi paciencia-, está usted en un error harto general. Usted es como muchos que tienen la diabólica manía de empezar siempre por poner obstáculos a todo lo bueno, y el que pueda que los venza. Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y no reconocer maestros. Las naciones que han tenido, ya que no el saber, deseos de él, no han encontrado otro remedio que el de recurrir a los que sabían más que ellas.
»Un extranjero -seguí- que corre a un país que le es desconocido, para arriesgar en él sus caudales, pone en circulación un capital nuevo, contribuye a la sociedad, a quien hace un inmenso beneficio con su talento y su dinero, si pierde es un héroe; si gana es muy justo que logre el premio de su trabajo, pues nos proporciona ventajas que no podíamos acarrearnos solos. Ese extranjero que se establece en este país, no viene a sacar de él el dinero, como usted supone; necesariamente se establece y se arraiga en él, y a la vuelta de media docena de años, ni es extranjero ya ni puede serlo; sus más caros intereses y su familia le ligan al nuevo país que ha adoptado; toma cariño al suelo donde ha hecho su fortuna, al pueblo donde ha escogido una compañera; sus hijos son españoles, y sus nietos lo serán; en vez de extraer el dinero, ha venido a dejar un capital suyo que traía, invirtiéndole y haciéndole producir; ha dejado otro capital de talento, que vale por lo menos tanto como el del dinero; ha dado de comer a los pocos o muchos naturales de quien ha tenido necesariamente que valerse; ha hecho una mejora, y hasta ha contribuido al aumento de la población con su nueva familia. Convencidos de estas importantes verdades, todos los Gobiernos sabios y prudentes han llamado a sí a los extranjeros: a su grande hospitalidad ha debido siempre la Francia su alto grado de esplendor; a los extranjeros de todo el mundo que ha llamado la Rusia, ha debido el llegar a ser una de las primeras naciones en muchísimo menos tiempo que el que han tardado otras en llegar a ser las últimas; a los extranjeros han debido los Estados Unidos... Pero veo por sus gestos de usted -concluí interrumpiéndome oportunamente a mí mismo- que es muy difícil convencer al que está persuadido de que no se debe convencer. ¡Por cierto, si usted mandara, podríamos fundar en usted grandes esperanzas!
Concluida esta filípica, fuime en busca de mi Sans-délai.
-Me marcho, señor Fígaro -me dijo-. En este país «no hay tiempo» para hacer nada; sólo me limitaré a ver lo que haya en la capital de más notable.
-¡Ay, mi amigo! -le dije-, idos en paz, y no queráis acabar con vuestra poca paciencia;mirad que la mayor parte de nuestras cosas no se ven.
-¿Es posible?
-¿Nunca me habéis de creer? Acordaos de los quince días...
Un gesto de monsieur Sans-délai me indicó que no le había gustado el recuerdo.
-Vuelva usted mañana -nos decían en todas partes-, porque hoy no se ve.
-Ponga usted un memorialito para que le den a usted permiso especial.
Era cosa de ver la cara de mi amigo al oír lo del memorialito: representábasele en la imaginación el informe, y el empeño, y los seis meses, y... Contentose con decir:
-Soy extranjero. ¡Buena recomendación entre los amables compatriotas míos!
Aturdíase mi amigo cada vez más, y cada vez nos comprendía menos. Días y días tardamos en ver las pocas rarezas que tenemos guardadas. Finalmente, después de medio año largo, si es que puede haber un medio año más largo que otro, se restituyó mi recomendado a su patria maldiciendo de esta tierra, y dándome la razón que yo ya antes me tenía, y llevando al extranjero noticias excelentes de nuestras costumbres; diciendo sobre todo que en seis meses no había podido hacer otra cosa sino «volver siempre mañana», y que a la vuelta de tanto «mañana», eternamente futuro, lo mejor, o más bien lo único que había podido hacer bueno, había sido marcharse.
¿Tendrá razón, perezoso lector (si es que has llegado ya a esto que estoy escribiendo), tendrá razón el buen monsieur Sans-délai en hablar mal de nosotros y de nuestra pereza? ¿Será cosa de que vuelva el día de mañana con gusto a visitar nuestros hogares? Dejemos esta cuestión para mañana, porque ya estarás cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como sueles, pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo, y pereza de abrir los ojos para hojear las hojas que tengo que darte todavía, te contaré cómo a mí mismo, que todo esto veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas veces, llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza más de una conquista amorosa; abandonar más de una pretensión empezada, y las esperanzas de más de un empleo, que me hubiera sido acaso, con más actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita justa o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valerme de mucho en el transcurso de mi vida; te confesaré que no hay negocio que no pueda hacer hoy que no deje para mañana; te referiré que me levanto a las once, y duermo siesta; que paso haciendo el quinto pie de la mesa de un café, hablando o roncando, como buen español, las siete y las ocho horas seguidas; te añadiré que cuando cierran el café, me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de pereza no tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declararé que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado, ninguna me ahorqué y siempre fue de pereza. Y concluyo por hoy confesándote que ha más de tres meses que tengo, como la primera entre mis apuntaciones, el título de este artículo, que llamé «Vuelva usted mañana»; que todas las noches y muchas tardes he querido durante ese tiempo escribir algo en él, y todas las noches apagaba mi luz diciéndome a mí mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones: «¡Eh!, ¡mañana le escribiré!». Da gracias a que llegó por fin este mañana que no es del todo malo: pero ¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!


El Pobrecito Hablador, n.º 11, enero de 1833.





lo recortaria,pero seria un atrevimiento por mi parte en su 200 aniversario
__________________
Mar,yo pienso en vano,
actúo,vivo y obro en vano.

Cesar Simon.
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Crimilda (24-03-2009)
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200 años del nacimiento de este genio. Gracias Botarate,
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da Separação
De repente do riso fez-se o pranto
Silencioso e branco como a bruma
E das bocas unidas fez-se a espuma
E das mãos espalmadas fez-se o espanto

De repente da calma fez-se o vento
Que dos olhos desfez a última chama
E da paixão fez-se o pressentimento
E do momento imóvel fez-se o drama

De repente, não mais que de repente
Fez-se de triste o que se fez amante
E de sozinho o que se fez contente

Fez-se do amigo próximo o distante
Fez-se da vida uma aventura errante
De repente, não mais que de repente


Vinicius de Moraes

De repente la risa se hizo llanto
de silencio y albor, como la bruma
y tu boca, en la mía, se hizo espuma
y de las manos juntas nació espanto.

De repente la calma, se hizo viento
que en los ojos cegó la última llama
el pasado volvió en presentimiento
y aquél momento inmóvil se hizo drama.

De repente, tan sólo de repente,
se tiñó de tristeza el rosto amante,
quedó inmóvil la calma en un instante,

el amigo mejor, quedó distante,
cambió la vida en aventura errante...
de repente, tan sólo de repente....
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Crimilda (26-03-2009)
  #186  
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Un fragmento que para mi es imborrable:

Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.



Jorge Luis Borges (1899-1986)



Del libro El hacedor
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  #187  
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Uno de los hombres más interesantes de su época, aunque tiene mala fama para algunos.

Quomodo adulaltores sint fugendi (De como hay que huir de los aduladores)
No quiero descuidar un tema importante y un error del que difícilmente se defienden los príncipes, a menos que sean extremadamente prudentes o capaces de buena elección. Se trata de los aduladores de los que las cortes están llenas, porque los hombres se complacen tanto en lo que les es propio y se engañan hasta tal punto en ello que difícilmente saben defenderse de esta peste; y queriéndose defender de ella corren el peligro de convertirse en alguien despreciable. Porque no hay otro medio de defenderse de las adulaciones que hacer comprender a los hombres que no te ofenden si te dicen la verdad; pero cuando todo el mundo puede decírtela, te falta el respeto. Por tanto, un príncipe prudente debe procurarse un tercer procedimiento, eligiendo en su Estado hombres sabios y otorgando solamente a ellos la libertad de decirle la verdad, pero exclusivamente sobre lo que él pregunta y no sobre nada más. Sin embargo, debe preguntarles de cualquier cosa y escuchar sus opiniones, pero después decidir por sí mismo y a su manera. Ante estos consejos, y ante cada uno de sus consejeros, debe actuar de manera que cada uno sepa que tanto más aceptado será cuanto más libremente se hable, pero fuera de ellos no ha de querer escuchar a nadie, ha de proceder directamente a la ejecución de la decisión adoptada y mantener su decisión con energía. El que actúa de otra manera o bien fracasa por culpa de los aduladores o bien cambia constantemente de determinación por las diferencias de pareceres, lo cual le acarrea el consiguiente menosprecio de todos.

El Príncipe - Nicolás Maquiavelo
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Uno de los hombres más interesantes de su época, aunque tiene mala fama para algunos.


Quomodo adulaltores sint fugendi (De como hay que huir de los aduladores)


Porque no hay otro medio de defenderse de las adulaciones que hacer comprender a los hombres que no te ofenden si te dicen la verdad.....
El Príncipe - Nicolás Maquiavelo
Ay Crimilda, que buena eres!!!!!
Justamente ese es el problema que mantengo en estos dìas (años), que cuando digo la verdad ( la mia, mi opiniòn), la gente se ofende y justamente la conclusiòn es que ,estamos demasiado acostumbrados a las adulaciones.

Con respecto a Maquiavelo, su nombre a quedado como sinònimo de algo malvado.
Tuve, en la facultad de Abogacìa, un profesor que se autollamaba "el defensor de Maquiavelo", siempre hablaba de èl.
Maquiavelo fue un hombre de gran inteligencia y la puso al servicio del poder de aquella època, el papado y los principes y, justamente, en la obra que has transcripto, es donde él aconseja a quien detente el poder , actuar con ..."un minimun de ètica".
Esto fue malinterpretado,como si le restara importancia a lo ètico, pero lo que Maquiavelo proponìa era no olvidarse de la ètica al tomar las decisiones.
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Crimilda, eres la mejor
Y ahora, si me permiten vuesas mercedes un par de apuntes nauticos-literarios.

...para el hombre que sueña ante el mar, seis o siete leguas representan el radio del infinito.....(Baudelaire)

Venga a mi el mar,que es mi nodriza,
venga a mi el mar, que es verde y espumoso
que se aferra al corazon,
con mas fuerza que toda otra cosa
y me ofrece el mas generoso de los pechos;
me canta la mas imperiosa de las canciones de amor;
me otorga una mas brillante luz del sol;
hace sonar para mi la mas tormentosa trompeta
para mi, la de mas dulces acentos....(Swinburne).

Navegar es ciencia, es historia y arte, pero sobre todo es poesia
__________________
..mis sueños son mentiras, que algún día dejaran de serlo.
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  #190  
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Ya sabéis "Más sabe el diablo por viejo..."

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Un fragmento que para mi es imborrable:

Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.



Jorge Luis Borges (1899-1986)



Del libro El hacedor
Precioso, Butxeta. Gracias por ponerlo. A Borges le pasa lo que a muchos,para los jovenes se quedan con El Aleph, y se creen que eso es todo.
Hace muuuucho que no releo El Hacedor, pero he recordado el pasaje, nada mas verlo. , gracias de
nuevo amigo.
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Sí, es posible que algunos tampoco sepan que Borges se atrevió también con la poesía.

EL LABERINTO

Zeus no podría desatar las redes
de piedra que me cercan. He olvidado
los hombres que antes fui; sigo el odiado
camino de monótonas paredes
que es mi destino. Rectas galerías
que se curvan en círculos secretos
al cabo de los años. Parapetos
que ha agrietado la usura de los días.
En el pálido polvo he descifrado
rastros que temo. El aire me ha traído
en las cóncavas tardes un bramido
o el eco de un bramido desolado.
Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte
es fatigar las largas soledades
que tejen y destejen este Hades
y ansiar mi sangre y devorar mi muerte.
Nos buscamos los dos. Ojalá fuera
éste el último día de la espera.

Lo de las “cóncavas tardes” me ha traído a la memoria al poeta ciego y sus cóncavas naves: Homero.

— ¡Oídme teucros y aqueos, de hermosas grebas, y os diré lo que en el pecho mi corazón me dicta! El cronída, de sublime trono, no ha cumplido los juramentos, y seguirá causándonos males a unos y a otros, hasta que toméis Ilión, de bellas torres, o sucumbáis junto a las naves que atraviesan el ponto. Entre vosotros se hallan los más valientes aqueos; aquel a quien el ánimo incite a combatir conmigo, adelántese y será campeón con el divino Héctor. Propongo lo siguiente y Zeus sea testigo: Si aquél, con su bronce de larga punta, consigue quitarme la vida, despójeme de las armas, lléveselas a las cóncavas naves, y entregue mi cuerpo a los míos para que los troyanos y sus esposas lo suban a la pira; y si yo le matare a él, por concederme Apolo tal gloria, me llevaré sus armas a la sagrada Ilión, las colgaré en el templo del flechador Apolo, y enviaré el cadáver a los navíos de muchos bancos, para que los aqueos, de larga cabellera, le hagan exequias y le erijan un túmulo a orillas del espacioso Helesponto. Y dirá alguno de los hombres venideros, atravesando el vinoso mar en su nave de muchos órdenes de remos: Esa es la tumba de un varón que peleaba valerosamente y fue muerto en edad remota por el esclarecido Héctor. Así hablará, y mi gloria será eterna.

De tal modo se expresó. Todos enmudecieron y quedaron silenciosos, pues por vergüenza no rehusaban el desafío y por miedo no se decidían a aceptarlo. Al fin levantóse Menelao, con el corazón afligidísimo, y los apostrofó de esta manera:

— ¡Ay de mí, hombres jactanciosos; aqueas, que no aqueos. Grande y horrible será nuestro oprobio si no sale ningún dánao al encuentro de Héctor. Ojalá os volvierais agua y tierra ahí mismo donde estáis sentados, hombres sin corazón y sin honor. Yo seré quien se arme y luche con aquel, pues la victoria la conceden desde lo alto los inmortales dioses.

Esto dicho, empezó a ponerse la magnífica armadura. Entonces, oh Menelao, habría acabado para tí la vida en manos de Héctor, cuya fuerza era muy superior, si los reyes aqueos no se hubiesen apresurado a detenerte. El mismo Agamenón Atrida, el de vasto poder, asióle de la diestra exclamando:




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  #193  
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Canción de la noche en el mar. 1906

¿Qué barco viene allá?
¿Es un farol o es una estrella?
¿Qué barco viene allá?
¡Es una linterna tan bella...
y no se sabe adónde va.!

¡Es Venus, es Venus la bella!
¿Es un alma o es una estrella?
¿Qué barco viene allá?
Es una linterna tan bella...
¡y no se sabe adónde irá!

¡Es Venus, es venus, es Ella!
Es un fanal y es una estrella
que nos indica el más allá,
y que el Amor sublime sella,
y es tan misteriosa y tan bella,
que en la noche deja su huella
¡y no se sabe adónde va!

RUBÉN DARÍO
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El océano, los animales y el hombre, 1971

Eran las dos de la madrugada. Sobre el techo del puente, me subí para escapar por un rato de esa pasión del juego que se concentra en una tripulación, y la amplitud de la noche me retuvo. Me quedé ahí, bien calada al pie del gonio, unida al estremecimiento suave de la nave. El tiempo carecía ya de medida, las miradas podían perderse en la negra transparencia. Estábamos en camino.
La mar inmensa y fría; liberada de un cielo de tormenta que durante largo rato había ennegrecido el horizonte, salía de ese espesor bajo y pesado. Se desplegaba hasta donde alcanzaba la vista hinchando unas curvas que parecían alas y volvían a caer sobre la espesura de las sombras. Se hinchaba como un pájaro que va a emprender el vuelo, pero su fuerza no podía despegarse de sí misma y cada golpe del oleaje profundo y vibrante perecía por su propio impulso: las cumbres se escurrían bajo nustras formas.
El aire era como un cristal helado.
En la oscuridad, el corazón del barco latía con golpes rápidos, sobrealimentados. En él, en el propio motor, yo sabía que hacía calor. El deseo de este calor obsesionaba mis sentidos, la embriaguez del frío quebraba mis fuerzas, y las luces del mastil trazaban arcos en las estrellas.
¿En qué parte de la tierra nos encontrábamos?

Anita Conti.
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  #195  
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y ahora damos paso a la publicidad . . .

Y así era la verdad, porque ya llegaban cerca los dos rebaños.
-El miedo que tienes -dijo don Quijote- te hace, Sancho, que ni veas ni oyas a derechas; porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son; y si es que tanto temes, retírate a una parte y déjame solo; que solo basto a dar la victoria a la parte a quien yo diere mi ayuda.
Y diciendo esto, puso las espuelas a Rocinante y, puesta la lanza en el ristre, bajó de la costezuela como un rayo.
Diole voces Sancho, diciéndole:
-Vuélvase vuestra merced, señor don Quijote; que voto a Dios que son carneros y ovejas las que va a embestir!. Vuélvase, ¡desdichado del padre que me engendró! ¿Qué locura es ésta? Mire que no hay gigante ni caballero alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules ni endiablados. ¿Qué es lo que hace, pecador soy yo a Dios ?
Ni por ésas volvió don Quijote; antes en altas voces iba diciendo:
-Ea, caballeros, los que seguís y militáis debajo de las banderas del valeroso emperador Pentapolín del Arremangado Brazo, seguidme todos: veréis cuán fácilmente le doy venganza de su enemigo Alifanfarón de la Trapobana.
Esto diciendo, se entró por medio del escuadrón de las ovejas, y comenzó de alanceallas, con tanto coraje y denuedo como si de veras alanceara a sus mortales enemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada venían dábanle voces que no hiciese aquello; pero viendo que no aprovechaban, desciñéronse las hondas y comenzaron a saludalle los oídos con piedras como el puño. Don Quijote no se curaba de las piedras; antes, discurriendo a todas partes, decía:
-¿Adónde estás, soberbio Alifanfarón? Vente a mí; que un caballero solo soy, que desea, de solo a solo, probar tus fuerzas y quitarte la vida, en pena de la que das al valeroso Pentapolín Garamanta.
Llegó en esto una peladilla de arroyo y, dándole en un lado, le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho, creyó, sin duda, que estaba muerto o malferido y, acordándose de su licor, sacó su alcuza, y púsosela a la boca, y comenzó a echar licor en el estómago; mas antes que acabase de envasar lo que a él le parecía que era bastante, llegó otra almendra y diole en la mano y en el alcuza, tan de lleno, que se la hizo pedazos, llevándole, de camino, tres o cuatro dientes y muelas de la boca, y machucándole malamente dos dedos de la mano. Tal fue el golpe primero; y tal el segundo, que le fue forzoso al pobre caballero dar consigo del caballo abajo. Llegáronse a él los pastores y creyeron que le habían muerto; y así, con mucha priesa recogieron su ganado, y cargaron de las reses muertas, que pasaban de siete, y sin averiguar otra cosa, se fueron.
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Hoy, que estoy la mar de aburrida, algo distinto, menos literario: Ortega y Gasset

Ni este volumen ni yo somos políticos. El asunto de que aquí se habla es previo a la política y pertenece a su subsuelo. Mi trabajo es oscura labor subterránea de minero. La misión del llamado "intelectual" es, en cierto modo, opuesta a la del político. La obra intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclarar un poco las cosas, mientras que la del político suele, por el contrario, consistir en confundirlas más de lo que estaban. Ser de la izquierda, es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral. Además, la persistencia de estos calificativos contribuye no poco a falsificar más aún la "realidad" del presente, ya falsa de por sí, porque se ha rizado el rizo de las experiencias políticas a que responden, como lo demuestra el hecho de que hoy las derechas prometen revoluciones y las izquierdas proponen tiranías.

Hay obligación de trabajar sobre las cuestiones del tiempo. Esto, sin duda. Y yo lo he hecho toda mi vida. He estado siempre en la brecha. Pero una de las cosas que ahora se dicen -una "corriente"- es que, incluso a costa de la claridad mental, todo el mundo tiene que hacer política sensu stricto, Lo dicen, claro está, los que no tiene otra cosa que hacer. Y hasta lo corroboran citando de Pascal el imperativo d'abêtissement, Pero hace mucho tiempo que he aprendido a ponerme en guardia cuando alguien cita a Pascal. Es una cautela de higiene elemental.

El politicismo integral, la absorción de todas las cosas y de todo el hombre por la política, es una y misma cosa con el fenómeno de rebelión de las masas que aquí se describe. La masa en rebeldía ha perdido toda capacidad de religión y de conocimiento. No puede tener dentro más que política, una política exorbitada, frenética, fuera de sí, puesto que pretende suplantar al conocimiento, a la religión, a la sagesse -en fin, a las únicas cosas que por su sustancia son aptas para ocupar el centro de la mente humana-. La política vacía al hombre de soledad e intimidad, y por eso es la predicación del politicismo integral una de las técnicas que se usan para socializarlo.

Cuando alguien nos pregunta qué somos en política, o, anticipándose con la insolencia que pertenece al estilo de nuestro tiempo, nos adscribe a una, en vez de responder debemos preguntar al impertinente qué piensa él qué es el hombre y la naturaleza y la historia, qué es la sociedad y el individuo, la colectividad, el Estado, el uso, el derecho. La política se apresura a apagar las luces para que todos estos gatos resulten pardos.

“La rebelión de las masas “ (Prólogo para franceses)
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. . .

-Ya están atados -replicó Sancho-. ¿Qué hemos de hacer ahora?
-¿Qué? -respondió don Quijote-. Santiguarnos y levar ferro; quiero decir, embarcarnos y cortar la amarra con que este barco está atado.
Y dando un salto en él, siguiéndole Sancho, cortó el cordel, y el barco se fue apartando poco a poco de la ribera; y cuando Sancho se vio obra de dos varas dentro del río, comenzó a temblar, temiendo su perdición; pero ninguna cosa le dio más pena que el oír roznar al rucio y el ver que Rocinante pugnaba por desatarse, y díjole a su señor:
-El rucio rebuzna, condolido de nuestra ausencia, y Rocinante procura ponerse en libertad para arrojarse tras nosotros. ¡Oh carísimos amigos, quedaos en paz, y la locura que nos aparta de vosotros, convertida en desengaño, nos vuelva a vuestra presencia!
Y en esto, comenzó a llorar tan amargamente que don Quijote, mohíno y colérico, le dijo:
-¿De qué temes, cobarde criatura? ¿De qué lloras, corazón de mantequillas? ¿Quién te persigue, o quién te acosa, ánimo de ratón casero, o qué te falta, menesteroso en la mitad de las entrañas de la abundancia? ¿Por dicha vas caminando a pie y descalzo por las montañas rifeas, sino sentado en una tabla, como un archiduque, por el sesgo curso deste agradable río, de donde en breve espacio saldremos al mar dilatado? Pero ya habemos de haber salido, y caminado, por lo menos, setecientas o ochocientas leguas; y si yo tuviera aquí un astrolabio con que tomar la altura del polo, yo te dijera las que hemos caminado; aunque, o yo sé poco, o ya hemos pasado, o pasaremos presto, por la línea equinocial, que divide y corta los dos contrapuestos polos en igual distancia.
-Y cuando lleguemos a esa leña que vuesa merced dice -preguntó Sancho-, ¿cuánto habremos caminado?
-Mucho -replicó don Quijote-; porque de trecientos y sesenta grados que contiene el globo, del agua y de la tierra, según el cómputo de Ptolomeo, que fue el mayor cosmógrafo que se sabe, la mitad habremos caminado, llegando a la línea que he dicho.
-Por Dios -dijo Sancho-, que vuesa merced me trae por testigo de lo que dice a una gentil persona, puto y gafo, con la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo.
Rióse don Quijote de la interpretación que Sancho había dado al nombre y al cómputo y cuenta del cosmógrafo Ptolomeo, y díjole:
-Sabrás, Sancho, que los españoles y los que se embarcan en Cádiz para ir a las Indias Orientales, una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinocial que te he dicho es que a todos los que van en el navío se les mueren los piojos, sin que les quede ninguno, ni en todo el bajel le hallarán, si le pesan a oro; y así, puedes, Sancho, pasear una mano por un muslo, y si topares cosa viva, saldremos desta duda; y si no, pasado habemos.
-Yo no creo nada deso -respondió Sancho-, pero, con todo, haré lo que vuesa merced me manda, aunque no sé para qué hay necesidad de hacer esas experiencias, pues yo veo con mis mismos ojos que no nos habemos apartado de la ribera cinco varas, ni hemos decantado de donde están las alemañas dos varas, porque allí están Rocinante y el rucio en el propio lugar do los dejamos; y tomada la mira, como yo la tomo ahora, voto a tal que no nos movemos ni andamos al paso de una hormiga.
-Haz, Sancho, la averiguación que te he dicho, y no te cures de otra; que tú no sabes qué cosa sean coluros, líneas, paralelos, zodíacos, eclíticas, polos, solsticios, equinocios, planetas, signos, puntos, medidas, de que se compone la esfera celeste y terrestre; que si todas estas cosas supieras, o parte dellas, vieras claramente qué de paralelos hemos cortado, qué de signos visto, y qué de imágines hemos dejado atrás, y vamos dejando ahora. Y tórnote a decir que te tientes y pesques; que yo para mí tengo que estás más limpio que un pliego de papel liso y blanco.
Tentóse Sancho, y llegando con la mano bonitamente y con tiento hacia la corva izquierda, alzó la cabeza y miró a su amo, y dijo:
-O la experiencia es falsa, o no hemos llegado adonde vuesa merced dice, ni con muchas leguas.
-Pues ¿qué? -preguntó don Quijote-. ¿Has topado algo?
-¡Y aun algos! -respondió Sancho.
Y sacudiéndose los dedos, se lavó toda la mano en el río, por el cual sosegadamente se deslizaba el barco por mitad de la corriente, sin que le moviese alguna inteligencia secreta, ni algún encantador escondido, sino el mismo curso del agua, blando entonces y suave.
En esto, descubrieron unas grandes aceñas que en la mitad del río estaban; y apenas las hubo visto don Quijote . . .

CAPITULO XXIX -El barco encantado-


¿eh? ¡ah! sí. del quijote ese. buenas noches.
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Cuano mi infancia quedó atrás y los días ya no parecían eternos, sino que se habían reducido a doce horas, o menos, empecé a pensar seriamente en la muerte. La procesión funeraria de mi abuela, en la cual participaron la mitad de las mujeres de Drépano, lamentándose como chorlitos, fue la que me hizo cobrar conciencia de mi propia mortalidad. Pronto me casaría, tendría hijos, me volvería corpulenta vieja y fea (o delgada, vieja y fea) y poco después moriría. ¿Y qué dejaría tras de mí? Nada ¿Qué me esperaba? Peor que nada: una eterna penumbra, donde los espíritus de mis antepasados vagan por una llanura sin relieves, parloteando como murciélagos; mis antepasados, peritos en todas las tradiciones del pasado y del futuro, pero impedidos de beneficiarse con ellas; dotados aún de pasiones humanas como los celos, la lujuria, el odio y la codicia, pero impotentes para consumarlas¿Que duración tiene un día cuando una esta muerta?.

Robert Graves
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..mis sueños son mentiras, que algún día dejaran de serlo.
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El domador de sueños.

"Había una vez un hombre al que se le daba tan bien soñar, que podía soñar con lo que quisiera".
<<De tal manera que cuando oyó al panadero decir que siempre había deseado ser capitán de barco, al día siguiente regresó a la panadería contándole que había soñado con él, embarcado en un rompehielos que surcaba los mares del Ártico, y el panadero se sintió feliz explicándole a todo el mundo la aventura soñada, como si fuera verdad. Después...>>

de Nicolai Troshinsky.

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