La Taberna del Puerto Cleansailing
"Se navega por los astros, por la mar, por la tierra, por las gentes, por los sentimientos...Se navega." Altair
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Antiguo 18-09-2009, 12:29
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La niña de la caña
 
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Predeterminado El cielo no puede esperar

Era una mañana como otra cualquiera, con la diferencia de que por primera vez en 3 meses no trabajaba ese día, y al fin iba a poder volver a navegar. Dormí en el barco, no sin antes dejármelo casi todo preparado. La idea: ver como empezaba un nuevo día desde la bahía, mirando como el sol se despereza en su ascenso

A las 6 de la mañana un tazón de café en la bañera promete que el día iba a ser tan delicioso como el aromático brebaje del que daba cuenta. Recojo lo poco que había dejado por medio durante la noche, saco la vhf en su funda estanca, el depósito de gasolina del fb, el hombre al agua. Una botella de agua y la toalla porque estaba previsto un baño con los primeros rayos de sol. Quito la funda a la mayor, lentamente. Todo fue lento esa mañana, sin prisas, disfrutando al máximo de todo aquello que suponía tener que hacerse a la mar.

Sopla un suave poniente. Sí, el día promete…

Ya lista, y con un cosquilleo de nerviosismo en el estómago me dispongo a arrancar mi motor. Un tirón, dos… no arranca. ¿Habré olvidado algo? No, todo está en orden. Otro tirón más. ¡Bien! ahora ha arrancado…. Para seguidamente pararse. No pienso ponerme nerviosa (no más de lo que estoy). Seguro que no es nada, así que no voy a ser la Marga negativa y derrotista de los últimos tiempos, no lo olvido: el día promete.

Vuelvo a arrancar. Una humareda azul indica que hay más aceite que gasolina en el depósito. Debí sustituirla por gasolina limpia, esta lleva demasiado tiempo ahí. Quito la tapa del fb: como no encontré bujías nuevas tuve que dejar las de siempre. Saco la 1º: efectivamente está perdida de pringue. La limpio y le doy con un cepillito. La 2º está en tan mal hueco que no le entra la llave de bujías con lo cual he de tirar de otras herramientas. La rosca central está tan oxidada que según lo intento se va deshaciendo. No puedo con ella y no tengo una llave inglesa que ajuste bien. Pruebo con unos alicates y temo romperla. Pruebo a arrancar de nuevo y nada.

Trajino todo lo que no conozco, miro, remiro. Pruebo a arrancar… Ya salió el sol hace rato, han pasado más de dos horas y aún sigo aquí, amarrada a puerto. Mi barbilla empieza a arrugarse, como cuando los niños chiquititos empiezan a hacer pucheros. Tengo 34 años y estoy haciendo pucheros. Disimulo, hay vecinos. Uno dos amarres más allá del mío sale a echar un ratito, es un tractorcito con el que sale a pescar. ¡Buenos días! ¿Vas a salir? Con la vista gacha le digo que sí. En cuanto lo pierdo de vista lo que eran pucheros se convierte en una llantera con desconsuelo, a moco tendío. Y ahí estoy yo, sentada en la bañera del cachalote desconsolada, con un rollo de papel de cocina XXL en el regazo echando lágrimas y mocos a más no poder

¡Si el motor arrancaba! Quiero salir, quiero salir hoy a navegar. Ya está bien, después de meses sin hacerlo y cuando ya todo estaba en orden vuelvo a quedarme en tierra. Vuelvo a sacar la bujía, con papel impregnado de mocos en mano. La vuelvo a limpiar, ya no sé si con el cepillo o con el papel enmocarrado. Ya no arranca. Me doy por vencida, no puede ser. Entre unas cosas y otras son las 11 de la mañana y el sol aprieta. Me bajo a la cabina y me echo en la litera con un libro. Mejor no seguir llorando por algo que no puedo solucionar.

Un amigo se presenta... cuando me pregunta que como no he salido le explico mi odisea, menos mal que la barraquera ya se me ha pasado. Me ayuda a quitar la bujía de abajo. En esos momentos asumo que hay cosas para los que los hombres están más capacitados que las chicas, por mucho que queramos ser iguales no lo somos. El tiene la fuerza que a mi me faltaba para desenroscar esa pieza oxidada. Volvemos a dejar limpias las bujías, quitamos el óxido y se quedan decentes.

Probamos a arrancar una y otra vez hasta que al fin la cafetera empieza a toser… ¡bien! Un subidón me entra por el cuerpo, aún no es tan tarde, y el poniente sigue ahí, en su punto perfecto. Mucho humo azul, aceleramos, marcha adelante, marcha atrás… Le toca al ralentí y el sonido que emite se vuelve mucho más suave. Estupendo. Compruebo que todo esta bien, pero… un nuevo chasco: ahora no tira agua. Paro, vuelvo a arrancar, ahora arranca a la primera, pero nada, no tira agua. Esta mañana lo hacía las veces que conseguí arrancarlo.

Abandono. No me volveré a disgustar. Agradezco enormemente la ayuda, a pesar de quedarme en tierra. La sensación de gratitud hacia personas tan generosas y altruistas siempre es inmensa. Bah… tengo todo el invierno por delante, un invierno benévolo en esta agua, en el que navegar se convierte en el mejor de los placeres. Siempre preferí el invierno para navegar y aún no ha empezado. Llamaré a un mecánico que desmonte el motor entero y me lo mire de cabo a rabo para poder disfrutar durante los próximos meses.

Me pongo a recoger herramientas, y todo lo que había dejado por medio, no sin un pellizquito de tristeza. Una invitación en mi móvil lo cambia todo. Voy a navegar. No será en el Cachalote, pero saldré a la mar. Me falta tiempo para acudir al barco que me llevaría a la mar. Subiendo al mismo se me cae una chaquetilla que llevaba por si acaso, el poniente está subiendo. Me da igual, no pienso perder ni un segundo en recuperarla, solo quiero salir ahí fuera, así que vámonos.

Tengo la fortuna de poder hacerme al timón para sacarlo por la bocana. El contacto con la rueda transmite cierta electricidad, serán cosas mías, pero me estoy cargando de energía. Y nada más atravesar la puerta de salida del puerto la siento: la mar con su movimiento fuera de resguardo se acentúa, y el corazón se hincha. Sacamos todo el trapo y me dejan “jugar” un buen rato. El día no podía ser más perfecto. Poco después hay que poner un rizo, haciendo la navegación mucho más cómoda. El piloto me sustituye aunque ya no sé si yo seguía a bordo o más allá del horizonte. Estoy en una nube, o más bien, entre las olas.

Es un barco fantástico, ni un solo pantocazo, la suavidad con la que navegaba me sorprendió. La bahía más impresionante que nunca, alguna nube la teñía momentáneamente de tonos grises que le otorgaban cierta elegancia, para luego pasar al dorado tinte que le daba el sol. Se mostraba bien hermosa solo para nuestros ojos. Ni un solo barco la disfrutaba, excepto nosotros.

El regreso fue la guinda a uno de los días más perfectos que se pueden disfrutar en la mar. Acurrucada en el regazo de mi patrón, con su cálido brazo arropándome, mirando a la mar en silencio y notando los últimos rayos de sol en la piel que se funden con caricias. Si alguna vez me preguntan si existe el cielo diré que he estado allí, navegándolo. Y quiero volver de nuevo, esta vez en mi barco, porque ya sé que el paraíso, al contrario de lo que nos enseñan las religiones, lo disfrutamos en vida, en esos momentos que se te llena el alma, que te sientes bien, que estás en paz, que navegas…. No, el cielo no puede esperar, no debe esperar, pues lo tenemos aquí mismo, lamiendo nuestra obra viva, empapándola de vida. Hay que disfrutar esos pequeños milagros, esos regalos que nos da la vida en forma de momentos mágicos.

Al fin es viernes, y el Cachalote me estará esperando… ya falta poco.
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Las chicas buenas van al cielo. Las malas a todas partes
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Antiguo 19-09-2009, 17:36
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Capitán pirata
 
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Predeterminado Re: El cielo no puede esperar

Que gran relato Marga! No esperaba menos de ti... Besos
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