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VHF: Canal 77 |
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#1
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Cuento para el invierno
Hace frío y se está bien en casa, así que os dedico uno de mis cuentos por entregas.
Quienes habéis leído los otros veréis que es una "precuela". Iría antes que la "confesión". M’hagués agradat molt més Que hagués estat primavera… (Joan Manel Serrat: La Primera) Aquel era un momento que había esperado durante mucho tiempo y cuya presencia en el futuro percibía como asegurada, pero que no había imaginado jamás. Nunca me paré a pensar en la posibilidad de que el episodio quedase envuelto en un atardecer de invierno; que el aire, poblado por los gañidos de las grúas, oliera a gasoil quemado y a pescado muerto; que no hubiese nadie dispuesto a despedirme desde la meseta de la escala o a recibirme en el muelle y que tuviera que alejarme del que había sido mi mundo en un taxi mugriento, pero así fue como ocurrió finalmente. Tenía cincuenta y seis años y me había jubilado. Me alojé en un buen hotel. Tomé un baño, me puse ropa nueva -que había guardado celosamente en bolsas de plástico para que no se impregnase del olor a barco-, subí al bar de la última planta y pedí una copa del mejor whisky que tuviesen. Desde la terraza, desierta y fría en esa época del año, no se veía la terminal ni mi barco, pero reconozco que mis ojos lo buscaron un instante, tal vez por costumbre. Así estaba yo, en paz y respirando hondo, en una ensoñación de montañas, cuando se levantó una racha de brisa. Un vientecillo húmedo que hizo restallar brevemente las banderas que adornaban la terraza y la lona que cubría el bar; un hálito salobre que me trajo, desde la lejanía, el mugido discreto de un remolcador o de una gabarra quizás. Sonidos y sensaciones que me habían arrullado durante cuatro décadas y que ahora parecían marcar la posición de una frontera entre dos mundos. Me di cuenta cabal de que había desembarcado para siempre y de que no sabía muy bien qué iba a ser de mí. Mis padres habían muerto hacía mucho. Mi mujer se había ido de casa veinte años atrás. Mi hijo vivía en Inglaterra y mis amigos habían desaparecido poco a poco, como desvanecidos en la bruma del tiempo. Desde los diecisiete, con los que entré en la escuela de marina de Marsella, hasta los cincuenta y seis con los que emprendía el descenso de mi última escala, habían transcurrido casi cuarenta años. Como un soplo. Como una condena, también. Como suele pasar la vida, según dicen. No es habitual que los marinos de hoy día naveguen hasta tan tarde. Lo normal es que, mucho antes, se encuentre acomodo en las oficinas de una naviera, en una terminal de contenedores o, tal vez, como inspector de averías en una compañía de seguros. Yo mismo rechacé algunas ofertas de trabajos similares hasta que, al final, las propuestas dejaron de llegar y me di cuenta de que se me había escapado la edad en la que los potenciales empleadores estaban dispuestos a contratarme. La verdad es que me gustaban los barcos, que no la mar, y que sentía cierta aprensión ante la posibilidad de fracasar en una nueva vida. Así que me quedé atrapado en la flota hasta que me llegó el retiro. Yo diría que unos diez años demasiado tarde. En alguna parte había leído que la soledad se padece durante unos meses y se disfruta el resto de la vida. Admito que, mientras navegué, la soledad había tenido unas ventajas claras: no tenía que sufrir por aquellos que me hubiesen podido añorar ni temer que, empujados por mi ausencia, acabasen olvidándome. Eso ya había ocurrido hacía mucho tiempo. Pero, con franqueza, pensé, me hubiese gustado que alguien me esperase en el muelle para abrazarme, para darme la bienvenida a una nueva etapa, para transmitirme algo de ilusión. Y que hubiese sido en primavera. |
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#2
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Re: Cuento para el invierno
Cita:
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Tahleb (20-01-2015) |
#3
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Re: Cuento para el invierno
Con tu permiso enciendo la Chimenea y me acomodo.
Me alegra mucho tu vuelta. |
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Tahleb (20-01-2015) |
#4
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Re: Cuento para el invierno
En los últimos tiempos el plan de navegación se había humanizado mucho. Las campañas duraban un máximo de tres meses y me daban derecho a dos de vacaciones, por lo que las desconexiones con la vida de tierra no eran tan duras como en el pasado. Así, al llegar a mi casa, en lo alto del cabo de la Nao, todo estaba más o menos en su sitio. Tal vez la puerta de entrada se había hinchado un poco por la humedad y necesitaba una mano de pintura, pero ese era un problema antiguo, más achacable a mi dejadez que a mi ausencia. De todos modos, noté que estaba mirando los alrededores de la casa con ojos de otros tiempos, como si hubiese regresado después de muchos años y no sólo tras una última ausencia de tres meses. Descubrí que mi vieja almazara, heredada de padres y abuelos, estaba rodeada de mansiones tan lujosas como deshabitadas y que lo que antaño eran olivares y senderos entre sabinas eran ahora calles y viales por los que circulaban, en esa época del año, sólo algunas camionetas de empresas de jardinería y de mantenimiento de piscinas. Con un sentimiento en duda entre el halago y el enojo localicé no menos de tres de aquellas casonas adornadas, con mejor o peor fortuna, por unas construcciones chatas y cilíndricas que eran una copia evidente de la sala central de mi casa, aquella que en otros siglos alojó las muelas de la prensa y la pista circular por la que caminaban los asnos.
Pasé los días siguientes poniendo en servicio mi parque móvil –un coche con veinte años y una moto con diecisiete que, entre ambos, no sumaban ni treinta mil kilómetros- y deambulando por la casa sin saber muy bien qué hacer. Los rituales de las vacaciones, que consistían en tomar un café ante el espectáculo del horizonte a través del ventanal que da al jardín y al mar, escuchar música clásica a la hora de la siesta o dar un paseo hasta la diminuta cala donde antaño jugaba a los piratas con mi padre, habían perdido el sentido que antes tenían, que era el de reposar de una campaña para afrontar con mayor frescura la siguiente. Ya no habría más campañas. Ya no era necesario liberarse con rapidez del cansancio de la mente. Todo el tiempo que me prestaba la vida estaba ante mí, intacto y sin destino asignado. Una de aquellas tardes, mientras oficiaba el rito del café frente a la ventana, vi pasar un mercante muy cerca del horizonte. Cuando uno observa la mar desde un lugar elevado, el horizonte parece estar muy lejos y los barcos se ven con una perspectiva extraña, como si navegasen escorados hacia la distancia, revelando con su imagen distorsionada el auténtico tamaño del planeta. El mundo es un lugar innecesariamente enorme dada la talla de los humanos, pensé, y ese gigantismo del mar y del cielo que lo cubre se va metiendo despacio bajo la piel de quienes lo transitan, de tal manera que su naturaleza llega a formar parte de la función vital de gauchos, marinos, nómadas de las estepas y, tal vez en menor medida, pobladores de la Mancha o de la Camarga. Todos ellos a menudo afectados de cierta nostalgia esencial -quién sabe si del perdido álveo materno- o de un sobrecogimiento espiritual ante el atisbo de la dimensión verdadera que puede alcanzar la soledad. Las grandes montañas impresionan por su presencia, mientras que las llanuras infinitas lo hacen por la crudeza sincera del vacío y de la ausencia. Unas y otras invitan a volar. En ambas la envidia se prenda de las evoluciones de las gaviotas o de las águilas. |
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#5
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Re: Cuento para el invierno
Cita:
Hay sol en mi ventana y verano... pero tu cuento ha cambiado el hemisferio en segundos. A tu salud!
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"It is not down in any map; true places never are," Melville |
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Tahleb (22-01-2015) |
#6
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Re: Cuento para el invierno
gracias Tahleb! me gusta!... me ha hecho pensar en "El último Candray" de Cecilio Pineda, propietario del desafortunadamente cerrado Nostromo.
salut!!! |
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Tahleb (22-01-2015) |
#7
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Re: Cuento para el invierno
Yo ya tengo el brasero puesto y el termo de café. Esto promete.
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Detrás de la ola vive alguien, sè modesto... |
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Re: Cuento para el invierno
Pues a mi ya me ha enganchado...
Por favor, no pares!! Una ronda de buen ron para amenizar el relato!
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La única Ley verdadera es aquella que conduce a la libertad. R.Bach (Juan Salvador Gaviota) Podemos juzgar el corazon de una persona por la forma en que trata a los animales. Immanuel Kant. |
#9
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Re: Cuento para el invierno
Gracias. ¿Las edificaciones circulares aludidas son de la VAP ?.
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Re: Cuento para el invierno
VAPF.
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Re: Cuento para el invierno
En el pasado no muy remoto, a estas alturas del cuento ya tendría unos cuantos comentarios jugosos y algún youtube asociado del querido Malamar.
Escribir era más fácil cuando él te hacía de guía. Lo echo de menos. Sigo dentro de un ratito. |
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Re: Cuento para el invierno
No estoy muy lejos de la zona que describes, tambien zona de VAPF.
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Re: Cuento para el invierno
No pareeeees
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#14
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Re: Cuento para el invierno
Ostras, que bueno! Se pone emocionante! Me muerdo las uñas. Gracias gracias por tus relatos.
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Re: Cuento para el invierno
Contempló, divertido, mis esfuerzos por permanecer impasible. Unos segundos de silencio que se hicieron verdaderamente largos hasta que, por fin, me preguntó si no me interesaba saber más detalles de la operación. Con total sinceridad le dije que los detalles me importaban bien poco. Mi interés se limitaba a saber quién iba a ser el dueño y, en el caso de que no fuese yo, qué era lo que le hacía sonreír tan ampliamente.
Pues verás, me dijo, el asunto es un poco complicado, pero no muy difícil. Capté otra brizna de sorna en sus palabras. De niño le enseñé, haciendo mucho hincapié en ello, que lo contrario de complicado es lo sencillo, mientras que lo contrario de lo fácil es lo difícil, así que puede haber cosas complicadas muy fáciles y, al contrario, cosas muy sencillas condenadamente difíciles. El propietario del barco es una sociedad patrimonial limitada que se llama Fox and Fox Limited, radicada en Liverpool. Tú eres el primero de los Fox y yo el segundo, me dijo mientras me palmeaba el hombro. Así que, utilizando uno de los matices que tanto te gustan, no vas a ser el propietario, pero serás el armador. Y no solo serás mi padre, sino también mi socio. Estos muchachos de ahora, pensé, son muy listos. Como abogado que es, mi hijo conocía perfectamente los recovecos tanto de la ley como de las finanzas, y había montado una operación impecable según la cual, a fin de cuentas, me estaba regalando La Poule. A cambio, yo debería hacerme cargo de todos los gastos de mantenimiento, amarres y seguros y, además, pasar el mes de agosto de cada año con él y tres o cuatro amigos y amigas que invitaría a navegar con nosotros. También se reservaba el derecho a escoger destino. La mitad de los gastos en que yo incurriese irían incrementando mi participación en la sociedad en detrimento de la suya. Calculo, me dijo risueño, que en unos veinte años el barco podrá ser totalmente tuyo. Te conviene cuidarlo bien, pues cuanto más gastes, más tuyo será. El contrato se cerraría a la mañana siguiente, después de que yo hubiese inspeccionado el caso en seco y dado mi aprobación. Hasta en eso había pensado. Continuó explicándome cómo había cerrado el trato con George, cediéndole un pequeño chalet, de cuya hipoteca se había subrogado, más una cierta cantidad de dinero, pero yo ya no estaba para escuchar maniobras de finanzas. Sólo podía pensar en que, con el título que se quiera, ya tenía mi barco. Un barco magnífico, por cierto. Nos abrazamos y permanecimos así todo un minuto, en mitad del hall del aeropuerto, con algún pequeño achuchón intermedio, como si uno de los dos regresara de un lugar muy lejano y el otro lo hubiese esperado largo tiempo. |
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#16
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Re: Cuento para el invierno
Esto se pone muy interesante!!
Bravo!! Una ronda para la pausa!
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Tahleb (04-02-2015) |
#18
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Re: Cuento para el invierno
Se negó en redondo a instalarse en la almazara durante aquel fin de semana a pesar de que le recordé que su habitación de infancia y juventud estaba exactamente igual que cuando la utilizó por última vez.
Cuando su madre se marchó y mis padres desaparecieron, no tuve más remedio que enviarlo de un internado a otro mientras yo navegaba. Siempre me dijo que los colegios eran, para él, mejor que la presión que le producía el recuerdo constante de su madre y de los malos momentos que pasó en casa entre la añoranza y la sensación de abandono, así que, cuando tenía vacaciones, o se venía conmigo a bordo del barco en el que yo estuviese o nos íbamos ambos de viaje a algún lugar interesante. Hacía más de quince años que no había cruzado el dintel de la puerta. Alguna vez le hablé de la posibilidad de vender la casa y de romper de una vez con los recuerdos, pero también a eso se negaba. Me decía que, tarde o temprano, dejaría de sentirse como un niño abandonado para pasar a ser un simple huérfano y que, llegado ese momento, podría recuperar todas las cosas buenas que había vivido allí, junto con la tradición familiar de sus bisabuelos. Tú también deberías pensar en esto, me dijo. A juzgar por las fotos que me has enviado alguna vez, no has cambiado nada de la decoración ni has añadido prácticamente ningún detalle propio. Vives en esa casa como si fueses un invitado. Aún es la casa de mi madre. Comimos juntos, hablamos del barco, visitamos a George y Lin, paseamos por el pueblo, tomamos una cena ligera y lo dejé en un hotel de Jávea con cita para pasar a recogerlo a la mañana siguiente. Al llegar a casa me propuse verla con la mirada de un extraño. Analizarla. Y tuve que reconocer que mi hijo tenía razón: aquello era un mausoleo en memoria de alguien que nunca más volvería. Me costó un poco, después de cuatro días de silencio, pero conseguí convencer a Grace de que viniese a pasar la noche conmigo. En mi casa. Ninguna otra mujer había dormido jamás en la que fue la cama de mi Julia. Eso sí: tuve que ser sincero. Grace se presentó al cabo de una hora con una botella de vino, unas barritas de incienso, ropa interior de seda y dispuesta a oficiar un exorcismo. Yo estaba dispuesto a cometer un sacrilegio. Por fin. |
#19
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Re: Cuento para el invierno
Uffff, yo estoy suscrito y me paso todo el día mirando el móvil...
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Tahleb (06-02-2015) |
#20
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Re: Cuento para el invierno
Aquella fue una cena de verdadera fusión cultural. George aportó sus conocimientos y gusto por la cocina cajún, la de los criollos de Nueva Orleans, y Lin nos maravilló con los sabores de su Indochina. Mi hijo nos hizo ver que aquellos platos eran, en esencia, cocina de aventureros, pues cada uno de ellos tenía influencias francesas, españolas, africanas y orientales mezcladas, ya fuera en sus condimentos o en sus nombres.
Al hilo de su reflexión, comenté que la composición genética y cultural de los allí presentes era también muy diversa: George descendía por línea paterna de franceses de Canadá establecidos en Louisiana; yo tenía un cincuenta por ciento de judío bereber por parte de madre, un veinticinco francés del Roussillon y otro veinticinco de español levantino; mi hijo arrastraba mi herencia diluida por el cincuenta por ciento de sangre aportado por su madre, que era, a su vez, una combinación de aragoneses y vascones a partes iguales. Grace y Lin eran lo más puro de la mesa, a mi entender y desde el punto de vista de los genes, aunque culturalmente eran dos verdaderos líos. Lin intentó explicarle a Grace algunos de esos detalles del barco que se tiende a suponer que son de más interés para las mujeres. Escuchó con expresión risueña un par de cosas y, dándome unas palmaditas en la mano, le aclaró a Lin que no iba a ser la armadora consorte, puesto que ella y yo tan sólo éramos unos buenos amigos y ella nada más esperaba ser invitada a navegar de vez en cuando. Todas las explicaciones, instrucciones y particularidades había que dármelas a mí, que era un hombre muy autosuficiente. Mi hijo me envió una discreta mirada de aprobación. El domingo salimos a hacer pruebas de mar. Grace y sus hijos se apuntaron con entusiasmo. Soplaba un sudoeste discreto con un poco de mar tendida que fue náuticamente perfecto para observar el paso de ola y el comportamiento a varios rumbos, pero que tuvo un efecto devastador sobre Grace y su hijo Allan, que fueron poniéndose serios y cambiando de color hasta alcanzar un amarillo verdoso. Rebecca, en cambio, estaba exultante. Exploró completamente el barco, descubrió entusiasmada el camarote de popa, con su cristalera que daba a la estela, y no tardó en hacerse con el timón demostrando una habilidad innata. Tan bien lo hacía que la dejé que gobernase en la entrada a puerto, aunque asesorada de cerca. Pocos metros antes de estar entre puntas Grace y Allan llegaron al fin de su resistencia y entramos a puerto con una vomitando por estribor y el otro por babor. Se instaló un silencio piadoso en cubierta que permitió oír con claridad la vocecita de Rebecca: vaya par de mierdas (bullshitters, dijo exactamente). Al cabo de un momento se puso a llorar. ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras, Becky? Porque no podremos ir contigo. Un día te marcharás sin nosotros, dijo cediéndome el timón. |
#21
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Re: Cuento para el invierno
Bullshitters, buenísimo!!
A veces me encanta esa espontaneidad de los niños.. Es tan fácil imaginar la situación tal y como la cuentas..
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La única Ley verdadera es aquella que conduce a la libertad. R.Bach (Juan Salvador Gaviota) Podemos juzgar el corazon de una persona por la forma en que trata a los animales. Immanuel Kant. |
#22
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Re: Cuento para el invierno
Buenas tardes por aquí... buenas noches, por allá. Es excelente su historia. Realmente lo felicito! Me impresionó la descripción de la casa... Ese congelarse que padecen los objetos cuando alguien falta y lo que cuesta aceptar que nadie volverá por sus cosas... Gracias por compartir. Saludos!
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"It is not down in any map; true places never are," Melville |
#23
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Re: Cuento para el invierno
Una vez amarrados intenté quitar importancia al mareo de los bullshitters y ensalzar las cualidades marineras de Rebecca. No me extraña, dijo Grace con voz desmayada, su abuelo llegó a contralmirante y participó en la caza del Bismark. Lo lleva en la sangre.
¿Y tú también serás un Commander algún día, Becky? Aye aye, Sir! Respondió tensando su cuerpecillo en un amago de posición de firmes. Sorprendente criatura. De camino al aeropuerto, mi hijo, que regresaba a Londres esa noche, maniobró para sacar el tema de mi implicación con Grace y su familia. Una vez centrado el asunto fue directo a lo esencial: ¿estaba yo pensando en tener una relación estable con ella? Francamente, no. Me gustaba mucho y me encontraba muy bien en su compañía, pero era muy consciente de que, en mi situación, recién resucitado para la vida en tierra, no estaba en condiciones de tomar una decisión tan seria. Tenía presente que tanto mi mente como mi corazón se encontraban en un momento parecido al de una convalecencia tras algún tipo de enfermedad afectiva. Y estaba la diferencia de edad: unos quince años tal vez serían demasiados dentro de un tiempo. Pues piensa, me dijo con voz seria, que están esos dos niños por medio. Particularmente la niña parece necesitar una figura paterna desesperadamente. Y tú encajas bastante bien. Ve con cuidado. Puede que, en verdad, un día quieras irte sin ellos. Llegué a casa sumido en mis cavilaciones. Podía hacer lo que quisiera con mi vida, el problema estaba en que no podía querer hacer algunas cosas. Detrás de las cajas estibadas en el garaje estaba el retrato polvoriento de una jovencísima Julia. Un clavel rojo en el pelo evocaba un momento de nuestra prehistoria, una tarde en la lejana isla de Chipre. Me perdí, una vez más, en sus ojos y recordé su voz clara recitando un poema cuyo autor he olvidado: Tres pasiones han gobernado mi vida: el anhelo de amor, el ansia de conocimiento y una profunda compasión por el sufrimiento humano. Esas tres pasiones, como los vientos de los grandes océanos, me han llevado de aquí para allá ensanchando las fronteras reales de la desesperanza. Iulia.jpg Editado por Tahleb en 10-02-2015 a las 17:28. Razón: Excesivo uso del verbo recordar... |
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