![]() |
|
|
|
| VHF: Canal 77 |    | ![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
|
#1
|
||||
|
||||
|
Esto nos ocurrió en Filipinas, a finales del año pasado.
Savang Llegamos a savang realmente agotados. El viaje había resultado demoledor . La tripulación de cebú air lines se esmeraba en entretenernos haciendo concursos entre los pasajeros. Preguntaban chorradas y repartían llaveros y carteritas a quien las acertase. Si los asientos del avión no fuesen de eskay sería incluso agradable. Finalmente aterrizamos en Palawan, en el aeropuerto de Puerto Princesa. Después de hacer cola para que nos tomasen los datos de nuevo otra vez y de que comprobasen concienzudamente que los tickets de nuestras maletas concordaban con los resguardos de los billetes, nos permitieron abandonar el aeropuerto. Allí nos esperaba el mitsubishi del hotel. Un interesante ejemplar de la ingeniería espartana: Todo lo que tenía el coche era esencial. Ni una sola tuerca era supérflua. Y estaba bien conservado para ser del siglo III a.c. Nos acomodamos amontonándonos nosotros y los bultos entre los bancos traseros y los asientos, y emprendimos viaje. La carretera fue degenerando comenzó como una carretera de cemento muy aceptable aunque repleta de mototriciclos y parcialmente inutilizada por que los campesinos la utilizan para extender a secar el arroz hasta convertirse poco a poco en un barrizal por el que se arrastraba el vehículo a paso de tortuga, totalmente anegado de agua y con derrumbes por culpa del reciente tifón. Detrás de nosotros venía el transporte público: un jeepney. Los jeepneys son unos trastos increíbles hechos a mano sobre dos vigas y con un motor viejo restaurado, pero estaban mejor dotados que nuestro venerable mitsubishi para las inmensas roderas y baches como piscinas de la carretera. Pero claro, no había manera de dejarlo pasar. Y de todos modos, cuando hacía paradas lo perdíamos de vista, hasta que volvía a alcanzarnos, con sus alegres colores, humeando y atestado de pasajeros y bultos. Incluso con gente en el techo. Uno piensa que eso es un topicazo y que no es posible hasta que lo ve. Partimos Tras un par de días en el minúsculo pueblo de savang, nos decidimos a movernos hacia El Nido. La cuestión era si las carreteras eran transitables o no. Tras la horrible experiencia de llegada a savang por carretera, nos decidimos por alquilar una lancha que nos llevase a nuestro destino. Parecía lo más razonable. Poco sabíamos de cómo estaba la meteorología y no sospechábamos nada de lo que nos aguardaba. Salimos hacia el puerto temprano por la mañana en el carro tirado por un carabao del hotel. No hay carretera hasta el hotel y nos llevan y traen en carro. En realidad, el hotel consiste en unas cabañas carentes de todo lujo. Nada de agua caliente. No hay cisterna, y tienes que tirar un cubo de agua por el retrete. No hay papel higiénico, sólo un grifo en la pared. Las tazas del retrete son tan bajas que te das con las rodillas en la barbilla. Muy óptimas para los estreñidos, pero un poco acrobático. De hecho, no hay interruptores de la luz: sólo hay luz en la isla durante la noche y cuando no quieres luz, desenroscas la bombilla y ya está. Como llegamos relativamente pronto a embarcar, nos acomodamos en la chabola-tienda que hay junto a las instalaciones del puerto, la única construcción de cemento que recuerdo en todo savang. Allí estaba el encargado de la lancha, todo sonrisas y amabilidad, asegurándonos que la lancha era muy buena, con dos motores, no hay peligro. Su lancha es la mejor lancha de todo savang. En cinco horitas estaremos en El Nido. Enseguida llegaría la lancha a Savang. ¿sabíamos que filipinas había sido española?. A él le gustaban mucho los españoles y no nos odiaba. Viéndolo a toro pasado, debí desconfiar del asunto. ¿por qué recalca las bondades de su lancha?¿por qué no está ya en puerto?. En fin, el agua está algo picada, como todos estos días y el método de embarque estilo desembarco de normandía, andando y con el agua por la cintura y los petates en la cabeza nos garantiza un remojón más. Ya estamos habituados y ya llevamos ropa que seque rápido. Hace tiempo ya que desesperamos de permanecer secos y nos dimos cuenta de que la ropa local es más apropiada: te mojas, si, pero secas de inmediato. Por cuatro euros te haces con un auténtico equipo de filipino rural chachi. Lo hay en dos sabores. El cristiano es una camiseta de adidas de palo, chancletas y pantalón pirata de tiro bajo estilo nba, aunque puedes también lucir camiseta sacada del guardarropa de “grease” con pantalones de camuflaje. Nosotros optamos por el kit musulmán: chancletas, pantalón tipo bombacho de colorines y con borlas, y una camisa estilo coros y danzas de la sección femenina pero en colores. Palos en el agua El inicio del viaje resultó bastante interesante: el aire en la cara, el mar azul, la selva impresionante surgiendo de la cima de increibles acantilados tallados por siglos de mar enfurecido. Durante la primera hora, más o menos, todavía había alguna cabaña a la vista, y ocasionales lanchas de pescadores locales. El mar seguía muy revuelto, pero eso no les impedía pescar a la línea, que fue el único arte de pesca que les ví utilizar en todo el tiempo que estuve en Filipinas. Ni nasas, ni redes. Las barcas locales son versiones en distintos tamaños del mismo modelo: una especie de piragua central de contrachapado sobre una estructura de listones de madera y dos patines de bambú atados con tanza de nailon y con tirantes del mismo material a dos palos que sujetaban también una toldilla. Sólo las lanchas más pequeñas carecían de palos y toldilla. Todo ello propulsado por motores gasolina aparentemente sin marinizar. El mar sigue enrabietado y confuso. No aprecio trenes de olas de ninguna dirección en concreto. Mis compañeros ya han empezado a darles de comer a los peces, pese a la biodramina. Vamos seis españoles y un sonriente italiano junto a la tripulación de tres hombres. La profundidad del mar debe ser mínima, por que de vez en cuando veo postes en el agua. Son simples troncos clavados, sin ninguna señal ni por su puesto luces. Ni idea de lo que son. Barcos factoria? Durante el trayecto, por entre las islas, vemos dos barcos abarloados. Su estado es indescriptible. Aparentemente son algún tipo de mercante, pero en estado de oxidación total. Trasiego en cubierta, gente yendo y viniendo de la costa a los barcos y al revés. No me cabe duda de que no navegan hace ya mucho tiempo. Incluso dudo si estarán embarrancados o no. También me quedo sin saber qué rayos son. ¿qué uso pueden tener tan cerca de la costa? ¿sirven de atraque para otra embarcación menor?. No lo sé, pero su estampa gangrenada de óxido con la selva como fondo es absolutamente tétrica. Recogida en un islote No sé cuántas horas llevamos en este dichoso cascarón. El mar ya es horroroso, tenemos el culo cuadrado y nos estamos meando todos. Las salpicaduras constantes ya no nos hacen gracia. El patrón nos dice que atracaremos un instante y que podremos orinar si queremos. Menos mal. Se dirige a una de las mil islas que nos rodean, y atraca en la típica playa paradisíaca. En medio de todo aquel palmeral surgen unas cabañas perfectas, un jardín maravilloso y un montón de jardineros. Sorprende este oasis de luz y civilización en medio de la nada más absoluta. Los jardineros se afanan en arreglar las palmeras. Retiran los cocos y cortan algunas hojas. Otra señal ignorada por mí. Nosotros vamos a aliviarnos en unas cabañas marcadas como wc. Una de las chicas sale preocupada de su retrete: no encuentra el balde para tirar el agua por el inodoro. Risas. En este sitio hay cisterna!. Ya nos habíamos olvidado de que existían. El capitán intercambia unas palabras con los jardineros. Nos llaman a voces. No podemos parar tanto!. Embarquen rápido!. ¿cuántas señales van ya? El objeto de nuestra parada parece ser una pareja que se nos incorpora al rol. Tienen aspecto de americanos. Recogemos en playa Tras un corto recorrido por una bahía relativamente tranquila, paramos a recoger nuevos tripulantes: dos chavalitos belgas y tres personas de aspecto nórdico. Aquí ya no nos plantean bajar. Está claro que tienen prisa. Carmen empieza a decir que si no seremos mucha tropa para tan poco sitio. La verdad es que ahora ya somos diecisiete personas: nosotros seis, un italiano, dos belgas, la pareja de la isla, tres armarios roperos con aspecto nórdico y un montón de bultos. En las barcas del parque natural, de la misma eslora, y para rutas costeras, marca máximo diez personas. Además, es que es incómodo. Se pone realmente feo: parada de motor Salimos, pues, de la bahía. Bastante apretados y más bien hartos de lancha. El mar ahora está definitivamente encrespado. Sigue sin tener una dirección clara, pero parecen imponerse dos trenes de olas. Uno de ellos puede tener más de dos metros, aunque es difícil calcularlo, por que se ve reforzado por otro tren menor y en la misma dirección, y el otro frente un poco menos impresionante pero también fuerte oblicuo a los dos primeros. Cuando ambos trenes tienen a bien sincronizarse, se forma una pirámide de proporciones asombrosas, y con el mal gusto de romper. Acojona. En Galicia con este tiempo podría ser hasta divertido, aun que lo dudo. Intento convencerme a mí mismo con notable falta de éxito. El barco no da confianza. Ver un patín enterrado en el agua y el otro volando a casi dos metros sobre el agua, es sobrecogedor. En este momento ya el agua salta ampliamente la borda y corre por cubierta. Los nórdicos sacan sus petates del tambucho de proa. Le entró agua y todas sus cosas están empapadas. A los armarios roperos les hace gracia. El italiano sonrie, los americanos se han convertido en estatuas de sal. Siguen exactamente en la misma posición en la que embarcaron. Uno de los belgas parece leer. El capitán nos redistribuye: más peso a popa. Estamos pinchando mucho la ola y sospecho que sacamos la hélice del agua. Repentinamente, el motor se calla. Sin petardeos ni dudas. Se calla. Encienden otro motor, pequeñito y seguimos navegando despacito. Mucho mejor, por cierto. Ya me parecía a mí que íbamos demasiado rápido. Ahora nos movemos más o menos con la ola y no embarcamos tanta agua. Uno de los miembros de la tripulación lucha con el motor. Extrae una pieza herrumbrosa con forma de disco y se pone a manipularla. Todos miramos con mezcla de curiosidad y horror su trabajo. Eso me da tiempo de observar la curiosa bomba de achique. Consiste en una cañería de pvc con un codo. En él meten y sacan un émbolo de bambú con una válvula hecha de un trozo de neumático claveteado y estanqueizado por un trapo con la omnipresente tanza. Saca mucha agua. Tras veinte minutos de incertidumbre, en mar abierto y sin ni una sola puñetera playa ni aldea a la vista, vuelve a ronronear el motor principal de la lancha. Otra vez a pinchar olas. Se pone aún más feo: rotura bomba de achique El viento arrecia claramente. Veinte nudos no se los quita nadie. Seguimos avanzando a demasiada velocidad para mi gusto, agotados, chorreando, molidos y asustados. Hace horas que nadie revisa si el equipaje está mojado. Lo está. Ya no hace falta ser un artista del barómetro para darse cuenta de que se prepara algo gordo. Borreguitos por todos lados, el aire que se lleva la espuma que forman las pirámides de agua al romper cuando se combinan los dos ¿o son tres? frentes de ola. Hace rato que uno de los tripulantes se pasea por los balancines de la lancha. Ya nada nos sorprende o asusta. Hace de contrapeso móvil. Nueva conversación agitada en la popa. La bomba de achique no funciona. El maquinista hoy se gana el jornal. Desarma bomba y ponte a hacer un émbolo nuevo con un machete. No lo consigue. Le hago otro repaso a la tripulación. Los nórdicos debieron equivocarse y tomar algo que no era biodramina. Están muy divertidos, pero los noto un poco histéricos. El italiano sigue sonriendo y está curiosamente estático. Probablemente le ha dado un tirón en los carrillos. Los americanos siguen igual. El belga sigue leyendo el libro empapado. Debe ser una página interesantísima por que lleva más de una hora releyéndola.... Apoteosis Realmente el sitio es de lo menos oportuno. Lejos de costa como nunca hasta ahora, con las peores condiciones, el agua saltando a presión por los imbornales... en fin, algo apurados, la verdad. Empiezo a pensar que quizá sí estamos en un lio serio. Hasta ahora la cosa consistía en un mar fuerte y mal tiempo metidos en una mierda de barco sin salvavidas, ni radio, ni teléfono móvil, nadie a quien llamar y ni un maldito abrigo cercano. Nada que no se pudiese remediar con paciencia, aminorando la marcha y orientando la caca de lancha para tomar las olas. Ahora pintan bastos: el tiempo arrecia, no achicamos agua y está claro que cada vez embarcamos más agua y se nota ya en el movimiento del artefacto. Le pesa el culo notablemente. Si el tiempo sigue empeorando en esta progresión en un par de horas o tres, si no antes, estamos nadando. Por fin, el capitán manda al trapecista a nuestra bañera. Levanta las tablas del suelo y vemos la dimensión real de nuestros problemas. Hay agua para dar y tomar. La sentina está llena con una cantidad de agua que no me imaginaba. El hombre se pone a baldear. A veces algo hace crack por dentro. Ya sabéis, como un palo que hace demasiado esfuerzo. En ese momento algo me hizo crack. Ya no era un tripulante más o menos asustado. Era un espectador de algo que no me afectaba. Qué demonios. Logro encender un pitillo filipino, mentolado. Saco la cámara de fotos. Si vivo, las fotos serán cojonudas, y si nos ahogamos ya qué más da. El filipino achicador me mira con cara incrédula, pero sólo unas décimas de segundo: tiene mucho trabajo por delante y además es deprimente: saca agua, pero con el tambucho abierto, también entra. El piloto disminuye la velocidad para no embarcar tanta agua, y poco a poco el marinero consigue controlar, que no eliminar, el agua. Agota sólo verlo pero el tipo no quiere que achiquemos. Nos ahogaremos, pero como auténticos marqueses, sin dar palo al agua. La mierda de la cámara de fotos se queda sin pilas, y yo sin fotos. Vaya por Dios!. El capitán nos informa que vamos a rodear una isla para evitar el mal tiempo, pero que nos supondrá un retraso cercano a las dos horas. Nadie protestó. Por fin el nido El alivio de nuestras penas duró efectivamente una hora larga. Con cierta sensación de incredulidad, veo que se dirige de nuevo a zona desprotegida. La táctica ahora es clara: correr como almas que lleva el diablo. El tipo es un buen timonel, pero a esta velocidad y con semejantes olones es difícil no pinchar ola o dar algún pantocazo. Y eso que ahora sólo hay un frente de olas. Los patines, la verdad, entorpecen menos de lo que me imaginaba. Pero siguen sin gustarme. Producen un culeo molestísimo. Cimbrean de una manera espectacular sin romperse. Evidentemente, los filipinos son los reyes de la chapuza. El timonel apura los cabos que mete miedo. Después de la parada de motor, y con el mar así me parece una locura no darles más que entre cien y cincuenta metros de respeto a las rocas y cantiles de los cabos. Correr, correr, correr. Por fín vuelve a haber islas. Algunas nos dan resguardo. Otras forman cañones estrechos por los que pasamos. El viento se encarrila en algunos de ellos de un modo espeluznante. Va cayendo la tarde. Se acerca el ocaso. Ni una luz en la costa, ni un faro, ni una boya, ni una casa, no veo humo. ¿no vive nadie aquí?. Ya estoy harto de ver cabo tras cabo, y nunca llega El Nido. Por fin, junto a un acantilado aún más impresionante que los otros, surge una isla elevadísima, que deja un paso por el medio. Un paso lleno de espuma y con una orientación que yo juraría que va a producir una aceleración del viento algo más que respetable. Detrás se ve burbujear una rompiente. Ya llevamos siete horas de vapuleo y estamos rotos. La toldilla empieza a ceder con el viento. Todos agradecemos hacer algo, y todos sujetamos como podemos el toldo, intentando no levantarnos para no caer por la borda. Por supuesto, finalmente eolo se lleva su lona. Al menos ha servido para no permanecer inactivo, y en mi caso, para no pensar en el cañón de viento en el que nos metíamos y las rompientes que se veían por detrás. Tan pronto doblamos el cabo, la lancha vira hacia el interior de la bahía y se lanza en una cabalgada surfeando las olas. El motor se oye claramente acelerar y decelerar a las órdenes del timonel, cogiendo por aleta las olas, surfeando, trepando la siguiente montaña de agua, que ahora sí tiene dirección definida y resbalando por la bajada hasta la siguiente. Por fin!. Hemos llegado. Y con luz natural aún. El desembarco resulta algo arriesgado, por que el oleaje nos lanzaba la lancha encima, pero la verdad es que vadeamos como auténticos nativos. Pisar tierra, tomar un Tanduay, tener la seguridad de que tu vida va a durar por lo menos un rato más... jo!, qué suerte!. Unos lloran, otros se caen al suelo: las piernas no les aguantan. Los marineros nativos cobran a los pasajeros y desaparecen entre las cabañas en estado de agotamiento. Marga y yo entramos en el primer sitio que vemos y nos desquitamos del susto a ron y cigarrillos.. Poco sabíamos aún cuánto podrían empeorar las cosas. Pero lo del tifón, la inundación del hotel y el intento de golpe de estado ya lo pasamos en tierra y es otra historia. Entre ese día y el siguiente once embarcaciones no volvieron a puerto.
__________________
Desde pequeño quería ser alguien. Lo he conseguido. Pero debería haber especificado más.
|
|
|
Discusiones similares
|
||||
| Discusión | Iniciada por | Foro | Respuestas | Último mensaje |
| vivencia personal,(relato) | Capitán Garbí | Foro Náutico Deportivo | 13 | 22-11-2007 16:45 |
| relato y fotos de la travesia de comodoro | el gallo | Foro Náutico Deportivo | 24 | 09-08-2007 20:11 |
| Refrescante relato atlántico | rodamón | Foro Náutico Deportivo | 8 | 02-08-2007 13:37 |
| Estremecedor relato de naufragio | alcapar | Foro Náutico Deportivo | 4 | 08-02-2007 14:13 |
| Relato fuera de concurso | Shamal | Foro Náutico Deportivo | 1 | 18-11-2006 21:50 |