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| VHF: Canal 77 |    | ![]() |
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#10
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Cita:
http://www.masmar.com/articulos/art/23,81,1.html El pasado 18 de diciembre (de 2001), cuando encabezaba la flota de 24 veleros, rompió el mástil, una gigantesca pieza giratoria de 25 metros de altura confeccionada en carbono. «Estoy bien. No necesito ayuda», dijo por radio a Philippe Jeantot, el organizador de la Vendée Globe. El percance le sucedió en mitad del Índico, un mar terrible con borrascas eternas, olas de más de quince metros, vientos constantes de 50 y 60 nudos, hielos a la deriva y temperaturas bajo cero. Un escenario que no podemos ni imaginar los terráqueos, el lugar donde hasta el hombre más templado perdería la calma. Pero no Yves Parlier. Este ingeniero en materiales compuestos logró repescar un par de fragmentos del palo, los embarcó a bordo y se puso a rumiar una solución, zarandeado por el temporal. Entre los navegantes, a Parlier le conocen como ‘Mac Gyver’, ya saben, aquel tipo rubio de la televisión que se construía un bulldozer con una caja de cerillas y un poco de alambre. Parlier iba a hacer honor al apodo y a una máxima no escrita entre los marinos solitarios, una especie de código de honor: Ser capaz de solucionar cualquier problema por uno mismo, sin ayuda de nadie. Vencer o morir. Entre los regalos que Isabelle, su esposa, había guardado en el 60 pies de Parlier para que los abriera por Navidades, viajaba una enciclopedia del mundo en CD rom. Allí encontró Parlier parte de la solución al enigma: se dirigiría a las islas Stewart, en el sur de Nueva Zelanda, y fondearía allí, en una ensenada tranquila con buenos fondos de arena. El ‘Aquitaine Innovations‘ ya no planeaba como en el terrible Sur a más de 30 nudos. Con cuatro rizos en la mayor (toda la vela que podía izar en lo que quedaba de palo) y un tormentín a proa, enfiló el nuevo rumbo. Andaba a unos siete nudos de media. El 8 de enero fondeó. Pero garreó, y 60m pies varó. Entonces Parlier se construyó un pequeño chinchorro con dos cajones de plástico a los que trincó unos depósitos de combustible (las normas de la regata permiten cualquier arreglo siempre que no se acepte ayuda exterior o se desembarque en tierra más allá de la línea de la última pleamar), se vistió con su traje de neopreno rojo y tiró del barco con la marea alta hasta ponerlo a flote. Luego fondeó otro ancla, largó algunas amarras a tierra y ayudandose con los winches, inició los trabajos. Serró y pulió los fragmentos, diseñó una abrazadera de carbono para unir los dos trozos del palo y preparó la resina de fibra que daría rigidez a la unión. Encerró los fragmentos en una caja de plástico, les aplicó el calor de cinco bombillas y de su cámping gas y logró cocer un nuevo palo de 18 metros de alto que colocó en el casco ayudándose de la botavara, a guisa de palanca, y de sus brazos, un trabajo para el que habitualmente se usa una grúa hidráulica. Hizo varias pruebas. ¡El invento funcionaba! El barco navegaba bien y rápido. Y volvió a la regata un mes después del accidente. Eso sí, sin camping gas para calentar su comida liofilizada. Y, lo peor, a medida que pasaban los días, le quedaban cada vez menos alimentos en la gambuza. Las limitaciones de peso en estos barcos de competición son tan extremas (hay navegantes que sierran por la mitad el mango de sus cepillos de dientes para ahorrar peso) que las raciones que se embarcan están pensadas al detalle. Apenas para 115 días de regata, un 10% del tiempo empleado por Christophe Auguin, el ganador de la edición anterior con 105 días. «Como un bebé» «Me alimento como un bebé», bromearía Parlier sobre su gazuza poco después. Redujo su dieta a unas 800 calorías diarias. Pidió a Jeantot permiso para abrir la balsa de supervivencia y extraer anzuelos y una línea de nylon. Largó un curricán por la popa, pero los peces raramente entran a un señuelo que se mueve a más de 10 nudos. Al doblar el cabo de Hornos, la situación era dramática. Parlier había acabado hasta con su chocolate (es un tremendo goloso) y empezaba a sentir los mordiscos del hambre. Paladeó las últimas tabletas de sus raciones de supervivencia y volvió a poner en marcha su ingenio. Con una bolsa de velas preparó a proa un ingenio para atrapar el ‘krill’ que embarcaba con los rociones. Y, cada mañana, paseaba ansioso por el barco para recoger los minúsculos peces voladores que saltaban sobre la cubierta. También empezó a recolectar algas y a colgarlas del guardamancebos para comerlas una vez secas. Mientras, enterados de sus penurias, sus admiradores y seguidores empezaron a hacerle llegar por Internet recetas para cocinarlas. Cocina oriental, recetas tailandesas para cocinar con agua de mar los frutos de su cosecha. «Sigo un régimen drástico. Pescado y algas. Algas y pescado», se sonreía el marino de Versalles. «El doctor Chauve me dice que las algas son buenas, que contienen calcio, potasio, proteínas y vitamina B12 y que son ricas en yodo. Pero me advierte -comunicó Parlier en una ocasión- que si tomo grandes cantidades, pueden causarme desarreglos en la glándula tiroides». Filetes en los obenques Hambriento, solitario y renqueante a consecuencia de un accidente de parapente al que sobrevivió de milagro y en el que se fracturó una pierna, la estima de Parlier crecía, día a día, a los ojos del mundo. Había marinos que le hacían llegar la posición de un banco de dorados en el Atlántico para que pescase. «¡He conseguido un hermoso ejemplar de cuatro kilos! He hecho filetes y los he puesto a secar de los obenques... Ahora me voy a hacer un calzón con piel de dorado y una peluca de algas. Y, si encuentro un buen espónsor, organizaré estancias para obesos en el barco. Con resultados garantizados. Tengo una fijación estos días -señaló en una conexión de radio- voy a quitar la palabra alga de mi diccionario». Ayer, este marino fuera de serie llegó a Les Sables d’Olonne a bordo de su barco azul, como un nuevo Ulises con aparejo de fortuna. Poco importa que haya tardado un mes más que el ganador Desjoyeaux. Entre los habitantes de ese mundo paralelo que se pasea por espigones y pantalanes para mirarse en el espejo del mar, el nombre de Yves Parlier permanecerá cosido para siempre en la memoria |
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| imoca 60, regata en solitario |
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