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Antiguo 18-11-2006, 20:38
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Predeterminado Relato fuera de concurso

Este es un relato que no participará en el próximo concurso porque ya ha sido publicado. Lo ha escrito una buena amiga, buena navegante y mejor persona. Os lo adjunto porque está relacionado con la navegación y además porque a mi me ha parecido muy original y me ha gustado mucho. Espero que os guste a vosotros también. Que lo disfrutéis.

La Ciudad Magnética

CONCEPCIÓN MORENO MACÍAS

A mis padres, que como el mar,
aunque desde lejos, son mi casa.
Y donde siempre vuelvo



Vivo en un pueblo a veinte kilómetros de Madrid. Cada tarde vuelvo a casa en mi coche. Soy como una pieza más en la procesión de la hora punta. Al llegar al desvío, apenas alcanzo a ver el sol, que se oculta detrás de la fábrica de cerveza. Cuando me doy cuenta de que atardece, ya es demasiado tarde para ver cómo se mueve. Yo sé que si no le quito ojo, podría ver cómo se desliza detrás de la torre de ladrillo. Pero nunca llego a tiempo. Abajo, las luces se prenden interminables en los focos de los coches, en los farolillos de los mesones en hilera, pegados a la carretera. Rutilantes, me impiden ver las estrellas que también hacen su aparición.

“¡Sí!, Ahora veo algo luminoso que cruza el cielo sombrío”. Pero sólo es un avión que sale de Barajas, con rumbo impredecible.

Me acabo el día tendida en la cama, con un libro recién empezado, y me distrae una pregunta. Alguien –quizá en el trabajo- me lo volvió a decir. ¿De dónde eres? Esa pregunta que nunca soy capaz de contestar de una vez, sin rodeos. Y se me escapa la consciencia con esas palabras. Pero, sin darme cuenta, ya han calado en mi memoria y se quedan reposando, con la paz que trae el sueño.

Cuando sale el sol en la Ciudad Magnética, los viajeros se sienten atraídos por una fuerza en apariencia física. La corriente marina empuja las naves, los vientos favorables propician su rumbo. Los caminos de arena sortean las pifias alargadas hacia el sol, y caen hasta la orilla del mar, que mece la Ciudad. La gravedad tira de los hombres que los transitan.

En lo alto, el aire frío arrastra hacia abajo el vuelo de las Craspedophoras de pico puntiagudo, las liras, las Aves del Paraíso.

Es, ese lugar rodeado por las Islas de las Siete Ciudades, un sumidero. De Robinsones del pasado, de Drakes prófugos de alguna justicia, de Kon-Tikis abandonadas, que, como una fantasmagoría, salen de entre la bruma del amanecer, y se acercan al puerto con los remos rendidos.

Los seres de paso tampoco podemos escapar a su influjo. Desde la popa de la barcaza veo despuntar el perfil de la costa. Aflojo la escota de la vela cangreja, que mansa, se infla y se acomoda cayendo a la banda de estribor. La madera cruje bajo mis pies, y la brisa refresca y nos empuja de empopada.

No estoy sola. Donde se pierde e] cielo me acompañan Apus y Crux, las constelaciones australes que durante la noche me han guiado. Mi barco no tiene brújula, ni astrolabio, no son necesarios. Solo me hace falta dejarme llevar, atraída por la Ciudad Magnética, y las puertas de sus puertos estarán abiertas.

La pequeña quilla corta el mar de cristal, y el rumor de una tonada me llena de sosiego. Me invento un amarre para poder soltar la escota y camino hasta la proa. En los pies des-nudos siento la tibieza del sol que calienta el maderamen, y me asomo por la borda. Los cetus y las sirenas bailan con la espuma de sal, que salpica en el casco cuando avanza. Pienso en el Kraken. Dicen los muertos que se ha tragado barcos enteros, que la sombra de sus tentáculos se extiende en el fondo, como una gran mancha. Dicen que al despuntar el día se acerca a la ciudad, desde más allá de las Islas de las Siete Ciudades.

Respiro hondo y sigo con detalle el vuelo de una gaviota argéntea. Tras de sÍ queda el perfil de la costa, y veo la silueta blanca de las casas bajas, salpicadas con ventanas y puertas añiles. La ciudad está despierta, y en alguna de esas casas, alguien me estará esperando. Lo sé, con la certeza del que está inmerso en un sueño, y sabe que, al menos durante un tiempo no despertará.

La vela flamea, y la falta de brisa me advierte de la cercanía del puerto. Hay dos faros rayados que me muestran la entrada. Uno es de jade y otro de nácar, al cruzarlos, todo es desorden. Un gran fondeadero donde se mezclan los vivos y los muertos, Hay un Galeón varado, acostado sobre las rocas. En lo alto, veo un marinero subido a la cofa del trinquete, y los jirones de piel vieja que cuelgan de los huesos de su mano. Sostiene un catalejo dorado, acaso curioseando mi insignificancia viva.

Con las velas infladas se acerca un clipper, elegante. La cubierta está llena de sombras, que se mueven con rapidez para arriar la vela del palo mayor. Tiran del trapo con sus mano de hielo, adujan cabos El capitán debió de ser una luz, que ahora se apaga al salir el sol.

Avanzo hasta la orilla y mi barco se choca con la arena. Unos minutos después estoy caminando por el puerto, y me llega el olor del pescado fresco. Veo las redes en el suelo, moviéndose, llenas de mújoles, doradas y castañuelas negras. Un viejo del mar, sentado en una silla de mimbre, observa a los muchachos vaciar una barca, recién llegada, "MARISMA", los trazos rojos del nombre están pintados con desgana, en un costado.

De pronto el puerto se trasforma en una calle larga que discurre junto al mar, con las casas blancas al otro lado. En el suelo hay baldosas que conforman el dibujo de una hydra, mis pies juegan con sus líneas pintadas en el suelo. Acelero el paso, Levanto la cara y siento la brisa, y me dejo embriagar por los olores del verano. El aroma del pan recién hecho, el dulzor de los melocotones reventones expuestos en alguna furgoneta cercana. Olores salados, a mar, a viento de levante, que llega de lejos. Olores que se escapan de los jazmines, que tapizan las balaustradas de las casas de playa.

La calle no se acaba, y me inquiera llegar al final, allí debe de haber una casa más alta, de ladrillo rojo, que es la mía. Ahora está asfaltada, y en la acera hay una hilera de adelfas con flores blancas y rojas. Las rodeo zigzagueando, y a mi derecha, se abre de pronto un pequeño callejón, entre casas, que me conduce de nuevo al mar. Me deja su espacio de contraluz y me invita a pasar. Lo atravieso tocando con las yemas de los dedos las paredes encaladas.

Al salir veo un kiosko de madera sobre la arena blanca, está cerrado. A pocos metros hay un tocón clavado, con un pequeño respaldo. Las aves del paraíso sobrevuelan la playa. desierta.

Esta atardeciendo. Busco el sol y veo cómo se arrastra detrás de una torre alta de ladrillo, dejando su brillo ígneo tras de sí, como el rastro de un caracol. La única condición para no ser expulsado de la Ciudad Magnética es querer quedarse. El turista, el Kraken, los Corsarios, las Crasedophoras se marcharán cuando anochezca. Las empujará una fuerza, en apariencia física.

Yo sumerjo mis pies desnudos en la arena caliente, y camino hasta el tocón, —¿De dónde eres?— reverbera en mi memoria.

Me siento. Prefiero quedarme,
__________________
El Mediterráneo se nos acaba al mismo tiempo que la vida, nunca antes. (Werke)
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Antiguo 18-11-2006, 20:50
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mapu23 mapu23 esta desconectado
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Predeterminado Re: Relato fuera de concurso

Gracias Shamal



Bonito relato, seguro que la autora con esa sensiblidad es muy buena naveganta.


Un abrazo Carlos

__________________
De esta vida sacaras, lo que metas nada mas

El navegante propone y Neptuno dispone

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