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| VHF: Canal 77 |    | ![]() |
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#1
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El Siete Mares ![]()
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..la lontananza sai
é come il vento che fa dimenticare chi non s'ama.. spegne i fuochi piccoli, ma accende quelli grandi |
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#2
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La vela hay que velarla, y si no, no largarla ![]() "No soy un fulano con la lágrima fácil, de esos que se quejan sólo por vicio. Si la vida se deja yo le meto mano y si no aun me excita mi oficio .............. Jamboequipoderegatas
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#3
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Imagen adecuada. Ya sabemos como es <siete Mares, pero aún no puedo imaginarme a Esteban, quizá enjuto, curtido por el mar y el viento, con cabello largo, entrecano y recogido en una coleta. Tiene barba o está afeitado?
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#4
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- CAPÍTULO PRIMERO -
Deslizaba los pies con parsimonia por el pantalán, arrastrando tras de sí su viejo petate cargado con las pocas pertenencias que necesitaba, un traje de aguas parcheado, un par de jerséis, ropa interior, una navaja multiusos, un viejo compás de marcaciones y poco más. Todavía faltaban dos horas para amanecer y la niebla cubría el puerto emboscando el eco de la baliza del arrecife sur. Los barcos, perfectamente alineados, dormitaban movidos perezosamente por las aguas, empapados por la humedad. Hacía frío, desde luego no parecía un buen día para enrolarse en un velero del que conocía poco más que su nombre, Siete Mares. Apenas le habían hablado del barco, sólo que se trataba de un velero clásico y de diseño nórdico. Cada vez había más incompetentes trabajando en la agencia de transporte naval, pensó. Cuando imaginaba al Siete Mares, le venían a la memoria los antiguos grabados de su abuelo, también marino, recordando estas ilustraciones de antiguos veleros, y especialmente una, un viejo Clíper dedicado al transporte de mercancías en la costa Este norteamericana, le parecía que, a veces, la realidad era como una sucesión virtual de dibujos imaginarios con algún que otra trazo suelto, fugaz, delicado, turbador, como la esfinge de una mujer, de tantas y tantas mujeres que habían dejado huella en su vida. Las sombras de la noche jugueteaban con los barcos. Tranquilamente, sin despertar sus pensamientos medio dormidos, se encendió un cigarrillo y comenzó a fumar de forma pausada, le gustaba llegar con tiempo y ver amanecer en el puerto. Con la vista fija en el oscuro horizonte esperaba ver asomar las velas del Siete Mares. Debía recalar al final del muelle antes del amanecer, para embarcarlo. Caminaba cadenciosamente por el muelle flotante y no cayó en la cuenta que aquel maldito clavo se había ido soltando del pantalán con el vaivén de las olas. Mediría como poco unos siete centímetros y le devolvió a la realidad penetrando en su pie hasta el mismo hueso, como lo hacían las malas ideas de tanta gente perversa con la que se había topado a lo largo de su vida. El dolor era insoportable y apenas unos instantes habían bastado para teñir el suelo de un rojo intenso. Alcanzó a duras penas su viejo coche, aparcado a la salida del puerto, como pudo lo puso en marcha y se dirigió sin perdida de tiempo al hospital más cercano. - Para un viejo pellejo como tú, esto va a ser poca cosa - le espetó la enfermera mientras intentaba camuflar el tamaño real de la jeringuilla que se proponía administrarle como prevención antitetánica. Él se sonrió ante tan pueril estratagema innecesaria para su viejo cuerpo, verdadera antología de desgarros y malos tajos acumulados en mil peleas de taberna portuaria en busca de los favores de las bellas del lugar, cuando no, recibiendo los muchos sinsabores que depara el destino al que arriesga su vida en un mar embravecido. Con un dolor insoportable, tras el pinchazo de la joven enfermera, regresó caminado torpemente hacia su coche, maldiciéndose por no haber estado pendiente de ese maldito clavo oxidado y esperando que el anestésico local que le habían suministrado hiciera efecto de una puñetera vez. Ya era tarde, había quedado con Manuel, el armador del Siete Mares a las ocho de la mañana pero el incidente lo había retrasado. Eran casi las nueve, debía darse prisa, decidió que el dolor no le fastidiaría su primer día a bordo del Siete Mares y se apresuró para no perder ni un minuto más en enrolarse en su nuevo destino, arrancó su viejo Renault y puso rumbo al puerto, casi derrapando, frenó el coche junto a una vieja caseta de pescadores y llegó, no sin cierta dificultad hasta el pantalán donde debía encontrarse con Manuel y el soñado, Siete Mares. Finalmente lo encontró meciéndose suavemente con la brisa y el oleaje. Tuvo que leer dos veces el letrero que figuraba en la amura de estribor, el Siete Mares era un pequeño bote de pesca de escasos cinco metros de eslora, su esmirriado palo parecía más resignado en mantener su propia y precaria verticalidad que en la posibilidad de envergar nada que pudiera parecerse a una vela. La estampa se remataba con un viejo motor seagull fueraborda, que debía arrancar cuando le viniese en gana. No pudo ocultar fruncir el entrecejo al observar con más detenimiento al Siete Mares, alguien le había jugado una mala pasada. En la agencia le aseguraron que éste era un buen encargo, debía pilotar un viejo velero de rancio abolengo en un viaje, cuyo destino era, para él, todavía una incógnita, pero que le alejaría de tierra varios meses y aunque no arrastraba tras de sí una turbia historia que olvidar, ni dejaba en puerto un amor maldito que le empujara mar adentro, ni tampoco llevaba en su viejo petate ni uno solo de los ingredientes que aderezan cualquier relato de ambiente marinero, necesitaba poner distancia de por medio y una vez más, el mar le parecía el lugar más alejado de todo y de todos. Añoraba esas horas en las que la esclavitud de las guardias o la liberación de ellas le permitían estar solo, pendiente del horizonte, fumando acodado en la regala o con los ojos vacíos de pensamientos era todo lo que le pedía a la vida en ese momento, necesitaba sentirse abrazado por el mar azul, en silencio. Eso y que la maldita herida no le volviera a doler. Le echó una última mirada al bote, con idea de girar sobre sus talones y salir huyendo y pensó que del Siete Mares bien se podía decir que era rancio, pero desde luego no afloraba por ninguna parte su tan cacareado abolengo. Para entonces se había acercado a la proa un tipo rechoncho, debería rondar los sesenta años, su piel cetrina endurecida por el sol no ocultaba una mirada serena y pícara, que contrastaba con una ristra de dientes desalineados y amarillos que sobresalían de su ancha cara, sus ojos grises le miraban divertido, sin duda se había dado cuenta de su sorpresa, se presentó como Manuel mientras le sonreía. De un brinco, propio de un marino avezado, bajó del Siete Mares y se plantó en el pantalán, le tendió la mano y estrechándosela efusivamente le dijo: - Bienvenido por fin Esteban, me alegro de conocerte – Esteban adivinaba en la escrutadora mirada de Manuel su extrañeza por su aspecto y seguro que estaba sopesando la información que de él mismo le habían dado en la Agencia. - Casi treinta años de marino mercante, dé usted nombre del buque y su ruta y seguro que habrá estado antes o después... sólo es feliz embarcado y por el sueldo no se preocupe, no necesita mucho tan solo algo que le ayude a vivir hasta el día siguiente, eso sí que le quede algo para que su ex mujer le deje en paz - esa era la tarjeta de visita que, en la Agencia habían dado de Esteban, en fin todo por embarcar de nuevo, esta vez en un velero. -Sube el petate a la chalupa y te llevo al Siete Mares lo tengo fondeado fuera de la bocana. voy y vengo con este bote, verás, peso demasiado para una de esas cosas ridículas de goma, me parecería andar sentado en un anillo para almorranas... -añadió mientras se abría entero en otra gran risotada al observar la cara de estupor que se le había quedado a un Esteban confuso. El british seagull arrancó inesperadamente a la primera y el bote comenzó a moverse dejando tras de sí una humareda espesa, fruto de la mezcla al doce por ciento que gastaba, Esteban sonreía, si seguían así pronto los demás barcos harían sonar sus bocinas de niebla, pensó, mientras, Manuel entre carcajadas decía, que tanto humo le facilitaba la pesca pues los peces nunca podían imaginar que tras esa densa nube pudiera haber un bote al acecho con sus cañas y volantines. El mar estaba plano como un espejo, pero el bote avanzaba trabajosamente, empujado por aquel desvencijado motor que más que navegar se diría que se arrastraba por una empinada cuesta, hasta que a pocas brazadas de abordar al Siete Mares, varias taquicárdicas explosiones lo pararon definitivamente sin remisión. Alcanzaron el barco con un par de remadas. Le gustó. Le gustó mucho ya cuando lo adivinaba entre la humareda del fuera borda. Embarcaron los remos y protegieron los cascos de ambas embarcaciones con unos brazos raudos que se iban a la maniobra sin pensar, como dos autómatas. - Ya no estoy para estos francobordos tan altos - le espetaba Manuel tras el esfuerzo. Sudoroso, Esteban alzó la vista y observó de nuevo la majestuosa silueta del Siete Mares, dibujándose perfecta contra el nítido azul de la mañana, anticipándose a su intriga por ver gente sobre el puente, Manuel, se apresuró a explicarle. - No, no creas que tengo ya la tripulación completa, ojalá pero no, de momento me arreglo con marineros del varadero que se han ofrecido a trabajar por su cuenta, buena gente, el de arriba en las crucetas es un tal Embat, y revisando el motor está un tal Panxut, a ese hay que dejarle que haga lo que le venga en gana, va a su aire, pero nunca le terminan sobrando piezas, las usa todas, aunque quizás para otra cosa distinta de la original, dicen que es un fuera de serie con las herramientas, aunque también dicen de él que no siempre las ha usado para lo que debería y que más vale no contravenir sus caprichos. – finiquitó la aclaración encogiéndose de hombros. Esteban sonrió y con una ligereza asombrosa trepó por la escala encaramándose a la borda y saltando a la cubierta, momento en el que una aguda punzada le recordó su maltrecho pie, lo que se reflejó en una leve mueca involuntaria, pero curtido como estaba en mil batallas, no le iba a arredrar una pequeña herida, recordó por un instante aquel ataque de un tiburón tigre que había arponeado en Tahití y que aun moribundo casi le arranca su brazo derecho. Ese doloroso recuerdo dejó pasó a una sosegada alegría, ya se encontraba a bordo del Siete Mares, estaba deseoso de revisar su nuevo barco y discutir con el armador el destino de la singladura, todo parecía perfecto, aunque no se quitaba de la cabeza la advertencia que Manuel le había hecho sobre el tal Panxut, le intrigaba y no sabía si debía temerle por ello, un barco podía llegar a ser muy pequeño si surgían desavenencias en alta mar. La cubierta limpia y despejada dejaba ver el lustre de las maderas nobles utilizadas para construir el velero.
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La vela hay que velarla, y si no, no largarla ![]() "No soy un fulano con la lágrima fácil, de esos que se quejan sólo por vicio. Si la vida se deja yo le meto mano y si no aun me excita mi oficio .............. Jamboequipoderegatas
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#5
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CAPITULO II
El sol casi estaba en su cenit, mientras la tripulación se apremiaba con las labores de ajuste del velero, Panxut revisaba el motor con paciencia infinita y Embat adujaba los cabos con esmero. Le causó buena impresión la ordenada maniobra, de la embarcación, y así se lo hizo saber a Manuel que sonrió satisfecho, al tiempo que le indicaba con un simple gesto que diera un vistazo al sudoeste, donde unos oscuros y tenebrosos nubarrones se estaban estableciendo. - Parece una tormenta tropical, explicó Manuel, pero debemos controlar que no se convierta en un huracán. Voy a bajar al tambucho a mirar el parte y si viene para acá, zarparemos inmediatamente para poner agua de por medio. - Esta bien, por si acaso, comprobaré el fondeo- dijo Esteban El barco parecía bien arraigado y el mar tranquilo poco más necesitaba, aunque desde luego no era un buen fondeo si se levantaba viento duro, era poco profundo y sin abrigo, pero de momento no necesitaba más atención. Por uno minutos quedó a solas esto le daba la ocasión para escudriñar con más detenimiento el barco, aunque su avezado ojo ya le hablaba vida y milagros de su nuevo pupilo los barcos pasaban a ser casi personas para él, si decidía hacerse cargo de alguno, buen barco, según le había explicado Manuel, un Baltic Trader ketch, construido en Dinamarca para alguna pesquería en principio, tan robusto como para pelearse con los hielos de Islandia en invierno o los calamentos de redes cerca de las rocas aflorantes de los fiordos noruegos persiguiendo bacaladas. Luego seria adecentado, comprado en subasta por un particular y usado de morada flotante en algún canal de Amsterdam. Lo que ignoraba era como había terminado en el Mediterráneo y en manos de Manuel, cocinero de buque de línea, como llegaría a saber mas tarde. Tras esta primera toma de contacto decidió mirar hacia el puerto, quizás para ver lo que iba a dejar atrás tras tomar la decisión más arriesgada en lo que llevaba de año. Su rostro, extraña mezcla de melancolía y cierto aire de seguridad y satisfacción por haberse embarcado en lo que podría ser una aventura sin precedentes, experimentó un brusco cambio seguido de la segregación de sudor frío mientras observaba cómo la grúa se llevaba el viejo coche que dejó mal aparcado por las prisas. La rabia se apoderó momentáneamente de su estado de ánimo y no paró de gritar improperios referidos al conductor y su familia durante tres largos minutos. Con el sentimiento de impotencia, característico de estos casos; cogió el móvil, escaso de batería quiso hacer una última llamada digital a tierra. Es evidente que su ex mujer cuando escuchó esa petición de recoger el coche y pagar la pertinente multa, no prolongó la conversación más de lo necesario, permitiendo que la batería de nuestro protagonista mantuviera un nivel de carga suficiente como para hacer, en el futuro, una llamada más, la cual se convertiría en la más importante de su vida. Manuel salió decidido del tambucho arreó unos fuertes mamporrazos a una campana de bronce. - Preparados para zarpar!- gritó con todo el aliento que tenía. - Todo el mundo a cubierta! Y al momento Panxut, Embat y Comodoro se reunieron con ellos. Esteban disimulaba su cojera aunque a cada paso que daba con el pie malo, notaba como si lo hundiera en el fango, por causa de la sangre empapada en los vendajes. - Tenemos una tormenta tropical que se acerca; viene directa hacia aquí. No creo que se convierta en huracán, pero zarpamos inmediatamente porque dudo que el fondeo aguante unos vientos de Beaufort 8 y más allá. En el mar estaremos mas seguros, bueno, por lo menos Siete Mares estará más seguro. - Pero yo no venía con vosotros, yo solo estaba repasando el motor- argumentó Comodoro. - Por el momento no hay elección, el motor del auxiliar no funciona y a remo dudo que alcanzaras la costa. Además nos harán falta todos los brazos que podamos disponer- concluyó Manuel, sin admitir respuesta. - ... y piernas!- pensó Esteban. - Levad el ancla! - Izad la Mayor con un rizo, zarpamos! Sólo se oyó el sordo ruido de la cadena sobre el barbotén y el de la driza de la mayor bajo las poleas. La pesada ancla quedó a pique casi al momento, pendulando bajo la amura. Un último esfuerzo para estibarla junto al bauprés y todo listo para cortar el agua. Esteban ordenó izar el foque. -Dónde está el enrrollador? Preguntó inocente Panxut. -En mi barco,- repuso el armador- mariconadas las justas!. El tono disgustó a todos, pero poco a poco iban a conocer el verdadero carácter del armador. Esteban ordenó la maniobra con precisión milimétrica, izaron el foque y mayor y tomaron rumbo SW. Mientras la tripulación cumplía sus ordenes a la perfección, Esteban aprovechó para bajar a su cabina y ponerse el traje de aguas, la cabina era más bien estrecha y repleta de enseres inservibles, más parecía un cajón de sastre que el camarote del capitán, mientras se cambiaba de ropa para ponerse más cómodo, se observó en un viejo espejo atornillado a la pared, a sus casi cincuenta años aun se conservaba bien, era espigado y de hombros anchos, su cara alargada rematada con un mentón recto y duro, sus ojos grandes color avellana y una profunda cicatriz que nacía en la ceja izquierda y resbalaba por su mejilla hasta perderse entre una barba de varios días, le daban un aspecto entre descuidado e inquietante, se quedó pensativo por unos segundos recordando el porqué de la cicatriz, el sonido de una baliza retumbó en sus oídos devolviéndole a la realidad se embutió rápidamente en su traje de aguas y subió a cubierta cuando el Siete Mares se deslizaba raudo, al través, el arrecife sur. Tan pronto como rebasaron el atolón, bordaron hacia el oeste. Esteban cogió la imponente rueda de madera de roble y sintió la potencia que le transmitía el barco. El mar estaba formándose con una rapidez inusual y el viento aumentaba mientras las nubes negras se desplazaban a gran velocidad unas millas por delante de la proa descargando grandes y oscuras virgas cerca de la costa, Esteban arribó 30º a babor y mandó ajustar las velas recibiendo el viento por la aleta descargando la jarcia de presión, después de todo, parecía que no iba a ser para tanto. El barco se deslizaba por las aguas azules salpicadas de espuma con gran potencia y estabilidad, apenas acusaba el oleaje y se impulsaba a diez nudos con suma facilidad, esas eran las sensaciones que necesitaba, si no fuera porque sudaba, primero pensó que era a causa de recomponer el rumbo con la rueda para acompasar el barco al paso de la ola, después pensó que era a causa del calor y el bochorno provocado por la humedad en el ambiente, hasta que cayó en la cuenta que sudaba, temía, por causa de la fiebre que le producía la herida que se había hecho en el pie, lamentó no haber seguido los consejos de la linda enfermera, pero como iba a descansar pudiendo embarcar en el Siete Mares. Apenas media hora más tarde lo que parecía una tormenta tropical se quedó en un simple chubasco pasajero y Panxut decidió bajar a la sala de máquinas para continuar con los ajustes del motor. Manuel despareció bajo la cubierta para volver a aparecer al cabo de unos minutos, portaba una gran bandeja y sobre ella un precioso atún, tres caracolas y una Langosta, y sonriendo le indicó que ya que todo estaba más calmado se retiraba a sus verdadero dominios: la gran cocina-bodega de a bordo, donde casi con habilidad musical, limpiaría prepararía el rancho del mediodía con lo que durante la noche habían pescado, junto a la bocana. Pronto el gran caldero bulliría al fuego de una antigua estufa. A Manuel, cocinero de buena formación académica, escuela sindical de hostelería en su juventud, no le había resultado difícil entrar a trabajar para una Compañía de Navegación extranjera y embarcar como cocinero en los buques que le fueran asignando cada sucesiva temporada, Liners, Ferrys, Bulk carriers, Roll-Ons ... bien se podía sentir satisfecho de historia culinaria, al fin y a la postre por sus habilidades entre fogones le había llegado el Siete Mares, sonrío, volcándose en el delicioso suquet que estaba preparando. Esteban dio ordenes de virar de nuevo buscando el puerto, el barco aun necesitaba ciertos retoques y avituallarlo para el viaje, el viento había bajado hasta unos perezosos seis nudos y el mar se calmaba por momentos, cedió la rueda a Embat y se dispuso a bajar a la cocina para intercambiar impresiones con Manuel. Bajando la escala topó de frente con una preciosa muchacha que subía veloz hacía cubierta, se quedó mirándola sorprendido, no tendría más de 20 años, era delgada, pero bien formada, iba descalza, vestía unos pantalones ajustados, por debajo de la rodilla, y una camiseta blanca de tirantes que marcaban su sugerente silueta, se giró nerviosa y pudo verle la cara, unos hermosos ojos azules le observaron curiosos y por unos instantes le pareció ver que le sonreía, hasta que dándole la espalda se fue hasta el bauprés donde se sentó observando el horizonte. Manuel que se había asomado hasta la puerta de la cocina, le sonrió, diciéndole. -Es la grumete del barco, la conocí hace años, estaba sola y abandonada y desde entonces no se ha separado de mí, aunque nació tierra adentro lleva el mar en la sangre, de pequeña le quitaron la fantasía, la sonrisa, aunque te parezca un poco arisca, sólo necesita un poco de cariño y su parte de océano y brisa. A todo el mundo le fantasea con que es hija de un verdadero pirata- sonrió Manuel- se siente feliz a bordo del Siete Mares y sueña con filibusteros, contrabandistas, bucaneros, pero de momento deberá conformarse con este viejo pirata y con el Siete Mares como Manuel. Le gustaría vivir mil aventuras de tesoros, cañones, banderas y hasta sirenas, disfrutar en secreto de aventuras fantásticas, aunque desde luego no se puede quejar, a su edad ya ha navegado desde Ámsterdam, hasta Italia. Sueña con su particular Ítaca, navegando a solas con hombre guapo, apasionado, pero eso sí- rió a carcajadas- que sepa resolver problemas cotidianos sobre mástiles, molinetes, tormentas...., como verás nada de mediocridades, ni ignorantes, vamos un auténtico pirata de los de antes. Disculpa que no te hubiera hablado de ella antes, pero apenas tuve tiempo. Ah! Aprovecho para decirte que no te sorprendas si ves un viejo loro volar por la cubierta, es suyo, lo que le faltaba, parece la herencia de un viejo bucanero. Mientras escuchaba a Manuel, Embat orzó unos grados a estribor. Un par de horas después estaban todos sentados en la Taberna del Puerto, era su primer viaje y debía invitar a unas rondas a la tripulación., entre ron y ron los tripulantes empezaron a contar sus historias, algunas ciertas otras no tanto, el turno le llegó a Embat, se mesó los cabellos en la evocación, confiando que el poco tinte que le quedaba en su rala cabellera aguantase y contribuyese a esa apariencia algo menor, de edad indefinida de hombre curtido.
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CAPÍTULO PRIMERO -
Deslizaba los pies con parsimonia por el pantalán, arrastrando tras de sí su viejo petate cargado con las pocas pertenencias que necesitaba, un traje de aguas parcheado, un par de jerséis, ropa interior, una navaja multiusos, un viejo compás de marcaciones y poco más. Todavía faltaban dos horas para amanecer y la niebla cubría el puerto emboscando el eco de la baliza del arrecife sur. Los barcos, perfectamente alineados, dormitaban movidos perezosamente por las aguas, empapados por la humedad. Hacía frío, desde luego no parecía un buen día para enrolarse en un velero del que conocía poco más que su nombre, Siete Mares. Apenas le habían hablado del barco, sólo que se trataba de un velero clásico y de diseño nórdico. Cada vez había más incompetentes trabajando en la agencia de transporte naval, pensó. Cuando imaginaba al Siete Mares, le venían a la memoria los antiguos grabados de su abuelo, también marino, recordando estas ilustraciones de antiguos veleros, y especialmente una, un viejo Clíper dedicado al transporte de mercancías en la costa Este norteamericana, le parecía que, a veces, la realidad era como una sucesión virtual de dibujos imaginarios con algún que otra trazo suelto, fugaz, delicado, turbador, como la esfinge de una mujer, de tantas y tantas mujeres que habían dejado huella en su vida. Las sombras de la noche jugueteaban con los barcos. Tranquilamente, sin despertar sus pensamientos medio dormidos, se encendió un cigarrillo y comenzó a fumar de forma pausada, le gustaba llegar con tiempo y ver amanecer en el puerto. Con la vista fija en el oscuro horizonte esperaba ver asomar las velas del Siete Mares. Debía recalar al final del muelle antes del amanecer, para embarcarlo. Caminaba cadenciosamente por el muelle flotante y no cayó en la cuenta que aquel maldito clavo se había ido soltando del pantalán con el vaivén de las olas. Mediría como poco unos siete centímetros y le devolvió a la realidad penetrando en su pie hasta el mismo hueso, como lo hacían las malas ideas de tanta gente perversa con la que se había topado a lo largo de su vida. El dolor era insoportable y apenas unos instantes habían bastado para teñir el suelo de un rojo intenso. Alcanzó a duras penas su viejo coche, aparcado a la salida del puerto, como pudo lo puso en marcha y se dirigió sin perdida de tiempo al hospital más cercano. - Para un viejo pellejo como tú, esto va a ser poca cosa - le espetó la enfermera mientras intentaba camuflar el tamaño real de la jeringuilla que se proponía administrarle como prevención antitetánica. Él se sonrió ante tan pueril estratagema innecesaria para su viejo cuerpo, verdadera antología de desgarros y malos tajos acumulados en mil peleas de taberna portuaria en busca de los favores de las bellas del lugar, cuando no, recibiendo los muchos sinsabores que depara el destino al que arriesga su vida en un mar embravecido. Con un dolor insoportable, tras el pinchazo de la joven enfermera, regresó caminado torpemente hacia su coche, maldiciéndose por no haber estado pendiente de ese maldito clavo oxidado y esperando que el anestésico local que le habían suministrado hiciera efecto de una puñetera vez. Ya era tarde, había quedado con Manuel, el armador del Siete Mares a las ocho de la mañana pero el incidente lo había retrasado. Eran casi las nueve, debía darse prisa, decidió que el dolor no le fastidiaría su primer día a bordo del Siete Mares y se apresuró para no perder ni un minuto más en enrolarse en su nuevo destino, arrancó su viejo Renault y puso rumbo al puerto, casi derrapando, frenó el coche junto a una vieja caseta de pescadores y llegó, no sin cierta dificultad hasta el pantalán donde debía encontrarse con Manuel y el soñado, Siete Mares. Finalmente lo encontró meciéndose suavemente con la brisa y el oleaje. Tuvo que leer dos veces el letrero que figuraba en la amura de estribor, el Siete Mares era un pequeño bote de pesca de escasos cinco metros de eslora, su esmirriado palo parecía más resignado en mantener su propia y precaria verticalidad que en la posibilidad de envergar nada que pudiera parecerse a una vela. La estampa se remataba con un viejo motor seagull fueraborda, que debía arrancar cuando le viniese en gana. No pudo ocultar fruncir el entrecejo al observar con más detenimiento al Siete Mares, alguien le había jugado una mala pasada. En la agencia le aseguraron que éste era un buen encargo, debía pilotar un viejo velero de rancio abolengo en un viaje, cuyo destino era, para él, todavía una incógnita, pero que le alejaría de tierra varios meses y aunque no arrastraba tras de sí una turbia historia que olvidar, ni dejaba en puerto un amor maldito que le empujara mar adentro, ni tampoco llevaba en su viejo petate ni uno solo de los ingredientes que aderezan cualquier relato de ambiente marinero, necesitaba poner distancia de por medio y una vez más, el mar le parecía el lugar más alejado de todo y de todos. Añoraba esas horas en las que la esclavitud de las guardias o la liberación de ellas le permitían estar solo, pendiente del horizonte, fumando acodado en la regala o con los ojos vacíos de pensamientos era todo lo que le pedía a la vida en ese momento, necesitaba sentirse abrazado por el mar azul, en silencio. Eso y que la maldita herida no le volviera a doler. Le echó una última mirada al bote, con idea de girar sobre sus talones y salir huyendo y pensó que del Siete Mares bien se podía decir que era rancio, pero desde luego no afloraba por ninguna parte su tan cacareado abolengo. Para entonces se había acercado a la proa un tipo rechoncho, debería rondar los sesenta años, su piel cetrina endurecida por el sol no ocultaba una mirada serena y pícara, que contrastaba con una ristra de dientes desalineados y amarillos que sobresalían de su ancha cara, sus ojos grises le miraban divertido, sin duda se había dado cuenta de su sorpresa, se presentó como Manuel mientras le sonreía. De un brinco, propio de un marino avezado, bajó del Siete Mares y se plantó en el pantalán, le tendió la mano y estrechándosela efusivamente le dijo: - Bienvenido por fin Esteban, me alegro de conocerte – Esteban adivinaba en la escrutadora mirada de Manuel su extrañeza por su aspecto y seguro que estaba sopesando la información que de él mismo le habían dado en la Agencia. - Casi treinta años de marino mercante, dé usted nombre del buque y su ruta y seguro que habrá estado antes o después... sólo es feliz embarcado y por el sueldo no se preocupe, no necesita mucho tan solo algo que le ayude a vivir hasta el día siguiente, eso sí que le quede algo para que su ex mujer le deje en paz - esa era la tarjeta de visita que, en la Agencia habían dado de Esteban, en fin todo por embarcar de nuevo, esta vez en un velero. -Sube el petate a la chalupa y te llevo al Siete Mares lo tengo fondeado fuera de la bocana. voy y vengo con este bote, verás, peso demasiado para una de esas cosas ridículas de goma, me parecería andar sentado en un anillo para almorranas... -añadió mientras se abría entero en otra gran risotada al observar la cara de estupor que se le había quedado a un Esteban confuso. El british seagull arrancó inesperadamente a la primera y el bote comenzó a moverse dejando tras de sí una humareda espesa, fruto de la mezcla al doce por ciento que gastaba, Esteban sonreía, si seguían así pronto los demás barcos harían sonar sus bocinas de niebla, pensó, mientras, Manuel entre carcajadas decía, que tanto humo le facilitaba la pesca pues los peces nunca podían imaginar que tras esa densa nube pudiera haber un bote al acecho con sus cañas y volantines. El mar estaba plano como un espejo, pero el bote avanzaba trabajosamente, empujado por aquel desvencijado motor que más que navegar se diría que se arrastraba por una empinada cuesta, hasta que a pocas brazadas de abordar al Siete Mares, varias taquicárdicas explosiones lo pararon definitivamente sin remisión. Alcanzaron el barco con un par de remadas. Le gustó. Le gustó mucho ya cuando lo adivinaba entre la humareda del fuera borda. Embarcaron los remos y protegieron los cascos de ambas embarcaciones con unos brazos raudos que se iban a la maniobra sin pensar, como dos autómatas. - Ya no estoy para estos francobordos tan altos - le espetaba Manuel tras el esfuerzo. Sudoroso, Esteban alzó la vista y observó de nuevo la majestuosa silueta del Siete Mares, dibujándose perfecta contra el nítido azul de la mañana, anticipándose a su intriga por ver gente sobre el puente, Manuel, se apresuró a explicarle. - No, no creas que tengo ya la tripulación completa, ojalá pero no, de momento me arreglo con marineros del varadero que se han ofrecido a trabajar por su cuenta, buena gente, el de arriba en las crucetas es un tal Embat, y revisando el motor está un tal Panxut, a ese hay que dejarle que haga lo que le venga en gana, va a su aire, pero nunca le terminan sobrando piezas, las usa todas, aunque quizás para otra cosa distinta de la original, dicen que es un fuera de serie con las herramientas, aunque también dicen de él que no siempre las ha usado para lo que debería y que más vale no contravenir sus caprichos. – finiquitó la aclaración encogiéndose de hombros. Esteban sonrió y con una ligereza asombrosa trepó por la escala encaramándose a la borda y saltando a la cubierta, momento en el que una aguda punzada le recordó su maltrecho pie, lo que se reflejó en una leve mueca involuntaria, pero curtido como estaba en mil batallas, no le iba a arredrar una pequeña herida, recordó por un instante aquel ataque de un tiburón tigre que había arponeado en Tahití y que aun moribundo casi le arranca su brazo derecho. Ese doloroso recuerdo dejó pasó a una sosegada alegría, ya se encontraba a bordo del Siete Mares, estaba deseoso de revisar su nuevo barco y discutir con el armador el destino de la singladura, todo parecía perfecto, aunque no se quitaba de la cabeza la advertencia que Manuel le había hecho sobre el tal Panxut, le intrigaba y no sabía si debía temerle por ello, un barco podía llegar a ser muy pequeño si surgían desavenencias en alta mar. La cubierta limpia y despejada dejaba ver el lustre de las maderas nobles utilizadas para construir el velero.
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La vela hay que velarla, y si no, no largarla ![]() "No soy un fulano con la lágrima fácil, de esos que se quejan sólo por vicio. Si la vida se deja yo le meto mano y si no aun me excita mi oficio .............. Jamboequipoderegatas
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