![]() |
|
|
|
| VHF: Canal 77 |    | ![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
|
#11
|
||||
|
||||
|
Desde la terraza de la casa vimos cómo iba cayendo la tarde. Recordamos que mi padre hubiese dicho que asistíamos al nacimiento de la noche, que surge poco a poco por el horizonte del Este, en vez de a la muerte del día, que tiene lugar en un sangriento Poniente que no era posible ver desde la casa.
Por continuar con los recuerdos, Elisabetta destapó una botella de vino barolo tradicional, de Fontanafredda, que era muy apreciado por mi padre. Aunque a mí siempre me pareció poco refinado, lo bebí con gusto a su memoria. Incluso me permití imitar los chasquidos de su lengua cuando lo bebía y, imitando su voz, comenté que aquel vino, que en Francia sería usado para hacer alcohol de quemar, tenía el innegable valor de lo auténtico. Elisabetta me miraba sonriente, aunque con un ligero brillo acuoso en los párpados. Nunca supiste apreciar el vino, me dijo. El rioja español te ha matado el paladar. Suspiró levemente antes de dar un sorbo de mi vaso. Te miro, dijo, y pienso en lo injusto que es el tiempo con las mujeres: a partir de los cincuenta, nosotras nos hacemos mayores y, en cambio, algunos hombres os volvéis interesantes. Ahí estás tú, pontificando sobre un vino que no entiendes, canoso ya, pero manteniendo algo del encanto animal que, según creo, habéis heredado los de tu familia desde tu bisabuelo. No hay derecho. Pero dime, ¿qué tienes que hablar conmigo? Le conté que, más o menos, me veía a punto de repetir la historia de mi padre. Le hablé de lo duramente que estaba luchando para no enamorarme de una muchacha joven y bella. Demasiado joven y dolorosamente bella. Le dije que deseaba oír de sus labios el balance final de su historia, su dictamen sobre el problema de la gran diferencia de edad entre los amantes. ¿Volvería ella a hacer lo mismo? La felicidad que había obtenido ¿había valido la pena? Suspiró de nuevo y esta vez se sirvió un poco de vino en un vaso. Tu padre, me dijo, nunca fue mayor que yo. Conservó hasta el final un deseo de vivir y una alegría que tú o no has tenido jamás, o perdiste hace mucho tiempo. Creo que recibiste de tu madre la inclinación a contemplar las cosas de un modo demasiado trágico. Es como si pensaras que, ya que la vida ha de perderse tarde o temprano, más vale entregarse a la fatalidad sin lucha. Sí, yo volvería a casarme con tu padre. Y si fuera joven otra vez, tal vez también me enamoraría de un hombre como tú, pero con mi experiencia de ahora sé que contigo cometería un error. Tú estás hecho para disfrutar de la vida contemplándola en soledad y recogimiento e interviniendo en ella por la vía de la norma, que es el modo de intervenir poco. Para hacer feliz a una mujer joven necesitas más fuego que sentimiento. ¿Por qué te piensas que tu mujer se fue? Si puedes, no te enamores. Deja a esa chica en paz. Durante varios segundos sentí el mismo aturdimiento que si me hubiese atizado en la cabeza con un guante de boxeo. Tartamudeé un poco al contestarle que ella no había llegado a conocer a mi mujer. Por pocos meses, pero nunca la había conocido. Con una sonrisa entre irónica y divertida me preguntó ¿y tú crees que eso me hace falta? En el horizonte del Nordeste se veían brillar los continuos relámpagos de una tormenta lejana. Con cada fogonazo era posible adivinar el contorno de unas nubes enormes que terminaban en forma de yunque. Maquinalmente observé el resto del cielo, que aparecía sereno, y concluí que, con toda probabilidad, la tormenta se alejaría sin molestarnos. Debe de estar lloviendo sobre Livorno, dije para cambiar de conversación. Elisabetta miró hacia la tormenta asintiendo. Pareció relajarse y, a partir de ahí, conversamos sobre otros temas más agradables o menos intensos. Hablamos de la casa en la que nos encontrábamos y de su curioso estatus: yo era el propietario, como heredero universal de mi padre, y ella era la usufructuaria. Yo me empeñaba en hacer frente a los gastos de reparación que no pudiese acometer y ella aseguraba tener recursos suficientes. Brindamos por la muerte violenta de los diseñadores de los planes tributarios europeos que, en su caso, habían sumado el total de la herencia internacional para calcular el tipo medio al que tenía que pagar el usufructo de la casa. Conjuramos los buenos recuerdos de un viaje que hicieron en mi barco hasta Mahé y en el que mi padre fascinó a toda la tripulación hasta el punto de convertirse casi en el capitán de hecho. Volví a declinar el derecho que, según el testamento, tenía para ocupar una de las habitaciones de la casa desde el 15 de junio hasta el 15 de septiembre de cada año. Eran más o menos las dos de la madrugada cuando consideré que era hora de marcharse. Habíamos pasado un buen rato y nos mentimos diciendo que haríamos lo posible por volvernos a ver pronto. Me acompañó hasta la cancela del jardín y, cuando me incliné para besar su mejilla, me encontré con su boca. Me mordió levemente el labio mientras exhalaba un suspiro agónico y engarfiaba su mano sobre una de mis nalgas: au revoir, Hippolyte, dijo, sonriendo, antes de soltarme. Ciao, Fedra! Contesté acariciando uno de sus senos. Volví a bordo y dormité sobre cubierta, esperando las primeras luces para zarpar. Cuando el alba me permitió divisar los altos árboles del cementerio sobre la colina, me llevé la mano al corazón, luego a los labios y después al aire, enviando monte arriba un beso para aquel hombre extraordinario, joven eterno, que había pasado por la vida llevando mi mismo nombre. |
|
|