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#476
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[SONETO PRIMERO]
A CLORI Sentir de una pasión viva ardiente todo el afán, zozobra y agonía; vivir sin premio un día y otro día; dudar, sufrir, llorar eternamente; amar a quien no ama, a quien no siente, a quien no corresponde ni desvía; persuadir a quien cree y desconfía; rogar a quien otorga y se arrepiente; luchar contra un poder justo y terrible; temer más la desgracia que la muerte; morir, en fin, de angustia y de tormento, víctima de un amor irresistible: ésta es mi situación, ésta es mi suerte. ¿Y tú quieres, crüel, que esté contento? Gaspar Melchor de Jovellanos
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..mis sueños son mentiras, que algún día dejaran de serlo. |
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#477
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De algún modo parecía como si la granja se hubiera enriquecido sin enriquecer a los animales mismos; exceptuando, naturalmente, los cerdos y los perros. Tal vez eso se debiera en parte al hecho de haber tantos cerdos y tantos perros. No era que estos animales no trabajaran a su manera. Existía, como Squealer nunca se cansaba de explicarles, un sinfín de labores en la supervisión y organización de la Granja. Gran parte de este trabajo tenía características tales que los demás animales eran demasiado ignorantes para comprenderlo. Por ejemplo, Squealer les dijo que los cerdos tenían que realizar un esfuerzo enorme todos los días con unas cosas misteriosas llamadas «ficheros», «informes», «actas» y «ponencias». Se trataba de largas hojas de papel que tenían que ser llenadas totalmente con escritura, y después eran quemadas en el horno. Esto era de suma importancia para el bienestar de la Granja, señaló Squealer. Pero de cualquier manera, ni los cerdos ni los perros producían nada comestible mediante su propio trabajo; eran muchos y siempre tenían buen apetito.
En cuanto a los otros, su vida, por lo que ellos sabían, era lo que fue siempre. Generalmente tenían hambre, dormían sobre paja, bebían del estanque, trabajaban en el campo; en invierno sufrían los efectos del frío y en verano de las moscas. A veces, los más viejos de entre ellos buscaban en sus turbias memorias y trataban de determinar si en los primeros días de la Rebelión, cuando la expulsión de Jones aún era reciente, las cosas fueron mejor o peor que ahora. No alcanzaban a recordar. No había con qué comparar su vida presente, no tenían en qué basarse exceptuando las listas de cifras de Squealer que, invariablemente, demostraban que todo mejoraba más y más. Los animales no encontraron solución al problema; de cualquier forma, tenían ahora poco tiempo para cavilar sobre estas cosas. Únicamente el viejo Benjamín manifestaba recordar cada detalle de su larga vida y saber que las cosas nunca fueron, ni podrían ser, mucho mejor o mucho peor; el hambre, la opresión y el desengaño eran, así dijo él, la ley inalterable de la vida. Y, sin embargo, los animales nunca abandonaron sus esperanzas. Más aún, jamás perdieron, ni por un instante, su sentido del honor y el privilegio de ser miembros de «Granja Animal». Todavía era la única granja en todo el condado —¡en toda Inglaterra!— poseída y gobernada por animales. Ninguno, ni el más joven, ni siquiera los recién llegados, traídos desde granjas a diez o veinte millas de distancia, dejaron de maravillarse por ello. Y cuando sentían tronar la escopeta y veían la bandera verde ondeando al tope del mástil, sus corazones se hinchaban de inextinguible orgullo, y la conversación siempre giraba en torno a los heroicos días de antaño, la expulsión de Jones, la inscripción de los siete mandamientos, las grandes batallas en que los invasores humanos fueron derrotados. Ninguno de los viejos ensueños había sido abandonado. La República de los animales que Mayor pronosticara, cuando los campos verdes de Inglaterra no fueran hollados por pies humanos, era todavía su aspiración. Algún día llegaría; tal vez no fuera pronto, quizá no sucediera durante la existencia de la actual generación de animales, pero vendría. Hasta la melodía de «Bestias de Inglaterra» era seguramente tarareada a escondidas aquí o allá; de cualquier manera, era un hecho que todos los animales de la granja la conocían, aunque ninguno se hubiera atrevido a cantarla en voz alta. Podría ser que sus vidas fueran penosas y que no todas sus esperanzas se vieran cumplidas; pero tenían conciencia de no ser como otros animales. Si pasaban hambre, no lo era por alimentar a tiranos como los seres humanos; si trabajaban mucho, al menos lo hacían para ellos mismos. Ninguno caminaba sobre dos pies. Ninguno llamaba a otro «amo». Todos los animales eran iguales. Un día, a principios de verano, Squealer ordenó a las ovejas que lo siguieran, y las condujo hacia una parcela de tierra no cultivada en el otro extremo de la granja, cubierta por retoños de abedul. Las ovejas pasaron todo el día allí comiendo hojas bajo la supervisión de Squealer. Al anochecer él volvió a la casa, pero, como hacía calor, les dijo a las ovejas que se quedaran donde estaban. Y allí permanecieron toda la semana, sin ser vistas por los demás animales durante ese tiempo. Squealer estaba con ellas durante la mayor parte del día. Dijo que les estaba enseñando una nueva canción, para lo cual se necesitaba aislamiento. Una tarde tranquila, al poco tiempo de haber vuelto las ovejas de su retiro —los animales ya habían terminado de trabajar y regresaban hacia los edificios de la granja—, se oyó desde el patio el relincho aterrado de un caballo. Alarmados, los animales se detuvieron bruscamente. Era la voz de Clover. Relinchó de nuevo y todos se lanzaron al galope entrando precipitadamente en el patio. Entonces contemplaron lo que Clover había visto. Era un cerdo, caminando sobre sus patas traseras. Sí, era Squealer. Un poco torpemente, como si no estuviera totalmente acostumbrado a sostener su gran volumen en aquella posición, pero con perfecto equilibrio, estaba paseándose por el patio. Y poco después, por la puerta de la casa apareció una larga fila de tocinos, todos caminando sobre sus patas traseras. Algunos lo hacían mejor que otros, si bien unto o dos andaban un poco inseguros, dando la impresión de que les hubiera agradado el apoyo de un bastón, pero todos ellos dieron con éxito una vuelta completa por el patio. Finalmente se oyó un tremendo ladrido de los perros y un agudo cacareo del gallo negro, y apareció Napoleón en persona, erguido majestuosamente, lanzando miradas arrogantes hacia uno y otro lado y con los perros brincando alrededor. Llevaba un látigo en la mano. Rebelión en la granja.- George Orwell |
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Se desató una terrible tempestad y, entonces, empecé a vislumbrar el terror y el asombro en los rostros de los marineros. El capitán, aunque estaba al tanto de las maniobras para salvar el barco, mientras entraba y salía de su camarote, que estaba junto al mío, murmuraba para sí: «Señor, ten piedad de nosotros, es el fin, estamos perdidos», y cosas por el estilo. Durante estos primeros momentos de apuro, me comporté estúpidamente, paralizado en mi cabina, que estaba en la proa; no soy capaz de describir cómo me sentía. Apenas podía volver a asumir el primer remordimiento, del que, aparentemente, había logrado liberarme y contra el que me había empecinado. Pensé que había superado el temor a la muerte y que esto no sería nada, como la primera vez, mas cuando el capitán se me acercó, como acabo de decir, y dijo que estábamos perdidos, me sentí aterrorizado. Me levanté, salí de mi camarote y miré a mi alrededor; nunca había visto un espectáculo tan desolador. Las olas se elevaban como montañas y nos abatían cada tres o cuatro minutos; lo único que podía ver a mi alrededor era desolación. Dos barcos que estaban cerca del nuestro habían tenido que cortar sus mástiles a la altura del puente, para no hundirse por el peso, y nuestros hombres gritaban que un barco, que estaba fondeado a una milla de nosotros, se había hundido. Otros dos barcos que se habían zafado de sus anclas eran peligrosamente arrastrados hacia el mar sin siquiera un mástil. Los barcos livianos resistían mejor porque no sufrían tanto los embates del mar pero dos o tres de ellos se fueron a la deriva y pasaron cerca de nosotros, con solo el foque al viento.
Hacia la tarde, el piloto y el contramaestre le pidieron al capitán de nuestro barco que les permitiera cortar el palo del trinquete, a lo que el capitán se negó. Mas cuando el contramaestre protestó diciendo que si no lo hacían, el barco se hundiría, accedió. Cuando cortaron el palo, el mástil se quedó tan al descubierto y desestabilizó la nave de tal modo, que se vieron obligados a cortarlo también y dejar la cubierta totalmente arrasada. Robinson Crusoe.- Daniel Defoe |
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#479
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Hoy está dedicado especialmente a Pulpete.
Pulpete, te he escaneado dos hojas del libro que te he comentado por privado. Aparte te pongo un fragmento del mismo, que seguro que recuerdas. Acaeció que, llegando a un lugar que llaman Almorox al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo de ellas en limosna. Y como suelen ir los cestos maltratados, y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano. Para echarlo en el fardel, tornábase mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, así por no poder llevarlo, como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentámonos en un valladar y dijo: -Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas y que hayas de él tanta parte como yo. Partillo hemos de esta manera: tú picarás una vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mismo hasta que lo acabemos, y de esta suerte no habrá engaño. Hecho así el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance, el traidor mudó propósito, y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debería hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, mas aún pasaba adelante: dos a dos y tres a tres y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano, y, meneando la cabeza, dijo: -Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que has tú comido las uvas tres a tres. -No comí -dije yo-; mas ¿por qué sospecháis eso? Respondió el sagacísimo ciego: -¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas. Reíme entre mí, y aunque muchacho, noté la discreta consideración del ciego. Lazarillo de Tormes.- ![]() ![]() |
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pulpete (06-03-2010) | ||
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#480
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Cita:
![]() Pues ese libro, es una auténtica joya!! ![]() Llevan unos cuantos historiadores nada menos que 50 años peleándose por saber la autoría del Lazarillo de Tormes, y ese libro, que data de 1884 ya lo indica!! ![]() Enhorabuena, por tener una biblioteca tan buena, y, sobre todo, por compartirla con nosotros. ![]() ![]() ![]() Guarda ese incunable bajo 7 llaves!! ![]() ![]() ![]()
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..el mar dará a cada hombre una nueva esperanza, al igual que el dormir le da sueños... |
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bueno, dejo un enlace a un interesante artículo sobre un excelente trabajo de Rosa Navarro Duran . . . quizás dentro de veinte años se le reconozca a Alfonso de Valdés la autoría o quizás haya otro trabajo en marcha que la asigne a otro . . . esto es un extracto del artículo
"APASIONANTE ENIGMA En la boscosa problemática que afecta al Lazarillo de Tormes (redacción 1525/ 1538) , uno de los puntos más debatidos es el referente a su autoría. El libro, considerado como anónimo, se ha atribuido a fray Juan Ortega, Diego Hurtado de Mendoza, Sebastián de Horozco, Pedro de Rúa, Hernán Núñez, Alfonso de Valdés, etc. Rosa Navarro acaba de publicar un apasionante trabajo defendiendo esta última candidatura. Su teoría, muy bien fundamentada, se basa sobre cinco pilares, que ahondan en puntos de vista cronológicos, históricos, ideológicos, antroponímicos y léxicos. En conjunto forman un corpus argumentativo de gran solidez. No cabe duda de que por todas estas razones, y por el perfil erasmista de muchos de sus rasgos -tema que algunos han minusvalorado, con razones poco convincentes- el Secretario de Cartas Latinas de Carlos V, el conquense Alfonso de Valdés, presenta sólidas credenciales para reclamar la autoría de la obra. Y no es que la cuestión quede definitivamente zanjada con este trabajo . . . http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/7067/Rosa_Navarro_Duran/ saludos y buen vino.
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![]() Quiero vivir la vida aventurera de los errantes pájaros marinos; no tener, para ir a otra ribera, la prosaica visión de los caminos. Poder volar cuando la tarde muera ... |
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#482
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Cita:
por el artículo,Slocum!!![]() No me extraña que haya varios autores que se quieran atribuir el libro, dado que, es de las mejores obras de arte, y que mejor identifican la picaresca española jamás escritas!! ![]() ![]() ![]()
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#483
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Cultivo Una Rosa Blanca
En Mayo Como En Enero Para El Amigo Sincero Que Me Da Su Mano Franca Y Para El Cruel Que Me Arranca El Corazon Con Que Vivo Cardo Ni Ortiga Cultivo Cultivo Una Rosa Blanca Jose Marti |
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#484
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Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria, hay besos que se dan con la mirada hay besos que se dan con la memoria. Hay besos silenciosos, besos nobles hay besos enigmáticos, sinceros hay besos que se dan sólo las almas hay besos por prohibidos, verdaderos. Hay besos que calcinan y que hieren, hay besos que arrebatan los sentidos, hay besos misteriosos que han dejado mil sueños errantes y perdidos. Hay besos problemáticos que encierran una clave que nadie ha descifrado, hay besos que engendran la tragedia cuantas rosas en broche han deshojado. Hay besos perfumados, besos tibios que palpitan en íntimos anhelos, hay besos que en los labios dejan huellas como un campo de sol entre dos hielos. Hay besos que parecen azucenas por sublimes, ingenuos y por puros, hay besos traicioneros y cobardes, hay besos maldecidos y perjuros. Judas besa a Jesús y deja impresa en su rostro de Dios, la felonía, mientras la Magdalena con sus besos fortifica piadosa su agonía. Desde entonces en los besos palpita el amor, la traición y los dolores, en las bodas humanas se parecen a la brisa que juega con las flores. Hay besos que producen desvaríos de amorosa pasión ardiente y loca, tú los conoces bien son besos míos inventados por mí, para tu boca. Besos de llama que en rastro impreso llevan los surcos de un amor vedado, besos de tempestad, salvajes besos que solo nuestros labios han probado. ¿Te acuerdas del primero...? Indefinible; cubrió tu faz de cárdenos sonrojos y en los espasmos de emoción terrible, llenaron sé de lágrimas tus ojos. ¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso te vi celoso imaginando agravios, te suspendí en mis brazos... vibró un beso, y qué viste después...? Sangre en mis labios. Yo te enseñe a besar: los besos fríos son de impasible corazón de roca, yo te enseñé a besar con besos míos inventados por mí, para tu boca. Poemas de Gabriela Mistral
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..mis sueños son mentiras, que algún día dejaran de serlo. |
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#485
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Ahora nos quedan sus libros
Miguel Delibes. El Camino Daniel “el mochuelo” que ese es su apodo vive en un pueblecito lleno de montañas. Sus padres son los queseros del pueblo, y sus dos mejores amigos son: Roque “el Moñigo” y Germán “el Tiñoso”, siempre van juntos y disfrutan los tres de sus chiquilladas y trastadas. “El Tiñoso” sabe mucho de pájaros y de ahí su nombre porque dicen que las calvas que tiene en la cabeza se las produjeron estos. “El Moñigo” es el más fuerte del grupo tanto que se atreve a pegar a los músicos que al pueblo cuando hay romería. Y como Daniel es el más tímido y callado se siente muy agusto con ellos. Así transcurre la vida en el pueblo. Las más cotillas del pueblo son “las Guindillas” las llaman así porque están coloradas como cerezas y son delgadas como una escoba. Un día “el Tiñoso” le robó una lupa a su padre, a ellos les gustó mucho y observaban todo a través de ella como se aburrían fueron ala tienda de las guindillas a comprar galletas, estas les ofrecieron las de la caja roja que eran más caras que las del escaparate pero encima de estas estaba el gato. Los chiquillos como no tenían mucho dinero compraron las del escaparate. Pero se pararon a pensar que sucediese si enfocasen a través del cristal con la lupa al gato. Entonces a los cinco minutos el gato saltó un maullido y “las guindillas” les hecharon una buena bronca. En el pueblo había gente que prosperaba, algunos se iban a la ciudad y otros a las Américas como el Indiano este se fue de joven y regresó al pueblo rico, con una mujer rubia que hablaba inglés y una hija de once años muy guapa, de la cual los tres chicos estaban enamorados. En verano iban a bañarse a la poza del inglés, también iban a la taberna del manco a comprar por medio real sidra. Daniel cuando se paraba a pensar que se tenía que ir a la ciudad a estudiar le entraba una cosa por el cuerpo y se entristecía más al saber que había dejado atrás a su gran amigo “el Tiñoso”. Este murió un día matando culebras (tontas de agua era como las llamaban ellos)cuando fue a tirar una piedra a una y se cayó para atrás y sé esnucó. Él se va a estudiar a la ciudad para hacerse un hombre de provecho (es lo que le decía su padre)como el hijo del boticario o el alcalde. Aunque lo que él quería verdaderamente era ser como su padre el quesero o un herrero, pero hay que seguir el camino.
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Avrei voglia di correre all’infinito e vedermi arrivare sempre prima di me e Avrei tanta voglia di te B. Costa |
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#486
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XII - El matacán del majuelo El matacán del majuelo del tío Saturio llegó a ser una obsesión en el pueblo. El matacán, como es sabido, es una liebre que se resabia y a fuerza de carreras y de años enmagrece, se la desarrollan las patas traseras, se la aquilla el pecho y corta el viento como un dalle. Por otra parte, la carne del matacán no es codiciada, ya que el ejercicio la endurece, el sabor a bravio se acentúa y por lo común no hay olla que pueda con ella. Esto quiere decir que el afán por cazar el matacán no lo inspiraba la apetencia de la presa sino que era una simple cuestión de amor propio. La liebre aquella se diría que tenía inteligencia, y sabedora que en el pueblo había buenos galgos, encamaba siempre en el majuelo del tío Saturio. De esta forma, cuando el galguero la arrancaba, sus fintas y quiebros entre las cepas le daban una ventaja inicial que luego incrementaba en el Otero del Cristo, ya que las liebres, como es sabido, corren mejor cuesta arriba que cuesta abajo. El matacán regateaba muy por lo fino y así que alcanzaba las pajas de la vaguada podía darse por salvada, ya que las laderas del Otero del Cristo la conducían al perdedero y, en fin de cuentas, a la libertad. De otro lado, si el Antonio o el Norberto le acechaban con la escopeta, el matacán se reprimía si el majuelo tenía hoja o se arrancaba largo si no la tenía, y en uno u otro caso, tanto el Antonio como el Norberto siempre erraban el disparo. Yo asistí a varios duelos entre los galgos del pueblo y el matacán y en todos, a excepción del último, salió vencedor el matacán. Al Sultán, el galgo del Ponciano, que era blando de pies, le dejaba para el arrastre después de cada carrera, mientras el Quin, el galgo de los hermanos Hernando, que agarraba la sarna cada primavera y andaban todo el tiempo untándole con pomada del Perú, rara vez se acercó al matacán más de tres cuerpos. En vista de ello, don Benjamín se creyó en el deber de poner su lebrel de Arabia y su caballo Hunter inglés al servicio del pueblo, pues ya empezaba a rumorearse por todas partes que el matacán era el mismísimo diablo, pese a que don Justo del Espíritu Santo nos instaba domingo tras domingo a acorazarnos contra la superstición lo mismo que se acorazaba Ávila tras sus murallas. Así, el día que el Silos, el pastor, cantó la presencia del matacán en el majuelo y don Benjamín con su Hunter inglés y su lebrel de Arabia se puso en movimiento, todo el pueblo marchó tras él. El duelo entre el matacán y el lebrel fue violento. El matacán de salida hizo uno de sus típicos esguinces tras la primera cepa, pero el lebrel, intuyéndolo, le atajó y llegó a tener por un momento el rabo de la liebre entre sus fauces. Luego, en las parras siguientes, el matacán regateó con tanta sabiduría que le sacó dos cuerpos al lebrel. Don Benjamín galopaba en el Hunter inglés voceando: «¡Hala, hala!», y así llegaron a las pajas del Otero del Cristo y, una vez que comenzó la pendiente, el matacán fue sacándole ventaja al perro hasta que se perdió de vista. Al cabo de un tiempo el lebrel regresó derrotado. Era un perro que desbarraba mucho y como el terreno estaba duro se le pusieron los pies calientes. Durante una semana, don Benjamín le tuvo amarrado, con unos botines de algodón empapados en aceite de enebro, y cuando le dio por curado se reunió con el Ponciano, el Antonio y los hermanos Hernando para estudiar la estrategia a seguir en su lucha con el matacán. La encerrona que le prepararon fue tan alevosa que el Antonio le derribó, al fin, de dos disparos desde su puesto, camino del perdedero, cuando el matacán se había zafado ya del Sultán, del Quin, del lebrel de Arabia y de la escopeta del Norberto. Al cabo le guisaron en la cantina de Hernando, pero nadie pudo probar bocado porque el animal tenía un gusto que tiraba para atrás. Viejas historias de Castilla la Vieja. -Miguel Delibes- . . . que maestría dándole forma a su apasionada afición. sí . . . es un día triste, deja muchos huérfanos. |
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Crimilda (15-03-2010) | ||
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#487
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Hoy me he acordado de algunas fotos de Fareraa... y de esto de rebote.
LA SANGRE DERRAMADA ¡Que no quiero verla! Dile a la luna que venga, que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena. …. Por las gradas sube Ignacio con toda su muerte a cuestas. Buscaba el amanecer, y el amanecer no era. Busca su perfil seguro, y el sueño lo desorienta. Buscaba su hermoso cuerpo y encontró su sangre abierta. ¡No me digáis que la vea! No quiero sentir el chorro cada vez con menos fuerza; ese chorro que ilumina los tendidos y se vuelca sobre la pana y el cuero de muchedumbre sedienta. ¡Quién me grita que me asome! ¡No me digáis que la vea! No se cerraron sus ojos cuando vio los cuernos cerca, pero las madres terribles levantaron la cabeza. Y a través de las ganaderías, hubo un aire de voces secretas que gritaban a toros celestes, mayorales de pálida niebla. No hubo príncipe en Sevilla que comparársele pueda, ni espada como su espada, ni corazón tan de veras. Como un río de leones su maravillosa fuerza, y como un torso de mármol su dibujada prudencia. Aire de Roma andaluza le doraba la cabeza donde su risa era un nardo de sal y de inteligencia. ¡Qué gran torero en la plaza! ¡Qué gran serrano en la sierra! ¡Qué blando con las espigas! ¡Qué duro con las espuelas! ¡Qué tierno con el rocío! ¡Qué deslumbrante en la feria! ¡Qué tremendo con las últimas banderillas de tiniebla! Pero ya duerme sin fin. Ya los musgos y la hierba abren con dedos seguros la flor de su calavera. Y su sangre ya viene cantando: cantando por marismas y praderas, resbalando por cuernos ateridos vacilando sin alma por la niebla, tropezando con miles de pezuñas como una larga, oscura, triste lengua, para formar un charco de agonía junto al Guadalquivir de las estrellas. ¡Oh blanco muro de España! ¡Oh negro toro de pena! ¡Oh sangre dura de Ignacio! ¡Oh ruiseñor de sus venas! No. ¡Que no quiero verla! Que no hay cáliz que la contenga, que no hay golondrinas que se la beban, no hay escarcha de luz que la enfríe, no hay canto ni diluvio de azucenas, no hay cristal que la cubra de plata. No. ¡Yo no quiero verla! Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.- Federico García Lorca. |
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#488
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Lección de arquitectura
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..mis sueños son mentiras, que algún día dejaran de serlo. |
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#489
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La puse en otro tema, pero me parece que aquí es más adecuada...
Las olas rompían. Los vientos bramaban. La tormenta rugía. Los rayos brillaban. El cielo se hundía. Mas aquel pirata, sentado en su silla, tranquilo admiraba cómo hendía su quilla las aguas que surcaba. Mantenía fijado el rumbo, fiel a su gran valentía. Soportaba firme los tumbos con los que la mar mecía las cuadernas de su junco. Parecería un loco al ajeno, pero sus hombres, confiados en la pericia del marinero, seguían largando los cabos de las velas del velero. “Mas velamen”, les gritaba, “soltad trinquete y cangreja, dadle viento a la mesana, la mayor que esté bien tesa y los foques y la cuadrada...”. A toda vela el bergante luchaba contra las olas. El pirata miró el sextante y con carcajada sonora miró el cielo, sin brillantes. Confiado en su experiencia de mil batallas en la mar en que su sola presencia hizo al enemigo temblar, no le importó aquella ausencia. “No pienses mar tremebunda que doblegarás mi marcha. No hay nada que miedo infunda a este pirata de raza. ¡¡¡Te desafío, bestia inmunda!!!”. “Más velamen, perros sarnosos. Hay que ganar pronto la costa en que esperan por nosotros. Más velamen, mi fiel tropa, derrotemos al coloso”. Las olas, como montañas, elevaban la embarcación y al estar la mar arbolada se deshacían, sin razón, dejando al barco en la nada. Por una de las embestidas, del mar o de la tormenta, la nave quedó destruida por completo y la osamenta del pirata, por las aguas batida. Nadie sobrevivió al naufragio y en las playas de aquella costa fueron apareciendo el corsario y la tripulación y las cosas que guardaban los armarios. Los llantos de las viudas y los gritos por los marinos se oyeron durante muchas lunas en esa costa, otrora abrigo, de aquellos piratas sin fortuna. La valentía no es consejera del que es buen navegante: no hay que tender toda la vela si no se puede usar sextante y se ha de navegar a ciegas. Pues en esta vida saber dónde se está situado es de cualquiera el deber, pues si se está equivocado la vida le puede vencer. UNAS JARRAS POR LOS DESORIENTADOS. |
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#490
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Una mezcla romántica con el mar...
Los rayos, luminosos como la conciencia y tus ojos, quemaron mi bote, dejándolo a la deriva, sin remos y sin timón, vagando por las aguas de este océano de color gris verdoso. Donde los delfines son buitres esperando mis despojos. Donde la sal no duele en mis heridas, seca mi corazón. Los truenos, sonoros como la angustia y tu risa, quebraron los maderos de mi bote, dejando entrar las olas, llevándolo a las profundidades, oscuras y silenciosas. Donde el frío se hace eterno y no se ve la luz del día, Donde la presión, insoportable, estruja fuerte y ahoga. La tormenta, feroz como el delirio y mi mente, arrastró mi bote, varado hoy en esta costa, traidora, pues la acícula no pincha, sino corta. Donde los colibríes no liban, sino muerden. Donde la hierba no es verde, sino, de sangre, roja. Los vientos del huracán, veloces como el miedo y mis reproches, desarbolaron mi bote, que descansa en esta playa de arena áspera y oscura, que se hunde bajo mis plantas. Donde los rayos del sol queman en el día y en la noche. Donde las olas no rompen, golpean como una estaca. Pero al fin llegó la calma, y pasó un tiempo sin viento y sin tormenta, y sin truenos y dejé de sentirme muerto. Y reparé los mamparos, el timón, la quilla y los remos. Y reconstruí mi bote y para sacarlo de este infierno. Y volví a pintarlo por fuera y le puse nombre de nuevo. Un día, al fin soleado, boté mi bote, al que rebauticé Esperanza. Y eché a navegar otra vez, de pie en la proa, sonriente, con el rumbo bien marcado: viajo hacia el sol poniente, donde dicen que no hay tormentas, sino calmas y bonanzas. Y allí volveré a quererte, pues allí, mi amor, allí espero a verte. |
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Amor, hoy te echo de menos de repente. Como lisonjero cantor de tu reclamo, veo lejano el momento de tus manos tener de nuevo entretejidas con las mías La distancia nos acecha cual chacal inapetente, que de mirar no cesa el bocado por si acaso el hambre vuelve y sufre el revés, el fracaso, de no tener presa con que saciar su agonía. Negros nubarrones, impulsados por violentos vientos, hacen zozobrar, en el océano que nos separa, la nave en que volveríamos a unir nuestras almas, llegado otra vez el sosiego tras la terrible tempestad. Tormenta de lluvia sin fin, no deja ver el firmamento. No tengo estrella que me guíe en este mar proceloso. Me siento ir a pique, siento que el océano, celoso, no nos permitirá reencontrarnos en toda la eternidad. Nunca hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista. Esta aguacero de mi alma cesará y volverá después la calma y otros soles amarillos, llevando mi nave en su palma, el piélago me permitirán cruzar y llegar de nuevo a ti. Mas, al final, esa distancia, al no ser física, es elástica Y adquiere las dimensiones que cada uno le quiera dar. Alejándose veo mi nave de tu bote cada vez más y a ti bogando esforzada por distanciarte más de mí. No sé si puedo seguir penando por abordar tu bergante o, al fin, mi marinero amor tendrá que ceder a tu envite, convirtiéndome en náufrago, pues el contacto quieres se evite y ante eso no hay motor que me permita llegar a tu corazón. Ya no necesito timón, velas, palos, ni aún sextante. Mi rumbo ya he cambiado, a otras costas, a otro abrigo, donde el amor no escape y quiera navegar conmigo aunque para ello, mi vida, deba engañar a la razón. |
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#492
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"No, aire,
no te vendas, que no te canalicen, que no te entuben, que no te encajen ni te compriman, que no te hagan tabletas, que no te metan en una botella, ¡Cuidado!". Oda al Aire. Pablo Neruda |
| Los siguientes cofrades agradecieron este mensaje a jometr | ||
Crimilda (21-03-2010) | ||
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#493
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Curiosa, Jometr. No la conocía. Gracias.
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#494
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Naos marineras pescadoras de ilusiones,
pintadas en azules, rojos y blancos cegadores, que surcan los mares buscando nuevos soles donde llenar sus redes, remendadas con hilos de colores. Van tripuladas por duros y callosos corazones que sueñan en la noche con secos anticiclones, que no les impidan seguir pescando las razones para seguir luchando con el océano y sus horrores, Pues dejan allá en tierra su hogar y sus amores y dan de beber al mar de sus propios sudores, a cambio de lo poco que les pagan los patrones por tantas horas de esfuerzo, sacrificios y dolores. NO TODO ES DIVERSIÓN EL EL MAR, EN LA MAR... |
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»¡Qué extraño animal es el hombre! ¡No está nunca en donde debe estar, que es a lo que está, y habla para mentir y se viste!
»¡Pobre amo! Dentro de poco le enterrarán en un sitio que para eso tienen destinado. ¡Los hombres guardan o almacenan sus muertos, sin dejar que perros o cuervos los devoren! Y que quede lo único que todo animal, empezando por el hombre, deja en el mundo: unos huesos. ¡Almacenan sus muertos! ¡Un animal que habla, que se viste y que almacena sus muertos! ¡Pobre hombre! »¡Pobre amo mío!, ¡pobre amo mío! ¡Fue un hombre, sí, no fue más que un hombre, fue sólo un hombre! ¡Pero fue mi amo! ¡Y cuánto, sin él creerlo ni pensarlo, me debía...!, ¡cuánto! ¡Cuánto le enseñé con mis silencios, con mis lametones, mientras él me hablaba, me hablaba, me hablaba! “¿Me entenderás?”, me decía. Y sí, yo le entendía, le entendía mientras él me hablaba hablándose y hablaba, hablaba, hablaba. Él al hablarme así hablándose hablaba al perro que había en él. Yo mantuve despierto su cinismo. »¡Perra vida la que ha llevado, muy perra! ¡Y grandísima perrería, o mejor, grandísima hombrada la que le han hecho esos dos! ¡Hombrada la que Mauricio le ha hecho; mujerada la que le ha hecho Eugenia! ¡Pobre amo mío! »Y ahora aquí, frío y blanco, inmóvil, vestido, sí, pero sin habla ni por fuera ni por dentro. Ya nada tienes que decir a tu Orfeo. Tampoco tiene ya nada que decirte Orfeo con su silencio. »¡Pobre amo mío! ¿Qué será ahora de él? ¿Dónde estará aquello que en él hablaba y soñaba? Tal vez allá arriba, en el mundo puro, en la alta meseta de la tierra, en la tierra pura toda ella de colores puros, como la vio Platón, al que los hombres llaman divino; en aquella sobrehaz terrestre de que caen las piedras preciosas, donde están los hombres puros y los purificados bebiendo aire y respirando éter. Allí están también los perros puros, los de san Humberto el cazador, el de santo Domingo de Guzmán con su antorcha en la boca, el de san Roque, de quien decía un predicador señalando a su imagen: ¡Allí le tenéis a san Roque, con su perrito y todo! Allí, en el mundo puro platónico, en el de las ideas encarnadas, está el perro puro, el perro de veras cínico. ¡Y allí está mi amo! »Siento que mi espíritu se purifica al contacto de esa muerte, de esta purificación de mi amo, y que aspira hacia la niebla en que él al fin se deshizo, a la niebla de que brotó y a que revertió. Orfeo siente venir la niebla tenebrosa... Y va hacia su amo saltando y agitando el rabo. ¡Amo mío! ¡Amo mío! ¡Pobre hombre!» Domingo y Liduvina recogieron luego al pobre perro muerto a los pies de su amo, depurado como este y como él envuelto en la nube tenebrosa. Y el pobre Domingo, al ver aquello, se enterneció y lloró, no se sabe bien si por la muerte de su amo o por la del perro, aunque lo más creíble es que lloró al ver aquel maravilloso ejemplo de lealtad y fidelidad. Y dijo: —¡Y luego dirán que no matan las penas! epílogo de Niebla -Miguel de Unamuno- joé con el filósofo hace pensar hasta al perro . . .
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![]() Quiero vivir la vida aventurera de los errantes pájaros marinos; no tener, para ir a otra ribera, la prosaica visión de los caminos. Poder volar cuando la tarde muera ... |
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-Me acuerdo de haber oído contar a mi padre -dice Nuño hablando de esto mismo- que a últimos del siglo pasado, tiempo de la enfermedad de Carlos II, cuando Luis XIV tomaba todos los medios de adquirirse el amor de los españoles, como principal escalón para que su nieto subiese al trono de España, todas las escuadras francesas tenían orden de conformarse en cuanto pudiesen con las costumbres españolas, siempre que arribasen a algún puerto de la península. Éste formaba un punto muy principal de la instrucción que llevaban los comandantes de escuadras, navíos y galeras. Era muy arreglado a la buena política, y podía abrir mucho camino para los proyectos futuros; pero el abuso de esta sabia precaución hubo de tener malos efectos con un lance sucedido en Cartagena. El caso es que llegó a aquel pueblo una corta escuadra francesa. Su comandante destacó un oficial en una lancha para presentarse al gobernador y cumplimentarle de su parte; mandóle que antes de desembarcar en el muelle, observase si en el traje de los españoles había alguna particularidad que pudiese imitarse por la oficialidad francesa, en orden a conformarse en cuanto pudiesen con las costumbres del país, y que le diese parte inmediatamente antes de saltar en tierra. Llegó al muelle el oficial a las dos de la tarde, tiempo el más caluroso de una siesta de julio. Miró qué gentes acudían al desembarcadero; pero el rigor de la estación había despoblado el muelle, y sólo había en él por casualidad un grave religioso con anteojos puestos, y no lejos un caballero anciano, también con anteojos. El oficial francés, mozo intrépido, más apto para llevar un brulote a incendiar una escuadra o para abordar un navío enemigo, que para hacer especulaciones morales sobre las costumbres de los pueblos, infirió que todo vasallo de la Corona de España, de cualquier sexo, edad u clase que fuese, estaba obligado por alguna ley hecha en cortes, o por alguna pragmática sanción en fuerza de ley, a llevar de día y de noche un par de anteojos por lo menos. Volvió a bordo de su comandante, y le dio parte de lo que había observado. Decir cuál fue el apuro de toda la oficialidad para hallar tantos pares de anteojos cuantas narices había, es inexplicable. Quiso la casualidad que un criado de un oficial, que hacía algún género de comercio en los viajes de su amo, llevase unas cuantas docenas de anteojos, y de contado se pusieron los suyos el oficial, algunos que le acompañaron, y la tripulación de la lancha de vuelta para el desembarcadero. Cuando volvieron a él, la noticia de haber llegado la escuadra francesa había llenado el muelle de gente, cuya sorpresa no fue compatible con cosa de este mundo cuando desembarcaron los oficiales franceses, mozos por la mayor parte primorosos en su traje, alegres en su porte y risueños en su conversación, pero cargados con tan importunos muebles. Dos o tres compañías de soldados de galeras, que componían parte de la guarnición, habían acudido con el pueblo; y como aquella especie de tropa anfibia se componía de la gente más desalmada de España, no pudieron contenerse la risa. Los franceses, poco sufridos, preguntaron la causa de aquella mofa con más gana de castigarla que de inquirirla. Los españoles duplicaron las carcajadas, y la cosa paró en lo que se puede creer entre el vulgo soldadesco. Al alboroto acudió el gobernador de la plaza y el comandante de la escuadra. La prudencia de ambos, conociendo la causa de donde dimanaba el desorden y las consecuencias que podía tener, apaciguó con algún trabajo las gentes, no habiendo tenido poco para entenderse los dos jefes, pues ni éste entendía el francés ni aquél el español; y menos se entendían un capellán de la escuadra y un clérigo de la plaza, que con ánimo de ser intérpretes empezaron a hablar latín, y nada comprendieron de las mutuas respuestas y preguntas por la grande variedad de la pronunciación, y el mucho tiempo que el primero gastó en reírse del segundo porque pronunciaba ásperamente la j, y el segundo del primero porque pronunciaba el diptongo au como si fuese o, mientras los soldados y marineros se mataban.
Cartas Marruecas -José Cadalso y Vázquez- esto es una pequeña anécdota pero la obra no tiene desperdicio, café bien cargado para la guardia . . . bueno vale, con unas goticas.
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Por lo visto es posible declararse hombre.
Por lo visto es posible decir no. De una vez y en la calle, de una vez, por todo y por todas las veces que no pudimos. Importa por lo visto el hecho de estar vivo. Importa por lo visto que hasta la injusta fuerza necesite, suponga nuestras vidas, esos actos mínimos a diario cumplidos en la calle por todos. Y será preciso no olvidar la lección: saber, a cada instante, que en el gesto que hacemos hay un arma escondida, saber que estamos vivos aún. Y que la vida todavía es posible, por lo visto. "Por lo visto" Jaime Gil de Biedma. |
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Lo he visto en otro hilo, ...
Palabras para Julia Tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja como un aullido interminable. Hija mía, es mejor vivir con la alegría de los hombres, que llorar ante el muro ciego. Te sentirás acorralada, te sentirás perdida o sola, tal vez querrás no haber nacido. Yo sé muy bien que te dirán que la vida no tiene objeto, que es un asunto desgraciado. Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. Un hombre sólo, una mujer así, tomados de uno en uno, son como polvo, no son nada. Pero yo cuando te hablo a ti, cuando te escribo estas palabras, pienso también en otros hombres. Tu destino está en los demás, tu futuro es tu propia vida, tu dignidad es la de todos. Otros esperan que resistas, que les ayude tu alegría, tu canción entre sus canciones. Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo. La vida es bella, tú verás como a pesar de los pesares, tendrás amor, tendrás amigos. Por lo demás no hay elección y este mundo tal como es será todo tu patrimonio. Perdóname, no sé decirte nada más, pero tú comprende que yo aún estoy en el camino. Y siempre, siempre, acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. Jose Agustin Goytisolo. |
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Crimilda, con tu permiso, inserto un video acerca de un libro que acabo de terminar , recomendable.Gracias
Saludos, . |
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Gracias.
![]() ¿Te ha gustado? Pon un trocito para ver como escribe este señor. Aunque yo no esté de acuerdo en algunas cosas con él. Una sola civilización... A mí, como mujer, no me habría gustado nada nacer en un país musulman. ¡Vade retro!![]() ![]() |
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