La Taberna del Puerto Osmosis
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Antiguo 05-12-2010, 13:42
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Predeterminado Las regatas de Nemiña

Con nordéste fresco, los pataches de vela recalaban de arribada en la playa de Nemíña entre Touriñan, y la minúscula ria de Lires, . Desde allí cual Estéropes el cíclope con su ojo llameante, podían ver el faro Villano tallando la oscura noche como el aspa de un molino gigante. Los hombres aprovechaban el tiempo para arranchar los barcos y pescar al abrigo del promontorio. Frecuentemente el viento les traía los ecos de las fiestas celebradas más al norte, en el interior de la ria de Camaríñas. Desembarcaban al chaval de abordo que a pié recorría decenas de kilómetros para dar noticias de aquellos que a pesar de estar tan cerca de casa, no podían moverse de su refugio. La estancia en aquella ensenada abierta al tercer y cuarto cuadrante, no era placentera. Los hombres permanecían inquietos y alerta preocupados por el más mínimo cambio de viento que pudiera convertir aquel abrigado refugio en una trampa mortal.
Las mujeres acudían en procesión a la solitaria capilla de la virgen del Monte donde rezaban y cumplían con un viejo rito mudando de posición las tejas. Pensaban que si hacían la labor del viento, aquel amansaría su fiereza y daría tregua a los hombres premiándoles con una mansa brisa del sur. Desde allí veían la boca de la cueva de Busarana, cabo Buitra y Touriñan. Algunas querían ver las perillas de los palos asomadas detrás del cabo. Las tripulaciones subían gallardetes de colores para darse a conocer de la misma forma que se hacían tatuajes para que no confundieran su cuerpo si algún día era encontrado en el mar.
Los pataches cargaban madera en el río Negro dentro de la ensenada de Merexo y zarpaban rumbo al sur, en dirección al Puerto de Santa María donde se elaborarían cajas de madera para el vino de exportación. Volvían cargados de sal de San Pedro del Pinatar, remontando la costa portuguesa, ganando barlovento poco a poco, arañando con sus velas cangrejas las nubes de espuma blanca que levantaba el nordestazo. Primero desde Cabo SanVicente hasta Peniche a la altura de las Berlíngas donde cogían aliento para llegar hasta Finisterre y de allí con un pequeño salto hasta Nemiña. las embarcaciones se paraban, a un paso de casa,- a la distancia que podría recorrer el chaval en una jornada caminando ,si el barquero de Xaviña los cruzaba vadeando el río Grande. Cuando el nordeste está entablado al principio de la primavera, Touriñan y el Villano se hacen impracticables. Sopla incansable día y noche, una jornada tras otra, como si nunca fuera a cesar.

Las drizas repiqueteaban sin descanso, hasta que una noche, siempre cuando el sol caía, el viento cesaba, los barcos borneaban y las popas macheteaban. Rápidamente, en una ceremonia largamente ensayada y esperada, los hombres echaban los botes, levantaban fondeos, izaban mayor y bogaban remolcando los pataches en dirección a la punta de tierra, hasta remontar el Farelo, bien pegados a la roca para que la piedra asesina no los pudiera atrapar.

Eran momentos de tensión, hasta que sacaran los barcos de la ensenada tenían que luchar sin desmayo. Los remos se clavaban rabiosos, los hombres se desafiaban eufóricos y dichosos.

Todos a una, los pataches que se habían reunido en Nemiña durante días, desplegaban velachos y comenzaban una regata enloquecida en plena noche. Corrían para alcanzar los primeros el muelle, para abrazar a sus mujeres e hijos, para aprovechar si acaso los últimos acordes de la orquesta. Decían que los gritos de las tripulaciones en plena noche ya sonaban a fiesta, que los gavieros subían mas ligeros que nunca a las vergas mientras los patrones vociferaban aunque sus gritos sonaban mas a alegría que a enfado. Saltaban los corazones, las naves levantaban espuma con todo el trapo desplegado y entrando ya en la ria con el viento de través volaban hasta la barra para ponerse al pairo y dejarse caer acuartelados sobre los viejos muelles, bajo las ruinas del castillo del Soberano. Los primeros saltaban a tierra bailando como locos, celebraban la llegada con una descarga catártica de alegría, risas y saltos. Celebraban el final de una épica regata primero a remo, a brazo partido desde Nemiña hasta la punta de Touriñan y después a vela demostrando la maestría de los patrones y el buen hacer de los carpinteros de ribera de Ponte do porto y Cabana de Bergantiños para llegar a la línea de metaa entre barra y el Castillo. Tomaban los primeros tragos, se golpeaban y cantando abrazados subían al monte para arrodillarse y hacer acto de fe. Hasta el alba sonaban incansables en las tabernas los cánticos y los acordeones y cuando bajaban al pueblo la gente se arremolinaba entorno a los barcos, descargando la sal a los carros de bueyes que esperaban su turno en el muelle.






Editado por Prometeo en 05-12-2010 a las 17:48.
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