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| VHF: Canal 77 |    | ![]() |
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#1
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- CAPÍTULO PRIMERO -
Deslizaba los pies con parsimonia por el pantalán, arrastrando tras de sí su viejo petate cargado con las pocas pertenencias que necesitaba, un traje de aguas parcheado, un par de jerséis, ropa interior, una navaja multiusos, un viejo compás de marcaciones y poco más. Todavía faltaban dos horas para amanecer y la niebla cubría el puerto emboscando el eco de la baliza del arrecife sur. Los barcos, perfectamente alineados, dormitaban movidos perezosamente por las aguas, empapados por la humedad. Hacía frío, desde luego no parecía un buen día para enrolarse en un velero del que conocía poco más que su nombre, Siete Mares. Apenas le habían hablado del barco, sólo que se trataba de un velero clásico y de diseño nórdico. Cada vez había más incompetentes trabajando en la agencia de transporte naval, pensó. Cuando imaginaba al Siete Mares, le venían a la memoria los antiguos grabados de su abuelo, también marino, recordando estas ilustraciones de antiguos veleros, y especialmente una, un viejo Clíper dedicado al transporte de mercancías en la costa Este norteamericana, le parecía que, a veces, la realidad era como una sucesión virtual de dibujos imaginarios con algún que otra trazo suelto, fugaz, delicado, turbador, como la esfinge de una mujer, de tantas y tantas mujeres que habían dejado huella en su vida. Las sombras de la noche jugueteaban con los barcos. Tranquilamente, sin despertar sus pensamientos medio dormidos, se encendió un cigarrillo y comenzó a fumar de forma pausada, le gustaba llegar con tiempo y ver amanecer en el puerto. Con la vista fija en el oscuro horizonte esperaba ver asomar las velas del Siete Mares. Debía recalar al final del muelle antes del amanecer, para embarcarlo. Caminaba cadenciosamente por el muelle flotante y no cayó en la cuenta que aquel maldito clavo se había ido soltando del pantalán con el vaivén de las olas. Mediría como poco unos siete centímetros y le devolvió a la realidad penetrando en su pie hasta el mismo hueso, como lo hacían las malas ideas de tanta gente perversa con la que se había topado a lo largo de su vida. El dolor era insoportable y apenas unos instantes habían bastado para teñir el suelo de un rojo intenso. Alcanzó a duras penas su viejo coche, aparcado a la salida del puerto, como pudo lo puso en marcha y se dirigió sin perdida de tiempo al hospital más cercano. - Para un viejo pellejo como tú, esto va a ser poca cosa - le espetó la enfermera mientras intentaba camuflar el tamaño real de la jeringuilla que se proponía administrarle como prevención antitetánica. Él se sonrió ante tan pueril estratagema innecesaria para su viejo cuerpo, verdadera antología de desgarros y malos tajos acumulados en mil peleas de taberna portuaria en busca de los favores de las bellas del lugar, cuando no, recibiendo los muchos sinsabores que depara el destino al que arriesga su vida en un mar embravecido. Con un dolor insoportable, tras el pinchazo de la joven enfermera, regresó caminado torpemente hacia su coche, maldiciéndose por no haber estado pendiente de ese maldito clavo oxidado y esperando que el anestésico local que le habían suministrado hiciera efecto de una puñetera vez. Ya era tarde, había quedado con Manuel, el armador del Siete Mares a las ocho de la mañana pero el incidente lo había retrasado. Eran casi las nueve, debía darse prisa, decidió que el dolor no le fastidiaría su primer día a bordo del Siete Mares y se apresuró para no perder ni un minuto más en enrolarse en su nuevo destino, arrancó su viejo Renault y puso rumbo al puerto, casi derrapando, frenó el coche junto a una vieja caseta de pescadores y llegó, no sin cierta dificultad hasta el pantalán donde debía encontrarse con Manuel y el soñado, Siete Mares. Finalmente lo encontró meciéndose suavemente con la brisa y el oleaje. Tuvo que leer dos veces el letrero que figuraba en la amura de estribor, el Siete Mares era un pequeño bote de pesca de escasos cinco metros de eslora, su esmirriado palo parecía más resignado en mantener su propia y precaria verticalidad que en la posibilidad de envergar nada que pudiera parecerse a una vela. La estampa se remataba con un viejo motor seagull fueraborda, que debía arrancar cuando le viniese en gana. No pudo ocultar fruncir el entrecejo al observar con más detenimiento al Siete Mares, alguien le había jugado una mala pasada. En la agencia le aseguraron que éste era un buen encargo, debía pilotar un viejo velero de rancio abolengo en un viaje, cuyo destino era, para él, todavía una incógnita, pero que le alejaría de tierra varios meses y aunque no arrastraba tras de sí una turbia historia que olvidar, ni dejaba en puerto un amor maldito que le empujara mar adentro, ni tampoco llevaba en su viejo petate ni uno solo de los ingredientes que aderezan cualquier relato de ambiente marinero, necesitaba poner distancia de por medio y una vez más, el mar le parecía el lugar más alejado de todo y de todos. Añoraba esas horas en las que la esclavitud de las guardias o la liberación de ellas le permitían estar solo, pendiente del horizonte, fumando acodado en la regala o con los ojos vacíos de pensamientos era todo lo que le pedía a la vida en ese momento, necesitaba sentirse abrazado por el mar azul, en silencio. Eso y que la maldita herida no le volviera a doler. Le echó una última mirada al bote, con idea de girar sobre sus talones y salir huyendo y pensó que del Siete Mares bien se podía decir que era rancio, pero desde luego no afloraba por ninguna parte su tan cacareado abolengo. Para entonces se había acercado a la proa un tipo rechoncho, debería rondar los sesenta años, su piel cetrina endurecida por el sol no ocultaba una mirada serena y pícara, que contrastaba con una ristra de dientes desalineados y amarillos que sobresalían de su ancha cara, sus ojos grises le miraban divertido, sin duda se había dado cuenta de su sorpresa, se presentó como Manuel mientras le sonreía. De un brinco, propio de un marino avezado, bajó del Siete Mares y se plantó en el pantalán, le tendió la mano y estrechándosela efusivamente le dijo: - Bienvenido por fin Esteban, me alegro de conocerte – Esteban adivinaba en la escrutadora mirada de Manuel su extrañeza por su aspecto y seguro que estaba sopesando la información que de él mismo le habían dado en la Agencia. - Casi treinta años de marino mercante, dé usted nombre del buque y su ruta y seguro que habrá estado antes o después... sólo es feliz embarcado y por el sueldo no se preocupe, no necesita mucho tan solo algo que le ayude a vivir hasta el día siguiente, eso sí que le quede algo para que su ex mujer le deje en paz - esa era la tarjeta de visita que, en la Agencia habían dado de Esteban, en fin todo por embarcar de nuevo, esta vez en un velero. -Sube el petate a la chalupa y te llevo al Siete Mares lo tengo fondeado fuera de la bocana. voy y vengo con este bote, verás, peso demasiado para una de esas cosas ridículas de goma, me parecería andar sentado en un anillo para almorranas... -añadió mientras se abría entero en otra gran risotada al observar la cara de estupor que se le había quedado a un Esteban confuso. El british seagull arrancó inesperadamente a la primera y el bote comenzó a moverse dejando tras de sí una humareda espesa, fruto de la mezcla al doce por ciento que gastaba, Esteban sonreía, si seguían así pronto los demás barcos harían sonar sus bocinas de niebla, pensó, mientras, Manuel entre carcajadas decía, que tanto humo le facilitaba la pesca pues los peces nunca podían imaginar que tras esa densa nube pudiera haber un bote al acecho con sus cañas y volantines. El mar estaba plano como un espejo, pero el bote avanzaba trabajosamente, empujado por aquel desvencijado motor que más que navegar se diría que se arrastraba por una empinada cuesta, hasta que a pocas brazadas de abordar al Siete Mares, varias taquicárdicas explosiones lo pararon definitivamente sin remisión. Alcanzaron el barco con un par de remadas. Le gustó. Le gustó mucho ya cuando lo adivinaba entre la humareda del fuera borda. Embarcaron los remos y protegieron los cascos de ambas embarcaciones con unos brazos raudos que se iban a la maniobra sin pensar, como dos autómatas. - Ya no estoy para estos francobordos tan altos - le espetaba Manuel tras el esfuerzo. Sudoroso, Esteban alzó la vista y observó de nuevo la majestuosa silueta del Siete Mares, dibujándose perfecta contra el nítido azul de la mañana, anticipándose a su intriga por ver gente sobre el puente, Manuel, se apresuró a explicarle. - No, no creas que tengo ya la tripulación completa, ojalá pero no, de momento me arreglo con marineros del varadero que se han ofrecido a trabajar por su cuenta, buena gente, el de arriba en las crucetas es un tal Embat, y revisando el motor está un tal Panxut, a ese hay que dejarle que haga lo que le venga en gana, va a su aire, pero nunca le terminan sobrando piezas, las usa todas, aunque quizás para otra cosa distinta de la original, dicen que es un fuera de serie con las herramientas, aunque también dicen de él que no siempre las ha usado para lo que debería y que más vale no contravenir sus caprichos. – finiquitó la aclaración encogiéndose de hombros. Esteban sonrió y con una ligereza asombrosa trepó por la escala encaramándose a la borda y saltando a la cubierta, momento en el que una aguda punzada le recordó su maltrecho pie, lo que se reflejó en una leve mueca involuntaria, pero curtido como estaba en mil batallas, no le iba a arredrar una pequeña herida, recordó por un instante aquel ataque de un tiburón tigre que había arponeado en Tahití y que aun moribundo casi le arranca su brazo derecho. Ese doloroso recuerdo dejó pasó a una sosegada alegría, ya se encontraba a bordo del Siete Mares, estaba deseoso de revisar su nuevo barco y discutir con el armador el destino de la singladura, todo parecía perfecto, aunque no se quitaba de la cabeza la advertencia que Manuel le había hecho sobre el tal Panxut, le intrigaba y no sabía si debía temerle por ello, un barco podía llegar a ser muy pequeño si surgían desavenencias en alta mar. La cubierta limpia y despejada dejaba ver el lustre de las maderas nobles utilizadas para construir el velero.
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La vela hay que velarla, y si no, no largarla ![]() "No soy un fulano con la lágrima fácil, de esos que se quejan sólo por vicio. Si la vida se deja yo le meto mano y si no aun me excita mi oficio .............. Jamboequipoderegatas
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#2
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Cita:
Nunca jamás volvería a ser como entonces, entre otras cosas, porque él embarcó en el último buque pirata del mediterraneo. Con apenas ocho, !dios estamos hablando de 1938!, y en un carguero de madera matriculado en Malta. Se mesó los cabellos en la evocación, confiando que el poco tinte que le quedaba en su rala cabellera aguantese y contribuyese a esa apariencia algo menor, de edad indefinida de hombre curtido. Otto Skrienger, valiente hijo de puta! Cuando lo conoció fue tras una aparición fantasmal. Una niebla en noche de mayo, en en canal, entre Denia e Ibiza. El buque, el carguero maltes, parecía sacado de una novela de R.L. Stenvenson, y la tripulación, sin duda salía de los peores lupanares de un Mediterráneo de entreguerras. Eso lo sabía con certeza, estuvo presente en el enrolamiento, y su corta edad, y su avispado ingenio, a capones se aprende, le permitían entrar y salir de todos sitios con impunidad. Y sus rizos infantiles enamoraban a las lumis, soñando el hijo que podían haber tenido o que tenían y jamás veían. Duros tiempos para la infancia. La |
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#3
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[quote=buzon;49037]Y como siempre que volvía a embarcar, al notar el olor a salitre y madera y al percibir el suave balanceo del barco amarrado, recordó su primera vez.
Nunca jamás volvería a ser como entonces, entre otras cosas, porque él embarcó en el último buque pirata del mediterraneo. Con apenas ocho, !dios estamos hablando de 1938!, y en un carguero de madera matriculado en Malta. Se mesó los cabellos en la evocación, confiando que el poco tinte que le quedaba en su rala cabellera aguantese y contribuyese a esa apariencia algo menor, de edad indefinida de hombre curtido. Otto Skrienger, valiente hijo de puta! Cuando lo conoció fue tras una aparición fantasmal. Una niebla en noche de mayo, en en canal, entre Denia e Ibiza. El buque, el carguero maltes, parecía sacado de una novela de R.L. Stenvenson, y la tripulación, sin duda salía de los peores lupanares de un Mediterráneo de entreguerras. Eso lo sabía con certeza, estuvo presente en el enrolamiento, y su corta edad, y su avispado ingenio, a capones se aprende, le permitían entrar y salir de todos sitios con impunidad. Y sus rizos infantiles enamoraban a las lumis, soñando el hijo que podían haber tenido o que tenían y jamás veían. Duros tiempos para la infancia. La tripulación borracha dormía abotargada, excepto en el camarote del capitán que se oían las risas de Nicola, un joven de 16 años que huyendo de la mancebía cayó, bien por aventura, bien por falsas promesas en barragana del capitán. El estaba solo en cubierta, aguantando el relente con un capote de lona que le venía grande por todos lados, pero que ni le quitaba el frío ni el miedo. En el barco, ya es hora que digamos su nombre, pues hace años que es pecio enfrente de la batería de Gibraltar, ( pero eso es otra historia), se llama DaybyDay, todo crujía y hacía ruido, y corría en cubierta y cámaras aparejos desordenados, rollos de cabos, tal era el desastre de tripulación. Apenas por popa, y dando tan sólo 45 grados, un panal declaraba la existencia de algo. Y por allí tenía que mirar. Y miraba. Hasta que de pronto el agua empezó a hervir por popa, y a la vez, se me heló la sangre. Sin duda, y desde mis justos ocho años, venía la muerte en ese monstruo marino, negro, brillante, inmenso, que empezaba a salir a flote. En influjo magnetico de pavor hizo todo. Me quedé quieto, mientras notaba calor en mi entrepierna. El monstruo no paraba de salir. Era gigantesco y negro, con brillos, y dos ojos vacíos, dos cuencas de ojos vacíos sin vida. Pensé que iba a morir, recordé todas las historias fanstamagóricas que me habían contado para asustarme y... que sin duda eran ciertas. Retrocedí y caí, no se cuanto tiempo estuve tirado sobre la cubierta, y tan sólo me levanté cuando el monstruo inició un lamento agudo, profundo, interminable, horrible. Desde la cabina, el capitan salió chillando alegremente, y tras unos instantes, se encendieron los focos de popa. Frente a mí estaba uno de los primero U-Boats, ondeando la insignia nazi. Y sobre su castillo, los ojos azules de su capitán, Ottro Skirenger, valiente hijo de puta. Todo |
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#4
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[quote=buzon;49037]Y como siempre que volvía a embarcar, al notar el olor a salitre y madera y al percibir el suave balanceo del barco amarrado, recordó su primera vez.
Nunca jamás volvería a ser como entonces, entre otras cosas, porque él embarcó en el último buque pirata del mediterraneo. Con apenas ocho, !dios estamos hablando de 1938!, y en un carguero de madera matriculado en Malta. Se mesó los cabellos en la evocación, confiando que el poco tinte que le quedaba en su rala cabellera aguantese y contribuyese a esa apariencia algo menor, de edad indefinida de hombre curtido. Otto Skrienger, valiente hijo de puta! Cuando lo conoció fue tras una aparición fantasmal. Una niebla en noche de mayo, en en canal, entre Denia e Ibiza. El buque, el carguero maltes, parecía sacado de una novela de R.L. Stenvenson, y la tripulación, sin duda salía de los peores lupanares de un Mediterráneo de entreguerras. Eso lo sabía con certeza, estuvo presente en el enrolamiento, y su corta edad, y su avispado ingenio, a capones se aprende, le permitían entrar y salir de todos sitios con impunidad. Y sus rizos infantiles enamoraban a las lumis, soñando el hijo que podían haber tenido o que tenían y jamás veían. Duros tiempos para la infancia. La tripulación borracha dormía abotargada, excepto en el camarote del capitán que se oían las risas de Nicola, un joven de 16 años que huyendo de la mancebía cayó, bien por aventura, bien por falsas promesas en barragana del capitán. El estaba solo en cubierta, aguantando el relente con un capote de lona que le venía grande por todos lados, pero que ni le quitaba el frío ni el miedo. En el barco, ya es hora que digamos su nombre, pues hace años que es pecio enfrente de la batería de Gibraltar, ( pero eso es otra historia), se llama DaybyDay, todo crujía y hacía ruido, y corría en cubierta y cámaras aparejos desordenados, rollos de cabos, tal era el desastre de tripulación. Apenas por popa, y dando tan sólo 45 grados, un panal declaraba la existencia de algo. Y por allí tenía que mirar. Y miraba. Hasta que de pronto el agua empezó a hervir por popa, y a la vez, se me heló la sangre. Sin duda, y desde mis justos ocho años, venía la muerte en ese monstruo marino, negro, brillante, inmenso, que empezaba a salir a flote. En influjo magnetico de pavor hizo todo. Me quedé quieto, mientras notaba calor en mi entrepierna. El monstruo no paraba de salir. Era gigantesco y negro, con brillos, y dos ojos vacíos, dos cuencas de ojos vacíos sin vida. Pensé que iba a morir, recordé todas las historias fanstamagóricas que me habían contado para asustarme y... que sin duda eran ciertas. Retrocedí y caí, no se cuanto tiempo estuve tirado sobre la cubierta, y tan sólo me levanté cuando el monstruo inició un lamento agudo, profundo, interminable, horrible. Desde la cabina, el capitan salió chillando alegremente, y tras unos instantes, se encendieron los focos de popa. Frente a mí estaba uno de los primero U-Boats, ondeando la insignia nazi. Y sobre su castillo, los ojos azules de su capitán, Ottro Skirenger, valiente hijo de puta. Todo se tornó actividad, y los borrachos se despejaron como sólo lo hacen los piratas. Ya habían arriado la chalupa, nuestra monstruosa chalupa de 35 pies. Al timón en ella, mi tío, el capitán, ( la única maldita herencia de mis padres), que hacía alegres aspavientos al submarino. Sobre mi hombro note la mano de Nicola, que me miraba con lo que hoy se que es lascivia, mientras jugaba con la lengua y sus labios, y se apretujaba contra mi capote. Y yo pensaba que buscaba calor. La tripulación del submarino hablaba a gritos que parecían ladridos, ( era la primera vez que oía la lengua alemana), y se movían, frenéticos, pero sin caos. De una escotilla de proa, y halando con un cabrestante que momentos antes hubiera jurado que no estaba, iban subiendo unos tubos enormes y gruesos que trasladaban con exquisito cuidado. No lo sabía, pero estaba viendo los primeros torpedos autopropulsados con variador de profundidad. Mi tío estaba radiante, se le veía dar palmetazos al capitan del submarino, que ponía gesto adusto. La tripulación del DaybyDay, reía a grandes carcajadas. Ibamos a transportar los torpedos para las tropas del general Franco, o eso creían los alemanes. Mi tío, iba a venderlos al mejor postor. |
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#5
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Lo siento, os cambio la historia. Lo que se me ocurre es, por un lado tenemos la historia actual, y por otro una historia del pasado, el nexo, el anciano marinero. El fondo, su pasado. Al final podemos hacer que se crucen o no, incluso podemos desdoblarla historia cuantas veces queramos, ya que en cada puerto pueden aparecer nuevos personajes, para la historia nueva o la vieja. Si quereis tesoro, jajajaj, el oro de moscu pagado por los torpedos. Si quereis en plan esoterico-Brown, aparece Himmler, y cambiamos el nombre al capitan del submarino por el de Otto Rhan y.... si quereis... en fin, se hara lo que se pueda y gusteis.Son solo ideas, besitos y cuidaros. ( afeitaros que me pinchais). |
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#6
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Buzón con tu relato empieza el tercer capítulo, esta en borrador en el otro post " repostiseria de Siete Mares" , voya a subir en dos sucesivos, el I y el II. Quiero comentarios, criticas, botellazos, sillas volar y ron mucho ron.
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La vela hay que velarla, y si no, no largarla ![]() "No soy un fulano con la lágrima fácil, de esos que se quejan sólo por vicio. Si la vida se deja yo le meto mano y si no aun me excita mi oficio .............. Jamboequipoderegatas
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